Carta sobre la industria de Asturias

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Amigo y señor: Después de haber hablado a usted del estado de la agricultura de Asturias, bueno será que le diga alguna cosa acerca de su industria. ¿Qué apostamos a que usted se halla tentado a creer que, pues en muchos concejos de este Principado hay tal superabundancia de población, que ya empieza a rebosar y mirarse como un mal político, que ella misma influye en el aumento de la industria, ofreciéndole un gran numero de manos sobrantes para ocuparse en ella? Así debiera ser; pero no es esto lo que pasa por acá; antes al contrario, si se consideran las proporciones que tiene este país para fomentar muchos ramos de fácil y provechosa industria, se puede asegurar que en ninguna provincia está más atrasada que en Asturias.
No es, pues, justo que en un punto tan importante forme usted ideas poco exactas del estado de esta provincia, y por lo mismo me ha de permitir que le hable de su industria con alguna detención, distinguiendo sus clases y objetos. Este método será para entrambos preferible, por más que a mí me empeñe en discusiones acaso más largas de lo que permite una carta.
La primera clase de industria de que se puede tratar, es aquella que anda siempre unida con la agricultura y que se ocupa únicamente en preparar para el consumo los productos de la tierra. A esta llamaremos industria rústica. Sabe usted, por ejemplo, cuán gran copia de ganados hay en nuestras montañas, y cuánta y cuán rica leche producen. Es cierto que no desperdician los naturales este delicado fruto; pero están muy lejos de sacar de él todas las ventajas que ofrece y que sacan otros países menos favorecidos de la naturaleza. Se hacen a la verdad en Asturias muy ricos y regalados quesos, entre los cuales son señalados los de Caso y los de Cabrales. Se vende mucha manteca en los mercados de Castilla, y aun en esa Corte, sin otra preparación que cocerla y entriparla; pero ni se fabrican quesos que puedan conservarse tan largo tiempo como los de Holanda, ni se sala la manteca para venderla embarrilada por todas partes, como la de Irlanda y Flandes. Las utilidades que con esta omisión se desperdician, se calcularán fácilmente sabiendo que la libra de manteca cocida de Asturias se vende en el peso real de Madrid a treinta y dos cuartos, y la de manteca salada extranjera de sesenta a sesenta y ocho. El costo de la salazón es cortísimo; conque resulta que se desperdicia casi una mitad de más valor que muy fácilmente se pudiera dar a este fruto.
Otro ejemplo ofrecen las salazones que podrían extenderse en Asturias a muchos artículos y dar materia a un comercio muy lucrativo si se aplicasen al beneficio de las carnes, de que tanto abunda, y al de los riquísimos pescados de sus ríos y costas, donde los métodos de salar, secar, curar, ahumar, arencar y escabecharlo son desconocidos enteramente, o están en muy notable atraso.
Además de estos objetos, otros muchos pertenecientes a este ramo de industria pudieran admitir aquí gran mejoramiento: la sidra, que es una producción abundantísima, y que a pesar de su excelente calidad se fabrica de modo que ni tiene mas duración, ni sufre los riesgos de un largo transporte, y mucho menos de una distante navegación; las frutas, que también abundan en general, y con que se pudiera hacer muy buen comercio, si se supiesen reducir a pasas o confituras; la nuez, la linaza, el helecho, el fayuén o fruto del haya, de que se pudiera sacar excelentes aceites para el uso de la farmacia, de la pintura y de varias artes; y finalmente otros frutos y producciones, cuyo valor pudiera aumentarse a bien poca diligencia, son otros tantos ramos de la industria indicados por la naturaleza, y casi descuidados por los asturianos.
Pero hay otro género de industria, no menos útil que la primera, y en la que se hallan más ejercitados estos naturales. Hablo de la industria doméstica, de aquella que se abriga en el seno de las familias, y que ya generalmente se conoce con el nombre de industria popular. En esta parte crea usted que Asturias puede apostárselas con la provincia más industriosa de España. Nada de cuanto es necesario para el uso de una vida sencilla y laboriosa deja de labrarse y construirse por estos naturales. Sus lienzos, sus estameñas, sus paños bastos y sayales, sus pieles, sus medias, y todo cuanto sirve para el vestido y calzado, sus muebles, sus vasos, sus instrumentos rústicos, fabriles y piscatorios, y en una palabra, cuanto pueda necesitar un pueblo dado a la agricultura, a la pesca y a la cría de ganado, todo se fabrica en Asturias, y por lo común se fabrica bien. La importancia de tales artículos es muy grande, y en esta parte debemos confesar que la industria de los asturianos es una de las principales causas de su felicidad.
Sin embargo, no es este género de industria lo que da a los pueblos el nombre de industriosos y los hace ricos y opulentos en calidad de tales. Hay otra a que andan unidas estas ventajas, y ciertamente que ésta se halla muy atrasada en Asturias. Hablo de aquella que sirve inmediatamente al lujo, que se ocupa en dar alimento al comercio, que ofrece útil empleo a un increíble número de manos, y que, finalmente, produce inmensas riquezas por representación de su trabajo. Ésta es la que no sólo no está arraigada, pero ni acaso introducida en Asturias, a pesar de su gran población y de sus naturales propensiones.
En efecto, amigo mío, una provincia llena de tantos y tan excelentes montes, ¿cuántos brazos no pudiera ocupar preparando la madera para un gran comercio de tablazón, de dueleríay de muebles? Donde tanto abundan por una parte los robles, y por otra los ganados de todas clases, ¿cuántas tenerías, cuántas fábricas de curtidos no se podrían establecer? La abundancia de hierro y otros metales, ¿qué proporciones no ofrece para las fábricas de quincalla? La copia y excelencia de sus linos y cáñamos, la delicadeza de sus aguas, y la variedad y abundancia de colores minerales, ¿cuánto no facilitaría el establecimiento de fábricas de pintados y tejidos de lienzos? Los mármoles, el azabache, el succino, el amianto y tanto número de raros y preciosos minerales y fósiles, ¿qué abundancia en materias no ofrecen a muchos nuevos y provechosos géneros de industria?
Por otra parte, la extensión de su población y el bajo precio de las cosas necesarias para la vida, ¿qué ventajas no ofrecen en la mano de obra? Los capitales ociosos que no se pueden dedicar al comercio, porque no tienen materia suficiente, ni a la compra de tierras, porque están sujetas a vínculos, ¿en qué objeto más útil y productivo pudieran emplearse? Añada usted a todo esto que el genio de los naturales es también industrioso, pues se les ve buscar con ansia todos los medios de ocuparse y mejorar en fortuna, sin perdonar diligencia ni trabajo, y adelantar maravillosamente cuanto sus luces permiten las artes y ocupaciones a que una vez se dedican.
Si en medio de tantas proporciones preguntare usted por las causas de este atraso, yo le diré que hay una muy principal, a saber, la falta de conocimientos. Veo las tentativas que se hacen cada día para establecer nuevos ramos de industria, malogradas casi siempre por falta de luces y principios. Veo el interés, la aplicación y aun el ingenio haciendo y repitiendo vigorosos esfuerzos contra la ignorancia, y que sus tinieblas los frustran y destruyen continuamente; veo, en fin, el celo predicando contra la ociosidad, porque él mismo no está bastante ilustrado para conocer que son otras las causas del atraso de la industria. Este es a lo menos mi dictamen, y ciertamente no le cambio por el de otros que piensan muy diversamente.
En efecto, ¿cómo se persuadirá usted a que sin matemáticas, sin física, sin química, sin dibujo, se pueden hacer grandes progresos en la industria? Permítame usted que vuelva a mis ejemplos, porque no hallo otro camino más breve para probar mis proposiciones.
Asturias está llena de minerales de fierro, y hasta ahora sus ferrerías se surten de la vena o mineral de Somorrostro en Vizcaya. Asturias abunda considerablemente de helecho y ocle marina, y no hay quien sepa hacer una botella para embotellar su sidra; con buenos linos y lanas, consumen los lienzos y paños finos, las bayetas y las sargas labradas en otras partes; tiene muchos y buenos cueros, y nadie sabe curtirlos, adobarlos y teñirlos. En todos estos artículos hallará usted que la falta de conocimientos es la principal, si no la única causa del atraso.
Pero hay otra causa de grande influencia, y en la cual acaso no ha parado otro alguno su consideración, y es la falta de capitales. No los tienen los propietarios, porque siendo muy corto y no menos expuesto a pérdidas el producto de su propiedad, continua la necesidad de reparar los predios rústicos, muy altos los precios del pan, vino, chocolate, aceite, sedas, paños, lienzos finos y otros artículos de su indispensable consumo, y sobre todo mayor el lujo y el gasto de la capital o villas agregadas donde vivan, sucede que apenas tengan lo necesario para subsistir con decencia. No los tienen los comerciantes, porque ni los hay ni puede haber en un país que no tiene artículos de extracción, y cuyo comercio pasivo con otras provincias es tanto más reducido, cuanto que la mayor parte de su pueblo vive sólo de lo que cultiva y trabaja. Ya he dicho a usted en otra parte cuál es el destino que dan a la fortuna los indianos. ¿Dónde, pues, se hallarán capitalistas? Y sin ellos, ¿cómo se podrán erigir ni promover establecimientos industriales? ¿Cómo formar empresas grandes y dispendiosas? ¿Cómo atraer los instrumentos, las máquinas, las luces y conocimientos que faltan?
Las demás causas que retardan el progreso de la industria son hijas de las antecedentes. La pereza, que no se mueve sino a la vista de grandes y evidentes estímulos; la preocupación, que grita contra todo lo nuevo porque no lo conoce, y que prefiere una ignorancia que la lisonjea a una ilustración que la acusa; la envidia, que nada deja crecer ni madurar y que lucha continuamente por sofocar en la cuna todos los establecimientos que pueden hacer la fortuna de su vecino, y sobre todo una cierta indolencia con que algunas gentes, que tienen aquí como en otras partes la primera influencia, minan todos los medios de hacer el bien que no están fiados a su mano, y sacrifican la felicidad común al interés de su clase, son sin duda causas muy ciertas, aunque parciales, de este atraso. Pero reflexione usted que la principal nace de la ignorancia, y por lo menos es incompatible con la verdadera ilustración.
La industria es natural al hombre y apenas necesita otro estímulo de parte del Gobierno que la libertad de crecer y prosperar: déme usted esta libertad y crecerá la industria hasta lo posible. Pero la ilustración fijará siempre la medida de esta posibilidad. Un pueblo bárbaro sabrá solamente hacer sus cabañas y sus instrumentos de labor y de pesca, y los progresos de su industria irán al paso de sus conocimientos, hasta que llegando a lo sumo de ellos, sepa hacer relojes que dividan el día en instantes o telescopios que descubran nuevas estrellas en el cielo.
Es, pues, indispensable traer la ilustración a este país, y yo aseguro a usted que tardará muy poco en ser industrioso. Sobre este punto no puedo dejar de aplaudir a un ilustre patricio que convirtió hacia él todo su celo, como verá usted por el adjunto discurso. Como hallo en él copiadas mis ideas, tengo una especie de vanidad en enviárselo para que le lea y enseñe a los amigos. Es verdad que este misionero ha hecho poco fruto entre sus paisanos; pero por ventura, ¿no será ésta otra prueba de que la ilustración es el primer paso que se debe dar hacia la felicidad de Asturias?
Bien sé que la ilustración por sí sola no puede hacerlo todo; pero ella atraerá capitales, arrancará auxilios al Gobierno y forzará, por decirlo así, a toda la provincia a que se convierta a este primer manantial de la prosperidad.
Ni crea usted que he dicho estas cosas por meterme a declamador; las digo únicamente porque me duele mucho ver tantas ventajas desconocidas, tantas proporciones malogradas, y tantos bienes miserablemente menospreciados y perdidos. Esta superabundancia de población de que he hablado a usted clama por el establecimiento de muchos nuevos ramos de industria; no ya para buscarla riqueza que es efecto suyo, sino para fijar tanto número de familias sobrantes y desacomodadas como produce esta provincia aplicada y laboriosa. En otras partes se trata de fomentar la industria para aumentar la población; aquí se la debe fomentar para no disminuirla. En otras partes se buscan por medio de la industria la riqueza y la felicidad de los pueblos; aquí se debe evitar por medio de ella su infelicidad y su ruina. Oiga usted si no sus consecuencias, y de camino desengáñese de una preocupación con que regularmente se juzga por allá de nuestras cosas.
Usted oirá decir muchas veces que Asturias y sus provincias confinantes son unos países miserables e infelices que tienen que arrojar de sí a sus hijos porque no pueden alimentarlos, y quede aquí viene que se halle en otras provincias tanto número de asturianos, gallegos y montañeses ocupados en los más viles oficios y ministerios. Así se discurre por allá y así poco más o menos discurren aquí los que juzgan de las cosas por la corteza y no saben subir a la indagación de sus causas.
Ahora bien, si es verdad que la población de un país es la medida de su riqueza, y si estas provincias, además de laque necesitan para llenar todas sus ocupaciones, tienen todavía un sobrante para llenar el vacío de la población de otras provincias donde van a trabajar, ¿cuáles, pregunto, de unas y otras se podrán decir más ricas? ¿Las que no tienen habitantes que mantener, o las que después de mantener los habitantes necesarios tienen otros muchos mantenidos por sus vecinas?
Pero hablando solamente de Asturias, oiga usted mis ideas acerca de este punto. Yo miro estas colonias de emigrantes que pasan los montes y se derraman a buscar su vida por toda la Península, como una exacta medida del sobrante de su población. Váyalos usted examinando uno a uno, y hallará que no hay entre ellos quien abandone una subsistencia segura en su país por buscar fuera de él una subsistencia arriesgada e incierta. Todos pasan a buscar fuera de aquí una ocupación de temporada en que puedan ganar lo necesario para subsistir y mantener una familia dentro de su misma patria, o bien a buscar una subsistencia más durable, que sólo encuentran fuera de ella, pero sin perder jamás de vista el designio de volver a disfrutar en sus hogares la fortuna que se hayan labrado en otra parte.
Y ¿cree usted que entre tanto queda el país abandonado o desierto? ¿O que sus campos, desamparados por los colonos, quedan yermos y sin cultivo? Nada menos. Los que pasan allá, o no tienen casería, o la tienen de tan corta extensión y producto, que no necesitando del trabajo del colono por todo el año, le permiten que vaya a llevar una parte de él a otra provincia, y a feriar por este medio lo que le falta para sustentar su familia. Así se nota lo primero, que la mayor parte de los que van a residir por allá son de aquellos concejos donde, destinadas muchas tierras a pastos y prados para la cría y granjería de mulas y otros ganados, quedan menos tierras laborables, menos número de caserías, y por consiguiente menos proporción para aumentar el acomodo de nuevas familias. Note usted, lo segundo, que si de estos u otros concejos vienen algunos vecinos de aquellos que tienen a su cargo alguna renta, su venida es siempre a trabajar en la siega u otra faena de temporada en los campos de Castilla, y volverse luego a mantener el resto del año su familia con el fruto de su sudor y trabajo. Note usted, lo tercero, que los que permanecen allá por más largo tiempo, no tienen por lo común otra ambición que la de juntar algún caudalillo para volverse a sus casas, comprar alguna tierra, algún ganado, y proporcionar así un establecimiento en que puedan mantener su familia. Todo lo cual prueba a mi ver concluyentemente que estos emigrantes no abandonarían su país si hubieran hallado en él una subsistencia segura, y que por lo mismo deben mirarse como el sobrante de su población.
Muchas veces he admirado como un error en que han caído aun las gentes más cuerdas y avisadas de este país el lastimarse de tales emigraciones como de un mal grave y digno de remedio, y más aún que se tratase seriamente de buscar alguno que las disminuyese o evitase del todo. Porque ¿qué sería del resto de la población si en el estado actual se lograse retener dentro del país estos individuos que ya no caben en él? ¿Es posible que no se vea que, reducidos a vivir donde ni la agricultura ni la industria les ofrecen ocupación ni subsistencia, o perecerían de necesidad, u obligados a subsistir del producto del trabajo ajeno, menguarían el bienestar y la fortuna de las demás familias laboriosas?
Que se erijan nuevas fábricas en que se puedan emplear y ganar su subsistencia; que se aumente por este medio el tráfico interior, la marina mercantil, el comercio activo; que se ofrezca ocupación a tantas manos como la piden y necesitan: verá usted cesar las emigraciones por sí mismas, y que nadie corre a buscar su suerte de la otra parte de los puertos, abandonando la que tenga segura dentro de casa.
Y advierta usted que no sólo es un error el empeño de reducir las emigraciones con respecto a los mismos emigrantes, sino que lo es también con respecto a todo el país. Las gruesas sumas que traen o envían a él ganadas en otras provincias, aumentan considerablemente su riqueza, y aunque no son fáciles de reducir a cálculo, no por eso deben ser un objeto de nuestro desprecio o nuestro olvido.
Bien sé que las emigraciones tienen sus inconvenientes; pero no me parecen comparables al mal que en el presente estado produciría su cesación. Cuatro o seis jóvenes entregados al vino o al desarreglo de los que van a trabajar por esos países; cuatro o seis mujeres abandonadas porque sus esposos perecieron allá a manos de la enfermedad, de las fatigas extraordinarias y de la corrupción, son seguramente un mal ocasionado por estas emigraciones; pero ¿qué bien político no halla usted mezclado con semejantes inconvenientes? Harto más digna de consideración es la influencia que tienen estas emigraciones en las costumbres generales. Cuando vuelven de ella alguno de estos mozuelos que habían salido de su país inocentes y bozales, suelen traer ya toda la tintura de la picaresca castellana, y el trato con ellos no deja de alterar algún tanto la sencillez e inocencia de las costumbres originales de sus paisanos. Pero ni estos ejemplos son muy frecuentes, porque la pobreza y el trabajo son en todo lugar un gran preservativo contra la corrupción, ni por otra parte sabré yo decir a usted cómo podría un gobierno evitar esta especie de males que andan siempre unidos con las mismas ventajas que busca.
Es ciertamente innegable que la multiplicación de los hombres engendra nuevas pasiones, que su asociación aumenta el fuego y la actividad de ellas; que del fomento de la industria debe nacer precisamente el comercio, del comercio la riqueza y de la riqueza el lujo, enemigo y corrompedor de las costumbres. Sea, pues, un problema digno de la especulación de los filósofos saber si un cuerpo político debe renunciar a todas las ventajas que son incompatibles con la conservación de las puras y primitivas costumbres de un pueblo, o si cuando trata de aumentar la población por el único medio que ofrece la economía, esto es, aumentando los medios de subsistir, debe prescindir de tales inconvenientes. Pero entre tanto, oigamos nosotros la voz de la humanidad y aun de la religión, que nos dicen que el cuidar de que los hombres se multipliquen, vivan y no perezcan, es el primero de todos sus preceptos.
De lo dicho hasta aquí no debe usted inferir que nuestro país desconoce enteramente esta última clase de industria. No por cierto. Antes por el contrario, se debe a la aplicación de sus naturales esfuerzos, de que hay pocos ejemplos en otros países. No hace muchos años que don Juan Cónsul, sin otro auxilio que su especulación y su industria, logró establecer en su casa del Villar, concejo de Siero, una fábrica de loza fina en que se trabajaron piezas admirables, tanto por su forma como por su color y vidriado o baño. Don N. Dóriga acaba de establecer otra en las cercanías de Oviedo a imitación de la de Bristol, dirigida por un hábil fabricante inglés, que desde los primeros ensayos ha logrado igualar sus mejores modelos, y camina rápidamente a la perfección. Se ha adelantado bastante el tejido de lienzos, y he visto bellas cotonías, colchas, panas y otros géneros de excelente calidad y apariencia fabricados en Oviedo.
Don Francisco Clabell y Bellet beneficia con conocida utilidad la excelente mina de cálabe o succino (ámbar) de las Cuerrias, y piensa en establecer varias manufacturas de esta misma materia. Oigo hablar de nuevas tenerías, de fábricas de botellas y de otros establecimientos que prueban la fomentación en que se halla aquí el espíritu de industria y aplicación. La Sociedad Económica fomenta con infatigable celo estas útiles ideas, y todo al parecer anuncia una feliz revolución en este ramo. Pero recelo mucho que se adelante poco mientras no se empiece a curar el mal en la raíz. Cuando mis paisanos tengan matemáticos, físicos, químicos, mineralogistas y dibujantes; cuando aprendan a emplear más útilmente los fondos; cuando sepan alcanzar del Gobierno los auxilios que nunca niega a los que le buscan con justicia y oportunidad, entonces tendrán fábricas y artefactos, podrán emplear en ellos un doble número de familias y la población y la riqueza crecerán como la espuma; pero mientras falten tales auxilios, los progresos serán muy perezosos. Algo adelantaran la imitación y el ingenio, pero nada inventarán de sólido ni de nuevo; nada lograrán cuya subsistencia no sea precaria y dependiente de favorables y pasajeras circunstancias. Basta por este correo: el adjunto discurso acabará de ilustrar la materia. Entre tanto salude usted a los amigos, y mande a quien lo es suyo muy de veras, etc.

Referencia: 10-326-01
Página inicio: 326
Datación: 1795
Página fin: 337
Destinatario: Don Antonio Ponz
Ediciones: Cartas hasta hoy inéditas del señor don Gaspar de Jovellanos a don Antonio Ponz, ahora publicadas por primera vez, Habana, Memorias de la Real Sociedad Económica de la Habana, tomo IV, 1847. &lt
Bibliografia: ADARO RUIZ-FALCó, L., Datos y documentos para una historia minera e industrial de Asturias, 3 vols., Gijón, 1981-1989. ANES, G., Historia de Asturias. Edad Moderna, tomo II, Gijón, 197
Estado: publicado