Apéndice a la Memoria en defensa de la Junta Central. Número XX. Despedida de la Suprema Junta Central

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Señor:
Los individuos que compusieron la representación nacional tienen el honor de ser los primeros que se presenta a V. M., y con el mayor gusto, así como el mayor respeto, son los primeros que juran a V. M. fidelidad y obediencia. Quisieran que al entregar a V. M. un mando que jamás apetecieron, el estado de nuestra patria fuese tal cual siempre hemos deseado, y que para conseguirlo no hemos perdonado medio ni fatiga ninguna. Las actas de nuestras operaciones, que originales quedan todas en poder de V. M., hablarán por nosotros; que no es razón que la primera vez que tenemos el honor de hablar con V. M. molestemos su atención con nuestra apología, y mucho menos cuando entre los sucesos que han ocurrido durante nuestro mando los hay de tal tamaño que ellos por sí solos bastan para formarla ante el tribunal de la razón y de los hombres justos. Y si no, recordemos aquellos tristes días en que batido el ejército del centro en Tudela por causas que no es de este lugar el referir, lo poco que tardó en reorganizarse y ponerse en estado de defender las entradas de Andalucía e impedir los progresos del enemigo; recordemos la indefensa absoluta en que quedaron estas después de la desgraciada cuanto gloriosa batalla de Medellín y dispersión de Ciudad Real, y el breve tiempo que la Junta empleó en poner en campaña más de setenta mil infantes y doce mil caballos, además de los ejércitos de Galicia, Cataluña y Asturias, que siempre han sido objeto de sus cuidados; recordemos, Señor, el número, calidad y aprovisionamiento del mejor ejército que ha reunido la nación en un solo punto desde Carlos V, y que fue batido en los campos de Ocaña, contra la esperanza de toda la nación y la nuestra; recordemos, en fin, otras mil cosas dignas del aprecio de V. M. y de la nación; pero no bastan estas memorias que al paso que llenan de amargura el corazón de los buenos, manifiestan el ardiente celo con que los antecesores de V. M. han procurado llenar sus altas obligaciones. ¡Cuán triste, cuán triste es, Señor, que aun cuando los individuos que han compuesto el cuerpo soberano no esperasen premio, porque ninguno apetecían ni esperaban, contentándose con el agradecimiento de sus conciudadanos y el testimonio de sus conciencias, esperando el día en que resignando el mando en otras manos, pudieran retirarse a sus domicilios y gozar desde ellos el fruto de sus afanes y desvelos; cuán triste, repetimos, es tener que reclamar justicia de V. M., no contra sus ciudadanos, sino contra un pequeño número, que seduciendo a los incautos, han atacado la representación nacional que desde el principio trataron de minar por sus fundamentos, continuando combatiéndola por la ambición, el interés individual, el egoísmo y todas las pasiones que más que el tirano, clavan en el seno de la triste patria nuestra el puñal del infortunio! Sí, Señor, los individuos de la Junta Suprema, llenos de tanto dolor como amargura, se ven infamados en el público de la manera más escandalosa, no habiendo crimen de que los enemigos de la nación no los hayan acusado. Se avergonzaría la Junta en repetirlos; sobrado sentimiento ha causado su lectura a todos los buenos, para que queramos molestar de nuevo a V. M. con su relación; pero al mismo paso faltarían a sus obligaciones, y a la confianza que se hizo de ellos por sus provincias, si antes de despedirse de V. M. no clamasen pidiéndole justicia, y pidiéndola del modo enérgico con que debe hablar el hombre, cuando lejos de cargos, tiene muchos méritos que exponer. Nuestro desistimiento tan absoluto y tan desinteresado del mando, nuestra convocación a las Cortes generales, que fue obra nuestra en todas sus partes, es sobrada prueba de la tranquilidad de nuestras conciencias y del deseo de manifestar a la faz del mundo nuestra conducta y patriotismo; y si esto no basta todavía, examine V. M. nuestra situación individual; vea qué empleos, qué pensiones, qué destinos nos hemos adjudicado para nosotros y para nuestras familias; examine V. M. nuestra situación actual uno por uno; pobreza y miseria son el fruto de nuestros afanes y desvelos, y hasta tal punto, que apenas hay uno que pueda contar con sus subsistencia para el día de mañana. Los empleos que unos obtenían, perdidos, las haciendas de otros, confiscadas y vendidas como bienes nacionales, por haber pertenecido al cuerpo soberano. Esta es, Señor, nuestra situación; situación que nos es tan agradable y honrada como tristes y desabridas las calumnias con que se nos persigue, las cuales piden satisfacción y piden que V. M. no las olvide. Encargado del mando supremo de la nación, V. M. es tan interesado como nosotros en descubrir los malos ciudadanos y en evitar que por iguales medios logren iguales ventajas. La nación destinada por la Providencia a dar el primer ejemplo de resistencia al yugo del tirano, perecerá a manos de la intriga y de las pasiones si V. M. con más fortuna que nosotros, no consigue sofocarlas. Nosotros, entretanto, satisfechos con el testimonio de nuestras conciencias y confiados en la justicia de V. M., la esperamos de su rectitud, y la mayor satisfacción que gozaremos en nuestros retiros será saber que V. M. es feliz en sus operaciones, que todos los ciudadanos, reunidos alrededor del trono de V. M., contribuyen al fin tan deseado de ver a la nación libre e independiente, y restituido al trono de sus mayores al rey, nuestro señor don Fernando VII.
Tales son, Señor, nuestros deseos y nuestras esperanzas. La Providencia, que conoce nuestros corazones, las bendiga y prospere, hasta que llegue el deseado día en que podamos todos descansar de tantos infortunios. Isla de León, 31 de enero de 1810. El arzobispo de Laodicea. M. el marqués de Astorga. Antonio Valdés. El marqués de Villel, conde de Darnius. El marqués de la Puebla. El conde de Tilli. Lorenzo Bonifaz Quintano. Miguel de Balanza. El vizconde de Quintanilla. Francisco Javier Caro. Francisco Castanedo. Gaspar de Jovellanos. Sebastián de Jócano. Pedro de Ribero. M. el marqués de Villanueva del Prado. El marqués de Campo Sagrado. Félix de Ovalle. El conde de Gimonde. Lorenzo Calvo.

Referencia: 11-740-01
Página inicio: 740
Datación: 31/01/1810
Página fin: 742
Lugar: Isla de León
Estado: publicado