Epístola octava. Jovino a Posidonio

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Comienzo de texto: ¿Dudas? ¿La desconoces? De tu amigo la letra es; aquella misma letra ¡oh Posidonio! un tiempo tan preciada de tu amistad, y con tan vivo anhelo

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¿Dudas? ¿La desconoces? De tu amigo
la letra es; aquella misma letra
¡oh Posidonio! un tiempo tan preciada
de tu amistad, y con tan vivo anhelo
5 deseada y leída. Estos sus rasgos
son, mal formados, pero siempre fieles
intérpretes de fe y amistad pura.
Lee, y tu tierno corazón reciba
en ello algún solaz, que si la envidia
10 tentó privarnos de este mutuo alivio,
la péñola rompiendo, a duros hierros
mi mano aprisionando, sus decretos
la amistad quebrantó, y a su despecho
me dicta ahora intrépida estas líneas.
15 ¿Resistirla podré? ¿Quién a su impulso
no rinde el corazón? Tú, Posidonio,
cual nadie, tú la imperiosa fuerza
conoces de su voz y la seguiste,
¡con qué presteza, oh Dios!, cuando bramaba
20 más fiero el monstruo, y de uno en otro clima
a tu inocente amigo iba arrastrando.
¿Detúvote su ceño? ¿Su amenaza
te intimidó? ¿Cediste o te humillaste
ni al rumor ni al aspecto del peligro?
25 No; cuando todos, al terror doblados,
medrosos se escondían, tú, tú solo
te acreditaste firme, y a su furia
presentantes impávido la frente.
¡Oh alma heroica! ¡Oh grande y noble esfuerzo
30 de la amistad! ¿Podré olvidarlo? ¡Oh, antes
me olvide yo de mí, si lo olvidare!
Nunca será, que en rasgos indelebles
está grabado en el profundo centro
de mi inocente corazón, que prueba
35 cada momento cuánto de dulzura
sobre mi alma derramó, cuán grata
me es su memoria, y cuánto me consuela
en mi suerte infeliz. ¿Infeliz dije?
¿Acaso puede un inocente serlo?
40 Con la virtud, con la inocencia nunca
morará el infortunio. El justo cielo
no lo permite, caro Posidonio.
Él las sostiene, las conforta y tiende
para apoyarlas su invencible mano.
45 En mí lo siento, y sin temor lo afirma,
serena y pura mi conciencia. Nada
la turba: ni voraz remordimiento,
que es del crimen la fea adusta imagen,
ni ingratitud, ni deslealtad, ni alguno
50 de los verdugos de las almas viles
sus senos agitó. Contra esta blanda
consoladora voz, ¿qué vale el ronco
rumor de la calumnia? ¿O qué la envidia,
aunque con soplo venenoso incite
55 las furias del poder, su fragua encienda,
y sus rayos fabrique en mi ruina?
Yo en tanto escucho intrépido su alarma.
¿Qué me podrá robar, di, Posidonio?
¿La libertad? En vano sus cadenas
60 el tirano forjara, presumiendo
hasta el alma llegar, donde se anida
de su poder exenta; que esta pura
emanación de la divina Esencia,
este sutil y celestial aliento
65 que nos anima y nos eleva, nunca
podrá ser entre muros ni con hierros
encadenado ni oprimido. Mira
cómo cruzando el piélago tendido
se lanza hora hacia ti, te abraza y busca
70 conhorte y paz en tu amigable pecho;
y ¡oh, cuál los busca cierto de encontrarlos!
Y luego en torno a los amados lares
que me vieron nacer rápido vuela;
besa el virtuoso umbral, se postra humilde
75 ante las santas sombras que le guardan,
y con piadosas lágrimas le riega.
¡Oh sombra ilustre de Paulino, cuánto
de amargura y rubor te ahorró la muerte!
Libre está el alma, sí. Del globo entero
80 las regiones recorre contemplando
cómo la vida y la abundancia llenan
sus vastos climas; los remotos mares
surca veloz; desprecia entrambos polos
y a las altas esferas se remonta.
85 Ya en el éter se espacia; atravesando
los campos de la luz, sobre las lunas
de Herschel se encumbra; rápida las puertas
eternales penetra, y a los coros
querúbicos unida, allí extasiada
90 su patria encuentra y su Hacedor venera.
¿Y es esto esclavitud? No, Posidonio.
Por más que esta porción de polvo y muerte
yaga en estrecha reclusión sumida,
libre será quien al eterno alcázar
95 puede subir; al Protector, al Padre
de la inocencia y la virtud postrado
extático adorar, y ver el rayo
que arde en su mano omnipotente, cómo
contra la iniquidad vibrado, llena
100 de espanto a la calumnia… Mas, ¿si acaso
manchó este monstruo con su voz mi fama?
¿Si esta segunda y más preciada vida
del hombre…? ¡Ay!, de tu angustiado amigo
he aquí el mayor, el más cruel tormento.
105 Mas ¿qué es la fama? ¿Quién la da y mantiene?
¿No es el supremo Arbitro del mundo
su fiel dispensador? Suyo es, no nuestro
tan suspirado bien; próvido y justo
le da al que firme en la palestra lucha.
110 La inocencia le alcanza, con la egida
de la virtud cubierta, y el que supo
respetarlas y amarlas le conserva.
¿Le perderá quien nunca holló los santos
fueros de la verdad? ¿Quien obediente
115 a su voz, del error y la ignorancia
fue jurado enemigo? Tú lo sabes,
tú, compañero y siempre fiel testigo
de mi vida interior, de mis designios,
de mis estudios, y tal vez en ellos
120 auxilio y consultor… ¡Oh, cuánto ahora
de esta feliz seguridad la idea
es a mi corazón dulce y sabrosa!
Tú de la atroz calumnia el grito infame
desmentir puedes; sabes que mis días,
125 partidos siempre entre Minerva y Temis,
corrieron inocentes, consagrados
sólo al público bien. Viste que en ellos
sumiso y fiel la religión augusta
de nuestros padres, y su culto santo,
130 sin ficción profesé; que fui patrono
de la verdad y la virtud, y azote
de la mentira, del error y el vicio;
que fui de la justicia y de las leyes
apoyo y defensor; leal y constante
135 en la amistad; sensible, compasivo
a los ajenos males; de la pura
y cándida niñez padre, maestro,
celoso institutor; y de la patria…
¡oh cara patria!, de tu bien, tu gloria
140 adicto, ciego promotor y amigo.
Di, ¿son otros mis crímenes? El alto
testimonio que grita en mi conciencia,
¿qué digo?, el testimonio de la tuya,
el de todos los buenos, la voz misma,
145 esa voz fuerte y vigorosa que oye
la envidia con terror: la voz del pueblo,
la pública opinión, ¿qué otros me imputa?
¿Mas por ventura sueño? ¿O el orgullo
adula mi razón y la perturba
150 con tan grata ilusión? ¿O es la voz pura
de la inocencia? Ella es, oh Posidonio,
que el delito es cobarde. Sí, ella sola
valor dar pudo a un corazón que firme
desconoce el temor, y fiel al cielo,
155 a la patria, al honor, adora humilde
la Providencia altísima, y tolera
del infortunio el golpe, resignado.
¡Ah!, si el destino de rubor y angustia
tal peso carga sobre mí; si tantos
160 bienes me roba, y de tan caras prendas
(¡oh dulces prendas, por mi mal perdidas!)
me priva injusto y de su amor me aparta;
si, en fin, las heces del amargo cáliz
he de apurar, mi alma en tal conflicto
165 contrastada será, mas no vencida.
¿No ves siempre indefenso, empero nunca
rendido, al fiero embate de las ondas
inmoble estar el risco de Antromero,
cual roquero castillo a los doblados
170 ataques de rabiosos enemigos?
Así ella inmoble esperará sus golpes.
Lloro, es verdad, negártelo no debo,
lloro la ausencia de mi amada patria,
de mis caros penates, de mis pocos
175 fieles amigos, y de todo cuanto
mi corazón amaba, y reunido
colmo era de mi gloria y mi ventura…
Entre tantos, un alto, un digno objeto
¡ay! cada instante su llorosa imagen,
180 a mis ojos presente, las paredes
de esta medrosa soledad conturba.
Ya adivinas cuál es. Tú mismo viste
el generoso afán con que mi mano,
allá donde el paterno Piles corre
185 a morir entre arenas, una hermosa
viña plantó, que con ardientes votos
consagraba a Sofía, a cuyo amparo,
por siete abriles de abundancia llena,
mostró su esquilmo, y ya de la comarca
190 era delicia y gloria… y lo era mía.
¡Oh, cuál sus tiernos vástagos tendidos
por el terreno fértil, cuál lozanos
sus pámpanos frondosos de frescura
y verdor la cubrían! Tú admiraste
195 tan sazonados y tempranos frutos,
y estimulada de ilustrado celo
tu voz dio aliento y vida a su cultivo.
¡Ah, cuán otra es su suerte! Combatida
de violento huracán, toda su gala
200 yace agostada por el suelo, al soplo
del viento asolador. Aportilladas
sus altas cercas, secos de su riego
los copiosos raudales, ahuyentados
o medrosos sus fieles viñadores,
205 llena está ya de espinas y de abrojos,
que a próxima ruina la condenan,
mientras cautivo el mayoral no puede
salvarla ni acudir a su socorro.
¡Ay, que no verán ya mis tristes ojos
210 tan preciada heredad, ni ella su influjo
recibirá ya más!… Tal vez los tuyos,
Posidonio, sobre ella detenidos,
su antigua gloria buscarán en vano,
y con piadosas lágrimas un día
215 honrarán mi memoria. ¡Ah, si la vieses
desamparada y yerma, huye y maldice
el cruel astro que, influyendo adverso,
su ruina decretó! Huye, sí, huye,
y allá do su raudal ingenioso
220 esconde Saltarúa, oculta mezcla
tu llanto en su corriente cristalina,
y este prez da a su nombre y mi memoria.
Mas no; sin duda suerte más propicia
se guarda a la virtud. De su alto asiento
225 me lo anuncia el gran Ser: “Sufre, me dice,
“y espera. De los míseros mortales
“las suertes todas son en mi albedrío.
“Pende en mi mano la balanza, y sólo
“puedo yo dar a la inocencia el triunfo
230 “y bendecir y eternizar sus obras”.
He aquí mi apoyo y mi esperanza, amigo.
Seguro de él, ni temo ni provoco
de la suerte el rigor; sufro y espero
sin susto y sin afán… Tal vez un día
235 a vernos volverá, gozosa entonces,
la triste Gigia, unidos y felices.
Las verdes copas de los tiernos chopos,
con que la ornó mi mano, y que ya el tiempo
alzó a las nubes, cubrirán a entrambos
240 con su filial y reverente sombra.
En grata unión las playas resonantes
tornaremos a ver; aquellas playas
tantas veces pisadas de consuno,
mientras el sol buscaba otro hemisferio,
245 y el mar cantabro con alternas olas
besar solía las amigas huellas.
¡Oh, si nos diese el cielo tal ventura,
cuánto dulces serán nuestros abrazos!
!Oh, cuánto nuestras pláticas sabrosas!
250 Y contaremos, de zozobra exentos,
de la pasada tempestad la furia
y el horrendo peligro, mientra alegres
y asegurados en el puerto, damos
al ocio blando las fugaces horas.
255 ¡Cúmplase, oh Dios, tan plácida esperanza!
Empero, si este bien apetecido
tus decretos me niegan; si más alta
retribución a mi inocencia guardas,
brame la envidia, y sobre mí desplome
260 fiero el poder las bóvedas celestes,
que el alto estruendo de la horrenda ruina
escuchará impertérrita mi alma.

Referencia: 01-297-01
Página inicio: 297
Datación: 08/03/1802
Página fin: 303
Estado: publicado