Discurso sobre el lenguaje y estilo propio de un diccionario geográfico

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Ilustrísimo señor:
No pudiendo encargarme de concurrir a la ejecución del acuerdo del 16 anterior, por no haber tenido parte en el extracto de las cédulas geográficas, he extendido algunas reflexiones acerca de la formación del diccionario a que están destinadas. Mi deseo no es otro que el de contribuir en la parte que pueda, al complemento de una idea tan provechosa, y por lo mismo someto mis observaciones a la censura de V. S. I., para que las reciba con indulgencia y las mejore con sus luces.
Algunos señores han escrito ya con erudición y acierto sobre la materia de nuestro diccionario y sobre la forma y distribución de ella, y a sus observaciones sería difícil añadir cosa apreciable. Parece, pues, que solo resta tratar de un punto no menos principal en la empresa, ni menos digno de la atención de la Academia.
Hablo del estilo. Vivimos en un siglo en que la singularidad, la solidez y el orden de la doctrina no basta para hacer recomendable una obra, cualquiera que sea, si su estilo no tiene toda la claridad, toda la exactitud, y, principalmente, toda la analogía y proporción convenientes a la naturaleza de su objeto.
Esta delicadeza es el primer fruto de los progresos de la literatura y prueba desde luego el buen gusto de una nación, o al menos de aquella parte de individuos que la posee. En efecto, cada género de escritos debe ser tratado de un modo peculiar y distinto. La poesía, la elocuencia, la historia, las ciencias naturales, las abstractas, exigen un estilo propio, análogo a su naturaleza, conveniente a los varios métodos con que pueden tratarse y proporcionado a sus objetos. Pero, sobre todo, las descripciones, ora tengan por objeto las producciones de la naturaleza, ora los trabajos del arte, requieren un estilo peculiarísimo; un estilo que presente los objetos a la imaginación y que los grabe en la memoria; un estilo cuyo fin, no tanto sea convencer ni persuadir, como instruir y deleitar. A este estilo se le podría llamar con propiedad la pintura de la elocuencia.
La geografía, más que otra facultad, toca este género de escritos, porque abraza tantos objetos como la Naturaleza y su oficio no es otro que el de describirlos y pintarlos. El oficio del geógrafo es presentar a sus lectores una idea, la más viva y completa que sea posible, de los países que describe, excitando en su imaginación y grabando en su memoria aquella misma sensación que imprimiría en ellos la vista material de los objetos.
Pero la pluma del geógrafo no debe pintarlo todo. La inmensa extensión y variedad de sus objetos le obliga a una especie de economía que hace más difícil su ministerio y que solo podrá lograr por medio de la precisión y parsimonia de su estilo. Debe, por consiguiente, reducir a una cuadrícula pequeñísima los objetos más grandes, copiar exactamente sus contornos, señalar y distinguir sus perfiles, describir sus partes principales e indicar ligeramente sus accesorios; debe tirar rasgos grandes y certeros; representar con ellos el tamaño, la figura y las proporciones de cada objeto; debe dar a cada uno el término, la posición y el colorido conveniente, y sin detenerse en los accidentes ni en las partes inútiles, menudas o menos principales; debe despertar en el lector aquella idea viva y profunda, que es el fin primario de su profesión.
Tal debe ser, en general, el estilo de la geografía: claro, exacto, conciso, en una palabra, gráfico o pintoresco, porque solo así se conformará con el nombre y el objeto de esta facultad.
Pero, además, convendrá que este estilo sea también figurado y, en cierta manera, poético, no solo porque debe pintar, sino porque debe pintar con gracia y viveza. De otro modo, las obras de geografía serán áridas y desaliñadas y no podrán hallar lectores aplicados y atentos. Compuesta por la mayor parte de nombres propios, muchas veces comunes e ignobles y no pocas extravagantes y exóticos, de nombres insignificantes, siempre ingratos a la imaginación y al oído, y precisada a retratar unos objetos casi siempre parecidos y pocas veces nuevos y agradables, ¿quién podrá sobrellevar la sequedad de su estudio, si las gracias del estilo no le hacen entretenido y gustoso?
Así lo conocieron los célebres geógrafos de la antigüedad, por eso el estilo fue uno de sus principales cuidados. Si se examinan atentamente sus obras, se hallará que Plinio, Estrabón, Ptolomeo, y sobre todo, nuestro Mela, tanto como de las cosas que habían de referir, cuidaron del arte y modo de referirlas; porque creían que esta especie de obras no podían producir utilidad sino en cuanto las recomendaba el ingenio y gracia con que se escribían.
Y si tantas calidades requiere en general el estilo geográfico, ¿cuántas más deberán brillar en un diccionario, donde las cosas más grandes deben colocarse al lado de las más pequeñas; donde una pobre aldea tendrá su lugar, como una opulenta capital; un escaso torrente, como un caudaloso río; una humilde colina, como las altísimas montañas de Europa? ¿En un diccionario, que debe abrazar la extensión de los mares, la figura y senos de las costas, la situación y cadenas de los montes, el origen y el curso de los ríos, la distinción y límites de los reinos y provincias, y hasta las últimas divisiones que exigen la geografía física y civil? ¿En un diccionario, en fin, donde cada artículo, por pequeño que sea, debe contener un breve tratado, y donde por lo mismo las descripciones han de ser más uniformes, más interrumpidas, más repetidas y más menudas?
Agréguese a esta dificultad la que nace de las peculiares calidades que, según lo acordado, debe tener nuestro diccionario.
Además de la geografía física y civil, debe abrazar también la geografía económica y política de la nación. Esta parte, que es sin duda, muy importante, y que más que otra alguna contribuirá a la utilidad de nuestra empresa, hará también mucho más arduo y penoso su desempeño, y sobre todo, aumentará las dificultades expuestas respecto del estilo. En las demás partes, los errores, las omisiones, la inexactitud, la oscuridad, serán defectos de corta consecuencia; pero en esta nada será tolerable, porque podría producir enormes perjuicios. En esta todo debe ser completo, exacto, perceptible; todo debe instruir, convencer, desengañar; todo debe ser tal que pueda servir igualmente al ministerio y al magistrado público, al jefe político, al eclesiástico, al sabio y al ignorante, al nacional y al extranjero.
Es, pues, indispensable que el estilo de nuestro diccionario se lleve una gran parte de la atención de la Academia, para que sea, cual conviene al objeto de la obra, y a la reputación del Cuerpo que la presenta al público.
Pero ¿se podrá lograr esta idea en una obra trabajada por tantas y tan diversas plumas? El don de enunciarse con claridad y precisión no es dado a todos, y entre los mismos sabios hay una diferencia tan grande de estilos como de semblantes. La disposición natural, los primeros estudios, la elección de modelos, el hábito de tratar tales y tales materias, la profesión, el genio, el gusto, todo concurre a formar el estilo de cada uno y dar, por decirlo así, a cada estilo una fisonomía particular. Cuál se enamora de la abundancia del estilo asiático, y escribe con una fecunda, pero redundante difusión; cuál del énfasis lacónico, y escribe con una enérgica, pero oscura brevedad. Es, pues, imposible, que tantas y tan diferentes plumas se acomoden a un estilo que requiere tantas y tan diversas calidades, y mucho más que acierten a producir, no ya un estilo uniforme o semejante, mas ni tampoco conveniente y análogo a la naturaleza de la obra propuesta.
El único arbitrio de remediar este mal sería someter la extensión de las cédulas a un cortísimo número de personas. Fórmense, en hora buena, por todos los individuos del Cuerpo; desempeñe cada uno su parte según le pluguiere; escriba en el lenguaje y estilo que le sea familiar; pero estos trabajos vengan después a muy pocas manos, a personas que, bien convencidas de las calidades que requiere el estilo del diccionario, poseyéndolas, en alto grado, las hagan brillar en cada artículo, y la obra salga tal cual puede desearse.
Entonces no será tan difícil lograr la uniformidad, la concisión y las demás gracias peculiares que requiere este estilo. Los encargados de arreglarle podrán estudiar sus principios, ejercitarse en su práctica, observar los bellos modelos de la antigüedad y no descansar hasta igualarlos. ¡Cuántas bellas descripciones geográficas no hallarán en Homero, en Virgilio, en Valerio Flaco, en Rufo Festo y otros poetas! ¡Cuántas en Livio, César, Tácito y otros historiadores!
Pero deberán estudiar más particularmente los geógrafos griegos y latinos, y resolviendo día y noche sus excelentes obras, copiar de ellas la erudición de Estrabón, la exactitud de Plinio, el arte de Ptolomeo y el lleno de bellezas que brillan en las de nuestro Mela. Si Cicerón hubiera cumplido su propósito de escribir la geografía, como prometió a su amigo Ático; si la pluma de este sabio y elocuente romano hubiese descubierto en el estilo geográfico las singulares bellezas con que adornó los estilos de la elocuencia, de la política, de la moral y de la filosofía, yo le propondría acaso como el primero, como el único de todos los modelos. Pero, en defecto suyo, solo merece esta gloria un insigne español: Pomponio Mela. A este excelente geógrafo, que en las gracias del estilo sobrepujó a todos los demás, tanto griegos como latinos, deberán imitar con preferencia nuestros redactores. Ninguno supo reunir tan bien la precisión a la claridad, la elegancia a la exactitud, el mérito de la doctrina a las gracias de la elocución. En sus obras y en sus diligentes versiones, hechas por Tribaldos y Salas, deberán trabajar continuamente nuestros académicos, llenar su idea de los rasgos, las frases, las elocuciones y las fórmulas de este gran geógrafo y beber aquellas bellezas de expresión que, trasladadas después a nuestro diccionario, hagan que parezca en el público como una obra digna del decoro de la nación, de la reputación de la Academia y de la Ilustración del siglo xviii.

Referencia: 14-294-01
Página inicio: 1294
Datación: 29/09/1785
Página fin: 1299
Lugar: Madrid
Estado: publicado