Carta de un Quidam a un amigo suyo, en que le describe el Rosario de los cómicos de esta corte

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¡Qué rosario, amigo mío, qué rosario tan magnífico el de Nuestra Señora de la Novena! Anoche le vi, y aún no he salido de mi admiración. ¡Qué música, qué faroles, qué estandarte, qué borlas! Pero sobre todo, ¡qué concurrencia, qué gentío qué devoción! Si éste no es un objeto de edificación el más recomendable, ¿dónde iremos a buscarlos? Parece que la piedad ha querido presentar en él un contraste de los más maravillosos. Aquellos mismos hombres, que en la opinión de otros hombres
tétricos y regañones sólo sirven para distraer y escandalizar al pueblo; los mismos que están asalariados para disiparle; los mismos que le embaucan, que le alteran, que le corrompen por profesión, le ofrecen en este Rosario un ejemplo de edificación y humildad, y reparan en un día, ¿qué digo en un día?, en un par de horas, todo el mal que pudieron hacerle en un año entero. Tal es la idea que se forma al ver por esas calles de Dios este bendito Rosario.
Y en efecto, ¿quién no se sentirá penetrado de la mayor edificación al ver que los que ayer han representado los tiranos, los impíos, los traidores y los disolutos; los que han remedado los tramposos, los estrafalarios, los tontos y los abates, hoy, llenos de humildad y compunción y sellados con el clavo de siervos de María, se entregan fervorosísimamente al culto de esta gran Reina, y como que renuncian al derecho que les dan a la admiración pública su ingenio, su destreza, sus sales y gracejos, por adquirir la más digna suerte con su piedad, su fervor y su humildísima modestia? Cuál, enarbolando el estandarte, se presenta más contento que cuando representa en su corral a un famoso maese de campo colocando una bandera sobre la más alta almena del más alto alcázar de una fortísima ciudad, redimida a punta de lanza del infame yugo de los moros, y cuál, gobernando la procesión con su vara de plata, va más hueco que cuando contrahace a Carlos V dirigiendo sus huestes al asalto de la rebelde Túnez, o al insigne Menolo (sic) conduciendo su gallarda comparsa, restituida de las inhospitales playas de Numidia. Así es que trocados los oficios del arte histriónica acreditan cuánto mejor es en su idea edificar que entretener, excitar la devoción que la risa, y adquirir las bendiciones que las palmadas del pueblo.
Pero lo que más digno de alabanza me pareció fue el ingenioso medio que inventaron estas devotas gentes para dotar su Rosario y los demás piadosos, festivos, solemnes cultos de su santa Hermandad. Confieso que le ignoraba hasta ahora, y que le he sabido con grandísima complacencia. Haber señalado partido de primera dama a la Virgen Santísima en una y otra compañía, y además dar una comedia en su obsequio, para atribuirle todo su producto, es una gracia que sólo pudo ocurrir a unas personas que tienen tantas y que están acostumbradas a hacer reír a los demás. Ayúdeme Vmd., pues, a celebrarla y congratúlese conmigo de la excelencia de nuestras instituciones, que saben tan bien conciliar la piedad con el entretenimiento, y sacar, por decirlo así, sabrosa miel de devoción de las amargas y venenosas flores del vicio y la impiedad. Madrid, 1 de agosto de 1788.
EPÍLOGO
Estos que viste ayer, Fabio, fingiendo
con tristes casos del amor voltario,
la hinchazón del orgullo estrafalario,
del fraude y la traición el caos horrendo,
5 hoy por las calles su rumor siguiendo
contritos el magnífico Rosario,
su piedad, su fervor extraordinario
Van a María humildes ofreciendo.
¡Notable ejemplo de virtud, que todos
10 ven con espanto, admiran con ternura
al paso de la mística comparsa!
Sólo un chispero, gastador de apodos,
dijo, con más donaire que locura:
«Al fin en este gremio todo es farsa».

Referencia: 01-263-01
Página inicio: 263
Datación: 0000
Página fin: 265
Estado: publicado