Censura de Adela y Teodoro, cartas sobre la educación de la condesa de Genlis, Vida de Barbarroja de Adrien Richer e In

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Señor:
De acuerdo de V. A. nos remitió don Pedro Escolano de Arrieta con papel de 11 de febrero anterior tres obras francesas que habían llegado con otras a la Real Aduana de Cádiz para que las reviésemos y juzgásemos conforme a lo dispuesto en la Real Cédula de S. M. de primero de julio del año pasado y sucesivas órdenes del Consejo.
La primera de estas obras, que es anónima, impresa en París en 1782, consta de tres volúmenes en octavo y tiene por título Adela y Teodoro. Cartas sobre la educación comprensivas de todos los principios relativos a los tres diferentes planes de educación de príncipes, jóvenes y hombres.
Esta correspondencia epistolar abraza el plan de una educación doméstica cabal. Aún se puede decir de una educación paternal porque no hay más maestro que la madre, la cual, tanto por ejemplos como por preceptos, tanto por lo que perciben por sus ojos como por sus oídos, adelanta maravillosamente en sus hijos los conocimientos y les inspira un deseo de saber sazonado con tal discreción que sólo es estímulo del estudio sin causar ninguna confusión.
Todo es en este sistema una lección disimulada, pero eficaz y unida y acomodada a los dos sexos. Los tapices que cubren las paredes contienen trozos escogidos de historia sagrada o profana, cuya explicación e inteligencia se bebe y aprende por pasatiempo en las horas desacomodadas para atención más seria.
La geografía, el conocimiento de las principales capitales de la Europa y del mundo, y sus bellezas más preciosas se presentan en instrumentos de óptica tan gratos y hermoseados que se envidian, se piden y se apetecen por los niños.
La distribución de la casa sirve para mostrar cuanto puede el conocimiento y uso de la arquitectura añadir a la decencia, gusto y comodidad.
La vista y paseo de la huerta y jardín se toman por ocasión para dar útiles documentos de la historia natural, y hacer amable su gusto.
Los libros se acomodan a la edad, a la inteligencia y a las nociones antecedentes, y se varían con tanto pulso y sabiduría que, lejos de dar fastidio se dejan de mala gana. El primer cuidado y lugar en la economía de esta enseñanza se consagra al grande objeto de formar el corazón en todas las virtudes cristianas y morales con profundos sentimientos de una religión ilustrada y una piedad sólida.
En los viajes se robustece el cuerpo con el ejercicio y con el uso nada melindroso de alimentos comunes, y el ánimo se resguarda y fortalece contra la timidez de los peligros y escollos, adquiriendo cierta superioridad sobre toda preocupación. En el ocio del camino y en la multitud de objetos que se presentan se razona más despacio, y se multiplican ideas grandiosas de cuanto conviene imprimir en los que se educan. Hospitales, caminos, canales, el cultivo del campo, el fomento de la marina y todo lo que forma la opulencia de un estado y el adorno y decoro de una capital es el objeto continuo de los cuidados del maestro y de la instrucción de sus hijos.
La basa de todo este plan es el amor y confianza que desde la edad más tierna deja impresos en el corazón de sus hijos la hábil y diestra madre; por estos caminos logra que se la [sic] acerquen y la busquen, que le descubran su más íntimo interior y que reciban con agrado y fruto la enseñanza y la corrección.
En efecto, el método no está exento de penas; pero por un efecto del primor de su combinación son raros los casos en que se hacen acreedores a ellas los jóvenes, porque cultivan y ejercen por principios la virtud, y están convencidos de que no pueden, sin degradarse, desamparar la probidad, la compasión, la misericordia, el pudor y la humanidad.
Nunca se echa mano de estos castigos comunes, impropios y bastardos, resto de la ignorancia y de la barbaridad, de que no se recogen otros frutos que el tedio o aversión de los padres y maestros, de los estudios y los libros.
La privación de la vista o compañía de la madre, la del paseo, de la música, del diseño o de algún gusto honesto y apetecido es toda la pena de Adela y de Teodoro que por una consecuencia de las máximas de su enseñanza no cae más que en defectos ligeros.
La obra consta de preceptos, pero no está reducida a solo ellos. Sería demasiado ingrata y estéril si no se interrumpiese a menudo con episodios excelentes que insensiblemente pero con oportunidad se ingieren en la serie de cartas dirigidas al punto principal de hacer completa en todos sus ramos la instrucción.
No puede disimularse que a las veces estos intermedios no son serios. Hay cartas galantes y algunos empeños de amor tratados alegremente, pero sin libertad ni licencia disonante y siempre se conducen a lección y fin honesto.
No sabemos así perdonar lo que se lee en el tomo segundo, pág. 75, en donde, tratándose del estado de la agonía de un moribundo, se proscribe todo el aparato lúgubre que la precede ordinariamente y dice estas palabras el personaje que allí habla:
Nunca les pronuncia mi lengua la sentencia fatal antes de ponerse en peligro (los moribundos) les empeño en cumplir todos los deberes de la religión, pero no tengo la barbaridad de derramar el espanto y la consternación en aquellos pobres corazones a quienes con eso llenaría de amargura: les hablo de Dios, de su bondad y poder, les dispongo para que le amen, no para que le teman, y les ofrezco ideas dulces y de consuelo para que a lo menos les sigan hasta el sepulcro la paz, la seguridad y la esperanza. ¿Cómo es posible persuadirse que un hombre sin educación ni filosofía y debilitado por la enfermedad pueda oír con paciencia las duras ex[h]ortaciones de un sacerdote que viene a asustar su imaginación y a turbar su conciencia? ¿Cómo se ha de creer que un enfermo sufra sin terror y sin desesperación los funestos aparatos de la muerte, aquellos cirios lúgubres que rodean su cama y aquellas preces de la agonía que resuenan a sus orejas? Su cabeza se trastorna, su corazón sucumbe a las negras ideas del miedo; se emponzoñan los últimos momentos y se les hacen terribles y espantosos y aún se puede decir que se les adelantan. ¿Es posible que una religión cuya moral es tan dulce como pura y sublime pueda inspirar un delirio y una crueldad tan absurda?
No es esto lo peor, sino que en una nota que pone prosigue así:
Todas estas cosas se practican todavía en todos los pueblos y en la mayor parte de las villas de provincia. Yo he visto en una aldea a un padre a la cabeza de su hija moribunda cantar por sí mismo las preces de los agonizantes, que empezaban y acababan por aquellas palabras «Sal alma cristiana de este mundo». ¡Qué expresiones para pronunciadas por un padre! ¡Qué horrible demencia!… Ella ultraja a la religión igualmente que a la humanidad. Por otra parte, todo este aparato inhumano que sirve sólo para dar espanto al moribundo, inspira precisamente a los que le acompañan el horror y terror de la muerte: debilidad bien opuesta al cristianismo que nos recomienda particularmente el buen ánimo, prescribiéndonos el desprecio de la vida.
A nosotros nos parece que de una práctica y preces establecidas y aprobadas por la Iglesia para el trance terrible de la muerte debe sentirse y hablarse con otra veneración y respeto y que es una impiedad irreligiosa caracterizar tan duramente unos usos y auxilios santos y así creemos que debe excusarse la impresión de este pasaje.
Otra expresión hay en el folio 84 del tomo tercero que dejada en la generalidad con que está puede entenderse con error. Hablando de la limosna dice absolutamente que no es en el Evangelio más que un consejo y una ex[h]ortación, pero no un precepto positivo. Esta doctrina es opuesta a la sana moral y a la razón, habiendo sin duda casos en que una limosna es obligatoria; lo cual nos parece que corresponde advertir en una nota, cuando no se prefiera dejar vacío y con estrellas este lugar.
En el folio 268 del mismo tomo tercero hemos echado de menos una [h]oja que naturalmente se olvidó al tiempo de la encuadernación.
Antes, en el folio 118 del mismo tomo, hablando de la mentira oficiosa Adela y de su uso, la [sic] enseña su madre que se puede emplear para especular o disculpar un perjuicio considerable o culpa grave, o por guardar el propio secreto o el que se nos ha confiado. Estos dictámenes, aunque en todos tiempos no destituidos de patronos, son irreconciliables con lo que siente y funda S[a]n Agustín, y a su sombra los teólogos, escritores y hombres de peso y doctrina y conforme a estos principios no merecen correr estas cláusulas.
No creemos que tenga más lunares la obra, cuya publicación importará para adelantarse y perfeccionarse, un punto tan recomendable como la educación y aun hemos entendido con mucho gusto que se trata y trabaja en su traducción.
La vida de Barbarroja ofrece la primera parte de una grande obra intitulada Vida de los más célebres marinos. No hay en ella cosa que se oponga a las máximas de la religión ni de buena política y, por otra parte, debe interesar singularmente a los españoles porque la historia de este pirata está muy enlazada con la de nuestra nación. Es muy fácil de discurrir que habiendo nacido Barbarroja francés y sido general de la Armada Turca en tiempo en que Solimán II era aliado del Francisco I de Francia y enemigo irreconciliable de su rival el gran Carlos I de España, no estará su cronista exento de la nota y parcialidad hacia sus paisanos y contra nosotros.
En efecto, este achaque se descubre desde los primeros párrafos, pues a la pág. 18 dice que se leerá la vida de un hombre que hizo temblar en su trono al mismo Carlos V. Es verdad que en el curso de la historia no se dice cómo ni cuándo tuvo este grande emperador semejante flaqueza tan poco conforme a su heroico carácter. Pero, además de que este es un defecto demasiado común en todo escritor y por lo mismo tolerable, hallamos que en la relación de los hechos históricos observa el historiador bastante exactitud y por lo mismo somos de sentir que la obra puede correr sin embarazo.
La Institución e instrucción cristiana es una obra dogmática, escrita originalmente en italiano, traducida al francés y publicada nuevamente en Nápoles, bajo el augusto patrocinio de la soberana de aquel reino con todas las aprobaciones y licencias necesarias y con tantos elogios que se asegura en una advertencia impresa a su frente que es preferible a los mejores catecismos publicados en estos dos siglos.
Sin embargo de esto, el ser una obra que abraza todas las verdades dogmáticas y morales de nuestra religión, el estar publicada sin nombre de autor ni traductor y el no hallarse todavía acreditada y acaso ni conocida entre nosotros nos hace creer que es digna del más escrupuloso examen. Sería temeridad en nosotros el empeñarnos en hacerlo y mucho más en juzgar de unas materias reservadas a los doctores de la Iglesia, a cuyo juicio nos parece que podrá remitirse el Consejo o resolver lo que fuere de su mayor agrado.
Madrid, 2 de septiembre de 1786
Don Gaspar Melchor de Jovellanos
Don Felipe de Ribero

Referencia: 12-116-01
Página inicio: 116
Datación: 02/09/1786
Página fin: 121
Lugar: Madrid
Destinatario: Real Academia de la Historia
Manuscritos: Inédita. AHN, Consejos, leg. 5549/34.
Ediciones: OC, XII, ed. Elena de Lorenzo Álvarez, págs. 116-121.
Bibliografia: Bolufer Peruga, Mónica, «Pedagogía y moral en el siglo de las luces», Revista de Historia Moderna, nº 20 (2002), págs. 5-109. Domergue, Lucienne,
Observaciones: La censura aparece referenciada en Aguilar Piñal, Francisco, Bibliografía, 5142. Se trata de un expediente abierto ante la llegada de libros extranjeros, que se hallan detenidos en la Aduana de C&aac
Estado: publicado