La Nueva España, 29-01-03
FERMÍN RODRÍGUEZ
Hace 63 años, en 1941, cuando el Reino Unido soportaba en solitario el esfuerzo de parar el nazismo,
uno de los brillantes «procónsules», Harry Hopkins, del «césar» Roosevelt se despedía de sus anfitriones,
después de un mes de estancia en la isla tratando de informarse de las condiciones reales del esfuerzo bélico,
con una cita del «Libro de Ruth» sobre el futuro de las relaciones angloamericanas: «A donde vayas tú, iré yo;
y dónde tú te alojes, yo me alojaré: tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios, mi Dios». Churchill, por fin, había
conseguido que los americanos subieran a bordo y el «hasta el final» con que Hopkins finalizó su discurso fue
premiado posteriormente con el significativo y un punto afablemente irónico título de «lord Raíz del Asunto».
Desde entonces acá EE UU ha sido el amigo indispensable de Europa, el espacio económico, sí, pero,
sobre todo, el espacio de valores que unos visionarios edificaron para alejar la guerra y proyectarse
pacíficamente unidos al mundo.
Esto hoy comienza a ser difícil, el amigo americano sigue su camino imparable, y lleva,
flotando tras su poderosa estela, pedazos de la vieja fragata Europa. ¿Qué pasará con ella? Habrá
que evaluar muy atentamente los daños que en el casco de Europa produce la crisis de Irak para conocer
su gravedad, por si amenaza la estabilidad y el rumbo del barco, en un momento especialmente crítico,
cuando se dispone a embarcar nueva tripulación, los estados del centro y del Este, cuyas simpatías y modelos más toman del admirado amigo americano que de «la vieja Europa», como a ella se refería Rumsfeld.
Varias décadas separan al procónsul Hopkins del procónsul Rumsfeld. Aquél, un liberal de
un pequeño pueblo del centro del país, forjado como administrador competente en la asistencia social;
éste, un miembro de la élite natural del país, conservador curtido en la Administración republicana. Pero
más distancia se encuentra en los dos estados de ánimo y en las dos opiniones. Del juramento de fidelidad
«hasta el final» a la compañera Europa, a repudiarla por vieja. Habrá que saber si esto se refiere a que
ciertos países, encabezados nada más y nada menos que por Francia y Alemania, encarnan valores o posiciones
que intentan identificarse con un modelo de civilidad y la aspiración de configurarse como bloque continental
con identidad propia, o si la nueva Europa es la que renueva el pacto, pero aceptando como propios los nuevos
valores del viejo amigo.
Un amigo sorprendente, por su vitalidad, por sus contrastes, por la fuerza de sus ciudades, a pesar de
todo deficientemente cohesionadas. Quizá sea el vértigo de saberse la avanzada de un nuevo mundo lo que
hacía decir a uno de sus altos dirigentes, cuando agradecía las muestras de condolencia recibidas de todos
los países del mundo tras los atentados del 11-S, que se felicitaba, pues procedían tanto «de los países
civilizados como de los no civilizados». Puede tratarse de un error de expresión, pero nos permite atisbar
cómo va forjándose la visión del mundo asociada al imperio global que, sin embargo, necesita de Europa, al
menos porque la nueva Europa no puede prescindir de la vieja.