De Jovellanos al conde de Floridablanca

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Comienzo de texto: Excelentísimo señor: En las materias que tienen relación con la pública utilidad, es lícito a cualquier ciudadano dirigir sus

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Excelentísimo señor: En las materias que tienen relación con la pública utilidad, es lícito a cualquier ciudadano dirigir sus reflexiones al Gobierno y sugerirle las buenas máximas que la meditación o el estudio le hubiesen inspirado. Esta verdad me hace tomar la pluma y me autoriza a distraer por un rato la atención de vuecelencia.
Oigo decir que se trata de quitar las posadas secretas de Madrid. Si es así mis reflexiones no serán inútiles, porque estoy persuadido de que esta providencia ni sería justa ni conveniente, y creo que lo estará vuecelencia después de haber leído este papel.
La multiplicación de las posadas secretas de Madrid es una resulta indispensable de la estrechez en que vive su población; o por mejor decir, de la carestía de sus casas, efecto de la misma estrechez.
Las personas que vienen a la corte, no pudiendo acomodarse a la incomodidad, a la indecencia o a la carestía de las posadas públicas, buscarían una casa o cuarto en que vivir, si la escasez y carestía de habitaciones no les privase de este recurso. Toman, pues, el de buscar una posada secreta, que no es otra cosa que la reunión de dos, tres o más personas para habitar y pagar de consuno un cuarto y una asistencia.
Supóngase por un instante que hay en Madrid novecientas posadas secretas. Éstas, a razón de cuatro huéspedes cada una, compondrán la suma de tres mil seiscientos huéspedes. Quítense de repente estas posadas, y nuestros huéspedes quedarán en la calle. La vanidad los alejará de la indecencia de los mesones y la comodidad o la pobreza, del bullicio y del dispendio de las fondas.
No tendrán, pues, otro recurso que esforzarse a tomar cuarto; mas entonces la escasez de cuartos sería mayor, y lo sería por consiguiente el precio de ellos; y al cabo esta carestía haría imposible aquel recurso, fuera de que una casa alquilada supone una familia para la asistencia, y por mucho que se reduzca este modo de vivir, así como el más acomodado, es también el más dispendioso de todos.
Si en lugar de quitar las posadas secretas se trata de reducir su número, el mal será ciertamente menor, pero siempre resultará un gran mal, y éste será tanto mayor cuanto el número de tales posadas y sus inconvenientes, atendido el presente estado de las cosas, deben ir en aumento. En todas partes donde no hay algún estorbo invencible, la población crece y va delante de las subsistencias. Por consiguiente, escasearán más y más cada día las habitaciones, y se aumentarán las posadas. Es, pues, necesario un remedio radical, y tal será el que indicaré después a vuecelencia.
Si se me dice que estos huéspedes son por la mayor parte vagos, responderé que ni esto es cierto, ni cuando lo fuese, bastaría para justificar la supresión de las posadas secretas. Es verdad que pueden ofrecer un asilo a la gente vaga; pero también la ofrecen a los vasallos honrados, a quienes tantos motivos de necesidad, de conveniencia o de puro placer atraen a la corte. La policía que vela sobre los vagos, los debe perseguir en sus guaridas, en las posadas públicas y en las secretas; y si ella no se duerme, yo aseguro que no se le escaparán, sin que para esto sea necesario desacomodar muchos y buenos y útiles vecinos.
Pero las posadas secretas, se dirá, tienen otros inconvenientes, y es preciso ocurrir a ellos. Como no se quiten ni se reduzcan, estoy de acuerdo, y el remedio a la verdad no es difícil. No se necesitan nuevas providencias; bastará que se pongan en ejecución dos dadas mucho tiempo ha, y que no se ejecutan porque no se sabe o no se quiere ejecutarlas.
La primera es reducir estas posadas a matrícula, y la segunda, obligar a los patrones o patronas a que pasen exactamente noticia de todos los huéspedes que reciban. Con esto podrá velar sobre ellas el gobierno, y cuando tales establecimientos están a su vista, no hay nada que temer.
No hay cosa más fácil que la ejecución de entrambas providencias. Los alcaldes de barrio, encargados de hacer la matrícula de sus pequeños distritos, y dotados de la necesaria autoridad para ello, podrán saber las posadas secretas que hay en su demarcación, y obligarles a observar las leyes que la policía les impusiere. Por este medio cada alcalde de cuartel conocerá y velará sobre las de su comprensión, y la policía general extenderá sus miras al todo de la corte.
Pero, cuidado, señor excelentísimo, que en la buena o mala ejecución de estas dos providencias está todo el bien o todo el mal. Voy a explicarme.
Las posadas secretas ofrecen una granjería honesta y lícita a muchas gentes que no tienen otro medio de subsistir. Si el gobierno las hace públicas será lo mismo que quitarlas, porque la granjería de posadas públicas es indecente en la opinión común.
No me meto en examinar el fundamento de esta opinión; es positiva y esto me basta. Si se obliga a los patrones a poner tablilla; si se les reduce a publicidad; en una palabra, si se les quita este barniz que cubre la indecencia que la opinión común aplica a este tráfico, huirán de él muchas personas honradas, abandonarán este modo de vivir que lo es también, y al cabo esto será lo mismo que prohibir las posadas secretas. No me detengo en las consecuencias; las tengo ya insinuadas y vuecelencia las conoce.
Contemporícese, pues, con esta delicadeza, nacida de la opinión pública; sepa la policía que hay tales posadas, cuáles son y denles sus dueños el nombre que quisiesen. El gobierno habrá cumplido con su oficio, y no habrá destruido una de las fuentes de la subsistencia pública, cuando jamás debe perder de vista el principio que le obliga a aumentarlas.
Si todavía se insiste en que mientras haya multitud de tales posadas siempre habrá desórdenes, diré que en el estado actual los habría mayores sin ellas, y por consiguiente, que en lugar de quitarlas (en lo que se haría una injusticia y nada se conseguiría) es preciso ocurrir a un remedio radical.
Este remedio es único, así como el origen del mal que se trata de curar. Las posadas secretas se han multiplicado en razón de lo que han escaseado y se han encarecido las habitaciones de Madrid. Auméntense, pues, estas habitaciones y se disminuirán las posadas.
¿Y cómo se han de aumentar las habitaciones? Voy a decirlo, y acabo mi discurso. Pido todavía a vuecelencia un poco de atención.
Su majestad debe comprar todo el cordón de tierras que se extienden desde la puerta de los Pozos a la de Recoletos, hasta el límite que quiera señalar a la extensión de la población de Madrid. Ante todas cosas debe hacer construir la muralla o cerca de la misma población, dejando incorporado en ella todo el terreno destinado a la extensión; después se demarcarán las calles, plazas y plazuelas que parezcan convenientes, y se señalarán con buenas estacas, para que sean generalmente conocidas.
Hecho esto, se publicará un decreto en que se declare: 1.° Que este terreno no ha de estar sujeto a ninguna ley de demarcación gremial ni otra semejante, y que en él se podrán poner tiendas, talleres y oficinas para toda especie de industria, tráfico y comercio; 2.° Que en las plazuelas se podrán vender comestibles y abastos de todos géneros, sin otra sujeción que la de las leyes generales de policía de las demás plazas; 3.° Que en los sitios oportunos se construirán fuentes, y se establecerán las carnicerías, tabernas, almacenes de carbón y demás oficinas públicas necesarias para el surtimiento de este trozo de población.
Cuando esta noticia haya causado la fermentación que es consiguiente a su naturaleza, su majestad ofrecerá vender a cómodos precios los terrenos que se pidan para edificar en este distrito, y yo fío que no faltarán compradores.
Mas si acaso me engaño, si al principio escaseasen los compradores, no sería un gran desperdicio dar estos terrenos gratuitamente, porque al fin, si el gobierno lograse aumentar tan considerablemente esta población sin otro dispendio que el de la compra del suelo, creo que no salía mal librado.
Si esta generosidad pareciese todavía excesiva, otra pudiera ser equivalente, a saber, librar por un determinado número de años de la enorme carga de casa y aposento estos nuevos edificios, en lo que nada se perdía actualmente, antes aseguraba este fondo una ganancia cierta en lo sucesivo.
O yo me engaño mucho, o bastarían sólo cinco o seis años para ver completado este gran proyecto; y a fe que no es un plazo muy largo para un ministro que no es viejo y que desea hacer cosas grandes.
Yo pudiera sugerir otros medios relativos a la reedificación de solares y a la elevación de las pequeñas y humildes casuchas que disminuyen las habitaciones de la corte y afean su aspecto público. Todas, o casi todas, pertenecen a mayorazgos, capellanías, memorias, en fin, a manos muertas; pero esto se roza con otros puntos de no menos importancia, y pedía discusiones más largas. Bástame haber dicho lo que siento acerca de las posadas secretas.
Ciertamente que, extendida la población y aumentado el número de las habitaciones, bajaría el precio de las casas en razón de su abundancia o de su menor escasez, y por una consecuencia natural disminuiría el número de las posadas, que no son otra cosa que un suplemento de aquéllas.
Cuando este objeto no dictase tales providencias, se deberían tomar para abaratar los arrendamientos, cuya escandalosa subida, a pesar de los tiranos privilegios del inquilinato, que tanto ofenden los derechos de la propiedad, hace un efecto sensible en la industria y tráfico interior de la corte. La habitación es en el día uno de los artículos más dispendiosos de todo vecino. De aquí resulta la carestía de la mano de obra y de muchas cosas indispensables para la vida, y en medio de esta carestía no puede prosperar en la corte industria ni tráfico alguno.
Por esto aconsejo a vuecelencia que en el terreno que demarcare para la extensión de la población, no se quede corto. Si todo no se poblase en sus días, se poblará ciertamente poco después; pero la gloria será toda de vuecelencia.
Para que vuecelencia vea que esto no es un sueño, sírvase de reflexionar que cuando Felipe III trasladó y fijó la corte en Madrid su población se contenía entre las puertas de Moros, Cerrada, Guadalajara, el Sol, Santo Domingo, San Vicente, etc.; y que toda la enorme extensión que hay fuera de ellas, estaba ya concluida en tiempo de su hijo, como demuestra el mapa abierto en aquel reinado, que vuecelencia puede tener a la vista.
Confieso que la necesidad repentina que aceleró entonces la extensión no existe hoy en aquel grado; pero la necesidad es innegable, y no es pequeña: una misma causa producirá unos mismos efectos, siempre que se la deje obrar libremente.

Referencia: 02-361-01
Página inicio: 361
Datación: 1787
Página fin: 365
Lugar: Madrid
Estado: publicado