Discurso pronunciado por el señor don Gaspar de Jovellanos, caballero de la orden de Alcántara, del Consejo de S.M. en el Real de las órdenes en la Junta General que celeb

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Comienzo de texto: Señores: Cuando el voto uniforme de los celosos individuos que han visto nacer esta Sociedad, siguiendo la favorable opinión con que la misma ha premiado siempre

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Señores:
Cuando el voto uniforme de los celosos individuos que han visto nacer esta Sociedad, siguiendo la favorable opinión con que la misma ha premiado siempre mis buenos deseos, me señaló para presidirla durante el año próximo, no creáis que esta honrosa y lisonjera distinción sólo excitó en mi ánimo aquellos sentimientos de gratitud que suelen ser proporcionados a la extensión de tamaños beneficios; antes, por el contrario, al mismo tiempo que los primeros impulsos del reconocimiento, he sentido dentro de mí una profunda y extraordinaria desconfianza que desde entonces me llena de temor y abatimiento y me hace arrepentirme de haber aceptado ligeramente un encargo que es tan superior a mis talentos como desproporcionado a mis fuerzas.
Ni creáis tampoco que son estas unas expresiones inventadas con afectación para captar vuestra benevolencia. Son unos sentimientos procedidos de lo íntimo del corazón, donde el grito de la conciencia me representa por una parte todas las obligaciones anexas al cargo de director de la primera Sociedad del reino y, por otra, la suma dificultad de desempeñarlas dignamente.
Bien sé yo que los honrados ciudadanos, a quienes el amor del bien público condujo a nuestra Sociedad, no reconocerán en sí otra obligación que la de concurrir con sus luces y auxilios a los objetos de nuestro instituto, cuando las de su propio ministerio lo permitan; que estarán persuadidos a que sus funciones son del todo voluntarias, así como son enteramente gratuitas; y que, creyéndose únicamente ligados por un vínculo del amor y caridad pública, se creerán también dispensados de toda concurrencia a nuestras tareas y trabajos, siempre que la menor ocupación, el más pequeño embarazo, los distraiga y aleje de nuestras asambleas. ¡Demasiados ejemplos prueban que esta es la idea que un gran número de nuestros socios forma de sus obligaciones! Pero si entran por ahora en el examen de tan funesta preocupación, ¿quién dudará que la misma independencia con que se miran los individuos de este cuerpo libre hace más grave y espinoso el cargo de gobernarle y presidirle?
Cuando una solemne promesa liga a los individuos de cualquier asociación a la observancia de un cierto y determinado instituto, el sacrificio que hace cada particular de una porción de su libertad forma aquella masa de autoridad suficiente para la dirección y gobierno de todo el cuerpo. En este caso parece tanto menos necesario el ministerio del hombre, cuanto reconoce cada individuo que debe conducirse según la ley que se ha impuesto el mismo. Pero es un cuerpo donde todo es libre y espontáneo, donde nadie cree haber sacrificado cosa alguna, donde finalmente la ley persuade, mas no obliga, ¿sobre qué apoyos se podrá establecer la autoridad del que ha de presidirle?
Me diréis que la superioridad que dan las luces y talentos, el respeto que siempre ha sabido conciliarse la virtud y, sobre todo, la fuerza con que la razón y la verdad convencen y dominan deben servir de cimiento a la autoridad de un director. Pero ved aquí precisamente el motivo más poderoso de mi desconfianza. Porque ¿como esperaré de mí un exacto desempeño desproveído de estas sobresalientes dotes, las únicas que pudieran justificar vuestra elección y ayudarme a cumplir las obligaciones que me habéis impuesto?
Y ¡cuánto no deberán crecer estos temores si considero el estado presente de nuestra Sociedad! Vosotros conocéis y sentís, como yo mismo, el extremo desaliento con que va continuando sus operaciones. Apenas ha salido de su infancia, y parece que siente ya todas las flaquezas de la decrepitud. Muchos de vosotros sois testigos del vigoroso impulso que le dio aquel fervor primitivo en los florecientes días de su establecimiento. Entonces quería abrazar de una vez todos los objetos: escuelas y establecimientos patrióticos, experimentos rústicos e industriales, reformas en la legislación gremial y municipal, memorias sobre todos los ramos de la ciencia económica, proyectos, premios, estímulos de todas clases ejercitaban continuamente el celo de los socios y daban provechosa materia a las sesiones de la Sociedad.
¡Pero cuán diferente es su estado en el punto en que vengo a presidirla! Vosotros veis que nuestras asambleas están desiertas, que los trabajos de la mayor parte de las clases han cesado, que las ideas más provechosas no se promueven, que la pereza ha sucedido a la actividad y que no hay género de disculpa que no invente o que no abrace la desidia para evitar el trabajo. Tales han sido los efectos de la tibieza que sucedió a aquel fervor primitivo: tales han sido, a pesar de los esfuerzos de los dignos individuos que me han precedido en este encargo.
Pero si el celo y los talentos económicos de unos, la edad y las consumadas experiencias de otros, la autoridad y la constancia de estos, la virtud y el carácter pacífico de aquellos no han bastado a detener el movimiento de esta lastimosa decadencia, cuánto más se deberán temer sus progresos bajo de un director menos ilustrado, menos experto, menos virtuoso y menos autorizado que los que han ocupado esta silla antes de ahora.
Permitid pues, señores, que ya que no puedo esperar nada de mi parte, espere de la vuestra todo cuanto se necesita para prosperidad de este cuerpo. En medio de mis temores tengo la dulce satisfacción de mirar entre vosotros aquel corto número de individuos, en quienes por decirlo así, se ha reconcentrado todo el celo de nuestros fundadores. Su asidua concurrencia a las Juntas, su infatigable aplicación al trabajo, su prontitud en el desempeño de los encargos y comisiones, su celo, su actividad, su constancia, han sido hasta ahora la defensa de nuestro cuerpo, le han salvado de la ruina que le amenazaba y me dan hoy un derecho a esperar su asistencia y auxilios en favor de su restablecimiento, su bien y su prosperidad. La Sociedad vive y se sostiene por ellos, y a ellos solos deberá también sus progresos en lo sucesivo, mientras tanto que otros individuos, entregados al ocio y la indolencia, llenan vergonzosamente nuestra Junta con sus nombres.
Ni me debe inspirar menos confianza el conocimiento de las altas prendas que adornan al ilustre individuo nombrado para segundo director. ¡Ojalá que, sin ascender al débil y dudoso derecho que parecía declarar en favor mío, la costumbre, os hubierais determinado a elevarle de una vez hasta la primera silla! ¿Quién no hubiera alabado una elección tan digna y acertada? ¡Cuánto no deberíamos esperar de sus talentos, de su generosidad, de su celo por el bien público, de la autoridad de su persona y, sobre todo, de este carácter humano, popular y pacífico con que ha sabido realzar el esplendor de su cuna y el lustre heredado de sus progenitores!
Pero vendrá el día en que la Sociedad le mire a su frente y goce de los bienes que debe prometerse de su provechosa dirección, y entre tanto, tendré yo la satisfacción de mirarle como un distinguido apoyo para el desempeño de mis obligaciones. Sin contar con este auxilio y con los que debo esperar de vuestro celo y vuestras luces, no me arrojaría a aceptar un cargo tan difícil y espinoso. Haced, pues, que mis esperanzas no sean vanas. Redoblad desde ahora vuestra aplicación al desempeño de las obligaciones de nuestro instituto, vuestro celo por el bien y la felicidad pública, y vuestros desvelos por la prosperidad y la gloria del cuerpo de que somos individuos. Reunamos todos nuestras luces, nuestras tareas y nuestro patriotismo para el logro de tan importantes fines. Estrechemos más y más este vínculo de caridad que nos une y desterremos de entre nosotros toda división, toda mala avenencia, todo espíritu de partido, que son los más temibles enemigos de nuestra Sociedad. Nuestras obligaciones son unas, y uno debe ser también el impulso que les dé movimiento, uno el objeto a que todas se dirijan, una la voluntad y uno el deseo de conseguirlo. El público lo espera de nosotros, y la gloria con que sabe recompensar a los honrados ciudadanos, que dedican a su felicidad sus útiles tareas, será nuestra corona y nuestro premio en la más remota posteridad.
Madrid, 18 de diciembre de1784.

Referencia: 10-613-01
Página inicio: 613
Datación: 18/12/1784
Página fin: 616
Lugar: Madrid
Destinatario: Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País
Manuscritos: Archivo de la Sociedad Económica Matritense, leg. 64-68.
Ediciones: Obras publicadas e inéditas de D. Gaspar Melchor de Jovellanos, edición de Cándido Nocedal, vol. II. Madrid, 1858 (BAE, Tomo L, págs. 454-455).
Bibliografia: ANES, G., «La decadencia de las Sociedades Económicas y la crisis de la Ilustración», Boletín de la Real Sociedad Vascongada de Amigos del País, n.º 25-1, págs. 29
Estado: publicado