La Nueva España, 18-12-03
FERMÍN RODRÍGUEZ
Somos como somos y venimos de donde venimos. Hablando de Asturias, el cómo lo da la geografía montañosa
de un país industrializado desde antiguo en un eje periférico europeo. Que ha dejado como herencia una
aglomeración urbana en la línea tendencial de las que quiere la estrategia territorial europea, esto es,
policéntrica y contenida.
El territorio es un caleidoscopio. A medida que se va agitando, la imagen proyectada va adoptando nuevas
formas. Las nuevas figuras, los nuevos paisajes se van conformando de acuerdo con el «tempo» de las fuerzas
que los conmueven. Hay una relación entre el fondo y la forma del paisaje. Su transformación no se opera de
manera azarosa, sino de acuerdo a ciertas regularidades no muy explícitas.
La aglomeración urbana asturiana es la heredera del antiguo distrito industrial edificado en el centro
de la región desde mediados del XIX. La agitada vitalidad de éste creó un sistema industrial de ciudades,
especializadas en servir al funcionamiento del distrito, pieza estratégica del desarrollo español. Cada vez
que el volcán energético que era el distrito industrial entraba en erupción, el sistema urbano se reorganizaba,
para cumplir la función estratégica del distrito, esto es, para que el taller funcionase a pleno rendimiento.
Por ello preocupaban más las vías de transporte de carbón que de personas, aferradas en poblados a los pozos
y a las plantas siderúrgicas. Las villas del distrito aspiraban a ser ciudades burguesas y en la mayor parte
de los casos lo conseguían. Recuérdese la traza parcelaria de Mieres y la planta de los chalés que la
ocupaban hasta fechas recientes.
Pero el distrito cambió, la hiperactividad con la que se trabajó hasta los setenta fue sustituida por el
desconcierto de los ochenta y buena parte de los noventa. La ansiedad causada por la amenaza de derrumbe
encontraba sosiego momentáneo ante cualquier solución «que generase empleo» por milagrera que fuera,
afortunadamente el distrito no cayó, ninguno de sus pilares quebró. Todos se adelgazaron, todos menguaron,
y con ayuda de rentas redistributivas procedentes del Estado y de Europa estamos sosteniendo la importante
carga demográfica que hemos heredado del distrito industrial. Éste es el paquete habitual de medidas de
protección pasiva con las que las regiones se protegen del riesgo previsible.
Pero también hay medidas de protección activa, las que originan desarrollo territorial, las que explotan
cualidades del sistema para hacer nacer nuevos horizontes, nuevas realidades que antes no existían y que van
a convertirse en los pilares del nuevo distrito industrioso con el Asturias navegará en las aguas del futuro.
Para producir estas transformaciones regionales, para rearmar de nuevo el sistema, para elevar de nuevo
las mampostas hidráulicas con las que se sostienen la vida urbana y el nuevo trabajo de los asturianos
necesitamos, además de inversiones, visiones comunes y consenso ampliamente compartido sobre las estrategias
y operaciones esenciales que es necesario acabar bien.
Y cuando nos miramos vemos que tras las dos décadas de desconcierto nos quedan las luces de una ciudad
fuerte. Y una región con una ciudad fuerte es una región que «gana» el futuro. Una ciudad compacta en sus
30 kilómetros de radio, con muchos parques intersticiales, que funciona de manera integrada, en la que se
pueden encontrar jabalíes paseando por la carretera del Naranco y ciudades tranquilas como Villaviciosa.
Sin embargo, es difícil transmitir esto al exterior, y ante todo necesitamos que se nos visualice como una
entidad urbana potente. Como mucho, algunos nos perciben como un sistema integrado por tres pequeñas ciudades:
Oviedo, Gijón y Avilés. Eso tiene importancia a la hora de compararnos con nuestros vecinos, que hablan de
Euskópolis, o de la ciudad-región gallega, o de la ciudad difusa cántabra. Verdaderamente, necesitan de
formulaciones difusas para no dar el protagonismo explícito a una de sus ciudades o para reconocer el
crecimiento explosivo y desordenado que siguen las vías de comunicación, pero no son modelos de ciudad
que recomiende la Unión Europea. No lo son las que comienzan en el Ferrol y si nos descuidamos acaban en
Oporto, o las que ocupan los 15 kilómetros de banda costera entre Castro Urdiales y Cabezón. Así que si
tenemos una ciudad recomendable, por contenida y policéntrica, hagámoslo ver a los vecinos, declarémosla
como «área metropolitana estadística». Una manera de decir a los demás que tenemos una ciudad demográficamente
muy importante y con tanta tradición como las que más, llena de calidad y en proceso de optimización.
Por lo menos el Instituto Geográfico Nacional parece creerlo cuando, dentro del Atlas Nacional de España y
en el último volumen publicado, dedica un capítulo de Asturias a «La consolidación metropolitana: Ciudad Astur».