Discurso que pronunció en la Sociedad Económica de Madrid en 24 de diciembre de 1784

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Comienzo de texto: Señores: En este día, en que nuestra Real Sociedad cierra con un acto de beneficencia pública el círculo anual de sus tareas económicas, tengo yo el honor de ser intérprete de sus sentimientos ante el d

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Señores: En este día, en que nuestra Real Sociedad cierra con un acto de beneficencia pública el círculo anual de sus tareas económicas, tengo yo el honor de ser intérprete de sus sentimientos ante el distinguido concurso que ha venido a honrar esta asamblea. Acaso habrá quien juzgue que la importancia del asunto que nos ha congregado y la expectación con que el público aguarda las resultas de nuestras operaciones exigían que un órgano más elocuente y autorizado se encargase de inspirar a tan ilustres oyentes el grande interés con que mira la Sociedad el objeto de esta sesión. Pero debo esperar que el espíritu de patriotismo que os conduce a esta sala y el que anima a la Sociedad a representar a vuestra vista estos testimonios anuales de su celo público querrá más bien hallar en mis labios la sencilla expresión de algunas verdades provechosas, que verlos manchados con aquella especie de artificios que sólo se han inventado para servir de adorno a la mentira.
En efecto, señores, el objeto que tenemos a la vista no necesita de extrañas ni artificiosas recomendaciones. Él se recomienda bastante por sí mismo, por su ternura, por su utilidad y por su importancia. Digan lo que quieran ciertos espíritus detractores, cuya sola ocupación es maldecir de las ocupaciones ajenas; digan lo que quieran de nosotros, de nuestro celo, de nuestras tareas y de nuestros progresos, el deseo de servir al público hará siempre nuestra apología, y cualquiera corta ventaja que se deba a este deseo bastará para avergonzarlos y desmentirlos.
Y a la verdad que una asociación de honrados ciudadanos que, separándose de la muchedumbre entregada a la disipación y a los vanos entretenimientos, se congregan para hacer de su tiempo el uso más honesto y provechoso; que, sin otro impulso que el de la caridad, sin más estímulo que el de su mismo honor y sin otra recompensa que el gusto de hacer bien a sus hermanos, trabajan todo el año en este importante objeto, dedican a él sus luces, su tiempo y su descanso, lo promueve por todos los medios que están en su arbitrio, y al mismo tiempo que llenan las obligaciones de su instituto, cooperan, por decirlo así, con el Gobierno en el importante ministerio de labrar la felicidad del Estado; es sin duda un objeto el más recomendable, lo debe ser en todos tiempos y países, y lo será singularmente para aquellas almas privilegiadas a quienes ha tocado alguna vez con su fuego el amor de la patria. Pero ¿cuánto más lo debe ser en el día en que, deseando comunicar este mismo amor a todos los corazones, convocan tantos y tan respetables testigos para exponer ante sus ojos el fruto de sus tareas?, ¿el día en que les ofrecen las pruebas menos equívocas de su aplicación y de sus desvelos?, ¿el día, en fin, en que sometiéndose voluntariamente al juicio del mismo público, para quien trabajan, le presentan los tiernos objetos entre quienes han repartido su beneficencia y sus desvelos?
Vosotros, señores, estáis mirando el más recomendable de todos en estas inocentes criaturas, que hemos librado del desamparo y la miseria. Las obras delicadas que salieron de sus manos, al mismo tiempo que dan el mejor testimonio del esmero con que hemos promovido su enseñanza, testifican también que no será pasajero ni momentáneo el beneficio que han recibido de nosotros, sino tal que puedan librar sobre él la subsistencia de toda su vida; y los rudimentos de la religión en que han sido instruidas, el amor al recogimiento y al trabajo que se les ha inspirado y las máximas de honestidad y modestia que se han inculcado frecuentemente en sus oídos acaban de completar este beneficio y prometen a la Sociedad y al público que serán algún día modelos de aplicación y de virtud en aquellas mismas familias que las habían abandonado.
Pero, si alguno quisiere poner en duda esta verdad, que compare su situación presente con la que tenían cuando la Sociedad volvió hacia ellas su vista y su cuidado. Privadas por la providencia de sus padres o reducidas por el abandono de éstos a una más peligrosa orfandad, vivían expuestas a todos los males que suelen acarrear el desamparo y la pobreza. La pereza y la ignorancia crecían con ellas, y el vivo las acechaba desde lejos, aguardando el momento de su adolescencia para perderlas en sazón. En este punto, mil enemigos lidiarían contra ellas y nadie en su favor. Una muchedumbre de deseos que nacen en aquella edad y se aumentan con la misma imposibilidad de cumplirlos, la libertad inseparable de su misma indigencia, la necesidad de buscar socorros en un camino sembrado de lazos y peligros, la ociosidad, la desnudez, el desamparo y, sobre todo, la fuerza del mal ejemplo, auxiliada de los atractivos del lujo, las arrastrarían violentamente a la corrupción, y un solo paso dado hacia ella, decidiendo para siempre su suerte, las hubiera quitado hasta el arbitrio de volver a su preciosa inocencia. ¡De tantos riesgos las salvó la próvida mano que hoy las presenta al pueblo en que nacieron como otras tantas víctimas arrancadas al desenfreno y la licencia pública! ¿Qué objeto más propio de nuestro benéfico instituto, más acreedor a los desvelos del Gobierno, más digno de la ternura y de la gratitud de los corazones en que se abriga la caridad pública?
Pero por más importante que sea este objeto, no es el único al que la Sociedad ha consagrado sus tareas: otros muchos de público y general interés la han ocupado útilmente. La agricultura, como el primer manantial de la riqueza, ha merecido siempre su primera atención. Después de haber perfeccionado sus instrumentos y después de haber reunido las luces de la especulación y la experiencia para mejorar el laboreo de las tierras, quiso extender sus miras al mejoramiento de los abonos. Esta excelente idea, así como los medios de realizarla, se debieron a un alto magistrado, tan recomendable por la extensión de su celo, como célebre por la de sus talentos, y a quien jamás dejará de reconocer la Sociedad por su primer bienhechor y por el más justo acreedor a su gratitud y alabanzas. Penetrados de la utilidad de sus miras, las propusimos a los sabios españoles y los excitamos al trabajo por medio de una útil y honrosa recompensa. Nuestra voz penetró hasta el retiro de los claustros, y un individuo que supo conciliar el estudio de las verdades dogmáticas con el de los principios económicos salió de ellos para arrebatar la corona que parecía destinada a otras manos.
Los oficios, en calidad de fuentes de la industria, nos merecieron igual desvelo. Convencidos de que el honor, según la frase de Cicerón, es también el alimento de las artes, tentó por este medio la aplicación de los artistas, y ofreciéndoles premios, en que a un pequeño interés iba unida mayor suma de gloria, les empeñó en una competencia que hizo redoblar los esfuerzos de su ingenio. Las obras que tenemos a la vista prueban hasta qué punto correspondió el suceso a nuestras esperanzas.
Tal es, señores, en compendio, la materia de la presente sesión. La Sociedad se abstiene de propósito de publicar los trabajos de todo el año, porque ni quiere molestar con su menuda relación a tan distinguido concurso, ni hacer vana ostentación de sus tareas. Bástale tener, en la confianza con que la honran el alto ministerio y el primer tribunal de la nación, la prueba menos equívoca de su aplicación y su celo. Esta confianza la proporciona el provechoso arbitrio de exponer libremente su dictamen sobre todas las materias que tienen relación con su instituto, y la empeñan más y más cada día en el cuidado de no desmerecerla. ¡Ojalá que pueda desempeñarla dignamente en el examen de dos grandes objetos cometidos actualmente a su informe, las leyes agrarias y gremiales, que darán materia a sus trabajos en el año próximo! ¡Y ojalá que en el estudio de ellos logre atinar con aquellas sublimes verdades de que están pendientes el bien y la prosperidad de la nación!
Entre tanto es justo que yo pague, a nombre de la Sociedad, el tributo de gratitud que es debido al celoso primado, que tan constante y generosamente concurre a promover nuestros deseos; al ilustre Ayuntamiento, que nos abriga en su seno y fomenta con sus auxilios al piadoso clero que, siguiendo el ejemplo de sus prelados, ha reunido las funciones de su ministerio a las de nuestro instituto en beneficio de sus prójimos y de la causa pública; y finalmente, a los distinguidos ciudadanos que no se han desdeñado de venir a solemnizar con nosotros este acto de beneficencia pública, ni de recompensar por este medio el celo con que los amigos de Madrid trabajan continuamente por el bien y la felicidad de sus hermanos.

Referencia: 10-617-01
Página inicio: 617
Datación: 24/12/1784
Página fin: 620
Lugar: Madrid
Destinatario: Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País
Ediciones: Colección de varias obras en prosa y en verso del Excmo. Sr. D. Gaspar Melchor de Jovellanos, adicionadas con algunas notas, edición de R. M. Cañedo, vol. II. Madrid, 1832, págs. 416-422.
Bibliografia: ÁLVAREZ DE MIRANDA, P., «Palabras e ideas de la Ilustración española», en Actas del I Simposio de Profesores de Lengua y Literatura, Barcelona, 1981, págs. 63-82.
Estado: publicado