Epístola novena. Jovino a Posidonio

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Comienzo de texto: «El hombre que morada un punto solo hiciere en la ciudad, maldito sea». Así la musa de León un día cantó, al profano

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«El hombre que morada un punto solo
hiciere en la ciudad, maldito sea».
Así la musa de León un día
cantó, al profano Tíbulo imitando.
5 ¿Dirás tú amén, oh Carlos, a tan dura
impía maldición? ¡Ah! no, cuitado,
no puedes, ya que obligación severa
te hizo del campo con veloz galope
volver a la ciudad, y mal tu grado,
10 te alejó de la gran Naturaleza.
A la antigua ciudad volviste, y hora
vas confundido entre su necia turba,
triste cruzando las hediondas calles,
do el viejo muro y nuevos techos niegan
15 entrada al sol y libre paso al viento,
y donde el lujo deshonesto excita
pena en tu corazón, riesgo en tus ojos.
O bien, huyendo del bullicio insano,
te aprisionas aún más, y a voluntaria
20 soledad en tu casa te condenas,
y allí, diciendo triste adiós al campo,
te sepultas con él. ¡Oh, cuánto pierdes!,
que ya no más recrearán tu alma
ni de la aurora el rosicler dorado
25 cuando al oriente asoma, ni el brillante
dosel que de encendidos arreboles
retoca el sol para hermosear su lecho.
No gozarás ya allí del claro cielo
la vasta, augusta escena, ni en tu oído
30 sonarán las canoras avecillas,
si ya no alguna, como tú enjaulada,
por su perdida libertad suspira.
La pompa vegetal tendida al viento
en árboles frondosos, o en mil flores
35 y plantas ricamente derramada
por los abiertos campos y colinas,
no más verán con éxtasis tus ojos.
¡Oh, cuánto menos echarán ahora
el rico esmalte de los verdes prados,
40 do con incierto giro serpentea
el arroyuelo, que del monte cae
sonando, y de su margen tortüosa
las tiernas camamilas salpicando!
¡Cuánto su aspecto y cuánto su frescura
45 refrigeraba tus cansados miembros!
¡Qué bien clamó León! ¡Oh necio, oh necio
el que de tantos bienes y delicias
voluntario se aleja, y aquél triste
a quien los niega mísero destino!
50 Pero ¿qué digo? ¿Al hombre pueden sólo
recrear los sentidos? ¿Por ventura
verá en ellos el único instrumento
de su felicidad, o podrá iluso
colocarla en sus ojos y su vientre?
55 ¡Oh blasfemia de Tíbulo! ¡Oh descuido
de la musa del Darro, profanada
al repetirla en su sagrada lira!
Carlos, guarte, no hagas en la tuya
tal injuria a tu ser. Pues ¡qué! ¿en tu pecho
60 no hay un sentido superior que anima
cuanto en su imperio la natura ostenta?
Su riqueza magnífica, sus gracias,
¿para el bruto qué son? Nada sin vida,
que él pace y bebe estúpido, y vagando,
65 huella las flores, el arroyo enturbia,
y ni ama el campo ni a los cielos mira.
No así tú, Carlos. Tu razón, imagen
de la divina inteligencia, y ese
espíritu sublime que a una ojeada
70 cielos, tierra y abismos ve, no esclavo
se hará de sus esclavos, ni a ellos solos
felicidad demandará. Más noble,
más encumbrado objeto va buscando,
de su destino y alto ser más digno.
75 Por él suspira de contino y vuela
sin descanso ni paz hasta encontrarle.
¿De vista le perdió? ¿Desconocióle?
¿Se lanzó acaso descarriado y ciego
en pos de alguno de su alteza indigno?
80 Pues todavía huyendo de él le busca,
y en él tan sólo puede hallar reposo.
¡Oh alto, oh inmenso, oh sumo bien! ¡Tú solo
puedes saciar las almas que criaste!
Hacia ti vuelan cuando van perdidas
85 en pos de las bellezas, que benigno
criaste tú también. Pero ninguna
hinche su corazón, y de ti lejos,
nada le harta, todo le fastidia.
¡Oh divina virtud! A ti fue dado,
90 a ti sola entrever de bien tan sumo
la sublime morada. Tú, tú solo
en este valle, de amargura lleno,
puedes gustar con labio reverente
alguna gota del raudal inmenso
95 de gozo y paz que en torno de su alcázar
corre perenne, y que en reposo eterno
a luengos tragos beberás un día.
Dichoso tú, doquiera que morares,
oh Carlos, si andas en la sola senda
100 por do seguro la virtud te guía
hacia tan alto bien. ¿Qué puede, dime,
causar enojo al que fiel la sigue?
Tú lo conoces; tú, que en el bullicio
de la ciudad de Augusto, o ya ejercitas
105 la santa caridad, suma y tesoro
de todas las virtudes, o alejado
del liviano rumor, días y noches
entre el estudio y la oración repartes,
y en píos o inocentes ejercicios
110 santificas tu ocio. Y no presumas
que tal consuelo a la virtud no alcance,
cuando aherrojada está, víctima triste
de la calumnia y del poder. No, Carlos,
no; que su escudo de templado acero,
115 tres veces doble, las agudas flechas
rechaza, y ni le vence ni traspasa
su venenosa punta. Sufre, es cierto;
pero sufre tranquila. Ve el insano
triunfo de la injusticia, ve el ultraje
120 de la inocencia desvalida, y sufre;
mas sufriendo, su mérito acrisola,
su fuerza aumenta y su corona labra.
La ve, la espera, y aun vencida vence.
¿Dúdaslo acaso? Dime, ¿qué en su daño
125 puede el rencor de un enemigo crudo?
¿Encadenar su cuerpo? Pero libre,
¿no romperá su espíritu los fierros?
¿No volará por la sublime esfera?
¿Y no columbrará de aquella altura,
130 al través de los muros transparentes
del alcázar eterno, la corona
que está allí a su paciencia preparada?
Y entonces, di, ¿no volverá a su cárcel
con tan rica esperanza conhortado,
135 y el alma henchida en celestial consuelo?
¡Oh, cómo entonces del destino triunfa!
Tal vez alegre al olvidado plectro
la mano alargará, y en dulce rapto
al son de las cadenas acordándole,
140 ensayará sobre sus cuerdas de oro
liras a la amistad, himnos al cielo.
Y si la tierna compasión, rompiendo
los pechos de diamante, ¡ay Dios! abriese
la hermosa luz del éter a sus ojos
145 y el verdor de los campos, ¡cuánto, oh, cuánto
dulce placer rebosará en su pecho!
Entonces sí que de Naturaleza
gozaría el espectáculo, subiendo
desde él a contemplar el sumo Artífice,
150 que con benigna omnipotente mano
tantas lumbreras encendió en el cielo
para aumentar su gloria, y en la tierra
tanta belleza y tantos ricos dones
en bien del hombre derramó piadoso.
155 ¡Ah!, desdichado el que a tan alta dicha
y inefable consuelo abrir no puede
su duro corazón, y no conoce
que no hay desdicha en la virtud, y sólo
la virtud santa puede hacer dichosos.

Referencia: 01-309-01
Página inicio: 309
Datación: 0000
Página fin: 313
Estado: publicado