De Jovellanos a desconocida persona

Comienzo de texto

Comienzo de texto: Amigo y señor: Estaba yo con el pie en el estribo, como suele decirse, para partir a Segovia, cuando llegó a mis manos la apreciable epístola de usted.

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Amigo y señor: Estaba yo con el pie en el estribo, como suele decirse, para partir a Segovia, cuando llegó a mis manos la apreciable epístola de usted. Tuve gran gusto en leerla en el mismo coche que nos llevaba, y tuve también todo el tiempo necesario para entregarme a varias reflexiones sobre los puntos de que hablaba, porque la cansada uniformidad del camino, la ingrata vista del campo abandonado en unas partes a las fieras de caza y marchito y agostado en otras por los ardientes soles del estío, no ofreciendo objeto alguno que pudiese recrear la vista, obligaba a recoger el ánimo en sí mismo y a divertir el tiempo con útiles y tranquilas meditaciones. Así que, después de haberme paladeado algún tiempo con la ternura y suavidad de sus expresiones, y con el dulce recuerdo de la amistad que las produce, pasé a discurrir sobre el modo de satisfacer a sus preguntas y a sus deseos, cosa que ocupó mi imaginación la mayor parte del camino, y si he de decir a usted lo que siento, no tan gustosamente como la primera parte de su carta. Alguna vez me complacía extraordinariamente con la idea de ver establecido en esa Universidad un estudio tan necesario, no sólo a los que profesan el derecho y la sagrada teología, como usted mismo reconoce, sino también a los que se dan a otras ciencias y aun a todos los hombres en general. Porque ¿quién será el que no conozca que entre todos los conocimientos de que puede imbuirse el espíritu humano ninguno es más importante y provechoso al individuo que el que le enseña a fondo sus obligaciones, descubriendo el principio de donde se deriva cada una y el fin adonde puede conducirle su cumplimiento? Pero al mismo tiempo me dolía de ver que este establecimiento, por otra parte tan importante, se hacía de un modo poco provechoso, exponiendo a los escolares a que, sin sacar de él la utilidad que era su objeto, gastasen un tiempo muy precioso, que debieran aplicar a otros estudios muy importantes. Los estrechos límites de una carta no me permitirán exponer mis ideas con la extensión que requería la materia; pero, sin embargo, diré a usted mi dictamen, reduciendo mis observaciones al punto en que usted se halla, esto es, al estudio que deben hacer de la ética los profesores de derecho.
No es dudable que en la indagación de la verdad es preciso guardar aquel orden que existe entre los conocimientos humanos, orden esencial y necesario que reúne entre sí las verdades metafísicas, sin el cual es imposible poseerlas. Quiero decir que el hombre no puede tener de estas verdades un conocimiento absoluto buscándolas en sí mismas abstraídas de todo orden, o bien buscándolas desordenadamente, sino que debe percibirla[s] por el orden gradual que hay entre ellas mismas. De aquí es que en el orden de los estudios debiera precisamente seguirse el de la razón, y que en la indagación de la verdad, del conocimiento de una proposición cierta nunca se debiera proceder sino a buscar el de otra proposición vecina, que estuviese unida con ella por medio de ciertas y conocidas relaciones. En efecto, si un hombre estudiase dos proposiciones entre las cuales no hay esta inmediata relación, sin estudiar las proposiciones intermedias que las unen entre sí, ¿cómo podría convencerse plenamente de su verdad por más que fuesen verdaderas? La verdad es una, y las que llamamos verdades no son otra cosa que unas partes de esta verdad universal.
De aquí es que para entrar al estudio de la filosofía moral sería indispensable que el profesor fuese dueño de todas las verdades cuyo conocimiento debe preceder al conocimiento de las verdades éticas, si se pueden llamar así, so pena de no adquirir en este estudio ideas claras y distintas, sino oscuras y confusas, y tales que no convenciesen plenamente su razón, ni podr[í]an llamarse para él verdades.
Y en efecto, amigo mío, los que se presentarán a usted para recibir su enseñanza en los principios de la ética, ¿llevarán ya en su ánimo estas verdades, cuyo previo conocimiento es necesario? Usted sabe que no debo detenerme a demostrar que entre ciento apenas habrá uno de quien se pueda responder que sí.
Pero en fin, dirá usted, yo estoy precisado a dar esta enseñanza y deseo saber cómo he de proceder en el desempeño de mi encargo. Justo deseo por cierto, pero tal que no puede ser fácilmente satisfecho. Educado yo en un método poco más o menos igual a aquél con que usted hizo sus estudios, es preciso que unas mismas dudas aflijan nuestro ánimo. Diré, sin embargo, lo que me ocurre en la materia.
Siendo yo muy amante de las doctrinas del célebre filósofo alemán Cristiano Wolf, pudiera aconsejarle que estudiase a fondo su filosofía moral, y que haciendo de ella un extracto acomodado al uso de la escuela, enseñase por él a sus discípulos. Pudiera también aconsejarle que, para excusar aquel trabajo, les enseñase los elementos de la filosofía moral del sabio Heineccio, que por la claridad, por el método, por la buena latinidad, y aun por el fondo de su doctrina, es preferible a otros muchos autores. Pudiera, en fin, señalar los varios libros escritos sobre la misma materia en este siglo, que se puede llamar el siglo de la filosofía por haberse ocupado en cultivarla los mayores hombres de la república de las letras. Pero nada de esto le diré; antes, por el contrario, le daré un consejo que sin duda le parecerá muy extraño, pues redúcese a decirle que no debe enseñar la ética a sus discípulos.
Sabe usted cuánta relación hay entre los principios de esta facultad y los del derecho natural, puesto que en este último estudio entra principalmente el conocimiento de los oficios u obligaciones del hombre hacia Dios, hacia sí mismo y hacia el prójimo. Quisiera, pues, que de tal modo enseñase usted a sus discípulos el derecho natural, que al mismo tiempo recibiesen el conocimiento de todas las verdades morales que tienen relación con él. De este modo, cuando usted no formase unos perfectos éticos, al menos daría a sus discípulos unos principios los más necesarios y provechosos para entrar después a la ciencia de las leyes.
No me detengo en exponer a la larga este pensamiento, cuyo fondo habrá usted ya penetrado, y sólo le diré que al mismo tiempo que por este método separo a los discípulos del estudio particular de la ética, quisiera que usted hiciese sobre ella su principal trabajo, para explicar a viva voz el origen de muchas verdades que supone el derecho natural, y cuya investigación toca a la ética.

Referencia: 03-625-01
Página inicio: 625
Datación: 1783-1789
Página fin: 626
Estado: publicado