Apéndice II. Discurso económico sobre los medios de promover la felicidad de Asturias dirigido a su Real Sociedad por don Gaspar Melchor de Jovellanos

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Felices nitius populi, queis prodiga tollas fundit opes adosta suas.
Vanier: Praedium rust.
Señores:
Desde el punto en que esta ilustre Sociedad me agregó al número de sus individuos, he reconocido la obligación en que estoy de contribuir con todas mis facultades a los fines de su instituto, para no llevar inútilmente el honroso título de amigo del país de Asturias.
Si mi actual situación lo permitiese, yo desempeñaría con presentes y continuos servicios una obligación tan estrecha y tan gustosa; pero precisado a vivir fuera de mi patria y consagrar el principal fruto de mis tareas a las funciones de mi empleo, juzgo que no puedo hacer a nuestra Sociedad otro servicio que el de dirigirle mis reflexiones acerca del modo y los objetos en que debe ejercitar su celo.
Esta es la causa que me mueve a escribir el presente discurso, y no la vana presunción de pasar por miembro de un cuerpo de quien yo mismo espero recibir nueva enseñanza. Por tanto, si en lo que aquí expusiere hallase la Sociedad alguna idea, que mejorada con su meditación y con sus luces, pueda producir algún bien a mi país, yo me tendré por muy dichoso y habré logrado cuanto apetezco; pero si esto no sucediere, el honrado deseo que me sirve de estímulo servirá también de disculpa a mis defectos.
Pero cuando tomo la pluma para exponer mis reflexiones acerca de los medios de promover la felicidad de mi patria, ¡qué cúmulo de ideas y de esperanzas no atrae a mi imaginación un objeto tan grande y provechoso! Inflamado por el patriotismo, quisiera llegar de un vuelo hasta la cumbre de la felicidad que es mi objeto; quisiera franquear el inmenso espacio que hay desde el conocimiento hasta la posesión de un bien tan grande; quisiera, en fin, venciendo las dificultades y tropiezos que se oponen siempre a los altos designios, caminar por una senda breve y espaciosa hasta el dichoso término de nuestros deseos.
Sin embargo, señores, la prudencia me advierte que voy a tratar una materia digna de la mayor circunspección. Conozco que el patriotismo tiene también sus ilusiones. Muchas veces su impulso lleva al mal por las mismas sendas que al parecer conducen al bien y a la facilidad; y cuando la prudencia y la observación no son sus guías, anda más cerca de los errores que de los aciertos.
Por lo mismo, solo propondré a nuestra Sociedad aquellos medios de promover el bien de su provincia, cuya utilidad y posible ejecución está indicada por la razón o confirmada por la experiencia. Sin aspirar al título de economista tan apetecido en estos tiempos, expondré sencillamente mis ideas sobre una materia tan provechosa; pero no trataré de adornarlas con el aparato de la erudición y la elocuencia, que no sabrían acomodarse al fácil y sencillo lenguaje de la amistad patriótica.
Para proceder, pues, con orden y claridad, dividiré este discurso en dos partes. En la primera, trataré del espíritu con que debe proceder nuestra Sociedad en sus operaciones, y en la segunda, de los objetos en que debe ocupar su celo y sus tareas. Indicaré en la primera las máximas que debe seguir para que el impulso de estas mismas operaciones venga siempre del deseo de promover la felicidad pública; y en la segunda, los bienes en que esta misma felicidad está cifrada. ¡Ojalá que mis reflexiones puedan conducirla al alto y sublime fin que voy a proponerle!
Parte primera
Máximas que debe observar la Sociedad en su conducta y operaciones
Del verdadero y aparente patriotismo
Si la Sociedad ha de corresponder a su nombre e instituto, no debe admitir en su seno más que a las personas que merezcan el nombre de amigos del país, esto es, a los verdaderos patriotas. El amor de la patria debe ser la primera virtud de todo socio. Pero por amor de la patria no entiendo yo aquel común y natural sentimiento, hijo del amor propio, por el cual el hombre prefiere su patria a las ajenas. Estoy seguro de que esta especie de patriotismo no falta en parte alguna; pero los asturianos lo tienen con más razón, o algunos con más disculpa.
[…]
De la ignorancia y la preocupación
La ignorancia es otro vicio que deben desterrar las Sociedades. Un socio debe procurar aquellos conocimientos que son indispensables para promover el bien del público, pues que esta es una empresa que nunca podrá acabar la ignorancia. No pretendo yo que la Sociedad sea una academia, ni todos sus miembros sabios consumados; pero deseo que el estudio de la economía política haga familiares a la Sociedad y a los socios las buenas ideas de administración y gobierno; sin este estudio se pueden cometer mil errores, y con él se pueden inventar y verificar muy útiles establecimientos.
Al contrario, la ignorancia siempre es ciega. No conoce el bien para seguirlo, ni el mal para evitarlo. Deja de hacer muchas cosas por temor de hacerlas mal, y cuando quiere obrar, ni sabe buscar caminos nuevos, porque no los conoce, ni huir de las sendas comunes y trilladas, porque desconoce los errores y males a que le han conducido. La preocupación, su inseparable compañía, levanta a todas horas el grito contra toda novedad, sin examinar si es útil, y declama continuamente en favor de las máximas conocidas, por más que sean erróneas y funestas. Ambas prefieren el mal conocido al bien por conocer. Finalmente, el vulgo de los ignorantes y preocupados va siempre, según el dicho de Séneca, non qua eundum, sed qua itur [no por donde se debe ir, sino por donde se va].
Del estudio que conviene a los socios
He dicho que quisiera que nuestros socios supiesen la economía política, que es la ciencia del ciudadano y del patriota. Por fortuna esta facultad es accesible a todo hombre que quiera aplicarse a estudiarla, aunque carezca del conocimiento de otras ciencias. Mejor sería que hubiese algunos individuos consumados en ella; pero me contentaré con que haya muchos que conozcan sus elementos y principios, y a quienes no sean extrañas las buenas máximas que enseña, pero repito que sin este conocimiento la Sociedad podrá incurrir en muchos errores perniciosos al bien del público, y aun a su propia estimación.
Como este estudio no ha sido frecuente entre nosotros, creo que haré algún servicio a mis paisanos indicando los libros en que pueden hacerlo. La Sociedad me perdonará esta digresión en favor del buen deseo que me obliga a hacerla.
Digresión acerca de las obras a que se debe hacer este estudio
Para aprovechar en toda facultad es preciso empezar a estudiar sus elementos. Por desgracia no hay libro alguno que reúna completamente los de la economía política; pero mientras su estudio produce unas buenas instrucciones, hay otras obras que puedan útilmente suplir su falta.
Obras elementales de economía civil o política
Yo señalo con preferencia para este estudio el tratado que publicó últimamente el célebre abate Condillac, que anda traducido del francés en las Memorias instructivas de don Miguel Jerónimo Suárez con este título: Del comercio y el gobierno considerados con relación recíproca. Esta es la obra que debería leer y meditar todo socio, y en ella encontrará los principios de la ciencia económica sólida y concluyentemente establecidos. La lástima es que su autor no pudo completarla como había ofrecido. La muerte le arrebató antes que desempeñase esta deuda que había contraído con el público.
El Ensayo sobre el comercio en general, atribuido a monsieur de Cantillon, es digno también de ser leído por los socios. Yo he traducido esta obra del francés hace muchos años ha para mi uso particular, y la hubiera preferido a cuantas conozco si la de monsieur de Condillac, publicada después, no hubiese adelantado mucho en orden y en claridad a la de Cantillon.
También deberán leer los socios la célebre obra del marqués de Mirabeau, intitulada El amigo de los hombres, donde las materias económicas se hallan más abundantemente explicadas. Los que carezcan del conocimiento de la lengua francesa o no puedan hacer un estudio tan detenido, bastará que lean los buenos extractos que ha hecho de esta obra un individuo de la Sociedad Vascongada, y corren ya impresos desde el año anterior.
Pudiera poner aquí una larga lista de los buenos libros económicos que han publicado en el presente siglo los ingleses y franceses; pero mi ánimo no es otro que indicar los más precisos en que nuestros socios deben estudiar los elementos de la esencia económica, porque a los que quieran hacer un estudio más profundo les será muy fácil hallar estas obras, que andan en manos de todos los curiosos.
Obras económicas de autores españoles
Pero sobre todo deberían leer los socios las obras de nuestros economistas españoles, porque en ellas hallarán tratadas las materias económicas con respecto a los intereses de nuestra nación.
Entre ellas el Navarrete, el Moncada, el Argumosa, el Uztáriz, el Ulloa y el marqués de Santa Cruz, son de un precio inestimable. Las de Álvarez Osorio y Martínez de la Mata, publicadas e ilustradas por nuestro conde de Campomanes, son tanto más provechosas cuanto las notas de este sabio asturiano descubren los errores políticos y las falsas máximas que dominaron alguna vez entre nosotros y andan mezclados en aquellas obras a la más útil y sólida doctrina.
Tampoco puedo dejar de recomendar estrechamente a mis consocios la lectura del Proyecto económico de don Bernardo Ward, cuya publicación se debe también al celo de nuestro Campomanes por el adelantamiento de estos estudios. Es obra llena de noticias y conocimientos muy estimables.
La lectura de los extractos y memorias que han publicado las Sociedades del País Vascongado, de Madrid y Sevilla, será tanto más útil cuanto en ellas hallarán nuestros socios no solo muchos discursos sabios, sino también frecuentes ejemplos de los esfuerzos que hace el patriotismo por promover la felicidad pública en todas las provincias.
Obras del ilustrísimo Campomanes
Acaso me acusará ya la Sociedad de que no propongo a sus individuos la lectura de otras obras económicas de nuestro consocio el ilustrísimo Campomanes. Pero yo reservaba para este lugar hacer memoria de sus sabios discursos y apéndices sobre la industria y sobre la educación popular, obras excelentes a quienes España deberá algún día su esplendor y su prosperidad, y a quienes deben ya su existencia tantos cuerpos patrióticos, tantas escuelas públicas y tantos establecimientos útiles, que son las más seguras prendas de esta misma prosperidad. ¡Ojalá me fuera lícito hacer el elogio de las máximas contenidas en estos escritos! ¡Ojalá que arrebatado del entusiasmo que inspiran la amistad y el patriotismo, pudiese profetizar a España los bienes que están cifrados en la observancia de estas máximas! Pero la modestia de su autor me obliga a guardar silencio, y la prudencia me dice que el tiempo de gloria y de celebridad no ha llegado a su sazón todavía.
Las respuestas fiscales de este mismo autor sobre el libre comercio de granos y sobre la preferencia de la agricultura a la cría de ganados trashumantes, que andan impresas, son dignas también de ser generalmente meditadas y leídas. En ellas verán los socios combatidos dos viejos errores que fueron tanto más funestos a España cuanto estaban más autorizados por sus leyes. Gracias a Dios que hemos desterrado de entre nosotros el primero, y que vamos a ver levantada una barrera contra los daños con que nos amenaza el segundo.
Estas obras, que deberán ser frecuentemente repasadas por nuestros socios, harán que las resoluciones de la Sociedad procedan de unos mismos principios y se funden sobre unas propias máximas. Es posible que algunos individuos, envueltos en graves ocupaciones o dedicados a otros estudios, no puedan o no quieran gastar el tiempo en la lectura de tantos libros; pero en tal caso convendrá que tengan bastante docilidad para las ideas de los más instruidos en la economía civil. Si así no sucediere, si hubiere alguno que obstinadamente pretenda que sus preocupaciones se prefieran a los más cuerdos dictámenes, la Sociedad deberá dejarle en su error, y mirarle antes con compasión que con desprecio. Tales gentes hallarán luego en su conducta el desengaño o el castigo de sus errores, porque cuando la ignorancia levanta el grito contra la ilustración, y creyendo insultarla la señala con el dedo, el hombre moderado la mira con lástima, pero todos los demás con odio y menosprecio.
[…]
Parte segunda
De los objetos en que la Sociedad debe ejercitar su celo y sus tareas
Después de haber manifestado las máximas a que debe arreglar la Sociedad su conducta, diré lo queme ocurre acerca de los objetos en que debe emplear su celo y sus tareas. Esta parte de mi discurso sería mejor desempeñada por cualquier otra persona que conociese más bien que yo la situación actual del Principado de Asturias, porque, habiendo salido de él en la edad de catorce años y no habiendo vuelto a verlo, sino muy de paso, es preciso que me falten muchas noticias sin las cuales apenas podré fijar mis ideas en un punto que está tan enlazado con su actual constitución. Sin embargo, yo aventuraré algunas reflexiones para que la Sociedad las medite y las enmiende. Como busco el bien de mi patria con ánimo puro y desinteresado, nada me detendrá en la exposición de mis ideas; y si en el conjunto de ellas hallase la Sociedad alguna que pueda contribuir al bien de mis paisanos, me daré por bien pagado de cualquiera fatiga.
[…]
Conclusión
Aunque los objetos que hemos recorrido sean los que más influyen en la felicidad de un país, quisiéramos que el nuestro aplicase su atención a otros sin cuyo auxilio nunca podrán verlos primeros debidamente promovidos.
La educación de la nobleza es un artículo de grandísima importancia, porque de esta clase esperamos que salgan con el tiempo los celosos e ilustrados patriotas que trabajen más útilmente por el bien de nuestra patria. Un seminario, erigido sobre los mismos principios que el que tiene a su cargo en Vergara la Sociedad Vascongada, llenaría del todo nuestros deseos. La educación doméstica, generalmente hablando, nunca podrá dar la copia de conocimientos y buenas máximas que proporciona la de un colegio, donde la abundancia e instrucción de los maestros, el método uniforme de la enseñanza, el recogimiento, la emulación, el buen ejemplo y otros bienes de que carece la educación solitaria y libre de las familias, contribuyen considerablemente al aprovechamiento de los jóvenes.
No sería menos importante un colegio de niñas nobles para los mismos fines. La primera educación se recibe siempre de las madres, a cuyo cargo corren los niños hasta cierta edad: esta educación será perfecta cuando las madres la hayan recibido tal. La utilidad de este establecimiento sería tanto mayor cuanto la falta de medios u otras razones no permitirán a muchos padres enviar a sus hijos al seminario, y entonces es indispensable que las madres tengan también mucha parte en la educación doméstica que se ha de dar a estos niños. Estos dos colegios adelantarían considerablemente la instrucción general de la nobleza, y puestos al cuidado de la Sociedad, nadie debería dudar del buen desempeño de los maestros, directores encargados de la enseñanza.
Pero sobre todo convendrá que se promuevan en Asturias los buenos estudios, y, especialmente, el de aquellas ciencias que se llaman útiles por lo mucho que contribuyen a la felicidad de los estados. Tales son las matemáticas, la historia natural, la física, la química, la mineralogía y metalurgia, la economía civil. Sin ellas nunca podrá perfeccionar debidamente la agricultura, las artes y oficios, ni el comercio.
Las escuelas patrióticas y otros establecimientos pertenecientes a la enseñanza del pueblo son así mismo de muy grande utilidad. Este punto está demostrado por nuestro sabio compatriota, a cuyo excelente Discurso sobre la educación popular nos remitimos.
Todos estos objetos deben ocupar continuamente a la Sociedad, para que pueda influir en el bien de la provincia donde está erigida.
Acaso dirá alguno que este montón de máximas y este plan de operaciones económicas que le propongo no harán otra cosa que mostrarle un camino inaccesible a sus fuerzas, y donde no podrá subir por falta de libertad y de auxilios. ¿Qué pueden hacer las Sociedades, se dice, en favor del público, sin autoridad para mandar, sin fondos para establecer, sin medios ni arbitrios para fomentar ni adelantar?
Esta es una cantilena que se oye a cada paso; pero si hablamos de buena fe, ¿quién negará que la ignorancia y la pereza le dan el tono?
Es verdad que estos cuerpos no tienen autoridad alguna; ¿pero quién ha dicho que la autoridad es necesaria para instruir, animar y representar?
Las Sociedades pueden instruir trabajando continuamente en los objetos de la pública utilidad, haciendo manifiestas sus observaciones y descubrimientos por medio de las memorias que deben publicar de tiempo en tiempo. Pueden también animar, no solo con exhortaciones y ejemplos, sino con auxilios y socorros que ni siempre consisten en dinero ni exigen inmensas cantidades.
Cuando hayan adquirido la confianza universal, deben esperar que el celo de sus individuos, la caridad de los eclesiásticos, la generosidad de los buenos patricios, les provean de lo necesario para estimular con premios y socorros no solo a los colonos y artesanos, sino también a cualquier asturiano que sea digno de alguna recompensa por su celo, por su aplicación o por sus buenas costumbres.
Pero cuando esto faltase, ¿quién duda que la Sociedad puede representar al Gobierno sobre los objetos de pública utilidad? ¿Y quién dudará de la protección que este mismo Gobierno les concede, bajo los auspicios de un monarca que las ha creado, que es el padre de sus pueblos y el primer amigo de todas sus provincias?
Finalmente, las Sociedades nunca necesitarán de otra autoridad que la confianza pública. Cuando por su conducta las hayan merecido, su voz será oída y respetada, sin ministros ni riquezas, podrán influir en el bien de los pueblos por los sencillos y eficaces medios, cuya distribución está en manos del celo y el patriotismo.
Plegue a Dios que la nuestra, penetrada de estas virtudes, imbuida de las máximas que le hemos propuesto, y trabajando constantemente en adelantar los objetos que le representa este discurso, convenza algún día a España y a todo el mundo que la abundancia, la riqueza y todos los bienes en que está cifrada la felicidad de un estado pueden deberse al celo y al patriotismo de los amigos del país.
Madrid, 22 de abril de 1781.
Sx

Referencia: 14-256-01
Página inicio: 1256
Datación: 22/04/1781
Página fin: 1266
Lugar: Madrid
Estado: publicado