Mi amado Pachín: Habiendo escrito el miércoles y no traído el correo de ayer carta tuya ni de Oviedo, la presente deberá ser muy breve.
Sin embargo, quiero prevenirte en ella que, pues la semilla de los pinos que ha ido de aquí es tanta y para los años subcesivos se puede renovar, hay un arbitrio para aprovechar la sobrante de dos modos:
1. º Que después de provisto el cierro, que deberá ser de toda la extensión posible, se siembre otra porción igual o mayor de arenal, y en lugar de cerca, se abra al reedor una zanja ancha y profunda, lo cual bastará para que no entren los ganados, especialmente si se tuviese el cuidado de echar a las orillas, de una y otra parte, la arena y tierra que salga del fondo mismo de la zanja. Y si a esto se añadiese una cubertura de céspedes o pedazos de tierra engramada, vendría a quedarle un vallado que le sirviese de suficiente defensa. Acaso este método debería probarse a la parte de Natahoyo, donde creo yo que prevalecerán mejor los pinos por estar algo más resguardados del nordeste.
2.º Que se pruebe a echar una porción de simiente por esos arenales, abandonándola enteramente a la providencia de Dios, pues es cierto que, siendo en grande cantidad, si prendiese y naciese, alguna habría de quedar, por más que el insulto de los ganados y la [ilegible] la declarasen la guerra. A cuyo fin convendría que esta sementera se hiciese a orilla del cercado y zanjado, pues al fin estaría defendida de una parte y la vigilancia pública que abriese sus ojos sobre las primeras podría conservarlos abiertos sobre la última. Y en fin, tal podría aparecer la prosperidad, que animase a los repúblicos a abrir nueva zanja o cercado para conservarlo. Ve aquí mis ideas. Tú las mejorarás con tu tino y conocimiento práctico, pues yo me contento con indicarlas. Adiós. Saluda a madre y Gertrudis y manda a tu afectísimo hermano
G. M.