Cuando vino el c[onde] de Aranda a la Presid[enci]a se le insinuó que el ab[ate Miguel de la] Gándara era hombre sospechoso y que, a varias insinuaciones que se le habían hecho, se había desentendido. S. E. le hizo saber que convenía saliese de la corte: tampoco; fue preciso que se le notificase judicialmente, y así lo hizo el alcalde don José Güell y Serra. Por equivocación de la n[otar]ía se le mandaron interceptar los papeles, y entre ellos se hallaron varias coplas satíricas contra el gobierno, de las que habían precedido al tumulto, escritas y con enmiendas y correcciones de su puño, y las capitulaciones que hizo el pueblo con su majestad. Con esto, se envió orden para arrestarle, que iba libre, y se le siguió su causa de estado. Tenía contra sí muchos indicios de haber andado mezclado en el tumulto, y vivía en gran sociedad con los jesuitas, especialmente con el padre Benavente, con quien asimismo trataban el abate Hermoso y el marqués de Valdeflores. Acabada la causa, fue destinado al castillo de Pamplona y, cuando estaba ya cerca de obtener su libertad, se descubrió que junto con un tal Marco, del comercio de aquella ciudad, tenían correspondencia con cierta religiosa sobre una profecía relativa a las restitución de la Compañía de Jesús a los antiguos establecimientos. Siguió esta causa el ministro del consejo de Navarra, don Juan Mariño, quien podrá dar más razón.
Camp.s, 26 de noviembre 1781
Gándara había estado en Roma de Ay[udan]te general de España, y en nuestra corte tenía mucha entrada por su extraordinaria destreza en la caza, y su mayor habilidad en captar la gracia de los italianos que rodeaban al rey. Entre los papeles que se le interceptaron se halló uno muy injurioso contra la persona del rey. Parece que se le había ofrecido hacerle gobernador del consejo y cardenal. Se halló también otro papel intitulado El tribuno de la plebe que había sido escrito por el marqués de Valdeflores. Murió Gándara en este [Interrumpido].