De Jovellanos a fray Manuel Bayeu Subías

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Mi estimado padre fray Manuel: ¡Gracias a Dios que se ha entrado felizmente en este nuevo año que va a correr sobre nuestras vidas, y él quiera hacernos dignos de nuestros santos deberes, conservándonos en salud y en su santa gracia!
Mucho celebraremos que la infusión de quina pruebe a usted tan bien como dice este señor que le ha probado, y como espera sucederá, aunque ciertamente su mal de estómago no tiene otra causa que la demasiada aplicación al trabajo atropellado y continuo de manos y cabeza.
Don Pedro habrá dicho ya a usted cuánto ha gustado el boceto a mi amo, que lo halló muy superior a los dos de las bóvedas, por su mayor frescura en las tintas, limpieza en la escena, exactitud de dibujo, gracia de colorido y fuerza de claroscuro, sobre una composición bastante bien entendida, pues todo esto se advierte en general.
Aun hablando en detalle admiró S.E. sobremanera algunas figuras, soberbiamente dibujadas y expresadas, por ejemplo, la del San Pedro, y aun la del San Juan, bien que la actitud de éste le parece poco decorosa. También es buena la figura de la Virgen; pero dice que la postura de brazos caídos y manos cruzadas no da bien la expresión que conviene al asunto y que debe ser distinta de las demás, esto es, de una plenitud de gozo al ver a su divino Hijo subir triunfante al cielo, estando segura de seguirle luego allá.
Pero ha reparado sobre todo en las figuras del Salvador y los ángeles. Quisiera que aquélla representase un cuerpo glorioso y fuese más viva de luz que de carne; que estuviese más elevada; que la irradiación saliese de todo el cuerpo, y no sólo de la cabeza; que ésta estuviese más en reposo y sin más movimiento que el necesario para animarla un poco, pues que Jesucristo subía por su propia virtud, y por consiguiente no había menester de esfuerzo alguno.
En los ángeles advirtió que deben estar vestidos de blanco, e indicar en su actitud y movimiento que bajan a hablar con los discípulos. Para que todo esto se percibiese mejor, querría S.E. que se rebajase un poco la cima del monte, o se pusiese descubriendo mayor porción de cielo. Y en fin, que las huellas de las plantas del Salvador no fuesen sino como de luz.
S.E. ha copiado lo que dice relación al texto sagrado de este santo misterio para enviarlo a usted, a fin de que lo tenga presente y arregle a él todos sus pensamientos. Y como se complace en estas cosas, ha formado la idea de una nueva composición sobre el mismo asunto, para quecuando usted tenga que pintarle otra vez (pues que la del boceto ya no se debe mudar, sino sólo mejorar) tome de ella lo que le acomodare. Uno y otro va adjunto; y mande a su afecto seguro servidor q. b. s. m.,
Marina.
Idea de la nueva composición que se cita en la carta anterior.
Nada dicen del misterio de la Ascensión del Señor san Mateo ni san Juan. San Marcos dice: «Y fue llevado al cielo, y se asienta a la diestra de Dios». Y san Lucas: «Se separó de ellos (los que le seguían), y era llevado al cielo». Pero en los Hechos apostólicos consta más particularmente el caso, y además se expresa el lugar de la escena. He aquí su texto:
«Y habiendo dicho estas cosas (el Salvador), se elevó a su vista (de los que le seguían), y una nube le recibió y le alejó de sus ojos.
«Y como estuviesen mirándole, he aquí que dos varones se presentaron junto a ellos con blancas vestiduras, y les dijeron: Galileos, ¿qué estáis mirando al cielo? Este Jesús, que fue llevado al cielo de entre vosotros, volverá en la misma manera en que le visteis ir al cielo.
«Entonces volvieron a Jerusalén desde el monte Olivete».
El pintor encargado de tal asunto no puede dejar de arreglar su invención al texto sagrado, y nada puede añadir en su invención que desdiga de su letra, ni en exactitud ni en decoro.
Además, como la pintura en los hechos sucesivos no puede representar más que un momento, el pintor debe elegir aquel en que la escena se halle más conforme a su gusto y sus ideas.
Por tanto, si yo hubiese de pintar .un cuadro de este asunto, escogería el momento de la aparición de los ángeles, y que empezasen a hablar a los discípulos del Salvador y antes de haber acabado éstos su embajada.
De consiguiente, representaría la figura del Salvador cuando la nube le había separado ya de la vista de sus discípulos, la colocaría en la mayor altura posible del cielo descubierto y haría que al espectador del cuadro le alumbrase como una luz brillante, pero con forma humana, al través de la nube, que por lo mismo debía ser transparente e iluminada y penetrada por los gloriosos rayos que partieren de la misma figura.
Con esto me quedaría libre toda la escena inferior para una composición muy expresiva del momento ya indicado.
En él pondría en primer término sólo cuatro figuras, a saber: los ángeles vestidos de blanco, dirigiendo su palabra a los discípulos; la Virgen, que no habría menester oír lo que ya sabía, a otra parte, mirando al cielo en un éxtasis de gozo, como que veía a su Hijo ir a sentarse a la diestra de su eterno Padre en la plenitud de su gloria, y como que estaba cierta de acompañarle muy presto en ella; san Juan al lado de la Virgen, mirando a la misma nube, pero con una expresión que, en medio del gozo que le inspiraba su amor y su fe, indicase algo de la tristeza que le ocupaba la ausencia de su amado. Las santas mujeres deberían ponerse a esta parte.
Después dividiría en grupos y en diferentes términos lo restante de la muchedumbre, de la manera más conveniente para el contraste. De los principales discípulos, unos expresarían en su actitud la más desconsolada tristeza por haber perdido de vista a su divino maestro, como que todavía no oyeran las promesas de los ángeles; otros seguirían aún con sus ojos la nube que le envolvía; pero, si fuere posible, indicando ya que la viva voz de los ángeles empezaba a atraer su atención, y los más convertidos del todo a oír esta voz; unos con gran sorpresa, otros sólo con gran curiosidad.
Con esto tendría un anchísimo campo para variar las situaciones, las actitudes y la expresión de todas las figuras, porque la admiración, la sorpresa, la curiosidad, la tristeza, el desconsuelo, y aun el gozo graduado hasta el éxtasis, concurrirían a hacer un cuadro lleno de expresión y de alma, y como se suele decir, un cuadro parlante.
Para lograr mejor esta idea, colocaría la parte más elevada del monte a la derecha de la escena; pero sin levantarla demasiado, y graduándola hasta el último término para darle más fondo y que me dejase mucho cielo abierto. A esto haría contribuir no sólo la situación de las figuras, sino también la de los olivos y arbustos del monte para marcar el ambiente.
Tampoco pondría la nube del Salvador en medio, ni sobre la altura del monte, sino a un lado de ella, y donde hubiese mayor espacio de cielo. Pintaría éste muy limpio y claro para hacer brillar más el resplandor de la nube, sin dejar de poner algunos arreboles que contribuyesen a hermosearle, ni de bañar el horizonte de una suave y hermosa luz, para aislar las figuras que le cortasen.
Esta es la idea que me ha ocurrido sobre este asunto.

Referencia: 05-502-03
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Estado: publicado