Borradores de dos discursos sobre la deuda y la felicidad públicas

Comienzo de texto

Comienzo de texto: Reflexiones sobre la deuda pública (fragmento) Es un medio de circulación y reproducción, y un principio de movimiento y actividad, y un suplemento par

Textos Relacionados

Textos Relaccionados:

Reflexiones sobre la deuda pública (fragmento)
Es un medio de circulación y reproducción, y un principio de movimiento y actividad, y un suplemento para toda especie de capitales y valores. Ata los capitalistas con el Gobierno, por lo mismo sirve de garantía a una buena administración (y de freno a la mala) porque regula la opinión pública acerca de su conducta (y llama la atención hacia ella). Ofrece un medio más de pago a los contribuyentes y facilita el cobro de los impuestos. Su mayor recomendación está en que, sin ella, con las solas rentas ordinarias, nada grande y útil se puede hacer en un Estado. Pero las grandes empresas que ella facilita se costean, en rigor de justicia, por las generaciones que deben disfrutar su beneficio.
Consecuencias: 1. ª Todas estas consecuencias se deben al crédito público. El descrédito y desconfianza del Gobierno produce efectos contrarios. 2. ª Los que gobiernan deben conservar este crédito, no sólo por su deber y por el bien que produce, sino por su propio interés, porque sin él no hallarán capitales ni medios para desempeñar sus obligaciones. 3. ª Que la deuda (pública) no debe aumentarse sin gran necesidad y utilidad, porque todo aumento debe disminuir el crédito. 4. ª Que no debe aumentarse sino para objetos que mejoren la condición pública. 5. ª Que cuando se aumenta para los que son de utilidad real y conocidamente productivos, como caminos, canales, puertos, etc… en vez de perjudicar es un bien positivo.
(Interrumpido.)
Reflexiones sobre la prosperidad pública
Meditaba frecuentemente sobre la prosperidad pública, corría ansioso tras de los signos que la anuncia, buscaba en el cuerpo social, en las clases, en los individuos, trataba de analizarla en sus efectos, subía hasta sus causas inmediatas, indagaba sus fuentes primitivas y revolvía a todas horas en mi mente tan importante objeto.
El fruto de estas primeras meditaciones fue rectificar la idea acerca de la verdadera prosperidad. Yo vi cuánto los hombres se habían dividido y, por consiguiente, cuánto se habían engañado acerca de ella. Que unos, teniendo por objeto la seguridad general, habían procurado asegurarla a expensas de la felicidad individual, y que, dirigiendo a aquel fin sus leyes e instituciones, habían cuidado de proponer a sus ciudadanos, pobres, groseros, ignorantes y feroces, a trueque de que, como Esparta y Roma, fuesen valientes. Que sin desdeñar la cultura del espíritu ni la riqueza, habían colocado en la elevación de ánimo y en el espíritu público, formando ciudadanos ociosos y turbulentos corrompidos, con tal que supiesen defender su libertad y morir por ella. Que otros, despreciando estas libertades, o por lo menos sin buscarlas, habían cuidado sólo de extender su dominación o aumentar su riqueza, creyendo que por este solo medio se afianzaban la seguridad del Estado y la dicha de sus miembros. Veía, en fin, que algunos pueblos, haciendo una burda diferencia entre el ciudadano y el hombre, elevando la consideración del primero hasta la más soñada soberanía y abatiendo la del segundo hasta la más ignominiosa esclavitud, asentaba sobre esta base de inicua desigualdad las ventajas de su constitución y creían caminar a la prosperidad cuando el sudor y las lágrimas de la mitad de sus individuos hacían vivir en libertad y holganza a un puñado de ociosos ciudadanos.
Ya se ve que la imagen de la prosperidad, ni acaso tampoco sus falsos simulacros, no aparecía en todo el campo de la Media Edad, en que hecha la superstición más sistemática, más monopolizado el valor, más cohonestado el desprecio de las clases inferiores (estaba) la Europa dividida en dos clases de hombres: una de guerreros menos libres, pero más insolentes que los antiguos; (otra) de solariegos cuya esclavitud era a la verdad menos dura, pero también más ignominiosa.
Pero hacia el siglo xvi la historia empieza a descubrir una perspectiva más consoladora; al mismo tiempo, los soberanos y los pueblos se hacen más libres y menos dependientes de las clases privilegiadas: la industria atrae la riqueza sobre todas, pero el lujo de las que huelgan la hace descender muy rápidamente a las que trabajan, y la derrama igualmente entre ellas. Entonces, la riqueza empieza a subsistir al valor, los servicios pedidos a los (súbditos) se admiten de la fortuna de los ciudadanos tranquilos. Desde entonces, se hace una distinción entre los ciudadanos y sus defensores… La invención de las armas de fuego cambia el método de la guerra. Los hombres ya no son sus instrumentos, sino sus agentes, y la guerra, no contenta con los agentes, empieza a librarse también sobre la muchedumbre y perfección de estos instrumentos.
El comercio, agente de la riqueza y objeto de la ambición de los Estados, reclama una particular protección. Nace la marina armada, se perfecciona en todos sus ramos, promueve nuevos instrumentos y por consiguiente nuevos (sacrificios). Nace otra clase de defensores, también mercenaria y también sostenida por las clases pacíficas, y desde entonces, la prosperidad se hace consistir en la suma de la riqueza pública, y como ésta no pueda formarse sino de los sacrificios de la riqueza individual, las profesiones lucrativas forman el principal objeto de la protección de los Gobiernos.
Pero, en medio de tan ilusorio sistema, la autoridad desaparece de ellos. El comercio suscita que… las guerras absorben la riqueza de los Estados y las fortunas de los individuos, se refina el arte de engrosar la primera con los sacrificios de la segunda. Los sistemas fiscales nacen, los medios que adoptan agravan más la libertad que la fortuna de los ciudadanos, más la seguridad que la conveniencia, y en medio de esta lucha la prosperidad desaparece.
Pero, sobre todo, se descubre en la historia que la legislación, cuidando de envanecer a los hombres, o valientes o ricos, jamás se cuidó de hacerlos buenos: que nunca se contó con la prosperidad que podía librarse sobre su necesidad, y que si cuidó mucho de inspirarles aquellas virtudes que convenían a sus sistemas y a la elevación de ánimo y el amor público y a la sumisión y laboriosidad, todas las demás fueron excluidas u olvidadas en su plan.
Las leyes, a la verdad, persiguieron el crimen, pero ninguna premió la virtud ni condujo a ella. Desde entonces no hubo más que virtudes negativas. Pasó por hombre bueno cualquiera que no era delincuente, no se trató de prevenir sino de castigar (evitar) los delitos, y como en medio de esta indiferencia moral debían nacer y fomentarse todas las pasiones, la inmoralidad cubrió la tierra.
(Sin continuación).

Referencia: 10-908-01
Página inicio: 908
Datación: 1796-1797
Página fin: 911
Lugar: Gijón
Manuscritos: Biblioteca Jovellanos (Gijón), Manuscritos de Jovellanos, leg. 2, n.os 22 y 23.
Ediciones: HUICI MIRANDA, V., Miscelánea de trabajos inéditos, varios o dispersos, Barcelona, 1931, págs. 279-282 y 283-286.
Bibliografia: ÁLVAREZ DE MIRANDA, P., «Palabras e ideas de la Ilustración española», en Actas del I Simposio de Profesores de Lengua y Literatura, Barcelona, 1981, págs. 63-82.
Estado: publicado