Apéndice II. Informe para la visita secreta del Imperial Colegio de Calatrava, de Salamanca

Comienzo de texto

Comienzo de texto: Señor: Aunque los autos de visita secreta del Imperial Colegio de Calatrava darán al Consejo bastante idea del mérito y circunstancias de sus actuales individuos,

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Señor:
Aunque los autos de visita secreta del Imperial Colegio de Calatrava darán al Consejo bastante idea del mérito y circunstancias de sus actuales individuos, así como de la justicia de los expedientes unidos a la misma visita, no creería yo desempeñada mi obligación si no expusiere abiertamente mi juicio acerca de uno y otro. Persuadido de que nada conviene tanto como que el Consejo tenga una idea cabal de los sujetos que algún día se le presentarán aspirando a los primeros empleos de la Orden, he preguntado, inquirido y observado por mí mismo cuanto era necesario para fijar la opinión y concepto de cada uno; y tal cual ha resultado la expondré aquí, tan atento a descubrir sus buenas cualidades como a no disimular sus defectos.
El rector Fr. D. Francisco (Ibáñez) de Corvera es uno de aquellos sujetos que merecen toda la estimación del Consejo, ya se considere su mérito en abstracto y ya en relación al bien que ha hecho y puede hacer al Colegio y a la Orden. Antes de describir sus circunstancias confesaré abiertamente la antigua inclinación que le profeso; y diré que desde que le he tratado más de cerca y más despacio, no solo le quiero como amigo, sino que le respeto como hombre muy honrado, como literato muy instruido y como sacerdote y fraile muy virtuoso. Si estas relaciones pueden o no menguar el valor de mi juicio, el Consejo lo continuará; lo que a mí me toca es no escondérselas.
Las dotes que sobresalen en este digno sujeto son: un extremo recogimiento, una continua y escogida lectura, unas costumbres irreprensibles y un celo ardentísimo por el bien del Colegio y por la reforma de los estudios de la Orden.
Su retiro no es solo de la ciudad, donde se presenta muy rara vez, y entonces llamado de alguna atención u oficio de caridad o de amistad, estando enteramente negado a las de pura ceremonia, sino también al Colegio mismo, pues vive continuamente en su cuarto, sin que le abandone jamás, si ya no es para asistir a los actos de comunidad o celar la conducta de sus individuos y dependientes.
Dentro del cuarto su continua ocupación es la lectura, a la que dedica todo el tiempo que le dejan libre las ocupaciones de su ministerio. Su carrera le obliga al estudio de los buenos cánones; su profesión, al de la sana moral, y su afición y gusto, singularmente después que se propuso la reforma de los estudios, al de las buenas letras. Así que lee continuamente estas materias, conoce y cultiva los mejores libros de ellas, pero, sobre todo, Van Espen, Nicole y Cicerón andan todos los días en sus manos.
El carácter del licenciado Ibáñez se distingue por aquel linaje de caridad oficiosa que se anticipa a hacer el bien sin afectación ni pereza. Dentro y fuera del Colegio es todo para todos, en cuanto permiten sus escasas facultades. Sin salir de su cuarto es continuamente buscado con ansia, consultado con confianza y oído con seguridad. Satisface a quien puede con sus auxilios, y a quien no con sus oficios y consejos. Sus colegiales son sus hijos, sus amigos son sus hermanos y sus próximos sus amigos.
Su celo por el bien del Colegio es imponderable. En la última penuria, causada por el atraso del convento en los pagos, tuvo el Colegio sobre sus hombros; le sostuvo primero con sus facultades y luego con la de sus amigos, y en medio de esta aflicción, el Consejo, a quien no elevó la menor queja, puede inferir por su silencio, su respeto al convento y su moderación con los prelados de él.
Aún pudiera alegar yo pruebas más positivas de esta moderación, pues hallando en mi visita alcanzado al convento en cerca de cinco mil ducados y no bastando los oficios que pagué con el prior para acabar de cubrir tan enorme deuda, hubiera pedido al Consejo que usase de su poder y autoridad para acoletar el pago, a no haberme detenido la interposición y los ruegos del mismo Ibáñez; ruegos mal pagados al fin por el convento; abusando de este desahogo continúa haciendo mayor el alcance, y el rector en el conflicto de buscar arbitrios impropios para mantener al Colegio. Sobre lo cual conviene que el Consejo dé las más prontas y eficaces diligencias.
Ni prueba menos el celo de Ibáñez por el bien del Colegio el plan de reforma de estudios que va a completarse ahora, propuesto al Consejo en su primer rectorado, trabajado por él mismo y promovido con la mayor constancia, a pesar de la odiosidad que este celo le conciliaba entre muchos de sus hermanos. El mismo plan que encabeza este expediente probará mejor sus ideas, y no las probará menos el Reglamento interino que aprobó el Consejo en 27 de noviembre de 1787 (si no me engaño, que no sería mucho, pues escribo en una posada y estoy lejos de mis papeles) y que puso en ejecución a la entrada de su segundo rectorado. Por aquí empezó la reforma en su tiempo y no sin fruto, pues no es haber adelantado poco restablecer los estudios al mejor pie que tuvieron en este siglo o, por mejor decir, al menos malo.
En fin, señor, solo conozco en Ibáñez un defecto, que es su blandura y condescendencia con algunos individuos, ora nazca esto del fondo de bondad que distingue su carácter, ora de su prudencia y de la necesidad de contemporizar con ciertos vicios y abusos introducidos de muy atrás y de que acaso participó él mismo en los principios de su carrera. En efecto, ¿quién era capaz de superar de un golpe la fuerza de este impulso y esta tendencia general a la libertad y al ocio? Sin embargo, Ibáñez hizo en este punto prodigios: amado por su bondad, respetado por su virtud y obedecido a fuerza de maña y de arbitrios, hizo y puede hacer con su ejemplo lo que nadie intentó ni podrá conseguir, aunque lo intente por medio del rigor y la fuerza.
Esta descripción y la que haré después del colegial don José Pérez Roldán me excusarán de hablar de otros defectos achacados por este al licenciado Ibáñez en uno de los expedientes unidos a la presente visita. La sola comparación de estos dos sujetos basta para hallar el punto de justicia en aquel incidente.
Tantas buenas cualidades me hacen creer que la prorrogación del rectorado de Ibáñez es indispensable si no se quiere aventurar la reforma. Él es el único capaz de verificarla, el único digno de esta distinción, y por eso le propongo en mi informe público. Mucho se ganaría en que esta prorrogación fuese por tiempo indefinido, para que así se conciliase más fácilmente el respeto de que necesita el prelado a quien se encargare una reforma tan radical. Mas si el Consejo hallare en esto algún reparo, podrá proponerlo a su majestad por otros cuatro años, consultándola desde luego, puesto que el rector actual cumple su cuatrienio en principios del año entrante.
El colegial huésped Fr. D. José de la Vega Celis tiene buen talento y ha hecho muy bien sus estudios, en los cuales aflojó después algún tanto. Me ha ofrecido no solo volver a ellos con ardor, sino también recibir el grado por la capilla de Santa Bárbara y habilitarse para servir la regencia de cánones según el nuevo plan. Si lo hiciese, como espero, ninguno podrá aspirar con más derecho a ella; pero es preciso que antes se establezca la enseñanza por un maestro docto y vigilante.
Las costumbres de este individuo son buenas y sin notas. No es muy recogido; pero sus frecuentes salidas no son tanto un efecto de disipación cuanto una consecuencia del hábito de aprovechar la libertad de hacerlas que tiene como huésped. Sale a todas horas, no por distraído, sino por ocioso; mas cuando está en casa guarda continuamente su cuarto y se ocupa en leer buenos libros. En suma: es un sujeto de quien se puede sacar todavía mucho partido, y se merece por su buen carácter que se le ayude a volver en sí.
El regente de teología Fr. D. Ventura de Leyva, de buena edad, de buen talento, de buen gusto y de buenos principios en filosofía y teología, es, sin embargo, mucho menos de lo que debería ser. De resulta de una enfermedad que le asaltó años pasados ha caído en una especie de desidia tal que casi puede decirse que abandonó el estudio y aun el oficio, habiendo cumplido con uno y otro mal y de mala manera. En casa vive poco consigo mismo y sale de ella con mucha frecuencia. A mi juicio, su inaplicación toca ya en aquella especie de hastío que es tan enemigo de las letras, y, a no tener su origen en aquel rastro de melancolía que trae consigo la ictericia, le tendría yo por incurable de semejante mal. Deseoso de su enmienda, le representé su situación, las nuevas obligaciones de su oficio, la necesidad de estudiar mucho y trabajar muchísimo para desempeñarlas y las dificultades de restablecerse y subir a este punto sin un esfuerzo que le sacase del vergonzoso estado de pereza en que yace. Por consecuencia, le indiqué que, si no, luego se hallaría en la alternativa de hacer este esfuerzo o retirarse a la casa. Ofreció lo primero; es capaz de cumplirlo; si lo hiciere, llenaría suficientemente las funciones de su ministerio; pero con dificultad pasará de aquí. El Consejo no debe perderle jamás de vista, porque si no se enmienda es preciso darle otro destino o renunciar la esperanza de que en el colegio se críen buenos teólogos.
El colegial Fr. D. Antonio Solís da solo medianas esperanzas, porque no es más que mediano en talento, en aplicación y en conducta. Ya se acabó aquella insubordinación que justamente le fue notada antes de ahora en los informes de semestre y que nacía de cierta rivalidad invencible con el colegial Mergelina. Pero este vicio a que propende su carácter podrá retoñar si el Consejo no corta la competencia sobre antigüedad que ahora tiene con el colegio Roldán. Este, según el Reglamento, debe precederle por bachiller, pero no sería mucho conservar a Solís la antigüedad que le correspondía según la antigua planta, porque el Reglamento, que mira a lo sucesivo, solo será justo a los que vinieran después y con arreglo al nuevo establecimiento, el cual ninguno dilataría el grado sino por insuficiencia, y entonces la precedencia será un premio y la postergación un castigo.
Nada diré de Fr. D. Diego de Mergelina, porque sé que ha renunciado su beca y miro esta como una dicha para el Colegio, porque sin talento y sin aplicación, con malas costumbres y peores resabios, solo pudiera servir en la comunidad de escándalo y de estorbo; ¡ojalá que se le pudiera limpiar de toda la cizaña para que corriese menos riesgo la nueva semilla que se va a sembrar en esta tierra!
El colegial teólogo Fr. D. Antonio Calvo Cabanillas promete mucho más por su aplicación que por su talento; ha estudiado bien, ha vivido con mucho recogimiento, es de una conducta irreprensible y está bastante adelantado en los estudios que ha hecho.
Los progresos de Fr. D. Pedro Nazareno Nogales serán siempre cortos en las letras y grandes en la virtud. Su cabeza no está física ni moralmente organizada para las ciencias. Una complexión sanguínea, una imaginación confusa, un espíritu apocado y un ánimo propenso a conturbarse y afligirse, excluyen, al parecer, aquellas dotes que distinguen los genios nacidos para la sabiduría. Sin embargo, Nogales pone de su parte cuanto puede por adquirirla; desea saber, estudia cuanto le permite su complexión, pregunta y oye con docilidad, se ofrece todo y a todas horas a la instrucción, con lo cual no deja de cumplir e ir adelante.
Pero a vuelta de esto no debo negar a su virtud el testimonio que merece por sus costumbres, no solo irreprensibles, sino también santas y ejemplares. Su virtud, manifestada a todas horas sin afectación en su modestia, en recogimiento, en moderación y en la humildad y mansedumbre de su carácter, parece como colocada de propósito por la Providencia en medio de aquella comunidad de jóvenes para edificar y santificar con su ejemplo a cuantos la componen.
Fr. D. Laureano Bullido, joven despierto, aplicado y de excelentes disposiciones, promete mucho y prometería muchísimo más si no estuviese tan a los principios de los estudios. Quiero decir con esto que se halla en la época más dudosa y arriesgada de su vida y su carrera, y que la amabilidad de la índole y figura y la docilidad de su carácter multiplicarán los incentivos de la distracción. Si sabe evitarlos y sigue como hasta aquí, si hace sus estudios según el nuevo plan, podrá algún día dar honor al colegio, a la Orden, al nuevo establecimiento y a cuantos hayan trabajado en él.
Fr. D. José Gregorio Pérez Roldán ha sido objeto de mi continua observación en Salamanca, porque las ideas que había adquirido en el Consejo de su conducta, por una parte, y por otra sus amargas y repetidas quejas contra el rector Fr. D. Francisco Ibáñez, le hacían digno de la más cuidadosa atención. No contento, pues, con inquirir, preguntar y observar disimuladamente, seguí de lejos sus pasos y creo haber calado su espíritu.
Su talento debe ser muy mediano, pues solo así se puede explicar su presunción y las alabanzas con que habla de sí mismo en las representaciones que constan de autos, a vista del corto desempeño que ha acreditado en la Universidad y en el Colegio. En efecto: estudiar poco, atreverse a mucho, cumplir mal y quedar satisfecho, son cosas, a mi ver, inexplicables por otro medio.
Pero Roldán sería menos culpable si no agravase este defecto, acaso natural, con otros dos hasta más feos y reprensibles, cuales son la relajación de sus costumbres y la independencia e insubordinación de su carácter. Ninguno ha destruido más ni ha edificado menos en la comunidad: tan pronto a quebrantar las leyes como a sostener las infracciones, a merecer el castigo como resistirle, a ejercitar el celo de los superiores como a quejarse de ellos e injuriarlos; es uno de aquellos individuos cuya existencia en las comunidades llega a ser incompatible con su paz y sosiego. Dispuesto a disputarlo todo, a pretenderlo todo, apoyar las quejas ajenas, a ponerse al frente de todos los partidos y recursos, a salir del orden y observancia común, parece que solo aspira a singularizarse y a desechar toda subordinación.
La ambición de este individuo se extiende a todos los objetos que su imaginación descubre. De simple porcionista aspiró a la antigüedad, a dotación, a voto; siendo rico y abundantemente asistido, apeteció una beca de número, y siendo legista y engañando al Consejo se introdujo en la primera que vacó, que era teóloga, arrebatándola de las manos a Fr. D. Giner de Maya, que por pobre, por aplicado, por virtuoso y, en una palabra, por teólogo, era no solo el más digno, sino también el único acreedor a ella.
Ni paró aquí su deseo, pues el de ascender a la regencia de cánones está ya bien descubierto en sus representaciones contra el rector actual, y lo estaría mucho más si hubiera logrado la declaración de la vacante a que conspiraban. Semejante deseo, que sería laudable si inspirase el sentimiento de la suficiencia adquirida a costa de estudio y de vigilias, es vituperable a todas luces cuando en medio de la desaplicación nace de la ambición y el orgullo.
El Consejo, por fin, juzgará mejor de este sujeto por el expediente unido a los autos de esta visita, que es el número 2, pieza 3. ª, de los secretos. Justas consideraciones me han obligado a dejar su resolución al arbitrio del Consejo, contento con oír a la comunidad y admitir la representación y documentos del rector, para que el Consejo resuelva con plena instrucción.
En cuanto a mí, que sé quién instigó a Roldán, quién le formó las representaciones y cuáles fueron el impulso y el fin de estos recursos, tan injustos como desacatados, y que anuncian para lo sucesivo otros que ya han empezado a columbrarse, reduciré mi dictamen a exponer al Consejo que juzgo al rector digno de la satisfacción más pública y cumplida, y a Roldán de la corrección más ejemplar, que en un tiempo en que el prelado necesita más que nunca de ser respetado y sostenido, un ejemplo de impunidad que animase la insubordinación sería tan injusto respecto de Roldán como pernicioso a los demás.
Por último, señor, el colegial más nuevo, Fr. D. Ginés de Moya, joven virtuoso, hábil y aplicado, promete ser un teólogo sobresaliente. Ha estudiado bien la filosofía y algo de teología en Murcia antes de venir a la Orden, y continúa esta última facultad en el Colegio con grande aplicación, realzando este mérito con su aire fino y modesto, mucha formalidad y compostura y, sobre todo, con una decidida afición a buenos libros, indicios todos de grandes esperanzas.
Nada tengo que decir de los familiares del Colegio, que son estimables por su fidelidad, su aplicación y su recogimiento, ni de los demás dependientes o criados inferiores, que carecen de notas.
Con esto he absuelto los expedientes de la visita secreta, el de las pretensiones de los porcionistas, porque quedan circunscritos ya por haber pasado todos a beca de número y ya por el nuevo Reglamento y los relativos a la conducta de Solís y Roldán, y a las quejas de este contra el rector, por lo que queda dicho en el curso de este informe.
El Consejo, en vista de todo, juzgará, como siempre lo más justo.
Gaspar Melchor de Jovellanos

Referencia: 14-355-01
Página inicio: 1355
Datación: 03/10/1790
Página fin: 1362
Lugar: Salamanca
Estado: publicado