Epístola sexta. Jovino a Poncio

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Comienzo de texto: Non est quod contemnas hoc studendi genus, mirum est, ut animus agitatione; motuque corporis excitetur. (C. PLINIUS CORNELIO TACITO SUO) &ie

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Non est quod contemnas hoc studendi genus, mirum
est, ut animus agitatione; motuque corporis excitetur.
(C. PLINIUS CORNELIO TACITO SUO)
¡Oh cuán feliz nació la golondrina,
que dos veces al año viaja y muda
de andurrial, de tejado y de vecina!
Vuela y revuela siempre la picuda
5 en pos de su galán, que a hacer el nido,
cantar, cazar y procrear la ayuda.
Fuérame yo tan listo y tan sabido
como ella, o de la gran naturaleza
con tan preciosos dones favorido,
10 y otra vegada echara a mi cabeza
fuera de este rincón, y en mi castaño
me diera a andar sin miedo ni pereza.
Mas, pues se toca a recoger hogaño,
y es preciso pasar bochorno y frío,
15 arrellanado en el antiguo escaño,
vamos charlando un poco, Poncio mío,
del digerido y trasnochado viaje
que abrí con Aries y cerré en estío.
El hablarte de coche ni equipaje,
20 reposteros, lacayos y cantina
ni de otro señoril matalotaje,
fuera de más, que es algo teatina
mi condición, y va siempre de gorja,
y con tanto boato se amohína.
25 En mi cuartago, y llena bien la alforja,
me voy cantando, y no se me da un bledo
por los inventos que el melindre forja.
Quiero ver el gran mundo abierto y ledo,
cual le supo adornar la industria humana,
30 y escudriñarle cuanto gusto y puedo.
¿Hay por ventura angustia más tirana
que andarse emparedado entre ladrillos,
sin ver más que la torda y la gitana,
ni oír más que rechinos y chasquidos,
35 o al son de las malditas campanillas,
ajos, votos, blasfemias y aullidos?
Ténganse ese regalo otros golillas,
y buena pro, mientras que yo, escotero,
llevo a salvo de vuelcos mis costillas.
40 Pues, señor, como digo, salí entero,
montado en mi capón, contento y libre,
no sin buena compaña y mal dinero.
No me asustaban Rosas ni Colibre,
ni la furia que allá mata y arrolla
45 al choque horrendo de infernal calibre.
Me importaba dormir, comer mi olla,
y hallar sereno y esplendente el día,
más que tan triste y bárbara bambolla.
A dos por tres doblé con alegría,
50 aunque sudando, los ervasios puertos,
y llevé hasta León mi correría.
De allí vi ya horizontes más abiertos,
y aun también más ajenos de conhorte,
pobres, incultos, rasos y desiertos,
55 hombres tristes, de oscuro y sucio porte,
casas de barro, calles de inmundicia,
pueblos, en fin, sin dicha ni deporte.
Tal vez en torno de ellos la codicia,
si no ya la miseria, labra un poco,
60 sin afán, sin provecho ni pericia.
De árboles no hay que hablar; éste es un coco
que asusta al propietario y al labriego,
y a quien los planta le apellidan loco.
«Los habrá, dicen, cuando venga el riego».
65 Mas cielo y tierra, ¿no sabrán criarlos,
sin andar con los ríos en trasiego?
Eh, ya le tienen… Pero ve a buscarlos,
y ninguno hallarás sino en la orilla
del canal que nos trajo monsieur Carlos.
70 ¡Ay!, aquí es do el ánimo se humilla,
viendo tan malogrado el beneficio
y vuelta la esperanza en gran mancilla;
campos sin árbol, seto ni edificio,
plagados de amapola y jaramago,
75 y aguas, bueyes y brazos sin oficio.
Aun vi las huellas del horrendo estrago
que desoló a Castilla cuando andaba
matando moros el señor Santiago.
¿Qué hacen las leyes?, me dirás. Estaba
80 por decirte que duermen, mas no puedo;
que antes bien, su desvelo nos acaba.
Siempre duras y firmes en su quedo
de mandar y vedar, y siempre iguales
en enseñarnos su importuno dedo,
85 cierran a toda industria los canales,
y halagan y alimentan la pereza,
y acrecen y eternizan nuestros males.
Bórralas de una vez, y la cabeza
verás sacar al laborioso ingenio,
90 y aliarse con la gran naturaleza.
Libre de susto y sujeción el genio
sus premios buscará, y a nuestro clima,
con Baco y Ceres, traerá a Cilenio;
cercará, poblará, pondrá en estima
95 el riego, y su sudor sobre la tierra
derramará, si no halla quien le oprima.
No son las leyes las que harán la guerra
al ocio, que las burla y las quebranta,
y cuanto más le gruñen más se emperra:
100 el interés, unido con la santa
necesidad, le arrojarán del mundo,
que él los imperios a esplendor levanta…
Mas, mientras torres en el aire fundo,
el hilo voy perdiendo y la jornada.
105 Va de viaje. Capítulo segundo.
Llegué a Burgos. ¡Oh corte derrotada!
Ya vuelve a ser ciudad. Planta, edifica,
limpia, proyecta; pero, ¿instruye? Nada.
Aún la pereza allí se santifica
110 y la ignorancia se regala. ¿Esperas
que estas dos Melisendras la hagan rica?
A Briviesca, a Pancorvo, y de sus fieras
escenas alejándome, en la Rioja
me entré, cruzando prados y laderas.
115 Juntas las aguas del Tirón y el Oja
forman un ancha y venturosa vega,
do con la industria la abundancia aloja,
y allí con rica profusión allega
mieses y viñas, y árboles y prados,
120 cuanto el raudal fertilizante riega.
Por el pie de sus muros derrotados,
Haro los ve correr al padre Ibero,
de cederle agua y nombre no asustados.
Corta el gran río, o plácido o severo,
125 no sin desdén, la playa polvorosa,
que alguna vez inunda osado y fiero;
mas ¡qué dolor!, la tierra, siempre ansiosa
de abrir a su onda la sedienta entraña,
le pide auxilio, y dársele no osa.
130 Y mientra el borde de sus labios baña,
pierde sus aguas la vecina orilla
y su esplendor el árida campaña.
Después se traga al rico Najerilla,
que de su altivo puente envanecido,
135 tarde y mal de su grado se le humilla.
Disculpárasle acaso, si el florido
país que riega, como yo, observaras,
desde do muere hasta do fue nacido.
Caen sus aguas, rápidas y claras,
140 de la cana Cogolla a dar recreo
de Emiliano a las devotas aras,
y de allí al valle do encendió Berceo
aunque con vieja y mal templada lira,
de otros más altos vates el deseo.
145 Más impetuoso Nájera le admira,
cuando a postrar su vacilante muro
a sus rotos alcázares aspira.
¡Oh, qué de bienes a su raudal puro
deben, y encantos, la comarca y valle,
150 do el premio del afán siempre es seguro!
¿Cuándo Somalo deja de gozalle,
allá escondido en el ombrío soto,
entre encinas y chopos de alto talle?
Después ni sufre márgenes ni coto,
155 hasta que Manso osado le refrena
con su puente invencible, si antes roto.
Se humilla al fin, y con desmayo y pena,
herido de los fuertes tajamares,
muere del Ebro en la desierta arena;
160 del Ebro, que desdeña otros solares,
y a ver unidos, vano, se apresura
de Tobía y Bazán los nobles lares.
¿Temes que aquí yo diese en la censura
que coge a tanto caballero andante?
165 No, no lo permitiera mi ternura.
De amigo el nombre, más que de informante,
dictó el obsequio, y supo la confianza
unirse a la amistad fina y galante.
He aquí do fue colmada mi esperanza.
170 ¡Oh Fuenmayor! ¡Oh plazo venturoso
de amistad, de alegría y bienandanza!
¡Fértil Buicio! ¡Valle deleitoso!
¡Campos que siempre enriqueció Lieo!
19 ¡Santa hospitalidad! ¡Dulce reposo!
175 Nunca os olvidaré; continuo empleo
seréis de mi ternura y mi memoria,
y aunque en vano, también de mi deseo.
Mas vamos con el viaje y con su historia
a Logroño, do apenas sobrevive
180 la sombra débil de su anciana gloria.
Pero capaz de recobrarla vive
un sabio allí, de ardiente celo henchido,
que sin cesar inspira, instruye, escribe.
¡Oh Barrio, si así fueras atendido !
185 Recibe al menos éste de mi aprecio
testimonio sincero y bien sentido.
De sus pingües campiñas alza el precio
el árbol de Minerva, cuyo fruto
mira Baco en las otras con desprecio.
190 ¡Cómo el ingenio roba y vierte, astuto,
por ellas del Iregua los raudales,
que al fin a Ibero rinden su tributo!
¡Campos de Navarrete, do con Pales,
Minerva y Ceres anda Baco asido,
195 por entre olivos, mieses y frutales,
con cuánto gozo os admiré, subido
al cerro del altísimo. homenaje,
que el tiempo y la codicia han dirruido!
Volví después a Nájera mi viaje,
200 donde a los padres de la patria, Hervías
a un tiempo daba ejemplo y hospedaje.
¡Oh, qué noble espectáculo! Verías
los claros hijos de la Rioja unidos
trabajar en su bien noches y días;
205 viéraslos ya luchar, enardecidos,
con la pereza, y ya de la ignorancia
parar los rudos golpes repetidos,
hollar la envidia, y desde aquella estancia,
abriendo rocas, puentes y caminos,
210 llamar a todas partes la abundancia.
Los vi, los admiré, loé sus dinos
esfuerzos, y con voz quizá atrevida
predije de su patria los destinos.
«Llevad, les dije, la onda fugitiva
215 del Ebro en torno hasta tocar la sierra;
…………………………………………..
A Baco luego declarad la guerra,
y haced que, reducido a sus collados,
Minerva y Ceres cubran vuestra tierra.
220 Divididla, cercadla, y los no arados
campos llenad de activos moradores,
y verlos heis felices y poblados.
Más propietarios, más cultivadores,
menos ociosos, menos jornaleros,
225 menos pobres, en fin, menos señores,
menos leyes, y plumas, y mauleros
de rapiña y de error, y hasta Sofía
más seguros y francos los senderos.
Así…” Mas basta ya de profecía,
230 que a besar voy de Aguirre los despojos
en la Cogolla, antes que fine el día.
Su corazón y púrpura entre abrojos
vi venerados, y en prolija historia
los triunfos de Millán vieron mis ojos.
235 Mejor culto después di a la memoria
del eremita que granjearse supo
con su puente y calzada nombre y gloria.
Tanta ni tal ¿a qué otro santo cupo?
Mas a otra parte vuelvo rienda y boca,
240 que por demás con fábulas te ocupo.
Por fin doblé los altos montes de Oca,
y fui por Burgos y Palencia al valle
do el Carrión en Pisuerga desemboca.
Vi allí a Batilo. El gozo de abrazalle
245 tú lo concebirás sin que lo cuente,
como también la pena de dejalle.
Después, de senda en senda y puente en puente,
sufriendo soles, lluvias y pedriscos,
malas posadas y bendita gente,
250 volví a León y a los paternos riscos,
y caí de sus altos vericuetos
a este emporio de peces y mariscos,
donde, en tanto que duermen mis folletos,
me harto de sueño, frutas y pescados,
255 y aun (¿lo oyes, alma mía?) de tercetos.

Referencia: 01-273-01
Página inicio: 273
Datación: 1795
Página fin: 279
Estado: publicado