De Jovellanos a persona desconocida

Comienzo de texto

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Muy señor mío y de mi mayor estimación: Los vahídos de que usted me habla en su favorecida de 11 del pasado empiezan a alterar la indiferencia con que antes miré esta novedad, y a darme algún cuidado, no por su naturaleza, que la experiencia acredita ser inocente, sino por su frecuente repetición. Pero como yo conozco su causa y estoy persuadido a que usted tiene en su mano, cuando no removerla del todo, aminorarla y templarla mucho, quiero destinar esta carta a hablar solamente de un asunto que es tan importante para usted y que interesa tan tiernamente a sus amigos.
Bien creo que en este accidente tenga alguna parte la complexión de usted. Yo la conozco como la mía, y sé que es ardiente, sanguínea e irritable; pero en esto mismo tiene usted una libranza de larga vida, si en vez de exaltar aquellas calidades, las templa, las modera y aplaca. ¿Halo hecho usted alguna vez? No por cierto. Por lo menos no lo ha hecho en el tiempo que yo he podido ser testigo. Acuérdese usted de los afanes que sufrió en la última época de sus amores, de los que le costó su maldito y desgraciado pleito, de las pendencias que riñó después con los ruines del ayuntamiento, de la pena con que vio la muerte de algunos amigos, los males y desgracias de otros y de sus tristes consecuencias, y sobre todo de los afanes de ese maldito empleo, que tomado con templanza hubiera presentado a usted un decoroso remedio contra el fastidio de la ociosidad, pero que su actividad ha convertido en continua zozobra y tormento. Y bien, ¿puede usted dudar que éstas son las primeras causas de sus vahídos? Si, pues, añade a ellas poco cuidado en la comida y régimen, y un furor y exceso irracional en el trabajo, no tendrá que ir a buscar a otra parte las demás.
Vamos, pues, al remedio. Usted le conoce, él está en su mano, su conservación le requiere, su familia y sus amigos le ansían, y si usted los ama debe hacer a lo menos por ellos lo que nunca ha hecho, ni acaso haría por sí solo.
Sé muy bien que usted estima en poco la autoridad tan contradicha y el interés tan cercenado de su empleo. ¿Por qué, pues, le sacrificará su conservación? Una de dos, o hacer suave y compatible con ella el trabajo, o abandonarle del todo. Lo primero fuera fácil en otro; en usted, que no sosiega si no lo hace todo por sí y con ímpetu, muy difícil. Pero, pues es necesario, ¿por qué no vencerá su natural actividad? ¿Son acaso tan difíciles los negocios que ofrece, que no se puedan desempeñar por otro? ¿No palpa usted que en ellos el óptimo desempeño cuesta mucho y nada vale, y que el salir adelante a la ordinaria cuesta menos y vale tanto? Sea, pues, primera regla que usted elija una persona en quien descargue el trabajo. ¡Ojalá que estuviera ahí quien de buena gana se le reduciría a una simple firma, sin dejarle ni leer siquiera el texto!
Aligerado el trabajo y separada la imaginación de los negocios, resta establecer un buen régimen. Su principio, la dieta. Dieta, amigo mío, dieta, si es preciso hasta el punto de desear echar el diente a una esquina. Dieta no sólo de comida, sino de bebida. Bien sé que no hay exceso en ella, y con todo, si es posible, quisiera que me dejase el vino, y si no que bebiese poquísimo, y flojo o aguado, y nunca, nunca, nunca licores. Y ese maldito tabaco, cuyo aroma ataca continuamente los órganos del cerebro, ¿por qué no se dejará del todo, y si no es posible, no se reducirá al mínimum? Por último, largo ejercicio diario a pie, pero despacio y sin romperse las espinillas como de costumbre, y sobre todo frecuente ejercicio a caballo, con un buen criado a la pierna, por si algo ocurre. ¿No se podría pedir una licencia y hacer un viajecito a León a reconocer aquellas obras, informarnos de ellas y ver aquellos amigos? La estación va siendo mala; no importa, pues que importa el objeto. Si no, ir y venir a Oviedo, a Avilés, a cualquiera parte, y a cualquiera cosa, la costa, Somió, Porceyo, Carrió, etc., etc.
Yo bien creo que estaremos de acuerdo en que esto y no otra cosa es lo que a usted conviene. ¿A qué, pues, consultar? ¿A qué exponerse a que los médicos le alejen de tan buen y tan bien conocido sendero? Si estuviésemos en otra estación, yo aconsejaría a usted más bien los baños en el mar; pero ella volverá y convendrá probarlos, aunque sin zabullir ni mojar la cabeza. Acaso equivaldrán baños tibios de tina; pero ni tengo igual confianza en ellos, ni los creo necesarios, si se establece el régimen en lo demás. Animo, pues, amigo mío; fuera de las dietas y sus tres artículos, nada en él hay de duro ni difícil. ¿No hará usted este sacrificio a su propia conservación? ¿No le hará a la tierna inquietud de su buena madre y hermanos y sobrinos? ¿No le hará a la zozobra de sus amigos? ¿Y al ruego ardiente del primero de todos, a quien la sola esperanza de abrazarle le es de tan dulce consuelo? Creo que sí, y que ambos tendrán este gusto, y no tarde. Consérvese usted, pues, para él, para sí, para todos, y mándeme a mí como su más apasionado servidor, q. b. s. m.

Referencia: 05-495-01
Página inicio: 495
Datación: 0000
Página fin: 497
Estado: publicado