Apéndice II. Informe para la visita pública del Imperial Colegio de Calatrava de Salamanca

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Señor:
Cuando yo me presenté en Salamanca a ejecutar las respetables órdenes del Consejo, estaba persuadido de que los estudios del Imperial Colegio de Calatrava formarían el único objeto de mi cuidado, y que mis tareas, empleadas principalmente en ellos, solo tratarían de suplir los defectos de la enseñanza pública por medio de los pasos y ejercicios domésticos.
Pero las visitas pública y secreta del colegio que emprendí desde luego, abrieron otros objetos a mi atención, y cuando la volví a todos los que eran capaces de reforma, acabé de conocer que para desempeñar cumplidamente mi encargo debía refundir o más bien crear de nuevo todo el gobierno de esta comunidad.
En efecto, la hacienda del colegio estaba a mi llegada en el mayor atraso y desorden. Reducida a una escasísima contribución del convento; distribuida entre los colegiales por cuentas separadas; excluidos de su participación pasantes y porcionistas; suspendidos no solo la anticipación, sino también los pagos corrientes de los tercios; alcanzado el convento en casi 5000 ducados; viviendo el colegio de prestado y apurados ya todos los recursos, puede decirse que había llegado el punto de desampararle y cerrar sus puertas.
No era mejor el estado de la disciplina. Olvidadas las primitivas constituciones; admitidas en su lugar unas ceremonias absurdas y contrarias a su espíritu; introducidos con ellas los abusos y licencias, autorizados con el ejemplo de otros colegios militares; uniformado este y aquellos con los demás Institutos literarios de ancha y secular disciplina; en una palabra, corrompido y secularizado del todo su Instituto y gobierno, apenas había quedado un artículo institucional que no clamase por la reforma.
Nada diré del estado de su literatura. El colegio mismo, dando el generoso ejemplo de confesar de plano su atraso y decadencia, le describió con colores bien vivos en el plan de reforma que anda con este expediente, y los clamores del Consejo en la consulta que dio ocasión a esta visita prueban muy bien que no era este objeto el menos digno de remedio.
La inmediata observación de estos males, nacidos de causas añejas y remotas, pero todavía existentes a pesar de los esfuerzos que hizo el último rector por desterrarlas, puso a mis ojos la verdadera situación del colegio, y al mismo tiempo que me prestó toda la dificultad del encargo fiado a mi celo, me convenció de que solo podría desempeñarle dignamente subiendo al origen del mal y extendiendo la reforma a todos los objetos capaces de recibirla. En suma, me movieron a formar, para su gobierno ulterior, un nuevo reglamento que abrazase toda la disciplina económica, institucional y literaria de esta Comunidad.
Tal es el que presento al Consejo con los autos de visita pública. Su título I se extiende a cuanto pertenece a la nueva dotación del colegio; su recaudación, su inversión y su cuenta y razón. El II comprende la clasificación de los individuos que deben componer el colegio, según el nuevo plan, y los derechos y obligaciones de cada uno, ya considerados en cuerpo y formando comunidad, ya en particular y separados, y ya como oficiales encargados de alguna parte del gobierno. Y el título III abraza todos los objetos de la enseñanza privada y doméstica, combinada con los estudios públicos de la universidad; los pasos y ejercicios literarios diarios, dominicales, semanales y de oposición o concurso; los exámenes públicos y privados de fin de año; la censura literaria y moral de los individuos, y los premios y castigos que deben servir de estímulo y freno a su conducta.
Por más que nada haya dispuesto en todos estos puntos sin un maduro y detenido examen; que me haya valido de cuantas observaciones y noticias podían asegurar el acierto; que haya buscado el auxilio y consejo de cuantos podían ilustrarme y dirigirme; que haya tratado y conferenciado frecuentemente con teólogos, canonistas y humanistas del mayor crédito, con individuos del colegio y de fuera de él, con maestros y discípulos de la universidad y, en fin, que haya leído, oído, preguntado y consultado, siempre desconfiando de mis luces y deseando aprovechar las ajenas, estoy muy lejos de creer que mis opiniones sean infalibles y solo les daré algún aprecio cuando hayan recibido la sanción del Consejo.
Sin embargo, como para el arreglo de algunos puntos que abraza el Reglamento haya tenido yo razones particulares que la naturaleza decretoria de este escrito, en que no cabía el raciocinio sino con mucha parsimonia, no permitió extenderme en él, lo haré en este informe, pidiendo para ello socorro a mi memoria, por no ser fácil tener a la vista todos aquellos que a boca y en el curso mismo de la lectura podrían ocurrir y merecer particular explicación.
En el capítulo I del título I, en que se trata de la contribución del convento, hallará este tal vez algún reparo que yo debo desvanecer anticipadamente para que no ofrezca alguna detención al Consejo.
El decreto de S. M. determina que el colegio goce en lo sucesivo de 3000 ducados de dotación además de la que percibía anteriormente, y esto es lo que me ha servido de regla para calcular la que ha quedado señalada en el Reglamento. Mas como la antigua contribución fuese proporcionada al número de individuos que iban al colegio, a cada uno de los cuales abonaba el convento cierta dotación a título de alimentos y vestuario, de ahí es que, aumentado por el mismo real decreto el número de estos individuos de ocho a catorce, resultase que el convento contribuirá mucho más que antes, o lo que es lo mismo, que el colegio no solo gozará del aumento consignado sobre las rentas de la casa, sino también de mayor cantidad de la que percibía de ella en el pie antiguo. Cuatro razones, sin embargo, podrán desvanecer cualquiera reclamación que el convento opusiere sobre este punto: 1.ª, que los 3000 ducados concedidos por S. M. para aumento de dotación del colegio fueron añadidos a la que antes gozaba, y percibiendo este, tanto en el pie antiguo como en el presente, una suma igual por cada individuo de los que recibía y recibirá, es claro que la disposición del Reglamento se halla contenida en la de S. M. 2.ª, que sin embargo de este aumento, la contribución del sacro convento siempre será proporcionalmente la misma, pues no vacando los hábitos por el paso de los conventuales a Salamanca, como ya no vacarán, es claro que cuantos más individuos estén en el colegio, tantos menos habrá que mantener en la casa. 3.ª, que en este sentido el convento contribuirá menos, porque siendo mucho más lo que gasta en mantener un conventual que lo que abona a un colegial, es claro que tanto menos contribuirá cuantos más individuos mantuviere en el colegio. Y 4.ª, que el colegio no podrá absolutamente subsistir a no entenderse la contribución del convento como el Reglamento dispone, porque después de reducidas las raciones y gastos a lo puramente preciso y regulado su importe sobre los precios más bajos de los frutos, resulta que en el plan de dotación e inversión el recibo y el gasto están casi casi a un nivel, como podrá ver el Consejo en los estados puestos al capítulo II del título I del Reglamento.
La simplificación de las cuentas me ha parecido de la mayor necesidad, porque mudando frecuentemente de mano la administración de la renta de semejantes comunidades y cayendo muchas veces en personas de más fidelidad que inteligencia, nada es tan importante en ellas como el establecimiento de un método claro, sencillo, fácil de ejecutar y accesible a la comprensión de todos. Por esto suprimí las bolsas separadas y las cuentas particulares, reduciéndolas a una y general; por esto convertí en ciertas y anuales las contribuciones eventuales e inciertas; por esto suprimí el cálculo por maravedises; por esto, al mismo tiempo que establecí los manuales separados para no perder de vista el gasto de cada objeto, los reduje todos a unidad por medio de los estados diarios, mensuales y anuales, y por esto, en fin, reuniendo en el rector y consiliarios la vigilancia de cada objeto, separadamente encargada a los colegiales veedores, ofrecí en mi método un aprendizaje a los segundos para pasar más instruidos al cargo de los primeros.
A esto se reduce, en suma, mi plan de administración.
En el de disciplina doméstica se notará acaso la conservación de la conventualidad a los regentes, porque siendo el empleo de estos perpetuo, podrá quejarse el convento de que se le prive para siempre de dos hábitos o plazas, disminuyendo más y más el número de individuos residentes en él. Dos razones, sin embargo, me obligaron a tomar esta providencia: una, el parecerme cosa dura tener por acomodado a un individuo de orden, graduado en Salamanca, sin más dotación que la de 300 ducados, y otra, que siendo muy laborioso el empleo de regente y debiendo temerse por lo mismo que a cierto tiempo desee alguno liberarse de sus obligaciones retirándose al convento, fuera más duro todavía cerrarle sus puertas o recibirle en él más como huésped que como hijo suyo. El Consejo, no obstante, podrá pesar con su sabiduría unas y otras razones para tomar el partido que juzgare más justo.
La creación de los dos empleos de archivero y analista no me parece que necesita apología. Debiendo haber archivo en el colegio, como estaba anteriormente mandado, era preciso señalar persona que le cuidase y aun prescribir reglas fáciles y sencillas para desempeñar este cargo. Por esto se han establecido las que contiene el Reglamento en el título correspondiente a este oficio.
Las señaladas para el analista difícilmente se cumplirán en todas sus partes; pero no es difícil y es necesario que se cumplan en alguna, y esta, por lo menos, se logrará. Y si por buena suerte el nuevo plan produjese sujetos capaces de llenar toda la idea de este establecimiento, el Consejo no puede desconocer cuánto contribuirá, andando el tiempo, a ilustrar las Memorias del colegio y de la Orden de Calatrava.
También juzgué necesario arreglar las funciones del oficio de bibliotecario, que a mi juicio tienen no poca relación con la reforma de la disciplina doméstica. Nada conduce tanto a fomentar el gusto y la afición a los buenos libros como la frecuentación de una biblioteca en que abunden. Hasta ahora, la facultad de sacar a los cuartos los libros del colegio, hizo que se mantuviese perpetuamente cerrada, y aunque la pérdida no fuese muy grande, porque, a la verdad, hay en ella poco bueno como verá el Consejo en el cuaderno de inventarios que anda con la visita pública, he creído muy conveniente inclinar a los colegiales a concurrir frecuentemente a ella por los medios que verá el Consejo en el título II del Reglamento al artículo del bibliotecario.
Es verdad que esto servirá de poco mientras la biblioteca no sea lo que debe ser. Con esta idea dejé establecido que se pagasen 2000 reales anuales en compra de libros, dotación que sería muy suficiente si estuviese ya surtida de las obras grandes y precisas, pero que juzgo escasa y pobre si se ha de surtir con ella de obras tan costosas. Una o dos políglotas, una buena colección de Concilios y Padres, consumirían la renta de muchos años. Por esto, en el mandato de visita correspondiente a este objeto, me reservé informar al Consejo sobre los medios de dotarle competentemente.
No hay que pensar en agregación de encomienda, o porque este camino está ya demasiado trillado, o porque no se puede entrar en él con esperanza de llegar al fin. El convento se halla ya bastante gravado. Los tesoros tienen muchos y muy recomendables objetos a que atender, y los nuevos colegiales, que por lo común serán pobres, difícilmente podrán contribuir más de lo que expresa el Reglamento. Es, pues, muy difícil hallar un medio fácil y suficiente para completar esta dotación. Sin embargo, el que propone el rector de imponer una contribución en favor de la librería del colegio a los caballeros que entrasen de nuevo en la Orden, me parece aceptable y que cabe en la facultad del Consejo.
Pero este medio será, a mi juicio, de poco rendimiento, pues aunque esta contribución se eleve a 300 reales, suponiendo que un año con otro tomen el hábito de Calatrava cinco caballeros, solo producirá 1500 reales.
Por esto me ha parecido que podría señalarse otra tanta cantidad sobre el tesoro de la misma Orden y por solo el tiempo de veinte años, en favor de la librería, para constituir una renta de 3000 reales; con este fondo se pueden comprar al fiado los libros de surtimiento preciso, como se hizo para la Casa de San Marcos, a pagar a razón de 3000 reales en cada un año. Así que en el espacio de veinte podrá pagar el colegio 60 000 reales de libros, sin perjuicio de ir destinando anualmente los 2000 reales de su dotación ordinaria a las suscripciones, compras de obras nuevas, surtimiento de muebles y otros objetos que fueren ocurriendo.
Para este caso y el de que el Consejo se dignare aprobar mis ideas, el señor ministro que se nombrare, conforme a definiciones y al Reglamento, para intervenir en la compra de libros, podrá formar, con acuerdo del rector, las listas que juzgare convenientes y arreglar la inversión sucesiva de la dotación ordinaria con grande utilidad del colegio y bien de sus estudios.
El establecimiento de la mesa de trucos me ha parecido no solo conveniente y útil, sino en cierto modo necesario, y además de esto me he determinado a hacerle: lo primero, porque el ejemplo de otras Comunidades de estrecha disciplina, que tienen sin inconveniente esta diversión, aleja cualquiera reparo que podía oponerse; lo segundo, porque este entretenimiento es, a mi juicio, el más honesto, más inocente y más provechoso que puede admitir una Comunidad de jóvenes dados al estudio; y lo tercero, porque habiendo cercenado las salidas de los colegiales aun por las tardes, era preciso subrogar dentro de la casa alguna recreación que les hiciese llevadero tanto retiro.
Esta reducción de las salidas me ha parecido un punto muy importante de la disciplina del colegio, y como tal ha ocupado muy particularmente mi atención.
La antigua libertad de salir no solo servía de alimento, sino también de incentivo a la pereza y desaplicación; era causa de muchas distracciones que empezaban en entretenimiento y acababan en daño y relajación de costumbres, y era el único origen de cierto espíritu de secularidad que destruía de todo punto el de la profesión religiosa de los colegiales, saliendo a todas horas, mezclados siempre con sus discípulos y camaradas, ya en la universidad, ya fuera de ella, presentándose continuamente en calles y plazas, en visitas y paseos, y tratando y viviendo con ellos lo más del día; ¿cómo podría evitarse una infección que la profesión y la edad hacían más contagiosa?
Aun por esto he creído también necesario hacer alguna alteración en el hábito de los individuos del colegio. El que se usa de ordinario es ya un uniforme poco a propósito para conciliar el respeto, porque, salvas ciertas diferencias accidentales, es uno mismo en todos los Institutos literarios para nuevos y antiguos, para jóvenes y ancianos, para maestros y discípulos. Así que, componiéndose por la mayor parte los colegios de gente joven, la idea que entra por los ojos a la vista del traje se compone de la que inspira la conducta de los más que le llevan. Por esto nada desdice ya en el porte público del hábito de un colegial, a cuya sombra los viejos pueden andar y vivir como los mozos, y los mozos como cualquiera manteísta, sin que unos y otros hallen en la santidad de su traje aquel saludable freno que tanto recomienda y tanto detiene a los que siguen la profesión religiosa en otros Institutos.
Para obviar estos inconvenientes he señalado al rector, regentes y catedrático de humanidades, el hábito de San Pedro. He depositado en aquel la facultad de permitir su uso a los licenciados y sacerdotes, y le he exigido de todos por punto general para las salidas que se permiten de noche, deseosos de desterrar al mismo tiempo el uso de la capa, y con él otro motivo de distracciones y excesos que no se ocultará a la penetración del Consejo.
Finalmente, para hacer la guerra a toda especie de desorden, establecí la censura moral, que no distando de los informes de semestre exigidos por las Definiciones, los hace más seguros, aun sin ser tan repetidos. Yo espero además de este establecimiento tanta mayor utilidad cuanto será menor el riesgo de que se introduzca en la censura moral la acepción de personas a que están expuestos los informes, porque la graduación solemne y progresiva de la conducta de cada individuo, su combinación con la del mérito literario y la inclusión de una y otra en la matrícula anual de todos, apenas dejarán resquicio alguno abierto a la afección personal ni al espíritu de partido.
Tal es, señor, el plan de disciplina que abraza el título II del reglamento. Para hablar del de enseñanza contenida en el título III, sería menester más ocio del que tengo en el día. Por fortuna, esta parte del reglamento se ha extendido con mayor detención, y necesita, por lo mismo, de menos comentario. Sin embargo, no dejaré de amplificar mis ideas en uno u otro punto, en que acaso distarán de las que están comúnmente recibidas.
Lo que aparece desde luego en mi plan es haber sobrecargado en demasía la enseñanza doméstica, extendiéndola a objetos que apenas caben en la más estrecha distribución del tiempo. Yo no esconderé al Consejo que este justo reparo, sentido por mí desde el principio de mi trabajo, y que a cada línea, a cada palabra detenía mi pluma, me causó la mayor angustia al extender el Reglamento. Sin embargo, yo no tengo por absolutamente imposible la ejecución de mi plan.
Ya dijo el célebre benedictino Mabillon que es incalculable el progreso que pueden proporcionar en los estudios de una Comunidad la exactitud del método, la continua aplicación y la buena distribución del tiempo dado a ellos, y si en este punto me hallo todavía desconfiado y temeroso, mi desconfianza no viene ciertamente del método, sino de los que deben ejecutarle.
Por otra parte, el día de la reforma de los estudios públicos no puede estar distante, y el plan interino, imperfecto e incompleto de la universidad, debe ser entonces subrogado por otro, que si ha de ser bueno no distará de los principios del mío. Cuando esto se verifique, la combinación de la enseñanza pública y la doméstica estará hecha y los colegiales tendrán tanto menos que trabajar en casa cuanto más y mejor trabajaren en la universidad, de forma que la primera sea solo un complemento de la segunda. ¿Cuánto más exige de maestros y discípulos el excelente plan de la Universidad de Coímbra, y, sin embargo, ha merecido en toda Europa la aprobación y la alabanza de los doctos?
Estas consideraciones me han obligado a cerrar los ojos y, dando más a mis deseos que a mis esperanzas, he señalado todos los estudios que me han parecido indispensables para completar una buena enseñanza elemental de las ciencias eclesiásticas; persuadido, por otra parte, a que si al principio se lograsen buenos maestros y estos abrazasen con celo el desempeño de su encargo, no dejará de lograrse la mayor parte de lo propuesto, siendo constante que a veces conviene exigir mucho para alcanzar alguna cosa.
Desde luego se puede prometer el Consejo que un buen catedrático podrá completar en la mayor parte el plan de humanidades según la forma prescrita, pues libres los colegiales de la asistencia a cátedras, así como de la pensión de tomar de memoria largas lecciones, la lectura privada y reflexiva de los buenos modelos, la repetida explicación de las bellezas de su estilo, según la división de épocas establecida y el continuo y largo ejercicio de los pasos domésticos no pueden dejar de inspirarles aquel buen gusto que es el primero y acaso el único objeto de este estudio.
Es posible que en el transcurso de un año no se puedan correr tantos autores como se citan en el plan; mas no por eso se defraudará el fruto de la buena enseñanza, puesto que el paso y ejercicio sobre dos o tres modelos de cada género de decir bastarán para hacer todas las explicaciones que pide el estudio de las bellas letras, y que analizando después en los ejercicios semanales y comunes los que no se hayan explicado en los pasos particulares, llegará el tiempo de que unos y otros sean no solo conocidos, sino también familiares entre todos los individuos del colegio.
Me ha parecido agregar a este estudio el paso dominical sobre la Santa Biblia y ponerle a cargo del catedrático de humanidades antes que al regente de teología, no solo porque este paso, como enuncia su título, es más un ejercicio de lectura que una enseñanza elemental de la escritura sagrada, sino también por no sobrecargar con tanto peso las graves funciones del maestro de teología.
En el plan de esta facultad, el mayor cargo impuesto a los colegiales es, a mi juicio, el estudio de un tomo del curso Lugdunense en cada uno de los seis primeros años del círculo teológico; todo lo demás se ha de deber a las explicaciones del regente. El Consejo notará que en los estudios preliminares y subsidiarios de la teología no se exige de los jóvenes que tomen de memoria cosa alguna. La lectura reflexiva de las obras señaladas, que no pide mucho tiempo, y las continuas conferencias de los pasos, ayudadas de la exposición y luces del regente, deben infundir estos conocimientos tan importantes para el teólogo, que pueden adquirirse fácilmente y serle en gran manera útiles, aun cuando no salga profundo en ellos.
Pero el estudio del curso Lugdunense, que tampoco se llevará de memoria, excepto las autoridades, me ha parecido del todo indispensable, porque la teología que se lleva en la universidad no es capaz de producir un teólogo mediano, como está indicado en el plan. Los artículos mandados suprimir por orden superior en la Suma de Santo Tomás componen las dos terceras partes de ella. No es, pues, posible que un tercio solo de esta obra, que por otra parte tiene los defectos indicados en el Reglamento, instruya suficientemente a un teólogo en los principios de su facultad. Por el contrario, la doctrina del Lugdunense, además del esmero con que se extendió, corrigió y perfeccionó, tiene en su favor la aprobación de nuestros mejores teólogos. No hay hombre sensato de esta profesión que no haya leído y no tenga y aprecie estas instituciones; andan ya en manos de todos los jóvenes; son conocidos y estudiadas no solo en Salamanca, sino también en Valladolid y Alcalá, y querrá Dios que nuestro gobierno acabe de acordar su estudio en todas las escuelas públicas, como está propuesto al Consejo por la Junta de Recopilación, para que de una vez se perfeccione entre nosotros la enseñanza de la primera de todas las ciencias.
La de los cánones debe ofrecer en mi plan mayores y más justos reparos, porque ciertamente es aquella en que están más sobrecargados el maestro y los discípulos. Pero ¿cómo podría evitarse este inconveniente siendo tantos y tan varios los conocimientos que debe abrazar esta enseñanza? Como a la de los cánones debe preceder la de ética, la del derecho natural, público, romano y patrio, y como estas facultades no pueden adquirirse sin un gran número de conocimientos preliminares y subsidiarios, era imposible reducir las distribuciones a términos más estrechos. Mi máxima ha sido señalar todo aquello que debe saber un buen canonista, para que de ello enseñe el regente cuanto el tiempo y las asignaturas del estudio público le permitieren, y aliviar al mismo tiempo a los discípulos disminuyendo los estudios de memoria en razón de lo que aumentaban las lecturas y conferencias. En este sentido mi plan no es tanto para los discípulos cuanto para los mismos maestros, y en verdad que cuando estos se hallaren dotados de los conocimientos que abraza y se aplicaren a darlos ordenada y sistemáticamente, aprovechando bien el tiempo de los pasos, los días de asueto y las vacaciones estivales, bastaría una regular aplicación en los discípulos para que se completase esta enseñanza en todos sus números.
Nada diré al Consejo ni acerca del método de los ejercicios domésticos, ampliamente detallado en el Reglamento, ni en favor del establecimiento de los exámenes anuales públicos y privados, que recomienda suficientemente su misma necesidad o, por lo menos, su grande y experimentada utilidad; solo añadiré que en el método de las oposiciones a colegiaturas de número he seguido las ideas propuestas al Consejo por el reverendo prior de Uclés en su informe acerca de los estudios de Salamanca. Este método se halla ya establecido en los Estudios Reales de San Isidro y merecía ser adoptado en todas las escuelas públicas. Tentado estuve a prescribirle también para la oposición a las regencias y cátedra del colegio; mas como esta debe hacerse a presencia del Consejo, me ha parecido que, aunque perteneciente al plan y por lo mismo a mi comisión, debía dejarla enteramente a su arbitrio. No por esto ocultaré mi ardiente deseo de que el Consejo la establezca sobre el mismo pie, por estar convencido de que nunca será menos factible la prueba de suficiencia de los opositores que cuando se examine por este método. ¡Ojalá que se resuelva también a extenderla aun a los concursos a curatos! Acaso entonces no triunfara tantas veces la destreza en la esgrima literaria de la verdadera y sólida instrucción, como sucede en el método común de las universidades, generalmente adoptados por los prelados e iglesias para los concursos.
A pesar de todo lo dicho acerca de mi plan, estoy tan lejos de presumir que he llegado a la perfección, que ruego muy humilde y encarecidamente al Consejo aplique todo su celo y toda su sabiduría a corregirle y mejorarle. Protesto con toda verdad haber dado a este objeto no solo toda mi atención y todas mis luces, sino también cuantos auxilios he podido adquirir, ya por medio de una continua lectura y meditación, ya por el consejo y trato de las personas más doctas de Salamanca. Pero la obra es tan difícil, tan importante, tan digna de la atención del Consejo, que ningún desvelo consumido en corregirla y perfeccionarla debe parecer ocioso ni sobrado.
Cualquiera que sea el estado de perfección a que llegue este plan, el Consejo debe persuadirse de que su ejecución, en la parte de estudios así como en la disciplina, depende enteramente de dos puntos cardinales, a saber: de la aptitud de los regentes y del celo del rector que deben entender en ella, y en este punto, digno también de su atención, no puedo dejar de manifestarle abiertamente mis ideas.
No hay actualmente en la Orden de Calatrava sujeto capaz de servir la cátedra de humanidades. Siendo, pues, necesario buscarle fuera de ella, he tomado cuantas noticias me han sido posibles para dar con uno que reuniese la instrucción y dotes convenientes para este objeto. No le hallé en Salamanca, porque los buenos humanistas de allí están ocupados en las cátedras de la universidad; que uno solo que yo juzgaría muy a propósito, don Dámaso Herrero, sobre tener destino en el Seminario Conciliar, se halla en próxima proporción de ascender a la cátedra de prima de la misma, que está actualmente consultada.
En esta perplejidad se me dio noticia de que el padre Cayetano Sixto, de las Escuelas Pías de Lavapiés, podría acomodarse al desempeño interino de esta cátedra. Procuré informarme de su instrucción, de su carácter y sus costumbres, y las noticias adquiridas correspondieron plenamente a mis deseos. Hice, en consecuencia, varias diligencias para facilitar su paso a Salamanca, primero con buenos anuncios y al fin con mal suceso.
El excelentísimo señor duque presidente, de cuyo celo y autoridad me valí para esta solicitud, podrá informar al Consejo de lo que hubo en ella y de su estado actual.
Yo no pierdo aún las esperanzas de lograr este sujeto. Entretanto, será bueno encargar al rector de Calatrava que busque otro para asistir interinamente al paso de humanidades. Don Dámaso Herrero, de quien hablé arriba, será muy a propósito, pues aun cuando haya obtenido cátedra en la universidad, siendo por poco tiempo, bien podrá regirlas entrambas. Con estos se dará tiempo a que Sixto se halle en libertad, y entonces convendrá que el Consejo le confiera esta cátedra, no por tiempo determinado, sino por el de su voluntad, pues cuando haya en la Orden buenos humanistas dejaría de ser justo que la ocupe un extraño. Entonces se deberá publicar el concurso y darla en propiedad al que se acreditare más digno de ella.
Harto más difícil me ha parecido proveer a la pasantía de cánones. El licenciado fray Francisco Ibáñez de Corvera, rector actual, era el único capaz de llenarla dignamente, por su buen gusto en los estudios, por la extensión de sus conocimientos, por su continua aplicación y retiro y, sobre todo, por su ardiente deseo de mejorar la enseñanza del colegio. Pero este digno sujeto se ha empeñado en renunciar la regencia, y lo ha hecho por representación de 10 de julio último, sobre lo cual he informado yo al Consejo desde Salamanca en 17 del mismo mes, lo que constará en el expediente formado acerca de este punto. Si Ibáñez continuara en el rectorado, como juzgo indispensable, ciertamente que ya no podrá desempeñar ambos empleos, atendida la nueva planta. Por esto, admitida su renuncia, no queda ya quien la pueda servir, a lo menos por ahora.
El huésped don José de la Vega Celis es, sin disputa, después de Ibáñez, el más benemérito del colegio y aun de la Orden, pero aún este necesita trabajar y aplicarse mucho para desempeñar dignamente las nuevas funciones de este importante encargo, y así se me ha prometido hacerlo. Lo que digo acerca de este sujeto y de otros en mi informe secreto a que me remito, y lo dicho desde Salamanca en mi citado informe de 17 de julio, que reproduzco aquí, convencerá al Consejo de la necesidad de buscar un regente de fuera de la Orden para establecer en el colegio el nuevo plan de enseñanza de los cánones.
Con esta mira busqué en Salamanca a un profesor, no acomodado, capaz de llenar las obligaciones de este encargo, mas no encontré alguno que fuera conforme a mis ideas. Esto me determinó a suplicar al doctor don José Mintegui, natural de San Sebastián, colegial que fue en el Mayor de San Bartolomé, y hoy catedrático de instituciones canónicas en la universidad, que se encargase por algún tiempo de dirigir esta enseñanza en el colegio; y, a decir verdad, di este paso con pocas esperanzas de conseguir su anuencia. Este sujeto es, a mi juicio, el primer canonista de la universidad. Hombre de buen gusto, de grande aplicación, de profundos conocimientos, de una modestia rara y admirable y de un celo increíble por el mejoramiento de los estudios públicos. Hombre, por otra parte, muy retirado, ajeno de ambiciones y, si no rico, por lo menos de suficientes conveniencias. ¿Cómo podía yo prometerme que tomase sobre sí carga tan pesada?
Sin embargo, le busqué por donde era más accesible. Le hice presente la gloria que ganaría en concurrir a un establecimiento tan útil. Le representé la absoluta necesidad que teníamos de sus luces y auxilios. Le aseguré que sería tratado con la mayor consideración y, en fin, que sería digno de la gratitud del Consejo; y el favor de tan honrados estímulos logró lo que ciertamente no hubiera alcanzado por la promesa de una remuneración de otra especie.
Juzgo, pues, muy conveniente que el Consejo se digne ratificar mis diligencias, y que, honrando a este sujeto con expresiones correspondientes a su mérito, le encargue interinamente la regencia de cánones del colegio por el tiempo de su voluntad y con los goces de este empleo.
Juzgo también que convendrá nombrar al colegial, huésped, Vega Celis, para que al lado del doctor Mintegui trabaje en esta misma enseñanza, ayudándole en los pasos y conferencias en aquellos ramos que no pueda desempeñar por la gran división de los estudios que abraza, con lo cual se instruirá al mismo tiempo para sucederle en su empleo, y se asegurará la buena ejecución de esta parte importantísima del plan literario.
La regencia de teología está hoy a cargo del colegial don Ventura de Leiva, que habiendo adquirido por el nombramiento que obtuvo, en oposición hecha ante el Consejo, un derecho perpetuo a conservarla, la debe disfrutar a pesar de cualquiera consideración. En esta parte me referiré enteramente a lo dicho en el informe secreto, el cual enterará al Consejo de cuanto tiene que esperar y temer acerca de este punto.
El otro remedio de asegurar la ejecución del reglamento, esto es, la prorrogación del licenciado Ibáñez en el rectorado, está ya propuesta por mí en el informe de 17 de julio citado arriba. Sin esta circunstancia, el fruto de mis trabajos, mis esperanzas y las del Consejo, quedarán enteramente frustrados. ¿Dónde hallaremos, sino en Ibáñez, el celo, la instrucción, la constancia, la reunión de singulares circunstancias que necesita el prelado del colegio para verificar una reforma tan completa? Tienda el Consejo la vista por todos los individuos de la Orden y hallará seguramente en ella sujetos de mérito; en unos, virtud; en otros, tino y prudencia; en algunos, celo y buenos deseos, y tal vez en uno u otro, ilustración y buen gusto en los estudios. ¿Pero en quién hallará junto tanto como se necesita y como se reúne en Ibáñez? ¿Y qué es lo que puede detener al Consejo para consultar a S. M. esta prorrogación? ¿Acaso el empleo que goza de administrador de las Calatravas de Burgos? Pero la bula de Clemente IX remueve todo escrúpulo acerca de la incompatibilidad de estos empleos; ella está recopilada en el Bulario de la Orden; está impetrada para estos casos; es tan clara y terminante, que no deja entrada a la menor duda y, en fin, cuando la hubiese en otro caso, ¿la singularidad e importancia del presente no bastaría para removerla?
Convengo en que no será fácil hallar individuo de Orden que quiera servir interinamente la administración de Burgos. Ibáñez le ha solicitado con eficacia; sé que todos los conventuales se le han negado, y que los ruegos más instantes, las proposiciones más generosas, no han podido recabar la condescendencia de ninguno. Pero esta dificultad no está en Ibáñez. ¿Qué más se le puede pedir que el abandono de la mayor parte y aun de todo el sueldo si fuere necesario? El Consejo tiene en su mano obligar a un conventual a que sirva interinamente aquella administración; tiene en su mano dotarle competentemente, a expensas del propietario; tiene en su mano fiar este encargo a un clérigo de San Pedro, y cualquiera de estos medios se puede abrazar en este caso. Aun el último no carecería de ejemplo. A las comendadoras de Valladolid fue concedido en la interinidad de Ortega, por estar sin administrador alguno, y no le tuviera hasta que se verificó la vacante, por renuncia del mismo Ortega. Una razón de conveniencia, esto es, el ahorro del sueldo, bastó entonces para hacer esta gracia. ¿Y no bastarán tantas de utilidad y necesidad para repetirla ahora en bien del Colegio de Calatrava y de los estudios de la Orden?
Disimule el Consejo que yo clame sobre este punto, de cuya importancia estoy muy penetrado, y prescindiendo por un instante de la mano que ha trabajado en este edificio, acuérdese de que la obra es toda suya, y de que en su perfección y conservación se interesan su gloria y su decoro.
Por último, no puedo dejar de proponer al Consejo que me parece de justicia declarar al licenciado Ibáñez el sueldo de rector desde el día de la publicación del decreto de su majestad, que le señaló la consulta del Consejo. Aunque varios accidentes retardaron la ejecución general del plan, que no se puede verificar del todo en mucho tiempo, singularmente en los puntos pendientes de arreglos y diligencias previas, no por eso debió retrasarse la percepción del sueldo del rector, que para ser efectivo solo necesitaba ser solemnemente declarada. Así se lo indiqué al licenciado Ibáñez cuando me preguntó acerca de esto, y aun le propuse que lo pidiese en representación al Consejo en derechura, o por mi medio; pero su desasimiento en punto de intereses no le permitió dar este paso. Esto mismo me obliga a representarlo de oficio, y cuando el Consejo, en términos de rigurosa justicia, no hallase a Ibáñez acreedor a este abono, espero que atendiendo a su mérito y trabajo en esta empresa, le hallará no solo digno de esta, sino de mayores recompensas, así como de una honrosa manifestación del aprecio que hace del celo con que ha promovido y ayudado a la ejecución de una reforma tan importante.
Esto es cuanto puedo exponer al Consejo acerca de la visita y reglamento que tiene a la vista, y lo que solicitando a cada paso mi memoria, sin libros, sin papeles, sin sosiego ni comodidad, he podido escribir interrumpida y aceleradamente. A boca, en la presencia del Consejo, en el curso de la lectura y con los documentos a la vista, hubiera, sin duda, dicho más y hablado menos; pero escribiendo deprisa era inevitable la difusión. Si alguna cosa hubiese olvidado, el Consejo tendría la bondad de disimularlo y pedirme todas las explicaciones que fueren de su agrado.
Sobre todo, confío que en cuanto propongo y cuanto digo no perderá de vista la rectitud de mis intenciones; y pues el bien del Consejo y de la Orden han dado el impulso y sido el término de mis trabajos, si el Consejo se persuadiere de esta verdad, los juzgaré abundantemente recompensados. El Consejo, sobre todo, resolverá, como siempre, lo justo.
Gaspar Melchor de Jovellanos

Referencia: 14-341-01
Página inicio: 1341
Datación: 03/10/1790
Página fin: 1354
Lugar: Salamanca
Estado: publicado