Copia del informe sobre hospicios, que hizo al Consejo la Real Sociedad patriótica en la ciudad y reino de Sevilla

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Comienzo de texto: M. P. S. En carta que, con fecha de nueve de junio de este año, recibió de orden de V. M. esta Real Sociedad, le encarga que informe sobre varios puntos

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M. P. S.
En carta que, con fecha de nueve de junio de este año, recibió de orden de V. M. esta Real Sociedad, le encarga que informe sobre varios puntos contenidos en ella relativos a los hospicios que se han de establecer en el reino, recomendando que para su examen se tengan presentes las reflexiones de don Bernardo Ward, ministro que fue en la Real Junta de Comercio y de Moneda, como lo casi único que se ha escrito en nuestro idioma que pueda conducir al tiempo presente; y deseando este Cuerpo dar señales claras de cuánto desea contribuir de su parte a tan útiles y piadosos fines, ha tomado este asunto en la mayor y más madura consideración, y ha conferenciado entre sí sobre los particulares en que tiene el honor de ser preguntado, y de este examen ha resultado lo que expone a la sabiduría y penetración del Consejo […]
TRABAJO Y LABORES, Y SU DISTRIBUCIóN
Habiendo tratado la Sociedad, a cuyo cargo han de correr estas casas, del fondo que ha de servir de subsistencia para el número que ha de haber en cada capital, de las personas que a ellas se han de destinar, y de la separación y aseo que en ellas ha de haber, resta que tratemos de la enseñanza de los pobres en los hospicios, de su distribución en los lugares comprendidos en las nueve leguas, y del modo con que la Sociedad puede conseguir que se destierre la mendicidad; precaviendo la futura generación de pobres que se prepara, que es el punto que se ha dejado intacto en el establecimiento de hospicios hasta aquí proyectados, y en el que debe llevar ventaja el método de Gobierno que se propone a los anteriormente propuestos.
Dos clases hay de pobres cuya enseñanza merece la preferencia, como que de ellas han de componerse las razas futuras, y como que están en una edad en que son capaces de todo; estas son las muchachas desde seis a veinte años, y los niños de la misma edad; y lo que de estas se diga puede cómodamente extenderse a las demás, atendidas las circunstancias, si cuando se hablase de su enseñanza se omitiese algo.
Hablando pues de la primera clase, que es de las muchachas desde seis a veinte años que han de vivir separadas de las que tengan esta última edad adelante, si fuese su número capaz de dividirse o fuese suficiente la casa, se han de colocar en cuartos separados y cuadrillas que no exceda el número de diez. Cada decuria de estas, tendrá su maestra y habrá una rectora que tendrá la inspección sobre todas.
Tanto la rectora como las subalternas, han de saber leer, escribir y contar, poseyendo las artes necesarias, para cuya enseñanza, las que se reciban, han de ser de buenas costumbres y el examen para esto ha de ser escrupuloso.
El establecimiento de las escuelas patrióticas de la Sociedad producirá un número suficiente de mujeres instruidas que puedan desempeñar estos empleos.
Así la rectora como las maestras, deberán cada una formar dos libros cuyo uso es el siguiente. El primero servirá para apuntar por abecedario en formas separadas los nombres y apellidos de las hospicianas, la parroquia a que pertenecen, con una apuntación de la ropa con que entró en el hospicio; estas ropas se han de guardar separadas para restituirlas completas a la salida de alguna. En el segundo, han de llevar la cuenta y razón de las primeras materias que se pongan a su cuidado y de las ya manufacturadas, todo con individualidad y distinción.
Los libros de la rectoría han de comprender la generalidad de los otros. Las maestras han de dar las cuentas por semanas a la rectora, y esta a los diputados del hospicio. Los que hayan de formar las ordenanzas del hospicio añadirán las reglas necesarias para la más exacta economía. A la entrada de cualquier mujer se le ha de examinar por el párroco o persona encargada si se sabe la doctrina cristiana y, no sabiéndola, instruirla en ella y en todas las obligaciones de su edad y de su estado, como también de las que contrae a su recibo en el hospicio, de la obediencia y subordinación que debe a sus superiores y maestros; los ejercicios espirituales que han de practicar, su distribución y método, todo, correrá a cargo de las personas destinadas a ese fin.
Cada cuadrilla deberá cuidar del aseo y limpieza de su habitación, y han de nombrar algunas de todas ellas que cuiden de la general de la casa, repartiendo con equidad la fatiga y cuidando, en este caso, evitar la comunicación con las demás clases; el aseo y limpieza es de mucha importancia por las razones que se dirán cuando se trate del hospicio de Sevilla. La ocupación continua, la distribución de horas para el trabajo, sin que jamás se permitan omisiones sobre esto a ninguna de las mujeres, han de ser los esenciales cuidados de las maestras y los efectos de la perspicacia de la rectora. Cuando se quiere desterrar la pereza no se han de permitir descuidos que puedan reproducirla.
Las hilanzas al torno, según el método que se establezca en nuestras escuelas, han de formar los primeros estudios de las hospicianas, los cardados, los blanqueos, los tejidos de lienzos de lino, cáñamo y algodón para el consumo de la casa y para exponer en venta pública las porciones que haya de resto, los telares en que se labran muchas cintas de hilo a un tiempo, ramo considerable de un crecido consumo en Sevilla, les darán una ocupación lucrosa; debiendo dársele la preferencia a este trabajo para que la prohibición del hilo y géneros extranjeros de esta especie, tenga todo el efecto que desea S. M., propenso siempre al bien y utilidad común de sus vasallos.
Los encajes, medias y cinterías de seda, en fin, todas las manufacturas menores de esta especie, son adecuadas a sus fuerzas y deben destinárseles.
A las muchachas que manifiesten inclinaciones a costura en blanco, se les debe enseñar lo más primoroso de ellas, cómo bordar vueltas para hombres y vuelos para señoras, pañuelos, cofias y otras menudencias que son del consumo de la nobleza, en cuyas casas serán apreciables para criadas y de donde las buscarán con noticia de su habilidad y primor.
A estas mismas se les puede dar alguna instrucción en el arte del peinado y de sus modas más regulares en el día, para lo cual se ha de buscar un peluquero, hombre de buenas costumbres y talento, el cual, con aprobación y licencia de los directores, entrará en el hospicio a cumplir con este encargo siempre a presencia de alguna de las maestras. También sería conveniente darles alguna idea de los cortes de ropa blanca y de color, cortándose y cosiéndose las que se hayan de usar en el hospicio por las que estén más adelantadas; esto les será muy útil en el uso doméstico.
Como el capricho de las modas es el barómetro del consumo de las fábricas menores de seda, oro y plata, los directores del hospicio tendrán cuidado de observar las reinantes para adaptarlas inmediatamente y lograr las ventajas que produce en otros países la inconstancia del corazón humano.
Estas labores finas podrán enseñarse solo en aquellas capitales donde se crea que el lujo está en proporción de poder ser empleadas las educandas en estas manufacturas con ventajas conocidas; entre otras, deben preferirse las más baratas y de más consumo en el país.
Al mismo tiempo que las muchachas se van habilitando en estos oficios, debe destinárseles alguna hora del día para que aprendan a leer y escribir, y en estas lecciones, y en los ratos mismos de la labor, se les ha de tener por las maestras conversaciones que les haga insensiblemente amar lo bueno, y con que se precava toda idea que pueda manchar sus almas inocentes. Se les ha de dar un claro conocimiento del ser supremo, del culto que le deben los hombres, de la obediencia a sus preceptos, de la doctrina que ha revelado a la santa Iglesia y del catecismo que esta enseña a los que dichosamente vivimos en su gremio. Suponiendo que los párrocos será de quienes reciban principalmente esta instrucción, pues su subsistencia será asidua y frecuente.
Adquiridas estas nociones, aún les queda a las maestras otra obligación que llenar y que ellas solas pueden cumplir; esto es, preservarlas de las pasiones comunes a la juventud, como son la soberbia, el orgullo, la vanidad, la ira, la venganza, la presunción, la tenacidad; y fomentando en ellas, ya con la dulzura, ya con el rigor, las virtudes opuestas que forman el verdadero carácter del hombre para los destinos de su Criador.
Los alimentos de las niñas han de ser sanos, simples y suficientes; en las horas de recreo se les ha de permitir todo juego decente, sea el que fuere, sin que las maestras por un efecto de mal humor las molesten con severidades importunas que las aflijan. Gocen en hora buena en ellas de toda su libertad; estos alegres momentos han de ser suyos exclusivamente porque quizás serán los únicos que tengan felices en su vida; sin embargo, siempre han de presenciarlos las maestras para evitar cualquier desorden o confusión.
No puede ni debe ser perpetua, ni por mucho tiempo duradera, la permanencia de estas muchachas en el hospicio, pues no pudiendo la Sociedad a los principios cortar de raíz la mendicidad, habrá otras en el pueblo que estén esperando y necesiten del mismo auxilio. Las educandas en el hospicio, así las de seis a veinte años que hayan aprendido alguna labor, como las desde esta edad adelante que hayan sido capaces de aplicación y se hayan en efecto instruido en algo en que puedan ser útiles, saldrán de esta casa de caridad con el permiso de la Sociedad; teniendo esta el cuidado de que sea a un destino seguro en que honestamente puedan ganar su vida y que, en cuanto sea posible, no estén expuestas a la anterior mendicidad. Por lo que, teniendo la Sociedad siempre a la vista el plan de que arriba hablamos y [que] sirvió para la recolección de pobres, atenta [a] la educación que en la casa recibió la muchacha, procurará colocarla donde su enseñanza haga más falta; o donde más cómodamente pueda subsistir, si la Sociedad de que se habla estuviese en la capital de la provincia, en donde una riqueza respectiva y un trato más abierto y franco haya originado cierto lujo y profusión, y que para mantenerlo se valgan los extranjeros de nuestra impericia. Como la educación en el hospicio haya sido relativa a alguno de estos ramos, como anteriormente se dijo, si hubiese alguna de estas muchachas que se distinguiese en estos géneros de trabajo, se procurará por la Sociedad destinarla a mercadera de modas, donde, con un cierto fondo, podrá reemplazar una extranjera. ¿No será una obra de caridad dar destino a un individuo que no lo tenía y hacer que un dinero, que con pura pérdida del Estado pasaba al extranjero, se quede entre nosotros?
Por el mismo plan, verá la Sociedad que en sus lugares respectivos carecen generalmente las mujeres de toda industria, que en muchos de ellos podría dárseles alguna con que pudieran ayudar al continuado afán de sus maridos; observarán que podían establecerse las labores de encajes bastos como se practica en muchas provincias de España. ¿No harían, pues, en este caso, un beneficio conocido al país si en alguno de sus pueblos pusiesen una escuela pública de estas labores en que se instruyen las muchachas destinando para maestra alguna del hospicio? La que se podría pagar del fondo de alguna obra pía sin destino o que, aunque lo tuviese, no fuera tan útil ni ventajoso como este; y con dificultad podría darse alguno que lo fuese tanto que, dando una segura subsistencia a una mujer, daba una general industria a todas, y sacaba a un lugar entero de la ociosidad y hacía que sus mujeres no fuesen, como hasta aquí, las más veces una carga pesada e intolerable en el matrimonio. Convendría que estas mujeres que salían del hospicio sin estado, procurase la Sociedad dárselo, casándolas con algún honrado artesano, que siendo hábiles en algún oficio, procurasen propagar la industria en el pueblo en que se avecindasen. Hay en Sevilla muchas obras pías para dotar doncellas, ya en dinero, ya en ropa o en ajuar; si estas se aplicasen a las que están en estado de ser útiles del público, casándose y enseñando alguna labor que había aprendido en el hospicio, sería de la mayor ventaja. Lo es de tanta, que nuestras leyes encargan a los obispos que las obras pías menos útiles las apliquen a este fin, y que hagan lo mismo de las que no tuvieren aplicación particular. Les encargan igualmente que de las limosnas menudas que dieren destinen la parte que fuere posible a casar huérfanas y pobres, pues en lo regular (les dice) ninguna hay que sea tan del servicio de Dios y bien del reino.
Para alentar a los artesanos y menestrales a preferirlas en sus casamientos será conveniente que el Gobierno les conceda libertad de algunos derechos por tiempo limitado, y que los gremios de que sean individuos les perdonen lo que llevan por ordenanza en los exámenes los maestros. Una mujer bien educada e industriosa, un dote en dinero y otro en ajuar, habilitan un pobre oficial perfectamente y son estímulos a que no podrán resistirse.
Hemos empezado a ver cómo la Sociedad irá precaviendo la mendicidad en los lugares respectivos, destinando a ellos aquellas mujeres que crea en proporción de poner en ellos escuela pública de alguna labor; pero como en el hospicio habrá muchas que por su poca salud, falta de fuerzas o número de años, no sean capaces de aprender labor alguna ni destinarse a nada útil, y que así deben vivir siempre en el estado de pobres, sería justo y conveniente que, informada la Sociedad del lugar de su nacimiento y de las fundaciones pías que hay en él para la manutención de pobres mendigos, se remitiesen a ellos, pues cada lugar, en caso que tenga proporción, está en la obligación natural de mantener sus pobres.
En este caso, y en el de la aplicación útil de las mujeres en los pueblos de la Sociedad, los socios que haya en ellos tendrán cuidado particular de su conducta, dando a la Sociedad cuenta todos los meses de lo que notasen y de los progresos que hiciese la industria. En la casa de la obra pía de que vamos hablando ya no tenemos más clase que los muchachos de edad de 6 a 12 años y los de esta hasta 18, vagos y ociosos, y los de la misma clase que como ineptos para el servicio de las armas se recluyeron. Todos los que habiendo dado señales ciertas de aplicación y de arrepentimiento se hayan pasado desde la casa de corrección de esta, pues aunque a ella se destinen los achacosos, cuya mendicidad no depende de vagancia y ociosidad, sino de accidentes que no pudieron preverse, lo que se diga de la educación y distribución de los primeros, se podrá extender cómodamente a los segundos, atendidas sus circunstancias.
Omitiendo, pues, hablar de la educación moral de los jóvenes hospicianos, que en todas sus partes debe ser la misma que la de las muchachas de quienes hemos ya dicho lo bastante, […] tratemos de la educación física o menestrala.
Como para el más cómodo surtimiento de lo que se necesita en lo interior de la casa, en el vestuario de sus individuos y conservación del edificio, se habrán de mantener en ella maestros de hilar, tejer, rastrillar y sacar el estambre, torneros y carpinteros, herreros, armeros, cerrajeros, albañiles, sastres y zapateros; sería importantísimo poner la mayor atención y cuidado en establecer desde los principios estos oficios, y demás que se estimasen convenientes, con los más aventajados maestros, tanto para que se ejecutara perfectamente lo que corriese a su cargo, como por la grandísima importancia de instruir bien los oficios respectivos en cada clase, con lo que saldrían más presto para otros destinos o casas. Una de las cosas que hacen siempre preferibles en los oficios las obras extranjeras a las nuestras es lo hermoso y nuevo del dibujo. En los más de los oficios se ignoran sus primeros rudimentos, y el que saben los más de los artesanos es uno tradicional que de padres a hijos vino a parar al maestro que le enseñó su profesión; que para conocer gran nudo será basta solo saber el origen que trae, por lo que convendría que los muchachos en una sala del mismo hospicio, o en otra que se tomase del mismo pueblo, conducidos a ella en comunidad por una persona respetable, aprendiesen el dibujo relativo a las artes. De lo que resultarían dos beneficios a cual más importante; el primero y principal, sería dar al público buenas muestras en todos los oficios que en esta casa se profesaban y, el segundo, que muchos padres presentarían gustosos los hijos para que los aprendieran.
En los oficios que se ocupan más manos, se deberá cargar la mayor consideración, por ejemplo, los tejidos. En estos importaría dar la preferencia a los de la lana, por la abundancia y buena calidad de las del país para estos tejidos, empezando por los más fáciles y de más pronta salida, como son cordoncillos a que llaman en Castilla estameñas. Este es un género de mucho gasto, ya de color solo de la lana o con un tinte ligero de palo de Brasil.
T. S.
Las máquinas para hacer alfileres y agujas pueden emplearse con utilidad en los hospicios.
En fin, estos establecimientos deben ser una escuela pública en que las artes, hasta aquí ignoradas en España, o que no han adquirido la debida perfección, se aprendan metódicamente y con mejores principios que hasta aquí; pero se tendrá mucho cuidado en que no se establezcan en ellos las fábricas que en el reino tienen reputación, y por consiguiente el consumo correspondiente, pues se podrían hacer un daño en la concurrencia y destruirse recíprocamente.
Nunca se inculca demasiado en que estos hospicios deben ser temporales y que los pobres en ellos deben estar solo el tiempo de precisión para aprender los oficios a que se destinen. Por lo que, para conseguirlo y precaver la general pobreza que de los lugares refluye a las capitales, debe en aquellos ejercitarse la industria precisa con que los mendigos encuentren una subsistencia segura y con que los labradores, que en muchas temporadas del año no encuentran trabajo, lo hallen seguramente en sus pueblos o en los vecinos.
Las partes de la administración tienen entre sí una íntima unión; nada importa que una de ellas merezca del Gobierno una atención particular, si deja al mismo tiempo a otra en la inacción. Todas es menester que estén en un movimiento que se dirija al bien universal del país; por lo que, aunque esté perfectamente gobernado el hospicio de la capital, si la Sociedad no destierra la mendicicidad de los lugares de su extensión, los hospicios se verán siempre llenos del mismo número de pobres, y en todos abundarían los desórdenes que se querían evitar. Por lo que, dirigida la Sociedad por el estado que tiene de su provincia, procurará fomentar la industria que antiguamente haya habido en los pueblos de su territorio, o crear de nuevo alguna en la que se mantengan los pobres que de ellos vinieron al hospicio. ¿Cómo es posible que se crea dificultoso, a un cuerpo lleno de celo y actividad, el establecer en estos lugares fábricas groseras de lana en cuya faena se ocupen hombres y muchachos? Si en Murcia, si en La Mancha y en algunas partes de Andalucía las hay, y si con ellas desde la ropa interior se visten sus naturales, ¿hemos de creer que en este reino es inútil cualquier esfuerzo que se haga y hemos de esperar con los brazos cruzados que otros más industriosos nos vendan lo que adquirió su actividad?
De las tierras incultas que haya en estos mismos pueblos, podrá destinarse alguna parte de ella a aquellos pobres que, no habiendo manifestado en el hospicio señales de aptitud para los oficios, tengan la proporción de salud y de robustez necesaria en la labor del campo. Este, casado con una hospiciana que, según dijimos cuando tratamos de las mujeres, tenga una dote correspondiente, y ayudado él con alguna parte de los fondos que arriba señalamos, será una familia más en el Estado.
Deberán destinarse del mismo hospicio muchachos para aprendices en oficios que no se hayan establecido en la capital y cuya escasez haga que no se fabrique todo lo que necesita la nación; estos, hechos maestros, suplirán un ramo de comercio que antes faltaba.
Habrá pocos pobres que no sean capaces de algún trabajo, y en siéndolo, serán destinados como viene dicho. Pero en caso de que haya alguno incapaz de toda faena, si son vecinos de la capital, se mantendrán de los fondos del mismo hospicio; si no lo son, deberán remitirse a sus pueblos para que subsistan, ya a favor de la caridad de los fieles y de las obras pías, en caso que las hubiese, ya de las rentas de algunos hospicios que hubiese establecidos. Pero siempre deberán vivir unidos con orden y método y bajo la inspección inmediata de la Sociedad que hubiese en otros pueblos, cuyos socios deberán dar cuenta mensualmente a la de la capital de su estado y modo de subsistencia, y del fomento y progresos de la industria que se ha principiado, para que la Sociedad nunca pierda de vista su principal y grande objeto, que es precaver la mendicidad.
Sería de mucha utilidad que los pobres de la obra pía, de las cuatro partes que trabajasen en utilidad del hospicio reservasen la una para sí; el otro, de propiedad, es lo que más a todos lisonjea; y no se puede concebir cómo puede haber una junta de hombres que trabajen solo en beneficio del público sin que nada destinen en beneficio suyo y vivan con gusto y satisfacción que es el alma y la vida en todas las ocupaciones.
[…]
Esto es lo que ha parecido a la Sociedad informar a V. A. sobre lo que, como sobre todo, dispondrá lo que sea más conveniente al bien general de la monarquía.
Dios guarde a V. A. muchos años, como le pide esta Sociedad Patriótica de Sevilla, a cinco de septiembre de mil setecientos setenta y ocho años.
M. P. S.
El marqués de Vallehermoso, don Ignacio Luis de Aguirre, el conde del Águila, el marqués de las Torres, don Gaspar de Jovellanos, don Miguel maestre, don Juan Manuel de Olavide, [y] don Francisco Fernández de las Peñas.

Referencia: 14-246-01
Página inicio: 1246
Datación: 05/09/1778
Página fin: 1255
Lugar: Sevilla
Estado: publicado