Epístola séptima. De Inarco Celenio a Jovino y respuesta de éste
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Epístola de Moratín a Jovellanos
Si., la pura amistad, que en dulce nudo
nuestras almas unió, durable existe,
caro Jovino; y ni la ausencia larga,
ni la distancia, ni interpuestos montes
5 y proceloso mar que suena horrendo,
de mi memoria apartarán tu idea.
Duro silencio a mi cariño impuso
Marte crüel, cuando la patria ardía
en bélico furor, que ya suspende
10 la paz, la dulce paz. Sé que en oscura
deliciosa quietud contento vives,
siempre animado de incansable celo
por el público bien, de las virtudes
y del talento protector y amigo.
15 Estos que formo de primor desnudos,
no castigados de tu docta lima,
fáciles versos, la verdad te anuncien
de mi constante fe; y el cielo en tanto
tráigame presto la ocasión de verte
20 y renovar en familiar discurso
cuanto a mi vista presentó del orbe
la varia escena. De mi patria orilla
a las que el Sena en sangre tinto baña,
del anglo adusto al sedicioso belga,
25 del Rin profundo a las nevadas cumbres
del Apenino, y la que en humo ardiente
cubre y ceniza a Nápoles canora,
pueblos, naciones, visité distintas;
alta ciencia adquirí, que nunca enseña
30 docta lección en solitaria estancia,
que allí no ves la diferencia suma
que el clima, el culto, la opinión, las artes,
las leyes causan. Hallarásla sólo
si al hombre estudias en el hombre mismo.
35 Ya el crudo invierno, que aumentó las ondas
del Tibre, en sus riberas me detiene,
de Roma habitador. ¡Fuéseme dado
vagar por ella, y de su gloria antigua
contigo examinar los admirables
40 restos que el tiempo, a cuya fuerza nada
resiste, quiso perdonar! Alumno
tú de las musas y las artes bellas,
oráculo veraz de la alma historia,
¡cuánta doctrina al afluente labio
45 dieras, y cuántas, inflamado el numen,
imágines sublimes hallarías
en los destrozos del mayor imperio!
Cayó la gran ciudad que las naciones
más belicosas dominó, y con ella
50 acabó el nombre y el valor latino;
y la que osada desde el Indo al Betis
sus águilas llevó, prole de Marte,
adornando de bárbaros trofeos
el Capitolio, conduciendo atados
55 al carro de marfil reyes adustos,
entre el sonido de guerreras trompas
y el confuso rumor del ancho foro;
la que dio leyes a la tierra, horrible
noche la cubre, pereció. Ni esperes
60 en la que existe, descendencia oscura,
torpe, abatida del honor primero,
de la antigua virtud hallar señales.
Estos desmoronados edificios,
informes masas que el arado rompe,
65 circos un tiempo, alcázares, teatros,
termas, soberbios arcos y sepulcros,
donde (fama es común) tal vez retumban
en el silencio de la sombra triste
dolientes ecos, la memoria acuerdan
70 del pueblo ilustre de Quirino, y sólo
esto conserva a las futuras gentes
la señora del mundo, ínclita Roma.
¡Esto, y no más de su poder temido,
de sus artes quedó! Que no pudieron
75 ni su virtud, ni su saber, ni unidas
tantas riquezas, ni el valor sublime
de sus caudillos mitigar del hado
la ley tremenda o dilatar el golpe.
¡Ay!, si todo es mortal, si al tiempo ceden
80 como la débil flor los fuertes muros,
si los bronces y pórfidos quebranta
y los destruye y los sepulta en polvo,
¿para quién guarda su tesoro intacto
el avaro infeliz? ¿A quién promete
85 gloria inmortal la adulación infame,
que la violencia ensalza y los delitos?
¿En qué se apoya el insolente orgullo,
la pérfida ambición, que desconoce
leyes, pudor, y a la inocencia insulta?
90 ¿Por qué a la tumba corre presurosa
la humana estirpe, vengativa, airada,
envidiosa…? ¿De qué, si cuanto existe
y cuanto el hombre ve, todo es ruinas?
Todo, que a no volver precipitados
95 huyen los años y a su fin conducen
de los altos imperios de la tierra
el caduco esplendor. Sólo el oculto
numen que anima el universo, eterno
vive, y él solo es poderoso y grande.
Respuesta de Jovellanos a Moratín
Te probó un tiempo la fortuna, y quiso
oh caro Inarco, de tu fuerte pecho
la constancia pesar. Duro el ensayo
fue, pero te hizo digno de sus dones.
5 ¡Oh venturoso! ¡Oh una y muchas veces
feliz Inarco, a quien la suerte un día
dio que los anchos términos de Europa
lograse visitar! ¡Feliz quien supo
por tan distantes pueblos y regiones
10 libre vagar, sus leyes y costumbres
con firme y fiel balanza comparando;
que viste al fin la vacilante cuna
de la francesa libertad, mecida
por el terror y la impiedad; que viste
15 malgrado tanta coligada envidia,
y de sus furias a despecho, rotas
del belga y del batavo las cadenas;
que al fin, venciendo peligrosos mares
y ásperos montes, viste todavía
20 gemir en dobles grillos aherrojado
al Tibre, al antes orgulloso Tibre,
que libre un día encadenó la tierra!
¡Cuánto, ah, sobre su haz destruyó el tiempo
de vicios y virtudes! ¡Cuánto, cuánto
25 cambió de Bruto y Richelieu la patria!
¡Oh, qué mudanza! ¡Oh, qué lección! Bien dices:
la experiencia te instruye. Si, del hombre
he aquí el más digno y provechoso estudio:
ya ornada ver la gran naturaleza
30 por los esfuerzos de la industria humana,
varia, fecunda, gloriosa y llena
de amor, de unión, de movimiento y vida;
o ya violadas sus eternas leyes
por la loca ambición, con rabia insana,
35 guerra, furor, desolación y muerte;
tal es el hombre. Ya le ves al cielo
por la virtud alzado, y de él bajando,
traer el pecho de piedad henchido,
y fiel y humano y oficioso darse
40 todo al amor y fraternal concordia…
¡Oh, cuál entonces se solaza y ríe,
ama y socorre, llora y se conduele!
Mas ya le ves que del Averno escuro
sale blandiendo la enemiga antorcha,
45 y acá y allá frenético bramando,
quema y mata y asuela cuanto topa.
Ni amarle puedes, ni odiarle; puedes
tan solo ver con lástima su hado,
hado cruel, que a enemistad y fraude
50 y susto y guerra eterna le conduce.
Mas ¿por ventura tan adverso influjo
nunca su fuerza perderá? ¡Qué!, ¿el hombre
nunca mejorará?… Si perfectible
nació; si pudo a la mayor cultura
55 de la salvaje estúpida ignorancia
salir; si supo las augustas leyes
del universo columbrar, y alzado
sobre los astros, su brillante giro,
su luz, su ardor, su número y su peso,
60 infalible midió; si, más osado,
voló del mar sobre la incierta espalda
a ignotos climas, navegó en los aires,
dio al rayo leyes, y a distantes puntos,
como él veloz, por la tendida esfera
65 sus secretos envió; por fin, si pudo
perfeccionarse su razón, ¿tan sólo
será a su tierno corazón negada
la perfección? ¿Tan sólo esta divina,
deliciosa esperanza? ¡Oh caro Inarco!
70 ¿No vendrá el día en que la humana estirpe,
de tanto duelo y lágrimas cansada,
en santa paz, en mutua unión fraterna,
viva tranquila? ¿En que su dulce imperio
santifique la tierra, y a él rendidos
75 los corazones de uno al otro polo,
hagan reinar la paz y la justicia?
¿No vendrá el día en que la adusta guerra
tengan en odio, y bárbaro apelliden
y enemigo común al que atizare
80 de nuevo su furor, y le persigan
y con horror le lancen de su seno?
¡Oh sociedad! ¡Oh leyes! ¡Oh crueles
nombres, que dicha y protección al mundo
engañado ofrecéis, y guerra sólo
85 le dais, y susto y opresión y llanto!
Pero vendrá aquel día, vendrá, Inarco,
a iluminar la tierra y los cuitados
mortales consolar. El fatal nombre
de propiedad, primero detestado,
90 será por fin desconocido. ¡Infame,
funesto nombre, fuente y sola causa
de tanto mal! Tú solo desterraste,
con la concordia de los siglos de oro,
sus inocentes y serenos días;
95 empero al fin sobre el lloroso mundo
a lucir volverán, cuando del cielo
la alma verdad, su rayo poderoso
contra las torres del error vibrando,
las vuelva en humo, y su asquerosa hueste
100 ahuyente y hunda en sempiterno olvido.
Caerán en pos la negra hipocresía,
la atroz envidia, el dolo, la nunca harta
codicia, y todos los voraces monstruos
que la ambición alimentó, y con ella
105 serán al hondo báratro lanzados,
allá de do salieron en mal hora,
y ya no más insultarán al cielo.
Nueva generación desde aquel punto
la tierra cubrirá, y entrambos mares;
110 al franco, al negro etíope, al britano
hermanos llamará, y el industrioso
chino dará, sin dolo ni interese,
al transido lapón sus ricos dones.
Un solo pueblo entonces, una sola
115 y gran familia, unida por un solo
común idioma, habitará contenta
los indivisos términos del mundo.
No más los campos de inocente sangre
regados se verán, ni con horrendo
120 bramido, llamas y feroz tumulto
por la ambición frenética turbados.
Todo será común, que ni la tierra
con su sudor ablandará el colono
para un ingrato y orgulloso dueño,
125 ni ya, surcando tormentosos mares,
hambriento y despechado marinero
para un malvado, en bárbaras regiones,
buscará el oro, ni en ardientes fraguas,
o al banco atado, en sótanos hediondos,
130 le dará forma el mísero artesano.
Afán, reposo, pena y alegría,
todo será común; será el trabajo
pensión sagrada para todos;
todos su dulce fruto partirán contentos.
135 Una razón común, un solo, un mutuo
amor los atarán con dulce lazo;
una sola moral, un culto solo,
en santa unión y caridad fundados,
el nudo estrecharán, y en un solo himno,
140 del Austro a los Triones resonando,
la voz del hombre llevará hasta el cielo
la adoración del universo, a la alta
fuente de amor, al solo Autor de todo.