Gijón, 14, 15, 16 de Diciembre de 2009.
Durante siglos el barco ha sido el icono del comercio internacional, de la aventura empresarial del emprendedor solitario, de la pericia marinera o el heraldo del poderío militar de las potencias occidentales. Las ciudades portuarias han participado de esta iconografía asociada al libre comercio, la prosperidad, el envío y recepción de mercancías y personas de distintas condiciones y procedencias, forjándose así identidades y culturas enfrentadas a fuertes dinámicas de cambio. De puertas adentro, la construcción naval ha significado para estas ciudades la transformación de su medio urbano y fabril, así como la creación de mundos sociales extremadamente complejos. Desde los astilleros propiamente dichos, situados en la bahía, hasta la constelación de pequeñas y grandes empresas proveedoras de materiales para la construcción o materias primas, el sector ha sido un foco industrializador de primera magnitud y un polo de atracción para comunidades enteras de trabajadores, que han desarrollado una relación con el espacio, el trabajo y la ciudad muy diferentes a las de otros sectores laborales. En definitiva, una cultura del trabajo con rasgos específicos.