Borrador de otra carta, dirigida a… K

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Mi querido amigo:
He dicho a Vm. lo que basta para que conozca que el hombre es perfectible indefinidamente, y con todo, este asunto necesita de mayor explicación y pide, todavía, una carta. El objeto de ella será demostrar que esta perfectibilidad es en cierto sentido y pertenece solamente al individuo y solamente a la especie. Es del individuo solamente, porque los mayores progresos de la razón individual en nada alteran ni perfeccionan la razón de la especie. El hijo no hereda la sabiduría de su padre, ni la razón del vulgo de Grecia o de Inglaterra se ilustró con la sabiduría de Newton. Lo que adelanta el individuo perfecciona su razón con independencia de los demás, y ninguna puede contar con más perfección que con la que se deba a sí mismo.
Esta verdad no necesita demostración ni exposición, pero un ejemplo sencillo la hará conocer más de lleno. Supongamos que alguna grave revolución destruya todas las gentes instruidas de una Nación entera; que en ella perezcan sus sabios, sus artistas, sus bibliotecas, sus artefactos y todos los monumentos de su instrucción; por último, que solo se salvasen algunas familias de pastores o montañeses, sin artes ni cultura. Sin duda que por su medio se repoblaría y multiplicaría esta nación. Pero esta nueva raza no tendría más instrucción, si no la adquiriese de sus partes y mejorase por sí misma. Si, pues, esta calamidad viniese sobre toda la parte instruida de la especie humana, su suerte fuera exactamente la misma. En este sentido, pues, puede decirse que la perfectibilidad de la raza humana pertenece solamente al individuo, y no a la especie.
Pero el individuo, por sí solo, no puede recibir sino una pequeña suma de Instrucción. La observación y la experiencia son las únicas fuentes de su instrucción, y por más que las aplique a aumentarla, sus progresos siempre estarán en proporción con el breve periodo de su vida. Ni puede, tampoco, acudir continuamente a estas fuentes. Forzado a socorrer sus necesidades, la mayor parte de su vida debe partirse entre el descanso necesario y aquellas ocupaciones uniformes de que pendiere su subsistencia y la de su familia. Quédale, por tanto, poco tiempo para contemplar la Naturaleza y estudiar sus fenómenos. Aún esta breve suma de tiempo se habrá de partir entre la verdad y el error, pues que son unas mismas sus fuentes para el hombre. Sus sentidos le iluden; su imaginación le extravía; sus pasiones precipitan o pervierten sus juicios. No le basta, por tanto, tender la vista sobre la Naturaleza para conocerla: ha menester observarla. El objeto es inmenso, con respecto a su capacidad individual, y no puede subir al conocimiento del todo, sino por el de sus partes. Debe, pues, dirigir su estudio a los seres, observar en cada uno sus fenómenos, ocurrir a la experiencia, variarla, repetirla, comparar sus resultados. ¿Qué es, pues, lo que podrá adelantar el individuo por sí solo en tan larga y difícil carrera?
Pero el hombre, dotado del admirable don de la palabra y teniendo en ella un admirable instrumento de instrucción, puede por su medio adquirir, además de la debida a sus observaciones, toda la que se debiere a las observaciones de sus semejantes. Cuantos más hombres tratare, cuanto mayor fuere la instrucción de aquellos con quienes tratare, más grande podrá ser el fruto de su instrucción y más rápidos sus progresos. Siendo general el instrumento de comunicación, la instrucción adquirida por su medio no solo podrá pasar de hombre a hombre, sino también de pueblo a pueblo. La que adquirieren todos los individuos de una Nación, se podrá depositar en uno solo de sus individuos; y un solo individuo de otra nación, ruda y ignorante, puede tomarla de él, comunicarla a otros de su patria y difundirla por toda ella. Así pasaron las ciencias de la India al Egipto, por medio de Mercurio; y del Egipto a Italia y Grecia, por el de Pitágoras y Thales. Y así también, Grecia ilustró a Roma y al África, y así los latinos y los árabes ilustraron la Europa, y así la Europa ha difundido sus luces por todos los términos de la Tierra.
Esto quiere decir también que la instrucción no solo es comunicable de individuo a individuo, y de pueblo a pueblo, sino también de generación a generación. Si el hombre se comunicase solamente por el órgano imperfecto y transitorio de la palabra, los progresos de su instrucción fueran tan lentos como inciertos. Pero puede comunicarse, además, por el medio de la escritura, que es más seguro y permanente; a la invención de las letras se debe la facultad de perpetuar la palabra y depositar en ellas todas las observaciones y experiencias hechas, y todas las verdades acumuladas. Consignados sus conocimientos por escrito, pueden difundirse de gente en gente y comunicarse de uno en otro siglo; y por este admirable instrumento de comunicación y acumulación de conocimientos, el hombre puede adquirir cuantos fueron, poco a poco, adquiriendo todos los hombres, todos los pueblos y todas las edades del mundo. Y como este instrumento se haya perfeccionado admirablemente por medio de la imprenta, que puede multiplicar y difundir indefinidamente los escritos en que los conocimientos humanos se hubieren consignado, visto es, hasta donde se extienda por este medio, la perfectibilidad de la razón humana.
Pero es visto también que, en este sentido, la perfectibilidad humana pertenece ya a la especie, más bien que al individuo, y que la del individuo es dependiente de ella. Sin la ilustración de la especie, o sea, de una gran porción de ella, el individuo aislado poco adelantaría. Pero si la adquiriese y, después, trabajare para enriquecer este fondo; y si al mismo (tiempo) adquiriere todos los conocimientos que otros coetáneos, empleados, cual como él, en hacer nuevos descubrimientos, fueren acumulando; entonces, los progresos del individuo serán siempre en razón de los (que) recibiere de su especie. Aun esto se conocerá mejor, si se vuelve la atención a los métodos que han inventado los hombres para facilitar la indagación de la verdad. Las ciencias no son otra cosa que unos métodos de proceder hacia ella. Ahora, pues, una ciencia no puede formarse sin el concurso de muchos hombres o, por mejor decir, de muchas generaciones. El progreso es este. De la acumulación de muchas observaciones acerca de una clase de hechos o fenómenos resulta el conocimiento de una ley de la Naturaleza; de la misma acerca de otros, el de otra; y así sucesivamente se va enriqueciendo el tesoro de la verdad. Como estas leyes son generales, por el descubrimiento de cada una pueden juzgarse todos los hechos de la clase a que pertenece; pues lo dijo la Naturaleza en uno, lo dirá uniformemente en todos; presentando todos sus seres dotados de propiedades constantes que no desmienten jamás. Cuando estas verdades dicen relación a muchas clases de hechos que tienen entre sí alguna analogía de origen o de fin, la reunión de ellas en una serie ordenada forma lo que se llama una ciencia, la cual sirve ya para juzgar todos los hechos que le pertenecen, y descubrir otros de la misma especie, y esta es su Teoría; o para aplicar el conocimiento de los hechos ya conocidos a algunos usos de la vida, y esta es su práctica.
Tal es el camino por donde la razón humana procede en su perfección, tanto en la filosofía natural como en la racional, pues que sus principios no son otra cosa que unas ideas universales, y estas no pueden formarse sino por la aglomeración de ideas particulares como más ampliamente expondré a Vm. en el discurso de nuestra correspondencia. El término de este progreso no está todavía conocido; cuanto más adelanta el hombre, más proporción tiene de adelantar, porque el conocimiento de una relación conduce a otra, y el de las verdades descubiertas facilita el de las que están ignoradas. Cuanto más adelante cada individuo, más progresos podrá hacer la especie, porque no hay verdad descubierta por uno que no pueda ser comunicada a todos. Del mismo modo, cuanto más se instruya la especie, más fácilmente se instruirá el individuo, porque no puede haber en todos sus individuos conocimiento que no convenga a la capacidad de uno solo, y porque, de la instrucción que así adquiera, procederá más fácilmente a mayor instrucción. Debemos, pues, asentar como cosa asistente/constante que la perfectibilidad humana, ya se considere en el individuo o en la especie, es indefinida, y que su instrucción, que es el objeto de nuestra correspondencia, no tiene un término conocido.

Referencia: 13-364-01
Página inicio: 364
Datación: 1796-1797
Página fin: 367
Estado: publicado