Carta interrumpida sobre el dialecto asturiano

Comienzo de texto

Comienzo de texto: Amigo y señor: Cuando emprendí mi viaje a este país creía yo que el dialecto que habla su pueblo sería uno de los primeros objetos de mis observaciones.

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Amigo y señor: Cuando emprendí mi viaje a este país creía yo que el dialecto que habla su pueblo sería uno de los primeros objetos de mis observaciones.
Habíalo oído hablar de continuo y aun lo entendía y hablaba yo perfectamente en mi niñez, pero ni entonces podía moverme a observar su índole, ni era capaz de subir a sus orígenes.
El estudio de las Humanidades me hizo advertir después cuán necesario era para el conocimiento de la lengua el examen analítico de su sintaxis y más particularmente la indagación de los orígenes de sus palabras, y esta convicción, junta al tal cual progreso adquirido por virtud de ella en mis observaciones acerca de la lengua castellana, me condujeron naturalmente a meditar sobre el origen de mi dialecto natural. Entonces conocí que conservándose solamente en la tradición y el uso, y careciendo enteramente de monumentos no sólo impresos, mas aun escritos, era imposible adelantar cosa alguna no viniendo acá a suplir con la voz viva la falta de tan necesarios auxilios. Y vea usted aquí por qué cuando emprendí mi viaje venía yo con tantos acosos, prometiéndome que a mi vuelta podría por lo menos escribir una Gramática, una Ortografía y un Glosario o Etimológico del dialecto de Asturias.
Todas mis esperanzas volaron apenas me vi en el teatro de mis observaciones. Entregado por orden superior a objetos de otra especie y de más alta importancia, llevado por ellos continuamente de un pueblo a otro y forzado, por decirlo así, a residir casi siempre en pueblos agregados y por temporadas breves e interrumpidas, tardé muy poco en conocer que no podría tener ni el ocio, ni el tiempo, ni las proporciones necesarias para hacer las observaciones que me había propuesto.
En efecto, para hacerlas con fruto era necesario huir de las poblaciones agregadas, donde la residencia de la nobleza, alto clero y gente de letras, la concurrencia de forasteros y el uso más frecuente de la lengua castellana han corrompido el dialecto popular, desterrando de él muchas voces, admitiendo muchas puramente castellanas y alterando su pronunciación y aún su sintaxis. Era también preciso buscar los concejos más interiores y de menos trato y comercio con los pueblos agregrados, residir en ellos despacio, oír, preguntar, escribir, comparar y, en fin, hacer un estudio detenido y reflexivo de mi objeto.
Renuncio, pues, a mis vastos proyectos y a mis alegres esperanzas, acerca de este punto; pero no renuncio, ni por pienso, a decir a usted lo que he podido adelantar al paso y como de corrida, a fuerza de preguntar y moler a cuantos se me pusieron a tiro. Este cuidado, que no abandoné jamás en medio de mis ocupaciones, me habilitó a lo menos para ordenar algunas conjeturas acerca del origen del dialecto asturiano, las cuales comunicaré a usted en nuestra puridad, mientras puedo con estudio más reflexivo disponerme a las empresas que dejo indicadas.
Mas no espere usted, amigo mío, que yo le entretendré con los sueños y cavilaciones de los etimologistas. Las conjeturas que formaré estarán bastante apoyadas para no parecerse a ellos y donde no alcanzare mi observación confesaré mi ignorancia sin vergüenza, evitando con el mayor cuidado dar a usted gato por liebre.
Para subir a los orígenes del dialecto de Asturias no me parece necesario remontarme hasta los primeros pobladores de este país. Sean los que fuesen, ello es que del idioma que pudieron introducir ya no hay vestigio alguno. Tal cual voz, cuyo origen no hayamos podido atinar, les pertenecerá tal vez. Tal vez un profundo indagador, sabio en la historia y en las lenguas antiguas, podrá rastrear por ellas quiénes fueron los pobladores de Asturias y en qué tiempo y con qué idioma vinieron aquí. Pero no siendo este mi objeto, debo decir a usted claramente que no cuento con ellos.
Digo también, para entrar cuanto antes en materia, que el dialecto asturiano es hijo legítimo de la sola lengua latina, no porque no tenga absolutamente voz que no derive de ella, sino porque la mayor parte de sus voces tienen allí su raíz y porque su índole y carácter se conforma enteramente con los de esta lengua matriz.
Antes de entrar en mis conjeturas, permítame usted que con la luz de la historia fije el tiempo en que la lengua de los romanos pudo entrar en este país, esto es: la época del primer origen de este dialecto.
Yo hallo que los romanos no sujetaron la Asturias Transmontana, esto es: la que está de puertos acá y hoy lleva solamente su antiguo nombre. La victoria de los generales de Augusto fue en el país de los ástures augustanos, esto es: de los que estaban de montes allá, colocados entre la orilla del río Ástura (que es indisputablemente el Esla) y la falda meridional de nuestros montes. Es verdad que la historia dice que bajaron los asturianos de los montes y que, seguramente, sin ellos no hubieran podido los de la tierra llana resistir tan ferozmente al señor del mundo. Pero esto sólo probará que los romanos vencieron a algunos o sea muchos ástures transmontanos pero no que conquistaron y se enseñorearon de su país. Los ástures vencidos se retiraron a Lancia; ganáronla los romanos y la toma de esta plaza acabó su conquista. Pero estando ya averiguado que Lancia estaba a la parte de León y a tres leguas de esta ciudad, y probablemente en el mismo sitio que hoy se llama Sollanzo, esto mismo vendrá a probar que los romanos se contentaron con sujetar [a] los ástures augustanos, y no más.
Y esta opinión me parece tanto más probable cuanto la población de la parte transmontana de Asturias debía ser entonces muy escasa. El convento jurídico de Asturias que comprendía una y otra tenía ciertamente gran población, pues dice Plinio que contenía doscientas cuarenta mil personas, todas libres; mas yo creo que la mayor parte de esta población vivía en el reino de León ocupando todo el país que se extiende hasta las orillas del Esla, vasto y pingüe territorio y muy capaz de comprender tantos habitantes.
Por otra parte, los geógrafos no nos han dejado memoria de ningún pueblo interior de la Asturia Transmontana. En Estrabón y Plinio, se conservan los nombres de algunos pueblos situados sobre la costa y, aun esos, sin ninguna nota de excelencia o consideración, como acostumbraban hacer con los que la merecían y señaladamente hicieron con Astúrica, Gigia y Lancia, pertenecientes a la Asturia Augustana. Es, pues, de creer que la otra parte de los montes estuviese poco poblada.
Ni en mi concepto los ástures que bajaron de las alturas eran transmontanos, sino probablemente augustanos: lo primero, porque la caída de los montes que mira al mediodía pertenecía a éstos; lo segundo, porque del contexto de Floro se infiere que los que bajaron eran los mismos que se habían opuesto a los romanos y éstos eran, sin disputa, los augustanos que se habrían situado en las alturas para resistir con más ventaja al poder de las legiones.
No negaré yo que los romanos pudieron hacer por mar alguna expedición sobre los ástures transmontanos, pues también tomaron esta precaución, digna de su sabia política, con los cántabros, como dice Floro, y la descripción que hace Plinio de esta orilla, junto al silencio de lo interior del país, hace creer que ella sola era bastante conocida aun en el tiempo de Trajano.
De todo inferiré, bien que sólo como una conjetura, primero: que los romanos no conquistaron lo interior de este país que hoy se llama Asturias y, segundo, que este país debía estar por entonces muy poco poblado; tercero: que su prodigiosa población debe atribuirse a los mismos romanos.
En efecto, dueños éstos de todo el país llano y aun de la parte meridional de los montes, introducidas sus sabias leyes, su equitativo gobierno, su lengua y sus costumbres cultas, los pocos o sean muchos transmontanos situados a la banda de acá no debieron hacer resistencia en someterse a ellos, y esto, no por vía de conquista, sino por la de convención. A mi ver, el texto de Floro lo prueba claramente: «desde entonces —dice— [esto es: después de tomada Lancia], certa mox fides et aeterna pax; quum ipsorum ingenio, tum…». Y estas expresiones que comprenden no menos a los ástures que a los cántabros, convencen cuán proclive estuvo el ánimo de estos valerosos pueblos a reconocer la dominación de los romanos.
[Interrumpido]

Referencia: 09-155-01
Página inicio: 155
Datación: 1791
Página fin: 159
Estado: publicado