Censuras de la Historia crítica de España y de la cultura española

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Ilustrísimo señor:
He visto el tomo I de la Historia crítica de España y de la cultura española, que V. S. I. ha remitido a mi censura, escrito originalmente en italiano por el abate Juan Francisco de Masdeu, y puesto nuevamente en castellano por el mismo autor.
Este tomo I contiene solamente un discurso preliminar que debe preceder a toda la obra, y tiene el siguiente título: Discurso histórico-filosófico sobre el clima de España, el genio y el ingenio de los españoles para la industria y literatura, su carácter político y moral.
Este discurso preliminar se divide en cinco capítulos, y en ellos se trata: 1. º Del clima de España en general, y en particular de la esencia y calidades de los aires que en él reinan y de sus producciones naturales. 2. º De la influencia del clima en los hombres; de la esencia del genio y del ingenio, y cómo el clima de España influía en éstos. 3. º Análisis del genio de los españoles con respecto a la industria, esto es, a la agricultura, manufacturas, milicia, navegación, y comercio. 4. º Análisis del ingenio español con respecto a la literatura y examen de los defectos que ordinariamente se le achaca. 5. º Carácter político y moral de los españoles, examinado filosóficamente.
En el prólogo del discurso citado, da el autor un plan de toda la obra que se propone escribir, la cual constará, según él, de nueve volúmenes. Ya hemos dado noticia de lo que contiene el primero. El segundo contendrá la historia crítica de la España antigua. El tercero, de la España romana. El cuarto, de la España goda. El quinto, de la España árabe. El sexto, de la España restauradora de la cultura de Europa. El séptimo, de la España conquistadora del Nuevo Mundo. El octavo, de la España austriaca; y el noveno, de la España borbónica.
Será ocioso recomendar a la Academia la utilidad e importancia de esta obra, que si correspondiese a las esperanzas que despierta el plan citado, acabará de satisfacer el ansia de los buenos patriotas tanto tiempo ha deseosos de una historia civil de España en que a un mismo tiempo se ilustren las épocas que son todavía poco y mal conocidas, y se dé una idea del estado que tuvieron en ellas la agricultura, las artes, el comercio, la navegación y la literatura de España.
Mientras el autor cumple estas agradables promesas, es preciso hacer la debida justicia al mérito del discurso preliminar remitido a la Academia, en el cual ha recogido el autor un rico tesoro de erudición y doctrina para ilustrar los varios puntos de que ya dimos cuenta. Cuanto han dicho del clima, producciones e ingenios de España los antiguos geógrafos e historiadores, cuanto han escrito los viajeros y políticos modernos, todo se halla ordenado y citado oportunamente en esta obra, siendo tanto más admirable esta copia de doctrina, cuanto el autor la ha tomado solamente de escritores extranjeros.
Esta ha sido una de sus máximas, fundada, según dice al fin de su prólogo, en que habiendo de hablar de las glorias de España, le ha parecido necesario apoyarlas en testimonios forasteros, porque los naturales serían recusables y tachados de parcialidad.
Esta máxima sería muy digna de alabanza si no hubiese conducido a nuestro autor a dos defectos, que debían resultar forzosamente de ella: el primero, de escasez, porque aunque de España han hablado mucho los escritores antiguos y modernos, no han dicho todo, ni la mayor parte de lo que se podía decir, y el segundo, de inexactitud, porque jamás los extranjeros han podido ser exactos en la relación de nuestras cosas, y así como no admitimos su testimonio cuando nos acumulan ciertos defectos, así tampoco debemos admitirle cuando es favorable a nuestras glorias. Es verdad que entonces no se les podrá notar de parcialidad, pero es claro que siempre se los podrá argüir de poca exactitud.
Daré una prueba efectiva de estos defectos. Habla nuestro autor de las producciones de España, especialmente en el capítulo primero, pero de casi ninguna con la abundancia de que pudiera. Por ejemplo, alaba la excelencia y abundancia de nuestros baños y aguas minerales, pero ni cita ninguna de las descripciones que tenemos de ellas, ni siquiera menciona las de Trillo, Hardales, Sacedón, Puertollano y otros. Habla de nuestras minas, y no cita al célebre Bowles, que hizo descripción de muchas, ni menciona las de azogue de Almadén, las de cobre de Riotinto, las de plomo de Linares, ni otras igualmente célebres. Habla de los montes y caza, y ni cita el célebre libro de montería que da noticia de los mejores de España, ni cita los que principalmente surten en el día de maderas de construcción nuestros astilleros, ni habla de los de Asturias, Galicia, Navarra, ni de los famosos pinares de Segovia. Y, finalmente, se nota igual escasez en lo que dice de nuestra pesca, nuestros mármoles, nuestras frutas, nuestras manufacturas y nuestros inventos.
En prueba de la poca exactitud de los autores extranjeros que cita, bastará apuntar dos hechos. En la página 35 dice con M. de Vayrac que son tan excelentes y abundan tanto en el reino de Córdoba las naranjas chinas, que se hallan tiradas por los caminos, y que los naturales se sirven de ellas para abonar las tierras. En la 68, citando a los autores ingleses de la historia universal, dice que los palacios que edificaron los árabes en España son de una arquitectura totalmente diversa de la gótica y romana, pero muy superior a entrambas en el gusto y la magnificencia.
Pudiera citar otros ejemplares, en prueba de lo que llevo dicho, pero me parece que bastan los apuntados para demostrar que nadie podrá escribir la historia de un país desechando enteramente el testimonio de los nacionales. Los hechos domésticos no se pueden probar con testigos extraños. El autor mismo conoce esta verdad, pues alguna vez se ha visto precisado a abandonar su máxima citando a Ustáriz, al padre Pineda, el Periplo y otras obras de célebres españoles. Lo cierto es que, si en su historia sigue la misma máxima que en este discurso, no debemos esperar una obra tan completa como su aplicación y estudio pueden producir trabajando sobre nuestros libros.
Otro defecto encuentro en esta obra, que en mi dictamen merece corrección, y es en la pureza del lenguaje. Muchas veces altera la formación y terminación de nuestras voces, como cuando dice contrabanderos, por contrabandistas, Colombo por Colón, histórico por historiador, viajadores por viajeros, asianos por asiáticos; otras usa de voces espurias y no admitidas, como cuando llama jornales y jornalistas a los diarios y diaristas, seducente por engañoso, testimonio por testigo, pergamena por pergamino. Otras, en fin, peca contra nuestra sintaxis formando las oraciones y períodos conforme a la construcción toscana.
Bien veo que éste es un defecto necesario en un hombre que hace quince años que reside en Italia, que se ha ejercitado con frecuencia en escribir y en componer en lengua toscana y que escribió originalmente en ella esta misma obra que ahora nos da traducida.
Aunque yo hice de paso algunas enmiendas en las palabras defectuosas que encontré en esta obra, me ha parecido que estos defectos de estilo, así como los de abundancia y exactitud de que antes hablamos, merecían ser corregidos más detenidamente por alguna persona que la Academia nombrase a este fin. El objeto de la obra es tan importante y a nuestra nación interesa tanto en su buen desempeño, que se haría grande honor a la Academia en dar al autor un auxilio, con el cual la obra sería mucho más apreciable. El autor, por otra parte, lo merece, porque no se puede mirar sin ternura ni dejar de admirar como un prodigio que mientras que los españoles sufrimos en el seno de nuestra patria que los extranjeros nos injurien y baldonen impunemente en sus escritos, halle nuestra causa tantos y tan valientes defensores en una porción infeliz de individuos que vive desterrada de sus hogares tantos años ha, sin que el tiempo ni la distancia hayan entibiado el ardor patriótico que abrigan sus corazones.
Por esto me atrevo a proponer a la Academia que, pues el señor Capmany es paisano del autor y le debe además que haga de su nombre honrosa memoria en este discurso, se le podía comisionar para que, examinando cuidadosamente esta obra, supliese y enmendase los defectos de abundancia, exactitud, estilo y ortografía que en ella se encuentran.
Pero, como éstos no sean contrarios a nuestras leyes ni a las buenas costumbres, si la Academia no se dignase a adoptar mi propuesta, soy de sentir que esta obra, tal cual se halla, merece la luz pública. V. S. I. determinará lo que fuese de su agrado.
Madrid, 30 de diciembre de 1782
Ilmo. Sr. D. Gaspar Melchor de Jovellanos

Referencia: 12-042-01
Página inicio: 42
Datación: 30/12/1782
Página fin: 48
Lugar: Madrid
Destinatario: Real Academia de la Historia
Manuscritos: RAH, leg. 11-1-4/8025 (60). El ms. de esta censura se encuentra actualmente perdido.
Ediciones: BAE., t. V, págs. 31-33. BRAH (1911), págs. 179-183. OC, XII, ed. Elena de Lorenzo Álvarez, págs. 42-50.
Bibliografia: Baras Escolá, Fernando, «Política e historia en la España del siglo XVIII: las concepciones historiográficas de Jovellanos», en Boletín de la Real Academia de la
Observaciones: El jesuita Juan Francisco Masdeu solicitó a Campomanes amparo para esta obra el 13 de octubre de 1781, obtuvo la licencia y La Historia crítica de España y de la cultura española
Estado: publicado