Mi estimado P. fray Manuel: He recibido la favorecida de usted del 6 con los siete bocetos que la acompañaban, los cuales he presentado a S.E., que no sólo ha tenido la mayor complacencia en verlos, sino que, colocándolos todos en su cuarto, los ha observado y disfrutado a todas horas desde aquel día. No vuelven con ésta, porque dice que los quiere disfrutar más despacio, y que aun se atrevería a pretenderlos, si usted no me dijese que se los tenían pedidos. Con todo, como no es lo mismo pedir que ofrecer, quiere S.E. que yo diga a usted que, si no tuviere ya empeñada su palabra, tenga la bondad de ponerle en la lista de los pretendientes para los dos bocetos del número primero y segundo, esto es, para El castillo de Emaús y la Resurrección, pues tendría gran gusto en conservarlos. Y aun añade que si en su lugar quisiere usted contentar a alguno de los otros pedidores con la Concepción que está acá, y que por el asunto acaso merecería preferencia, se la enviará con los otros cinco. Pero en todo caso quiere este señor que usted sepa que no tiene otra mira que la de poseer alguna cosa que acredite el mérito de las obras de usted, cual serían estos bocetos; aunque bien reconoce que usted es capaz todavía de hacer mucho más, si no fuese tan a carreras, como suele decirse, y no diese muchas veces su habilidad a perros.
También quiere que diga a usted que el juicio que ha formado de ella por estas obras es superior a la idea que antes tenía, y que muchas veces a vista de los bocetos exclama: Si corriendo hace esto, ¿qué no haría con un poco de meditación y de calma? Por lo mismo, aunque no desaprueba que cuando se trata de satisfacer impertinencias o caprichos, pinte usted a carrera, le aconseja, le exhorta y le ruega muy encarecidamente que, al empeñarse en obras grandes por su dignidad y su objeto, ponga todo el tiempo y todo el cuidado que ellas requieran, y nunca le duela el detenerse en cosas que los inteligentes han de ver, examinar y juzgar por espacio de muchos siglos. Bien conoce este señor que es impertinente y cansado en la repetición de sus consejos, pero confía que usted los mirará como una prueba de la fina amistad que le profesa y del aprecio que hace de su talento.
Por último, remito la adjunta nota en que se indica el juicio particular que ha hecho S.E. de cada boceto, pues, aunque no presume de muy inteligente, conoce que las observaciones de los aficionados suelen tal vez ser de algún provecho aun a los más granados profesores.
Por mi parte nada tengo que añadir, sino que el ángel sentado en el sepulcro me tiene enamorado; y que todos los de ésta, haciendo mucha memoria de usted y mucho aprecio de sus expresiones, se las retornan afectuosamente, extendiéndolas S.E. y yo a los demás amigos de ésa, quedando de usted como siempre afectísimos y reconocidos amigos suyos de corazón, de que doy fe,
Marina.
Nota. En tres de los bocetos se pintan libros encuadernados; pero en aquel tiempo los libros se escribían en pergamino, y éstos se envolvían en rollos, de donde vino el nombre de volúmenes. El uso de encuadernar es muy posterior al principio de nuestra era. Se advierte, porque los críticos se paran mucho en estos anacronismos, por más que hayan incurrido en ellos los más célebres pintores, sin exceptuar a Rafael.
Nota que se cita en la carta anterior.

Núm. 1.° Castillo de Emaús. Bien compuesto, bien dibujado; pero para de noche, y sin más luz que la de un candil, está demasiado iluminado, y la luz no es tan roja ni confusa como la artificial. Otros ponen la acción de día (la fracción del pan), y S. Lucas no dice que fue de noche, sino al anochecer; y así, si se quiere apagar el candil y abrir una claraboya en lo alto del muro, nada más habrá que alterar. El colorido de este cuadro es el mejor de todos. El apóstol que está en pie parece en proporción muy abreviada de medio cuerpo abajo.
Núm. 2.° La Resurrección. Es muy buen cuadro, bien compuesto y bien colorido. Bellísimo sobre todo el ángel, salvo el pecho, que parece algo mujeril. La Magdalena no es tan agraciada ni bella como nos la figuramos. Esta figura admite todas las gracias de la hermosura profana, realzadas por el arrepentimiento. Cuidado con el ocre en carnes tan delicadas, que da alguna palidez al cuadro.
Núm. 3.° La presentación. Por Dios que no se pinte a Santa Ana como una Marinuño. Era vieja, sin duda, pero no tan vieja, sino tal que admitía todas las gracias marchitas de la vejez. Todavía anda por aquí el ocre, y los colores no alegran tanto como él entristece.
Núm. 5.° Desposorios. Es muy lindo cuadro, salvo la actitud de la Virgen, que es poco decorosa, y el tono general, que es más triste de lo que pide una boda, y una boda del cielo, que supone una inundación de gloria y luz celestial.
Núm. 6.° El Tránsito. Algo hay que notar, así en la composición como en el colorido de este cuadro, que está superiormente dibujado. La variedad, el contraste y la enérgica expresión de los semblantes son dignos de aparecer sin cosa que los afee. El tono general es triste, cuando no lo es el asunto, porque si la muerte de los santos es alegre y preciosa, ¿cuánto no lo sería la de la reina de los santos? Y si en la muerte de otros no sería extraño representar alguna luz de gloria, ¿cuánto más convendría en el tránsito de aquella reina del cielo, que tenía preparado en él un trono inmarcesible? Además el lecho está colocado en demasiada altura; el blanco de las ropas debiera ser cándido y puro, como quien las vestía, y aun el pequeño movimiento del cuerpo destruye un poco la idea de paz y reposo que debía reinar en un espíritu para quien estaban abiertos los cielos. Por último, este pensamiento, si no está ejecutado, es menester arrimarle y componerle de nuevo. Si se hiciere así, no se olvide de que el discípulo amado, a quien se honró con el nombre de hijo de María, debe hacer gran papel en esta escena.