De José Antonio Sampil a Jovellanos

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Comienzo de texto: Amigo mío y mi dueño: El viudo de Barcelona me dice le preguntan desde ahí por mi existencia, porque hace mucho

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Amigo mío y mi dueño: El viudo de Barcelona me dice le preguntan desde ahí por mi existencia, porque hace mucho tiempo no saben ustedes de mi suerte.
Cuando recibí la última suya con la recomendación que me incluía para el de la montera de dos picos, contesté al momento de su recibo, y enseguida fue otra dirigida por León, de que tampoco tuve respuesta, y supongo que así ésta como aquélla, por no ver las barbas a los ingleses, se sumergieron en el Mediterráneo.
En la última decía a usted que la madre San Juan (que de Dios goza), estando en sus postrimerías, me envió por mano de la señora priora un San Juanito muy lindo de marfil, para que le colocase yo a mi modo en una cajita de hoja de lata con su cristal, y lo dirigiese a su hermano, por donde me pareciese, como una fina demostración de su acrisolado afecto. Luego que le recibí le puse la caja, y conociendo los riesgos de perderle si le aventuraba al viaje desde aquí, resolví volverle a su dueño, avisando de la poca seguridad que yo hallaba en enviarle a ésa; pero a pocos días me le devolvió la priora, diciéndome que así lo quería la enferma, y que yo arbitrase modo de que fuese a manos de S.E. Entonces avisé a usted consultándole lo que debía hacer para que se verificasen los deseos de aquella santa señora, y lo repito hoy, esperando su resolución, manteniendo en mi poder, entretanto, esta apreciable alhaja.
Por lo tocante a la recomendación, aún no hice uso de ella por cuanto al llegar a la capital el sujeto para quien era, venía más muerto que vivo, y en este estado de un riesgo continuo se mantuvo mucho tiempo sin dar entrada a nadie, y cuando empezó a reponerse salió al momento a llenar una de las funciones de su carácter en la que aún se mantiene, pero sumamente mejorado.
Luego que se fije en su casa, me presentaré a él antes que me eche de menos, y llevaré el resguardo de la recomendación para mi seguridad; yo creo no me incomodará, y si, como es regular, se informa de este señor cura tocante a mi conducta, creo seguramente que me dejará tranquilo, pues estoy persuadido a que la vida sumamente retirada que observo desde la última vez que el Largo me compareció ante sí, sin tratar con persona alguna de este pueblo, y la puntualidad escrupulosa que procuro observar en el ejercicio de confesionario y demás funciones de mi ministerio, inclinarán al párroco a dar una buena idea de mí al superior.
Tal es el temor que tengo a la más leve acusación de mis émulos, que no me atrevo tan siquiera a mezclarme con persona alguna, ni en las diversiones más inocentes; y por lo mismo, también me privo de frecuentar la casa del viudo (quien por respetos de nuestro amo, me dispensa su amistad).
Temiendo dar celos a los que se complacerían en mi total aniquilación, y así a pesar de las instancias que este señor me hace después que vive en ésta, me contento con visitarle en su casa cada ocho o quince días a hora en que no vayan otras personas.
Amigo mío, esta vida del más severo cartujo, que en los principios me era sumamente dura, porque mi genio, como usted no ignora, nada inclinado era a ella, al presente, después de dos años y medio de noviciado, me es tan amable que con dificultad me resolvería a entrar en sociedad con los demás hombres, aunque las cosas todas mudaran de repente de aspecto.
Usted sabe de mi genio laborioso, y esta inclinación al trabajo de manos, tan recomendada a nuestro estado por los sagrados concilios, me hizo más llevadero el retiro del gran mundo; hoy tengo arregladas casi todas las horas del día y jamás perturbo el orden a menos que los asuntos domésticos me precisen a ello.
Casi continuamente tenemos obras en la casa, con las que, y su dirección, me divierto muy suficientemente.
Amigo, estuve asomado al colmo de mi felicidad en este triste valle, tomando una capilla en la parroquia de Gallego con una buena casa y su huerta, la que me ponderaron mucho. Lo retirado del sitio y proximidad a los míos, me inclinó a tomarla, cubriendo su tasación en vales que mi hermano me buscaría a cuenta de mi legítima; pero sabiendo había quien echase la media décima, antes de empeñarme en la acción, resolví ir en persona a verlo todo, para asegurarme de su valor, y volví muy disgustado, porque la casa sólo tenía de bueno el ser muy grande, y me aseguré que con 100 doblones no la podría habilitar para vivirla con alguna comodidad, por lo que, cuando se me echó la media décima, callé y la dejé marchar, esperando que tal vez en otra parte se me proporcione establecimiento más a mi gusto en las muchas rentas eclesiásticas que van a venderse. Si entre éstas encuentro un corto terreno de mediana fertilidad, pero con riego, no se me escapará con tal que esté retirado de pueblo agregado, y en él haré un humilde tugurio del que ya tengo hecha la planta, donde acabaré los cortos días que me restan, cultivando por mí mismo la tierra que deberá alimentarme, porque de la renta eclesiástica me quedan ya pocas esperanzas, y de un día a otro estoy temiendo me den la noticia de que mi beneficio se me convirtió en cero. Es cosa graciosa lo que con él me sucedió en el año pasado. El vicario de Alcaraz hizo la visita de aquella parroquia, arrojó de ella un fraile franciscano que me le servía por cuatro reales y medio, y puso un clérigo de mi cuenta y sin darme parte, con la dotación de trescientos ducados.
Luego que el señor cura me lo avisó, escribí al pariente de Toledo, quien lo hizo también al vicario, y lo que se pudo conseguir fue buscar otro que sirviese por doscientos ducados, y en ese estado se está la cosa.
Los vivos deseos que tengo de alejarme de este pueblo me sugerían solicitar por arriba la licencia de ir a residir en el beneficio, cuya renta en este caso bastaría para mi frugal subsistencia; pero la madre y hermanos se oponen, y yo también hallo bastante repugnancia en irme a tanta distancia y a un pueblo de los más enfermos de La Mancha, pues tanto el cura que salió de allí como el actual raro año pasaron sin tercianas. Así, me estoy indeciso esperando lo que Dios envíe, y temiendo se me obligue por fuerza a dimitir o partir, según el sesgo que toman las cosas, y en este caso será forzoso ceñirme a la salida, porque ninguna otra congrua eclesiástica gozo sino ésta, y si me dejaran subsistir sin ella, de buena gana me desprendería de la que gozo, caso de forzarme a residirla.
Ya doy a usted una idea de mi estado actual, que por mortificado que sea, siempre es más feliz que el que se disfruta ahí. ¡Ojalá que pudiéramos cambiar, que con las veras del alma lo haría, a trueque de que nuestro amo viviese otra vez tranquilo en su amado llugarín! Pero a decir verdad, cada día lo veo más lejano, si la sabia providencia por una de aquellas vías extraordinarias no muda los ánimos.
He visto con gusto la resignación santa con que recibió el duro golpe que debió causarle la muerte de la más amable hermana; bien acostumbrado ya su pecho a semejantes infortunios, hallaba en sí mismo los consuelos que se niegan a los que siempre se ven lisonjeados con las engañosas delicias del mundo. Hágale usted presente mi profundo respeto, y a toda la familia la envidia santa que la tengo de acompañar a un amo tan acreedor a todo nuestro reconocimiento. Es lo que ocurre; y espero que ya usted, ya Ramón, de cuando en cuando, por dirección segunda, me digan algo de lo que pasa ahí para mi consuelo. Yo les encomiendo a todos a Dios en mi diario sacrificio, haciendo particular mención de esa amable colonia en sus mementos, y les ofrezco la buena salud que gozo después de mi clausura, pues aseguro a usted que jamás la tuve tan continuada.
Dios le guarde para que algún día nos demos un estrecho abrazo, que seguramente será el más feliz de toda la vida de
Felipe Jasom.
1.808

Referencia: 04-484-01
Página inicio: 484
Datación: 1807
Página fin: 487
Lugar: Mieres
Estado: publicado