De Francisco de Paula Caveda y Solares a Jovellanos

Comienzo de texto

Comienzo de texto: Muy señor mío y venerado dueño: Concluí por fin la obra con cuyo encargo me ha honrado. Como el tiempo vuela y ejecuta,

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Muy señor mío y venerado dueño: Concluí por fin la obra con cuyo encargo me ha honrado. Como el tiempo vuela y ejecuta, la despaché con alguna aceleración, a pesar de ciertas indisposicioncillas que no han dejado de incomodar. Quisiera haber acertado a dar gusto a V.S. Si no lo consigo, no buscaré disculpas a mis desaciertos, antes bien lo tendré por un castigo que merece el atrevimiento de penetrar al santuario de la poesía dramática sin calzar primero los coturnos de Sófocles. Ello es que mi flaqueza, dejando en su tono el artificio original de Bettinelli, quiso verter su drama con otras ideas y pensamientos también originales y ofrecerle casi nuevo, exceptuando una u otra scena. V.S., con el encargo que me ha propuesto de mejorar la scena 1.ª del segundo acto, me ha inspirado esta osadía y la llevé adelante ciegamente sin contar con mis pocas fuerzas y sin prever el mal éxito que me debo temer. No obstante, daré a V.S. razón de las mudanzas más substanciales que [he] hecho, para que se halle en estado de conocer más a fondo mis yerros, y yo de admitir con más provecho su corrección, y si molesto su paciencia con la demasiada extensión de esta carta, culpe V.S. a su bondad, que me da alas para ello, y tolere mi desahogo con el sufrimiento proprio de su prudencia y generosidad.
Comenzando en primer lugar por el carácter de Jonatás, creo que Bettinelli, queriendo hacerle demasiado heroico, si ya no le hizo insensible, por lo menos toca a mi entender en algo árido o bastante indiferente. Los resortes que en un drama excitan los afectos del espectador deben figurarse en el corazón del personaje que se propone como instrumento principal para excitarlos, y esto no podrá conseguirse sin darle cierto grado de sensibilidad, que ni llegue a abatir su nobleza ni deje de realzarla, siendo una virtud tan principal en los primeros actores y singularmente en el héroe de la acción. Sé que es dificultoso atinar con este medio, y por esto no me lisonjeo de haber dado con él. Sin embargo, hago cuanto cabe en mi cortedad por presentar a Jonatás con un espíritu lleno de ternura y sentimiento, pero hermanables con su integridad, haciéndole exprimir el dolor sin dejar de ser héroe, y pues las lágrimas que se consagran a la virtud, lejos de degradar, realzan el heroísmo. Con tan buena causa Alejandro fue un verdadero héroe en las lágrimas que derramó a la dolorosa situación de Darío y Sisygambis, pero fue mucha su bajeza en las que le excitó la ambición de conquistar más mundos. El dolor y el enternecimiento producidos por una pasión trivial, v. g., por el amor, la venganza, la pérdida de los bienes, de los hijos, etc., es sin duda un dolor bastardo, que hará al personaje de un carácter mezquino o vulgar; pero si este dolor, si estas lágrimas se emplean en sentir la pérdida de la virtud, el enojo del cielo, la ofensa del padre, del monarca, etc., tengo entendido que dará al personaje cierto aire de grandeza y generosidad que conciliará el amor de los espectadores y los hará interesarse con sus mismos sentimientos. El objeto, pues, de toda la ternura de Jonatás no es su muerte ni la separación de su padre, ni las lágrimas de su amigo, sino la ofensa de su padre y la cólera del cielo, que cree fieramente irritado por su desobediencia, y aunque habla siempre en un tono que parece procedido de algún abatimiento, le muda en la scena 5. del acto 4.°, en que, desengañado ya por su mismo padre y certificado de su última resolución y de su muerte inevitable, va siguiendo desde entonces como confortado por el cielo y lleno de un espíritu todo heroico, que sostiene hasta lo último, sin temer su muerte, antes bien deseándola, y sin doblarse a las reconvenciones, esfuerzos y persuasiva de su amigo.
El carácter de Saúl es, a la verdad, más abatido, como que se deja llevar de un desmesurado amor al lujo; pero creo que este dolor y esta ternura, sostenida hasta el fin de la acción, ha de resaltar en él más vivamente aquella resolución, que tomó de una vez, de sacrificar a su hijo sólo por obedecer al cielo y por ceder a las instancias del Profeta. Bettinelli le pinta a mi sentir mucho más sereno, pero por lo mismo no causará aquella sensación con que se debe mirar una repentina resolución, que atropella todos los sentimientos de la sangre, y mucho más cuando para preparar la catástrofe, constituido ya en el mayor apuro, en que le ponen los dos delincuentes que se presentan a pedirle la muerte con generosa instancia, se esfuerza a mandar conducirlos al sacrificio con entereza de ánimo. Este paso es todo nuevo y era a mi entender preciso para excitar los afectos de compasión y de terror, y para disculpar en Saúl la demasía con que se entregó al dolor. Verdad es que Saúl en todo el discurso de la acción jamás perdió de vista la voluntad del cielo, y todos los arbitrios que buscó para salvar al hijo, lejos de deprimir su nobleza con el dolor concilian el amor de los oyentes a que los obliga la virtud que trae siempre en su lengua, como el temor a Dios y el respeto a su Profeta.
Abinadab, aunque en las costumbres es semejante al de Bettinelli, pues siempre repugnó la determinación de Jonatás y se opuso a los dictámenes de Samuel, no obstante, es más intrépido, y esta intrepidez llega hasta poner en su boca el mal consejo de que su amigo se hiciese un ruin y un mezquino con la fuga o con resistir a viva fuerza la resolución de su padre. Esta pintura podrá ser disimulable atendiendo a que en Abinadab se representa un joven en medio de la lozanía de su edad, en que le está estimulando la sangre, que todo lo atropella por un amigo. A la verdad, el carácter de la amistad está sostenido, y aunque le falta aquella resolución heroica, se despliega con bastante nobleza y sensibilidad, y las acciones de interesarse con el rey, de persuadirle y de presentarse a lo último como delincuente, pueden darle algún lugar en nuestra estimación y congratularle de proceder como un buen amigo. Además de esto, como Abinadab no es personaje tan principal, merece la disculpa de que no se presente con toda la virtud con que deben decorarse los héroes.
Nada diré del carácter de Abner, ya que todo es debido a V.S.; pero no sé si lo habré pintado con los verdaderos colores que deben caracterizar la honradez y hombría de bien, y buena índole de un soldado adicto a su rey, aunque algo tocado de la emulación. He procurado que ésta no le degradase y que aun le sirviese para realzarle más con el vencimiento de la pasión, e hice recaer todo el mal y toda la mezquindad sobre Abiel. A Samuel le [he] conservado la misma austeridad y rigor, y le di alguna más franqueza en el tratamiento del Rey, pareciéndome que el celo disculparía las expresiones que en otros pasarían por desacatos; y en esto ya no voy tan extraviado del original; pero puse algún cuidado en inculcar por su boca la obediencia, el temor de Dios y la pureza de costumbres, objeto que jamás debe perderse de vista, tanto porque lo exige el [ilegible] como porque los representantes pueden aprovechar mucho en sus máximas.
Para conseguir el fin de la tragedia, o lo que es lo mismo, la purgación de los afectos por medio de la compasión y del terror, incurren muchos autores, aun los de más nota, en faltas que de ordinario son comunes a quienes no procuran evitar dos extremos igualmente peligrosos, como son presentar al vicio en toda su fuerza, para hacer recaer sobre él el castigo, o bien poniéndonos delante la virtud oprimida o la inocencia castigada para sacarnos como por fuerza las lágrimas del corazón. De ninguno de estos modos creo que se podrá llegar al deseado objeto por más cuidado que haya en conducir la acción e interesarnos en ella. Podremos servirnos de dos ejemplos que casi tenemos a la vista.
La Raquel, que es decir una de aquellas tragedias que hicieron más ruido entre nosotros y aun entre los extranjeros (como lo he visto impreso), no puede leerse sin concebir un odio mortal contra un monstruo tan abominable de ambición y de lubricidad, como nos pinta el Sr. Huerta en el principal personaje de su drama. Nuestro amor proprio jamás podrá llegar a persuadirse que incurrirá en los excesos que contempla en el alma corrompida de aquella mujer. Nuestro corazón, ocupado de una violenta pasión de cólera, o por lo menos de un sumo fastidio hacia su conducta, jamás podrá mirar la virtud por la parte que le toca, porque no puede ocuparse a un tiempo con dos objetos distintos y contradictorios. En una palabra, no se nos pone delante la virtud para abrazarla, por más que el terror nos imprima el aborrecimiento de la persona. Uno es aborrecer la persona y otro es aborrecer el vicio. Este es el fin de la tragedia y no aquél.
El ejemplar del otro extremo, que es también bastante común, lo podemos tomar del mismo Jonatás de Bettinelli. Esta composición, reduciéndose al texto literal de donde saca su argumento, nos presenta a una alma virtuosa e inocente conducida a la muerte por una falta en que no tuvo parte la voluntad. El que hubiese de leer esta tragedia sentirá cierto desagrado, que le conducirá a tener esta resolución por una injusticia o por un delito, a no creer por la fe que todo ha sido obra del cielo por motivos que se nos ocultan. En este género de dramas toma tanto interés el corazón en el dolor del oprimido, que apenas da lugar a la reflexión para aprovecharse de las lecciones que pudiera sacar. Aun podremos decir (a mi conocimiento sin peligro de errar) que por más ternura que se excite y por más lágrimas que se viertan no es fácil saber de qué manera podrán éstas corregir nuestras pasiones, y cuando más sólo se conseguiría una compasión inútil o un dolor vano, sin eficacia para corregirnos por falta de objeto en que deba emplearse esta corrección. A la verdad, Jonatás producirá en nuestro interior las más tiernas sensaciones; pero ¿podrá darnos una lección segura para que no incurramos en la transgresión de un precepto superior que invenciblemente ignoramos?
Atendiendo, pues, yo a estas reflexiones procuré tomar el camino medio, presentando a nuestro Jonatás ni tan inocente que no pueda ser justificable su castigo, aun a nuestros ojos terrenos, ni tan culpable que deje de excitar nuestra compasión su desgracia. Para esto me he valido de la reconvención que hace Samuel a Jonatás en la scena 6. del primer acto de Bettinelli sobre la desaprobación de la conducta del rey en haber dado la orden que ha traspasado su hijo. Bettinelli sólo produce esta especie pasajeramente y como que no tenía Samuel una reconvención más a mano para hacer valer el delito imaginal de Jonatás. Pero yo, haciendo de ella el asunto y el fundamento de toda la tragedia, pongo por origen de todo su infortunio la interior desobediencia y desagrado con que llevó a mal el precepto de su padre luego que fue instruido de él, y rolando ya todo el drama sobre este principio lo conduzco hasta su fin, representándole delincuente, bien que virtuoso, pues que su crimen nace de pura flaqueza o de un descuido irreflexivo de la pasión, y no de la corrupción del corazón o de la malignidad del espíritu; y por este motivo hice lo posible porque esta falta no degradase su virtud y su bella alma, procurando pintarle virtuoso, reconocido, obediente a su padre, sumiso al profeta, temeroso de Dios y querido y compadecido de todos. Y contrayendo después este principio a las circunstancias del día, podrá resultar una ventaja real, que no debe ser desatendida, teniendo presente el mismo fin de la tragedia, que es la instrucción y corrección de las costumbres. En efecto, cuando se trata de una representación entre jóvenes de varios caracteres, cuyas voluntades deben gobernarse por unas mismas reglas y someterse a la doctrina, a la corrección y al arbitrio de sus superiores, ¿qué mejor ejemplar se les podría proponer que un joven de buenas costumbres amenazado y a punto de ser castigado por una desobediencia? En este drama se ve un padre ofendido por un hijo, un hijo arrepentido de su exceso, un joven sometido a la voluntad de un superior, cual es Samuel, y obediente a él en todo, un joven temeroso de la indignación del cielo, en que le hizo incurrir su delito. Creo que a los alumnos del Instituto no se les podría poner delante otro dechado que con más propriedad les reprendiese unas faltas tan comunes en aquella edad y en la ocupación que abrazaron.
Volviendo a nuestro propósito, para aumentar el contraste de las pasiones y aprovecharme de las ideas que pudiera sugerirme en las diversas situaciones entre padre e hijo, represento a Saúl delincuente, no como lo hace Bettinelli inculcándole en boca de Samuel delitos pasados, que le supone en general sin explicarlos, y que en manera alguna tienen parte en la acción, sino haciéndole cargo de un crimen real y presente, que es también una de las causas principales de la acción, cual es el haber dado una orden tan necia, tan sangrienta y tan atropellada, afirmándola con un solemne juramento y con la profanación del santo nombre de Dios. Pero como el representar este hecho tan desnudo podría exasperar los ánimos y conciliar el odio a vista de las fatales consecuencias que ha producido, procuro suavizarle presentándole arrepentido, temeroso del castigo, vacilante y humilde aun con su mismo hijo y con Abinadab, y mucho más con el Profeta.
Notará V.S. en esta tragedia un vicio que es casi común en todas las del género que llaman simple, como la presente. Este es la superfluidad de los personajes de Abner y de Abiel, que son ociosos en lo que toca a la acción principal; en efecto, no concurren a ella sino muy accesoriamente, porque los siniestros intentos de Abner- y de Abiel, en la de Bettinelli, ¿qué influjo podrán tener para que el sacrificio se consume o se suspenda? Sería muy diferente si la acción fuese de las implexas, en que los personajes subalternos tienen mucha parte en el enredo, que entre unos y otros van tramando, así como también van entre todos preparando el desenlace. Pero en la nuestra toda la acción se conduce naturalmente sin enlace alguno y sin ser necesario el auxilio de los dos personajes insinuados. No obstante, debemos convenir en que en las fábulas simples es menester llenar ciertos vacíos i[n]dispensables para dar lugar al curso del drama; y para ocurrir a estos inconvenientes precisa a echar mano de semejantes actores, dándoles en la acción una parte accidental, ya que la naturaleza del drama no les permite la substancial. V.S. ha sabido discretamente disfrazar en parte esta falta con la mudanza del carácter de Abner, y aunque las escenas en que rola con Abiel no están tratadas con aquel arte que, suprimidas, harían falta para terminar la acción, sin embargo son más conformes a ella, que en Bettinelli aquella conjuración tramada intempestiva y frívolamente, por no ser necesaria.
Otra falta en que hallo incurren algunos escritores es preparar la catástrofe fuera de tiempo o con mucha anterioridad al punto en que se concluye la tragedia. Los que frecuentan los teatros saben por experiencia que el instante que se nota el desenredo de la acción se empiezan a sacudir los espectadores, a moverse y aun a salir. Esto no puede menos de ser una consecuencia precisa de la frialdad que produce todo cuanto se recita después de concluida la acción, porque como se acabó ya el objeto y está descubierto todo el paradero de la fábula, de ninguna manera puede interesar cuanto se diga después. Este es un defecto que Iriarte critica muy principalmente en la Jahel de Sedano, y es un defecto que no perdonaría seguramente en la tragedia de Bettinelli, porque además de verificar la catástrofe mucho antes de terminar la scena penúltima, introduce después otra scena entera de una multitud de versos que necesariamente ha de parecer lánguida a todos los que saben que Jonatás ha sido salvo y perdonado de su delito, como que ya no tienen más que saber. La catástrofe en rigor, así como termina la acción, debe también terminar la tragedia, sin que se pueda permitir otra cosa que unos pocos versos que podemos llamar la conclusión de la pieza.
Este inconveniente no se ha evitado en mi tragedia tan de raíz, que aun no se reciten después unos 40 versos que sirven de conclusión, cosa que a la verdad es todavía un exceso notable; pero he mudado el artificio de la catástrofe, preparándola para verificarla en la última scena y en una situación de las más críticas, esto es, cuando Jonatás y Abinadab sorprenden al rey pidiéndole la muerte. El público, que en la scena penúltima de la tragedia de Bettinelli, oye la relación de Abner de haberse sublevado el pueblo e impedido el sacrificio, y enseguida y sin descansar oye la sentencia de libertad, pronunciada por Samuel, ya no tiene más que desear, y de consiguiente es ociosa la introducción de Jonatás, posterior a la decisión de Samuel, supuesto que ya todos están instruidos del buen éxito de su causa. Yo, en consideración a esto, dispuse esta salida de Jonatás anterior al anuncio del Profeta, y para dar más fuerza a este pasaje introduzco a Abinadab como delincuente en haber sido el móvil de la sublevación que frustró el sacrificio, y guardo para después la declaración del Profeta, que lo abraza y lo desenreda todo, y que hace la verdadera catástrofe de la pieza, pues hasta entonces los espectadores, lejos de poder salir de sus dudas, se sumergieron de nuevo en ellas con las salidas de los dos delincuentes y con la situación de Saúl viéndolos a sus pies.
He notado además otro defecto en el original de Bettinelli, que toca en la inverosimilitud. Toda la acción que sucede en el lugar del sacrificio, como su preparación, el aviso de Abinadab a l[a] Reina, la llegada de ésta entre el tropel de los concurrentes, su persuasión y arenga al pueblo, la detención del golpe, la sublevación, la muerte de Abiel y la substracción de Jonatás a la guardia, que cuenta Abner a la larga en la scena 6. del 5.° acto, no pudo suceder en el corto intervalo de la scena 5., aunque es de las mayores, y el haberla hecho tan larga Bettinelli me hace creer que no dejó de tener presente esta misma observación. Todos estos lances exigen tiempo y no atropellamiento, y aunque este inconveniente, según va conducida la acción, es imposible evitarle del todo, sin embargo pudo haberse hecho menos inverisímil alargando este intervalo con algún incidente oportuno capaz de ocupar más tiempo sin ser ocioso. A este fin me ocurrió introducir el monólogo de Saúl, que hace la scena 7. del 5.° acto, en que, aunque Saúl no parece en la scena a acción alguna determinada por el principio de ella y por todo su tenor, se deduce que el dolor le transporta y le saca fuera de sí sin objeto y sin determinación; y bien que esto tenga algo de falta, como lo confieso, sin embargo salva en parte la otra falta mayor que lleva a ésta tras sí.
En punto a las ideas y pensamientos de todo el drama, si V.S. tiene la paciencia de cotejarle con mi antigua mezquina traducción o con el original italiano, hallará que en la mayor parte son nuevos, si exceptuamos el primer acto, [en] que he conservado (sino en la scena 6.) casi todo lo demás, sin mudar más que las expresiones en otras equivalentes y una u otra adición; éste ha sido el motivo de haber salido más corto que los demás, como también porque hasta después no había formado el proyecto de esta reforma, que tal vez me hubiera conducido a hacerla toda nueva desde el principio.
Pero en medio de todas estas mudanzas y de los nuevos conceptos, me queda el desconsuelo de notar aquella falta de ideas sublimes y pensamientos originales, de expresiones animadas, hijas de un verdadero talento poético, que me ha negado naturaleza y que ha prodigado a tan pocos. No obstante, hice cuanto pude por variar todo el discurso de la acción con algunas situaciones patéticas y por dar al todo más fuerza y cierto aire de seriedad. Para ello añadí varios apóstrofes, que bien tratados se hacen sentir en grande manera, y procuré igualmente hacer más poéticas y más variadas las pinturas, como también he sembrado varias sentencias y máximas políticas y morales, con otras particularidades que la perspicacia de V.S. distinguirá sin trabajo.
En los coros, ya que tienen a su favor el voto del delicado gusto de V.S., casi no he hecho mudanza considerable. Sólo, sí, me he atrevido a introducir el coro tercero, para dar fin al drama, atendiendo a que habiendo los niños levitas tenido parte en el dolor, cantando la desgracia de su héroe, era consiguiente que celebrasen también su felicidad con nuevo cántico, alusivo a la dichosa mudanza de su situación. A la verdad, parecía quedar algo desairada la pieza sin esta especie de conclusión, ya que en otros actos se introduce la música a darles un fin agradable. Me hago cargo que en esta adición se va a aumentar nuestro trabajo, pero también creo que podrá dar mucho realce al todo, si nos esforzamos a hacerlo lucir, y en tal caso esta satisfacción bastará para que cuanto trabajemos quede premiado.
De la versificación puedo asegurar a V.S. que puse algún cuidado en enmendar las faltas que con tanta justicia me ha censurado en mi anterior traducción. Así verá V.S. que no son tantos los versos en que está cargado el acento a la 7. sílaba, y que procuré interpolarlos y aun variar los demás versos, estudiando en no poner dos pareados de una misma especie. También procuré cortar los períodos y fragmentar los hemistiquios y producir los versos con toda la fluidez y suavidad posible, sin lisonjearme de que no haya acaso un gran número de ellos duros y tal vez cacófonos.
También advertirá V.S. que así como en los más he usado de la sinalefa, así también en algunos paso por la elisión y dejo en todo su valor a las dos vocales que se tocan, mayormente a principio o fin del verso, en cuyos casos creo que el poeta tiene salvoconducto para hacerlo, y mucho más cuando la palabra subsiguiente a la vocal empieza con h.
Usé también promiscuamente de las sinéresis y de las diéresis, abreviando o resolviendo las dos vocales del medio de dicción, y por lo mismo no extrañará V.S. que en las palabras reprehende, Abrahán, aun, suave, y voces semejantes, suenen en algunos versos con sílaba menos, como reprende, Abrán, áun, su-ave, y en otros con las vocales resueltas, como repre-hende, Abra-hán, a-un, su-ave. De los arcaísmos no he podido dispensarme, y aunque a los principios me lo había propuesto, el genio y una singular manía que me arrastra hacia ellos no pudo menos de arrebatar tras sí la pluma; digan, pues, lo que quieran Iriarte, Luzán y otros.
Ahora bien, ya que mi poca instrucción en la difícil arte poética no me habrá permitido poner en ejercicio los saludables preceptos del gran maestro Horacio, por lo menos no quiero que esto se verifique tan generalmente que no pueda decir haber observado uno, con que por ahora debo consolarme, y sea éste:
Siquid tamen olim
scripseris, in Maeci descendat iudicis auris
Así lo cumplo. Si los oídos delicados de V.S., a quien miro y respeto como el Mecio de Horacio, llegan a sentir los golpes de lo que escribió mi ignorancia, no será efecto de una vana presunción, sino del deseo de mi adelantamiento, que presenta su producción a la censura de tan discreto y docto juez, protestando a V.S. que la docilidad con que recibiré sus correcciones excederá al placer con que pudieran lisonjearme sus aplausos.
Sírvase V.S. de hacerme presente a los tres sus respetables hermanos y de recibir el sincero afecto con que desea complacerle su más atento y obligado servidor q. s. m. b.

Referencia: 05-560-01
Página inicio: 560
Datación: 24/03/1797
Página fin: 566
Lugar: Villaviciosa
Estado: publicado