El conde de Campomanes

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Comienzo de texto: Campomanes iba a estudiar la prim[er]as letras a Santianes de Tuña; pasó desp[ué]s a Santillana con su tío don P[edr]o Var.na de Sorriba, can[ónig]o

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Campomanes iba a estudiar la prim[er]as letras a Santianes de Tuña; pasó desp[ué]s a Santillana con su tío don P[edr]o Var.na de Sorriba, can[ónig]o dign[ida]d de aq[uell]a coleg[iat]a y hombre allí estimado p[o]r su instruc[ció]n y capacidad, que cuidó de su educac[ió]n. Estudió la Filosofía con los Dominicos de […]. Salió de su lugar a los siete y medio a[ño]s, y no volvió a él sino una vez, por tres días. Murió su tío a los setenta y siete a[ño]s de una hidropesía de humores, aunque había sido s[iem]pre un hombre enjuto.
Del conde de Campomanes, 10 de n[oviemb]re de 1782.
Vino a Madrid y entró de pasante con el lic[encia]do don Jul[i]o de Amaya, abog[ad]o que había sido de la aud[ienci]a de Sev[ill]a y sujeto de buena erudic[ió]n y escogida literatura. Allí tomó Camp[omane]s el buen gusto de sus estudios. Un día concurrieron en junta Amaya, don Mig[ue]l Cirel, abog[ad]o aragonés y otros, a tratar sobre un punto de fideicomisos, en que Cirel era sobresaliente. Trató éste con poco aprecio a los demás y despreció su dictamen; pero Campomanes lo sostuvo con tan buenas razones que atrajo a sí al aragonés. Manifestole éste que le tomaría por pasante. Camp[omane]s dijo que no podía abandonar a su m[aes]tro, p[er]o le ofreció continuar su estudio p[o]r la tarde y allí penetró todos los secretos de la jurisprud[enci]a de Aragón. A poco tiempo escribía los papeles en derecho de más cuidado p[ar]a Amaya y Cirel, que eran los dos oráculos de Madrid.
Puso luego su estudio y, aunque no admitió en él a ning[ú]n litigante de los que eran de sus maestros, era tal su reputac[ió]n que en el primer año de abogacía ganó cincuenta y dos mil r[eale]s cobrando unos derechos moderados, no instando a los malos pagadores, que eran muchos, y no llevando derechos a los amigos y pobres. Cobró luego la prim[er]a reputac[ió]n y fue tan diestro en la defensa de sus causas, que vencía en ellas en compet[enci]a de los más célebres profesores, cuales eran don Man[ue]l de Roda, Riambau y sus maestros. A éstos los socorrió muchas veces en sus últimos años c[uan]do, no pudiendo ya trabajar, estaban casi reducidos a mendigar.
El Periplo de Hannon le dio mucha reputac[ió]n. Un ejemplar que pasó a manos de n[ues]tro rey, que entonces estaba en Nápoles, extendió allá su fama porque lo dio a leer a Mazzochi, que hizo de la obra altos elogios. Don Alf[ons]o Clem[en]te dio al rey buenos informes del autor. En Esp[añ]a no era menor su reputac[ió]n. El marq[ué]s de Campo del Villa quiso hacerle alc[al]de de Corte honorario y se extendió este decreto en 1758; pero ya flaqueaba la raz[ó]n del rey Fernando, que al t[iem]po de firmar empezó a echar rúbricas sobre el decreto y no pudo correr. Durante la ineptitud de este príncipe fue Campomanes el consultor de Wall p[ar]a los arduos y delicados negocios de aquel t[iem]po. Wall le conoció por una casualidad. El oficial de covachuela Chindulza le oyó una tarde a Camp[omane]s en la celda de su am[ig]o Sarm[ien]to. Desde luego, formó de él una alta idea. Díjoselo a Wall, añadiendo que p[ar]a arreglar el ramo de Correos era menester hacer a éste asesor y separar a Hermosilla, que era un ladrón. Llamó Wall a Campomanes y desde entonces le honró con su confianza, le dio la asesoría y los más delicados encargos. El duque de Alba quería poner p[o]r asesor a don N. Castejón, p[er]o Wall estuvo p[o]r Campomanes. Tuvo después Campomanes toda la confianza del duque de Alba, que le consultaba todos los negocios. En cierta ocasión le confió que había leído en el célebre libro de [E]spinosa intitulado el […] y que en uno de sus viajes había consultado con los filósofos F. A. de Voltaire y J. J. Rousseau sobre la inteligencia de su doctrina, pero que confesaba de buena fe que ni entendía a [E]spinosa por sí solo, ni las explicaciones de aquellos literatos le habían dado luz alg[un]a. Campomanes no había leído la obra; diósela el duque, leyola, meditola e hizo al duque una exposición de su doctrina que le dejó lleno de asombro; p[er]o mucho más el análisis exacto y el juicio crítico que hizo de todas las proposiciones, cosa que le dio para con aquel personaje el crédito de ser el más profundo filósofo de su siglo.
El llamado duque de Braganza, hoy Lafoens, leyó en Viena el Juicio imparcial al príncipe de Kaunitz, volviéndole al francés en el acto mismo de la lectura. Kautnitz hizo de esta obra los mayores elogios. Así lo dijo el mismo duque de Lafoens a su paso p[o]r Madrid, c[uan]do se retiraba a Lisboa.
El emperador, luego que murió su madre, pidió a su embajador en España que le enviase un tanto de todas las providencias que el gobierno había dado en el pres[en]te reinado, relativo a la conservación de las regalías de su M[ajestad], puntos de jurisdic[ció]n y disciplina ec[lesiásti]ca, etcétera.
En el tiempo del ministerio del duque de Aiguillon, en el último reinado, se iba a renovar en Francia la regalía del exequatur, y a la lectura del Juicio imparcial se suspendieron las provid[enci]as ya meditadas p[ar]a aquel objeto.
Jueves, 7 de julio de 1762, empezó el señor Campomanes el ejercicio de la fiscalía hablando de repente en el recurso de fuerza que hacía con las provid[encia]s el vic[ari]o juez ec[lesiástic]o de Madrid, y acabó hablando en otra fuerza q[u]e hacía el visitador ec[lesiástic]o de Madrid el viernes 9 de mayo de 1783. Tomó posesión de la plaza del Cons[ej]o y Cámara el lunes 12 de mayo del sig[uien]te, y del gob[ier]no interino del Con[se]jo en 4 de nov[iemb]re del mismo.
Don Miguel María de Nava [y Carreño] falleció el día 28 de octubre de 1783. El viernes 31 del mismo fue nombrado gobernador interino del Consejo el Ilustrísimo señor conde de Campomanes, quien tuvo el aviso al siguiente día y tomó posesión el 4 de noviembre corriente.

Referencia: 12-519-01
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Datación: 0000
Página fin: 522
Estado: publicado