Informe que dio como juez subdelegado del Real Protomedicato en Sevilla al primer protomédico don José Amar, sobre el estado de la Sociedad Médica de aquella ciuda

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Muy señor mío:
Evacuando el encargo que V.S. se sirve hacerme por su favorecida de 29 de julio último, paso a darle primero las noticias que he podido recoger en cuanto al origen, progresos y último estado de la Real Sociedad Médica de esta ciudad, reservando para después las que son respectivas al estudio que se hace en la Real Universidad Literaria de la Medicina.
En uno y otro seré breve, porque ni V.S. pretende una historia de estos dos cuerpos, ni me permitirían mis ocupaciones imbuirme en el pormenor de los sucesos acaecidos en ambos desde su establecimiento.
La Sociedad debió su origen a una disputa, suscitada en el año de 1696, entre los médicos doctores de esta universidad, y los revalidados que no eran de su gremio y claustro. Pretendían los primeros presidir a los segundos en las juntas y actos prácticos, por la cualidad de doctores y sin respeto a antigüedad. Los segundos insistían en que tocaba la presidencia al más antiguo, sin consideración a otra cualidad. La posesión y la costumbre estaban por este último partido, y contra ellas nada decían la razón ni la autoridad. Por eso, entablado juicio formal sobre esta diferencia, vencieron los revalidados.
Esta decisión, lejos de reunir los ánimos, puso un sello al encono que los dividía, y desde entonces doctores y revalidados empezaron a tratarse como rivales y enemigos.
Como los primeros, unidos entre sí, no solo por la profesión, sino también por el grado, hacían la guerra en cuerpo a los revalidados, conocieron estos la necesidad de unirse también para la defensa. Esta necesidad les inspiró el pensamiento de formar una asociación, y lo verificaron en el año siguiente de 1697. Tal fue el principio de la Sociedad.
Los primeros asociados fueron el doctor don Juan Muñoz de Peralta, médico; don Salvador Leonardo Flórez, médico; don Juan Ordóñez de la Barrera, presbítero, médico y cirujano de la serenísima señora doña Mariana de Austria; don Gabriel Delgado, médico y cirujano, y don Alonso de los Reyes, boticario.
Juntábanse estos cinco todas las noches en casa del primero (a quien siempre miraron los demás como fundador y presidente), y tenían una hora de ejercicio, leyendo media con puntos de 24 cada uno alternativamente, y consumiendo la otra media en argumentos.
Conformes ya en el objeto de sus juntas, formaron ordenanza de común acuerdo, imploraron la asistencia del Santo Espíritu, tomándole por patrono y protector del cuerpo, y le instituyeron una fiesta anual, que empezaron desde entonces a celebrar a su costa.
La medicina, la física y la historia natural daban materia a sus disertaciones y conferencias, y los autores modernos espargíricos los guiaban en la indagación de la verdad.
Consultábanse recíprocamente las dudas prácticas que ofrecían a cada uno el ejercicio de su facultad, y era uno en todos el deseo de hacerse dignos de su ministerio y de ejercerle con beneficio del público.
A tan buenos principios debían corresponder muy favorables consecuencias. Así fue: continuó este naciente cuerpo prosperando siempre, y haciéndose cada día más digno de la estimación del público. A ella debió la agregación de otros individuos, y a ella también las primeras persecuciones que tuvo que sufrir.
Envidiosos sus enemigos de los progresos que hacía, empezaron a combatirla, procurando poner en descrédito su doctrina espargírica o medicina experimental, e inspirar desconfianza contra los que la profesaban. No contentos con zaherirla en sus conversaciones, la delataron al magistrado público. Culparon primero a los socios como infractores de las leyes, por haberse congregado y formado ordenanzas sin la debida autoridad real, y censuraron después su doctrina, como contraria a la doctrina de Aristóteles, Galeno e Hipócrates, mandada observar en las universidades del reino. Subió este punto al examen del Supremo Consejo, cuyo tribunal, con profunda ilustración, después de haber oído el informe del Real Protomedicato, consultó favorablemente al señor don Carlos II. Entonces fue cuando emanó del trono la real cédula de aprobación de 25 de mayo de 1700, que puso a los socios a cubierto de la ira de sus contrarios.
No por eso dejaron estos de combatir las doctrinas que llamaron nuevas, con cuyo fin las impugnaron unos directa y otros incidentemente en sus escritos.
Pero los socios no anduvieron cobardes en esta guerra escolástica, antes se defendieron vigorosamente en varias apologías que publicaron; y como la razón estaba de su parte, fue fácil desimpresionar al público imparcial de las malas ideas que había sugerido la malicia de sus émulos.
Por fin entró la sociedad bajo la real protección en el siguiente año de 1701, en que se expidió por el señor don Felipe V la real cédula de protección y aprobación, dada en Barcelona a 1.º de octubre.
Corrieron después varios años en que la Sociedad hizo todos los progresos de que era capaz un cuerpo sin dotación ni fondos, y sostenido solamente por el celo de sus individuos. Pero al fin halló un protector eficaz e ilustrado, cuyo influjo y buenos oficios la elevaron al mayor grado de felicidad que ha conocido.
Este protector era el señor don José Cervi, del consejo de Su Majestad en el de Hacienda, su primer médico y presidente del Real Protomedicato. Vino a Sevilla y residió en ella el corto tiempo en que logró ser corte del señor don Felipe V. Entonces conoció por sí mismo la Sociedad, previó los abundantes frutos que podía producir bien protegida y, aceptando el título de presidente que le ofreció agradecida, la tomó bajo de su protección.
Conocía muy bien el señor Cervi que la Sociedad no produciría nunca los saludables fines de su institución sin alguna dotación competente para adquirir libros, máquinas e instrumentos, asalariar ministros y empleados, dar a la prensa las memorias y escritos que trabajasen los socios, y acudir a otros gastos precisos para la subsistencia del cuerpo.
Todo lo representó con eficacia al señor don Felipe V, y fueron tan bien oídas sus súplicas que por un real decreto de 13 de mayo de 1729 se dignó su majestad señalar a la Sociedad, por una vez, el derecho de 300 toneladas de la próxima flota, para que con su producto comprase casa y librería, y el de otras 100 anuales, perpetuamente, para el pago de los salarios asignados a sus oficiales e individuos.
Conociose entonces que uno de los objetos más dignos de la especulación de los socios era el estudio de la anatomía práctica y de la botánica. Por lo mismo proveyó su majestad a uno y otro, mandando en el citado real decreto dotar un anatómico y un boticario, para que ambos, bajo la dirección de la Sociedad, ejerciesen prácticamente sus ministerios.
Para dar al cuerpo más autoridad, se nombró por juez conservador al asistente de esta ciudad, que por tiempo fuese, y se dotaron los empleos de asesor y abogado. Finalmente, se inspiró a la Sociedad el nuevo y vigoroso espíritu que conservó por muchos años después.
Además de las gracias concedidas al cuerpo, se señalaron honores y distinciones para premio de sus individuos. Mandose en dicho real decreto que los doce médicos socios de ejercicio cuotidiano, de ocho años en las funciones de medicina práctica, y los cuatro cirujanos que tuvieren la misma antigüedad de asistencia, «gozasen el honor de resolver, oídos los demás, no habiendo en las juntas algún médico o cirujano de la real cámara, porque en este caso debían ejecutarlo ellos».
Mandose también que, en adelante, perpetuamente, hubiese en la Sociedad dos médicos honorarios de cámara y dos cirujanos honorarios de la real familia, con dos boticarios de la real casa; debiendo nombrarlos la Sociedad por orden de antigüedad, dispensándoseles pasar a Madrid a hacer el juramento, que deberían ejecutar en manos del excelentísimo señor Sumiller de Corps, y concediéndoseles que pudiesen hacerlo en las del juez conservador.
Mientras la real beneficencia repartía con mano generosa tantos beneficios sobre la Sociedad y los socios, renovaban los doctores la antigua pretensión de presidencia en las juntas y actos prácticos. Hicieron nueva instancia en el Supremo Consejo, resucitando el antiguo expediente de que hemos dado noticia, y ya se trataba de oír a las partes, cuando el monarca, bien enterado del espíritu que movía a los doctores en sus recursos, mandó, por un decreto de 9 de junio de aquel año que el expediente pasase desde la sala de justicia donde estaba a la real cámara; que se llevase a debido efecto lo mandado en el real decreto de 13 de mayo antecedente, y que sobre esto no se admitiesen recursos en la cámara ni en el consejo, con pretexto de agravios o del pleito pendiente, a comunidad ni persona alguna, por haber concedido su majestad estas gracias para mayor honor de la Real Sociedad. A consecuencia de todo, y para su cumplimiento, se expidió la real cédula de 27 de agosto de 1729.
Los tiempos que sucedieron fueron todos de prosperidad para los socios y su cuerpo. Con los copiosos rendimientos de su dotación acudían con desahogo a llenar todos los objetos de su instituto, y eran frecuentes los ejercicios especulativos y prácticos, las disecciones anatómicas, los experimentos químicos y físicos, y muy abundante el fruto que producían. Hiciéronse mejores ordenanzas, más extendidas y más conformes a la nueva forma que había tomado el cuerpo y a los nuevos conocimientos adquiridos. Estas ordenanzas fueron aprobadas y mandadas observar, como también los reales decretos de 13 de mayo y 9 de junio, por una real cédula de 16 de junio de 1736. En fin, todo prosperaba bajo los buenos auspicios del monarca y eficaces influjos del presidente Cervi.
No molestaré a V. S. con la menuda relación de los nuevos objetos que se propuso la Sociedad para el ejercicio de sus tareas, de los varios oficios y cargos que creó para el desempeño de ellas, del ministerio y dotación señalada a cada empleado, ni de otras distinciones concedidas al cuerpo y a sus individuos; todo ello está prolijamente explicado en las ordenanzas de la Sociedad, que andan impresas, y en las reales cédulas que están al fin de ellas, y sería ocioso repetir aquí unas noticias tan comunes.
Hasta aquí llegan los buenos tiempos de la Sociedad; los que siguieron no fueron tan felices. La muerte del presidente Cervi privó a la Sociedad de un protector muy útil, y a poco tiempo de sucedida, conoció su falta en una desgracia que la puso a pique de disolverse. Faltole del todo la dotación, mandado suspender el derecho de toneladas, que solo cobró hasta 1738. Habíanle beneficiado con anticipación algunos años más en favor de un caballero de esta ciudad, y percibido su importe. Suspensa la dotación, tuvo que sufrir un juicio sobre la restitución de las cantidades anticipadas, en que, después de haber agotado el poco sobrante que tenía, fue condenada al pago; con que vino a quedar a un mismo tiempo sin fondo, sin dotación y deudora de una gruesa cantidad.
A esta época debemos atribuir la decadencia de la Sociedad, cuyo espíritu se fue entibiando a proporción que se disminuía el premio señalado a sus individuos. Los cuerpos morales y políticos deben su movimiento a la voluntad de los que los componen; pero esta voluntad no les da el impulso necesario, si por su parte no le recibe de la esperanza de algún premio. El interés las mueve casi siempre, y pocas veces el celo. Tan cierto es que las letras y los cuerpos literarios no pueden prosperar sin protección y recompensas.
Mucho tiempo clamó la Sociedad por el restablecimiento de su dotación, y muchos años corrieron sin que fuesen oídos sus clamores. Pero por fin lograron mover el generoso ánimo de nuestro buen monarca don Carlos III, quien, por una real orden de 13 de octubre de 1764, reduciendo a 20 las 100 toneladas anuales, señaladas para la dotación de la Sociedad en las cédulas anteriores, y rebajando a proporción los salarios y gastos que en ellas se prevenían, mandó que desde el año de 65 inmediato se invirtiese el producto de las 20 toneladas en el pago de dichos salarios, y que el residuo se destinase precisamente a la impresión de escritos, conclusiones de ordenanza, anatomías, libros y demás objetos. Como esta real orden no está impresa (según creo), incluyo a V. S. una copia de ella, para que pueda enterarse del pormenor de sus disposiciones.
Puesta en corriente esta nueva y más tenue dotación, fue el primer cuidado de la Sociedad satisfacer las deudas con que estaba gravada, y, destinando con cuerda providencia a este objeto el producto del derecho de toneladas, logró quedar solvente, como está en el día, y con la facultad de acudir a sus ministros y empleados con la correspondiente asignación.
No me atrevo a calcular las utilidades que produce en el día este cuerpo, y mucho menos a resolver si es tan beneficioso a la causa pública como pudiera. Solo diré, por honor a la verdad, que en él se hacen puntualmente los ejercicios semanales y conclusiones de ordenanza; que se han restablecido las disecciones anatómicas, suspensas hasta ahora, y que se trata de hacer jardín botánico, e invertir los sobrantes que se fueren verificando en los objetos prevenidos por reales órdenes.
También diré que recelo que no hay entre los socios toda la unión que necesitan semejantes establecimientos, y que no está enteramente restablecido entre ellos aquel espíritu de celo y concordia que produjo tan saludables efectos en la infancia de la Sociedad. Acaso las pequeñas desavenencias que tienen entre sí deben su origen y fomento a motivos pasajeros y de poca importancia; y por lo mismo se puede esperar, como yo espero, que el tiempo y el conocimiento de que nada les importa tanto como la paz y buena unión volverá a reunir los ánimos de los socios, a lo menos cuanto baste para que concurran de común acuerdo a promover el bien de la Sociedad y del público.
Ahora voy a dar a V.S. una breve idea del estado antiguo y presente del estudio de la medicina en la Real Universidad Literaria.
Este estudio corre hoy sobre un método más conveniente que el que se hacía pocos años ha, pues por real provisión de su majestad y señores del Consejo, dada en San Ildefonso a 22 de agosto de 1769, se aprobó el nuevo plan de estudios propuesto para todas las universidades, en el cual, por lo respectivo al estudio de la medicina, alterándose las antiguas asignaciones, se señaló para la enseñanza una senda más segura y más conforme a la ilustración de los presentes tiempos.
Las cátedras de medicina que hoy mantiene la universidad son las mismas que siempre tuvo, a saber: una de prima, una de vísperas, una de método y otra de anatomía. Los catedráticos que las regentaban en lo antiguo, esto es, antes de la real provisión de 22 de agosto de 69, explicaban arbitrariamente a sus discípulos las cuestiones de medicina que les parecían más convenientes, siguiendo cada uno en la elección su gusto o su capricho. El Bravo y el Enríquez eran los autores por donde llevaba sus lecciones el discípulo y hacía su explicación el maestro: uno y otro por las cuestiones seguidas o salpicadas que cada uno señalaba.
Este estudio, que por estatuto debía durar cuatro años, se hacía ordinariamente en tres, en el último de los cuales destinaba el catedrático los ocho días que siguen a la festividad de la Concepción para explicar una cuestión a su arbitrio; y a esto se daba el nombre de cursete, y contándose por un año, servía para complemento de los cuatro señalados por estatuto. Con ellos pasaba el profesor a recibir el grado de bachiller, que se le confería también en virtud de un ejercicio de pura formalidad.
Con este arbitrario estudio, el grado de bachiller y dos años de mala práctica, acreditados con la certificación voluntaria de cualquiera médico, quedaba el profesor proporcionado para el examen previo a su revalidación; y si lograba la fortuna de obtener la aprobación, corría con libre facultad de hacer estragos por toda la Península.
En el nuevo plan de enseñanza dado a la universidad, se trató de reformar estos inconvenientes en su raíz, señalando para el estudio de la medicina un método más ilustrado y sistemático. Mandose que en el primer año se enseñase a los estudiantes la anatomía por el compendio de Lorenzo Heister; en el segundo, los tratados De morbis, De sanitate tuenda y De methodo medendi de Boerhaave, con los siete libros de Aforismos de Hipócrates; en el tercero, las partes de las obras del mismo Hipócrates que cupieren en el curso, entresacadas y elegidas las materias por el catedrático, entendiéndose que se debía estudiar al mismo tiempo el comentario de Juan Gorther; en el cuarto, la materia medicinal por el libro de Boerhaave De viribus medicamentorum.
Además de estos cuatro años, se estableció un quinto curso, llamado de pasantía, en el cual deben ocuparse los estudiantes de quinto año en ayudar al catedrático, repasar a los otros cursantes y estudiar los principios químicos, con lo cual quedan proporcionados para recibir el grado de bachiller. Y prevengo que, según el plan de que vamos hablando, no podrá pasar estudiante alguno de un curso a otro sin haber sido antes examinado y aprobado en las materias que debió aprender en su año.
Después de estos cinco debe tener el profesor otros tres de rigurosa práctica, y perfeccionarse durante ellos en la química, estudiando de la botánica y farmacia a lo menos lo preciso para el buen desempeño de la profesión médica. ¡Ojalá que un plan tan bien meditado se estableciese en todas las universidades del reino, y que el Real Protomedicato no admitiese a pretensión de reválida profesor alguno que no hubiese estudiado su facultad según los principios y por todo el tiempo que señala!
Yo no sé qué inconvenientes han hecho alterar este plan en alguna pequeña parte. Yo pondré aquí el método de enseñanza que hoy está en vigor, porque no le hallo en todo conforme con aquellas disposiciones.
En el primero y en el segundo año, estudian hoy los cursantes de medicina la anatomía por el Heister, y algunos que carecen de esta obra, por el Martínez, señalando el catedrático las lecciones y recayendo su explicación sobre uno y otro.
Estudian también las Instituciones médicas y la Medicina vetus et nova del señor Piquer, uno y otro con los catedráticos de anatomía y de prima.
En los dos años siguientes, se estudian los Aforismos de Hipócrates, comentados por el Gorther, con el catedrático de vísperas, y con el de método la materia medicinal por el libro de Boerhaave, que señala el plan.
He hablado con esta división de años de los estudios, porque también se ha alterado el tiempo de ellos, pues a un mismo empiezan los estudiantes del primer año a estudiar las instituciones médicas con el catedrático de prima, y la anatomía con el de esta facultad, dividiendo entre los dos la tarde y la mañana, y en esta forma continúan haciendo los estudios que acabamos de proponer. En lo demás se observa lo dispuesto en el plan aprobado puntual o equivalentemente.
Tengo observado desde que despacho la subdelegación del Real Protomedicato, en los varios exámenes que ante mí se han hecho de algunos jóvenes profesores de esta universidad que aspiraban a revalidarse, que en estos últimos tiempos han dado a la facultad muy aventajados estudiantes; distinguiéndose singularmente, entre los demás aspirantes, aquellos que han hecho sus primeros estudios según el nuevo método adoptado por la universidad.
Juzgo por lo mismo que la Universidad Literaria y la Sociedad Médica son dos cuerpos de conocida utilidad para el público, y ambos necesarios para perfeccionar el estudio de la ciencia médica. Lo es la universidad, porque en ella se deben enseñar los elementos y principios de ella que no pudieran aprender los cursantes, ni en la Sociedad, por no ser de su instituto esta enseñanza elemental, ni con maestros particulares, por los inconvenientes a que está expuesto el estudio doméstico y privado. Lo es también la Sociedad, porque, no siendo posible que la universidad produzca hombres consumados, es de suma importancia un cuerpo cuyo instituto sea perfeccionar con frecuentes experimentos, disertaciones y conferencias el estudio médico; y serán tanto más copiosas las utilidades de esta institución cuanto mayores y más generales sean los conocimientos de los individuos que entran a desempeñarla. Ambos cuerpos fueron muy provechosos al bien común y muy dignos por lo mismo de la protección del Gobierno. Estas son las noticias que he podido recoger de varios libros, papeles e informes de personas particulares para corresponder a la pregunta que V.S. se sirve hacerme. Un facultativo, individuo de estos cuerpos, hubiera podido darlas más abundantes y satisfacer más llenamente los deseos de V.S.; pero nadie me hubiera ganado en el de complacerle y obsequiarle. Espero que V.S. se asegure de esta verdad, y que continuándome sus apreciables órdenes, disponga a su arbitrio de mi fina voluntad, con la que quedo rogando que Dios guarde a V.S. muchos años.
Sevilla, 3 de setiembre de 1777
Jovellanos
Señor don José Amar

Referencia: 14-883-01
Página inicio: 883
Datación: 03/09/1777
Página fin: 892
Lugar: Sevilla
Destinatario: Don José Amar, primer protomédico de Sevilla
Ediciones: CAÑEDO, R. M. (ed.): Colección de varias obras en prosa y en verso del Excmo. Sr. D. Gaspar Melchor de Jovellanos, adicionadas con algunas notas, t. IV, Madrid, Imp. de D. León de A
Estado: publicado