Mi estimado patrón, amigo y señor: Tengo entre manos una obra que la fortuna sugirió y ella misma hizo superior a mis actuales fuerzas. Sígola arrastrando, y estudiando la más estrecha economía. Trátase de nuevo edificio para mi nuevo Instituto. Va, pues, de encargo.
En el primer cuerpo de esta obra habrá una gran corrida de ventanas, en que vendrán bien rejas que yo haré poner si no saliesen muy caras; por dentro y fuera pasarán de cuarenta; dígame usted, pues: primero, ¿en qué punto más inmediato al embarcadero, ya sea de San Sebastián o de Bilbao, se podrán encargar? Segundo, ¿en cuál de estas dos provincias se trabajarán con más equidad? Tercero, ¿a qué precio, poco más o menos, podrá costar el quintal de fierro labrado en rejas y puesto en el barco? Supongo que deben ser redondas, lisas, con sus anillos, y de mediano grueso. La contestación de usted me decidirá, y acaso le habrá de caer encima la impertinencia, si la obra se resolviere y hubiere de hacerse en Guipúzcoa. Porque, ¿cómo no contaré con su favor tan experimentado, y en bien de un establecimiento de educación tan recomendable?