Muy señor mío: Mil vueltas he dado al tal decreto de 21 de agosto de 95, y al cabo he creído que, en medio de su generalidad, deja abierto un camino para que usted y mi buen amigo puedan verificar sus piadosas intenciones sin gravamen alguno. Paréceme que fundando la escuela y poniéndola bajo la protección del Ayuntamiento, la fundación será puramente laical, y de las exceptuadas en el decreto de toda contribución; y a esto no se puede oponer el que la Administración de los bienes de dotación se deje a cargo del capellán de la capellanía de don Carlos Menéndez, ni tampoco el derecho de nombrar maestras y los demás anejos a la calidad de patrono; bien que se podrá evitar este título por no dar ocasión a disputas, y recomendar simplemente, así a dicho capellán como al Ayuntamiento, la vigilancia sobre este útil establecimiento. Por lo mismo, no creo que convenga aplicar fincas separadas para la escuela y para el capellán, sino que todas se apliquen a la escuela, con declaración que lo que quedare, pagada la maestra y cualquiera otro gasto, que también se expresará, ceda en beneficio del capellán administrador, sin obligación de rendir cuentas algunas, o con la de darlas al Ayuntamiento, según pareciere.
Por último, no se dejará en incertidumbre el tiempo ni la cantidad de las dotes o premios a las sobresalientes, sino que se señalará una o dos de tanta cantidad cada año, o cada dos, o más si pareciere, para evitar disputas entre el capellán y el Ayuntamiento. Por lo demás, la fundación me parece de grande utilidad; pero creo que no convendrá encargar al capellán que cuide de que ninguna niña concurra a la escuela de la villa, porque esto ni lo puede disponer el fundador ni cumplir el capellán. Sea gratuita la escuela, y esté bien gobernada, y a buen seguro que todos la preferirán.
Nada más ocurre que renovar a usted el afecto que siempre le profesa su más fino servidor q. s. m. b.
Gaspar de Jovellanos.