Mi estimado amigo: Después de dar a usted mil parabienes por verle lejos de Mallorca, restituido a su libertad y a sus amigos, y en vísperas de recibir pruebas de que su opinión no ha padecido con las pasadas persecuciones, ruego a usted que contribuya a salvar nuestra patria de los horrores que la amenazan, si persiste en la loca idea de oponer una resistencia a las miras del Emperador de los franceses, que a mi juicio se dirigen al bien de la España. Corra usted, pues, a Asturias y hágase usted allí el apóstol de la paz y de la quietud. Al Emperador le han dicho que la influencia de usted en aquel país es grande, y entretanto que le emplea en el ministerio quiere que haga usted esta expedición. Ojalá que la salud no se lo impida a usted, de quien seré siempre, como lo he sido hasta ahora, afectísimo amigo
Azanza.