Discurso pronunciado por el señor don Gaspar Melchor de Jovellanos, de despedida por haber finalizado su año de dirección en la Real Sociedad Económica. Junta General de dicho d&

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Señores: Cuando a los fines del año próximo ocupe por la primera vez esta silla, una secreta desconfianza me hizo publicar el temor de que en el tiempo de mi dirección se consumaría la decadencia de nuestra Sociedad, mucho antes anunciada y empezada a sentir. En aquel punto sólo tenía ante mis ojos las juntas generales casi desiertas; las funciones de algunas clases, o suspendidas del todo, o tibiamente desempeñadas; los expedientes de mayor importancia, abandonados o detenidos; la discordia introducida en nuestro seno y un entorpecimiento casi general que, derramado sobre todas las partes de este cuerpo, le conducía lentamente a su extenuación y a su ruina.
En tan críticas circunstancias tomé a mi cargo su gobierno e, implorando el auxilio de aquellos pocos individuos, en quienes, por decirlo así, se había reconcentrado su vitalidad, empecé a animarlos, a despertar y poner en acción sus espíritus, y a dirigir esta máquina delicada, cuyo movimiento parecía tan inaccesible a la debilidad de mi impulso, como a la pereza de sus resortes.
Pero, gracias al cielo y a vuestros auxilios, el efecto ha desacreditado mis temores, y en el punto de entregar en mejores manos el gobierno de la Sociedad, tengo la satisfacción de congratularme con vosotros mismos de los progresos que en este corto período debí a vuestra aplicación y vuestro celo.
Habrá tal vez algunos que, calculando nuestra actividad, no por lo que ha hecho, sino por lo que ha dejado de hacer, querrán despojarnos de esta gloria; pero si han observado la concurrencia y el buen orden de nuestras sesiones generales, la aplicación y el celo de los individuos de las clases, la muchedumbre de juntas y comisiones extraordinarias desempeñadas, y la calidad de los expedientes despachados o promovidos, deberemos oír con tranquilidad sus censuras.
Es muy cierto que en algunos objetos importantes no hemos llegado hasta aquel agradable punto de vista que nuestros deseos se habían prometido; pero no lo es menos que este atraso, más que a nuestra desidia, se debe imputar a la importancia, a la extensión y a la perplejidad de las materias que contenían. ¡Cuánto estudio, cuánta meditación, cuánto trabajo no se ha empleado en ilustrarlas! ¡Cuántas luces, cuántos conocimientos, cuántas verdades no se han descubierto y adquirido acerca de ellas!
Es menester confesarlo en obsequio de los que tan útilmente se ocuparon en los varios expedientes ocurridos este año: a medida que la Sociedad ha ido aumentando sus conocimientos, rectificando sus principios, fijando y mejorando sus máximas, sus pasos han sido a la verdad más lentos, más detenidos, pero también han sido más seguros, más iguales y más bien encaminados a su término. Una nueva luz se derrama sobre todas las partes de la economía pública; todo se sujeta al análisis y al cálculo; todo se reduce a sus puros y verdaderos principios; y la filosofía, llevando de la mano al celo y al patriotismo, les indica las anchas sendas que tenían abiertas la preocupación y el error, y los aparta de ellas para guiarlos al bien por el camino de la verdad.
¡Qué esperanzas no deben inspirarnos tan felices disposiciones unidas al celo del ilustre personaje nombrado para llevarlas a sazón, y a la sabiduría del digno magistrado elegido para subrogarle en sus forzosas ausencias y auxiliarle en tan importante ministerio! Parece que el cielo ha señalado en ellos la época de nuestra gloria. La Sociedad ha enriquecido considerablemente el patrimonio de sus conocimientos, el celo de sus individuos ha despertado y puéstose en acción, los tribunales la honran con su confianza, el alto ministerio la anima con su protección, y el público la premia con su estimación y sus aplausos; todo, todo le es favorable en este instante, y todo abre a vuestros ojos una nueva perspectiva de prosperidad, que debe servir de estímulo a vuestro celo y de apoyo a vuestra constancia.
En cuanto a mí, restituido a la condición de individuo particular, la más proporcionada a la corta extensión de mis talentos y a la moderación de mi carácter, volveré con nuevo ardor a asociarme a vuestras tareas, y trataré así de saciar la única ambición de que es capaz mi alma: la de tener alguna parte en el aplauso y en la gloria que debe resultaros de promover la pública felicidad.
Madrid, 3 de diciembre de 1785.

Referencia: 10-636-01
Página inicio: 636
Datación: 03/12/1785
Página fin: 638
Lugar: Madrid
Destinatario: Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País
Manuscritos: Archivo de la Sociedad Económica Matritense, leg. 76/19
Ediciones: Colección de varias obras en prosa y en verso del Excmo. Sr. D. Gaspar Melchor de Jovellanos, adicionadas con algunas notas, edición de R. M. Cañedo, vol. II. Madrid, 1832, págs. 295-298.
Bibliografia: ANES, G., «La decadencia de las Sociedades Económicas y la crisis de la Ilustración», Boletín de la Real Sociedad Vascongada de Amigos del País, n.º 25-1, págs. 29
Estado: publicado