Las sociedades contemporáneas han generado en torno al trabajo industrial modos y medios de vida, culturas específicas, identidades individuales y colectivas y, en definitiva, un patrimonio material e inmaterial de extraordinaria importancia. El trabajo industrial ha sido determinante en la construcción de las identidades colectivas, hasta el punto de adquirir un valor simbólico de representación más allá de su importancia económica al convertirse en un elemento emblemático capaz de identificar socialmente los modos de vida con los medios de vida. En torno a los paisajes y a los espacios vinculados a sectores como la minería o la metalurgia se desarrollaron unas ricas y complejas culturas del trabajo que definieron la idiosincrasia de la sociedad circundante y perviven aun como parte de nuestra herencia.
Con la decadencia de sectores productivos como el minero o metalúrgico, sobre los que se cimentó la industrialización, un rico patrimonio, tanto material como inmaterial, entra en situación de riesgo. Del mismo modo que se pierden edificaciones, maquinaria y paisajes, caen en el olvido saberes, experiencias y modos de vida ligados a las actividades en declive.