Informe reservado sobre el real establecimiento de La Cavada

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Señor:
En Real Orden de 21 de junio último se sirvió V.M. mandarme que pasando muy reservadamente a reconocer los establecimientos de La Cavada, montes de su dotación y sus inmediatos, empresa del río Miera y mina de Jarrezuela, y enterándome de los expedientes relativos a ellos que se me remitieron con la misma, informase a V.M. lo que estimase más conveniente a su real servicio y al bien de aquellos naturales.
Como este encargo trajese la prevención de ocultar a todo el mundo el objeto de mi viaje, cubriéndole con el pretexto de mi personal curiosidad y deseo de instruirme, fácilmente concebirá V.M. cuánta dificultad envolvía. Lo que hice para vencerla expongo separadamente al vuestro secretario del Despacho de Marina, por cuya informe entenderá V.M. que no he omitido medio, diligencia ni fatiga para llenar sus reales intenciones.
Con todo, debo confesar: 1.º, que esta reserva pudo privarme de muchas noticias, que sin ella hubiera tal vez alcanzando mi natural curiosidad, refrenada en esta ocasión por el temor de ser descubierto; 2.º, que careciendo de conocimientos científicos para juzgar de los muchos objetos que abrazaba este encargo, mi juicio no puede tener otra autoridad ni otro apoyo que el de mi pobre inexperta razón.
Esto supuesto, diré a V.M. cuanto juzgo así del estado de aquellos establecimientos, como de su utilidad; y lo diré con aquella imparcialidad y franqueza que es tan propia de mi carácter, como debida a la alta confianza con que V.M. me ha honrado.
Y pues que La Cavada es el punto terminal de todos los demás, hablaré primero de ella y luego de los otros que se pueden reputar como accesorios y dependientes suyos.
Lo primero que se advierte al poner los pies en La Cavada es la escandalosa discordia que reina entre sus empleados. Cortado aquel antiguo vínculo de amistad y aprecio recíproco que había reinado entre el comandante y su segundo, y enconados y divididos sus ánimos por las razones que ambos habrán elevado a la suprema atención de V.M. y por otras que no son dignas de ella, desapareció de todo punto aquella mutua comunicación de oficios y luces; en una palabra, aquella uniformidad de conducta que es tan necesaria para el buen servicio de V.M. y que forma la primera obligación de los encargados de él.
En lugar de esta concordia, se sustituyó en La Cavada una división absoluta que, empezando en los jefes, se derramó por todos los subalternos y cundió hasta los mismos trabajadores. No hay allí quien no haya tomado un partido. El ministro y el contador siguen abiertamente al comandante; todos los demás empleados, al segundo, y los operarios, como parte más débil, no atreviéndose a manifestar su adhesión, siguen secretamente a uno u otro, y tanto mejor los sirven cuanto son más encubiertos sus auxilios. De aquí los frecuentes chismes y murmuraciones, los mutuos recelos y zozobras, las incidencias y calumnias, y la oculta y sangrienta guerra consiguientes de la división de gentes abanderizadas que, encerradas en pequeño recinto, no ven, no oyen, no hablan sino por el dictado de la pasión que las agita.
A decir lo que siento, la culpa es toda de los jefes, porque, enemistados ellos, ¿cómo sería posible la neutralidad de los subalternos? Es toda suya, porque no la opinión ni las afecciones personales, sino el honor y la obligación deben regular la conducta de los buenos servidores del rey. Y es toda suya, porque ninguno debe sacrificar a sus pasiones el buen servicio de que está encargado.
Pero también diré que en esta culpa cabe la mayor parte a don Wolfango de Musa, cuya conducta intrépida y altanera ha irritado en extremo la sensibilidad de su jefe. Como subalterno, debía esperarse de él mayor subordinación y miramiento, y, a juzgar del hecho escandaloso que produjo su último arresto, por la opinión común parece constante que en él acreditó Musa el arrojo y precipitación que, según ella, caracterizan su genio.
Otra observación se viene a los ojos al entrar en La Cavada, y es que en vez de una fundición de artillería parece solamente una fábrica de hierro colado. Abandonado enteramente y aun desierto el establecimiento de Liérganes, y acabada ya la temporada de fundición de artillería, corrían sólo los reverberos enteramente empleados en fundir los cilindros, ruedas y demás piezas necesarias para la sierra de agua proyectada en Cádiz. Los operarios se ocupaban en desbabar y limpiar estas piezas, que son enormes en número y tamaño. Aun las fraguas se ocupaban en construir una monstruosa barrena de 150 pies de largo para catar minas de carbón de piedra, no pareciendo suficiente la de 100 pies entregada al comandante por el Ministerio de Hacienda. A estos objetos estaban convertidas la atención y las manos de todos, y aunque la mía tuvo mucho que admirar en la exactitud, grandeza y actividad de los trabajos, sólo V.M., que habrá dado para ello sus órdenes, podrá juzgar de su preferente utilidad.
Esto es cuanto se puede decir de La Cavada. Por lo demás, la conducta del comandante me pareció vigilante y activa; el establecimiento corre sobre las mismas reglas y sistema anteriormente establecidos, y ninguna novedad en la economía ni en los métodos se presentó a mis ojos que fuese digna de consideración ni reparo.
Hablaré ahora de los demás establecimientos y empezaré por el de Jarrezuela, como el más distante de ellos. Su objeto fue asegurar la vena negra que se cree necesaria para la buena fundición de artillería. A este fin se adquirió por cesión la mina que cultivaba en aquel término doña María Gómez, y para explotarla de cuenta de S.M. se emprendieron las obras que dieron ocasión a tantos expedientes.
Estas obras hacen mucho honor al talento de don Wolfango Musa, pues parecen ejecutadas con superior inteligencia si se atiende a su simplicidad, firmeza y conveniencia con su objeto. No se presenta alguna que no le tenga conocido, alguna en que se haya dado nada al capricho o la ostentación, alguna, en fin, que anuncie aquellos desperdicios que son frecuentes en obras tan grandes y nuevas.
Aún diré que me parecieron ejecutadas con mucha economía, porque son muchas y muy profundas así las excavaciones hechas en la mina alta y sus galerías, como en la galería inferior, destinada al desagüe de aquéllas; son muchos y fuertes los paredones de retén que se han construido para facilitar su entrada, dar salida a las aguas y sostener el enorme peso que oprime la galería inferior, obras todas que anuncian el trabajo de mucho tiempo y muchas manos. Y si a esto se agrega la casa de dos pisos con su capilla, para cuya situación y desahogo, así como para el servicio de dicha galería, fue necesario excavar un ancho emplazamiento, no parece excesivo el costo, que según el expediente no llega a medio millón de reales.
Salvo la casa, todas las obras parecen concluidas; aun a aquélla le falta sólo el cubierto del costado derecho y los suelos, escalera y lanilla de él. Y si no son costosos los terraplenes de que habla Musa en una de sus Representaciones, parece que las obras podrían concluirse con muy corto dispendio.
Pero no son ellas las que deben decidir de las ventajas del establecimiento, que, independientes de su solidez y aun de su economía, sólo se pueden calificar por su objeto.
El establecimiento de Jarrezuela se emprendió para asegurar la vena negra, y con decir que cuanto se ha hecho en él no ha bastado para lograr este fin, está decidida la cuestión. La razón es de hecho, pues a pesar de las grandes excavaciones que manifiesta la galería superior y sus ramales, a pesar de las hechas en la inferior o de desagüe, que dieron también alguna vena negra, ello es que no se halló la necesaria para el consumo de La Cavada y que se hubo de comprar la que dieron de sí la mina de doña María Gómez y sus inmediatas.
Ni era tampoco posible asegurar esta provisión por medio de aquel establecimiento, porque la vena negra no se encuentra en filones o tongadas, sino en grupos o bolsas que la naturaleza presenta acá y allá, como casualmente esparcidas en medio de la vena rubia o de la blanca, de forma que la mayor diligencia, la mayor pericia ni los más costosos trabajos no bastan para afianzar este hallazgo.
Si hay algún medio de asegurar la provisión de vena negra, es acopiar la que casualmente dan de sí las minas de Somorrostro. La Cavada podrá tenerla siempre con sólo pagarla al precio establecido, que es harto bueno para cebar la codicia de los vendedores, pues que S.M. paga a cuarenta pesos (40) la barcada, cuando el precio de la vena común corre desde 19 a 22, y aunque es verdad que la apetecen también los ferrones por su excelente calidad, no es de temer su concurrencia, porque nunca les tendrá cuenta pagarla tan cara, y lo que no tiene cuenta no se hace.
Si, pues, se considerare: 1.°, que el establecimiento de Jarrezuela con su (dirección) director, interventor, entibador, sobrestantes y trabajadores, no puede dejar de ser muy costoso; 2.º que, aun siéndolo, no basta para asegurar la provisión de vena negra; 3.°, que esta provisión se puede asegurar mejor comprando la que producen las demás minas de aquel término; 4.º, que esta esperanza es tanto más probable cuanto la vena negra entra en las fundiciones en la proporción de uno a siete con la de El Espinal y del país, que entran cada una en la de tres a siete: 5.° si, en fin, se considera la distracción y cuidado de un establecimiento tan distante, la melindrosa superstición con que el Señorío de Vizcaya mira estos trabajos, la exorbitancia con que quiere ser recompensada la viuda propietaria, y sobre todo el riesgo de fraudes y malversaciones que es inseparable de tales empresas, hallará V.M. que será más seguro y económico abandonar aquel establecimiento, nombrando un solo empleado inteligente que, viviendo [en] la parte de casa que está ya concluida o bien vendiéndola con todos los enseres y estableciéndose en Portugalete, haga el acopio de las venas que necesita La Cavada por el método que pareciere más conveniente y que se pueda fijar oyendo al comandante y al ministro.
Si esto no acomodare podría también hacerse esta provisión por asiento, pues ya está indicado en el expediente que no faltaría quien le emprendiese y aun que tal vez se encargaría de él el Señorío para asegurar mejor sus idolatrados privilegios.
Lo mismo que de las obras de Jarrezuela puedo decir a V.M. de las del río Miera y Lunada. A sólidas, a bien entendidas, a convenientes a su objeto, ningunas de cuantas se han construido en estos tiempos podrán ganarlas. El Escurridero basta por sí solo para acreditar la pericia de su autor. Las maderas bajan por él con una rapidez inconcebible. El cauce o canal de sillería presenta la misma solidez e inteligencia, y la falta de agua que se le achaca, y es positiva, podría suplirse sin duda por medio de los diques emprendidos. Estos diques, la casa de la pila, las presas, los retenes, los paredones y desmontes, todo parece bien entendido y ejecutado. Todo lo he visto y observado muy de propósito, pero mi atención se fijó más particularmente sobre su utilidad.
La de éste, como la de todo establecimiento, se debe regular por su objeto. Las obras se emprendieron para asegurar la provisión de los carbones, pero esta provisión nunca fue tan difícil, tan lenta, tan cara ni tan incierta como en el día. Un notable cargo presenta el mismo Escurridero contra don Wolfango de Musa, y es que para construirle dos veces, primero como provisional, y luego de firme, consumió maderas que pudieran servir a la provisión de muchos años. Los célebres montes de Azana y Bastarejo están sepultados en él. La consecuencia fue poner las leñas a mayor distancia. No calculó que necesitándose para cada carro de carbón seis de leña, al paso que se alejasen las cortas de Lunada, el costo de conducción absorbería toda la economía del Escurridero, y esto tanto más cuanto, dando estas leñas un carbón más flojo, cosa que es indisputable, crecía la necesidad de las leñas a par del consumo de los carbones. No calculó que las conducciones al Portillo serían tanto más caras cuanto era mayor la altura y fragosidad de los caminos, casi inaccesibles a los carros. No calculó, en fin, que haciéndose esta conducción por embargos y providencias forzadas y repartiéndose entre los vecinos de varios y distantes pueblos y de diferentes clases y profesiones, la recompensa regulada por los precios comunes, sobre ser injusta, debía producir las quejas y clamores de todos los puelos. Y si a esto se añade el ramaje perdido en los montes, porque el Escurridero sólo admite leñas gruesas, y su deterioración en las pilas, donde esperaban años enteros el momento de las conducciones; los extravíos en uno y otro punto, tan indispensables como constantes en el expediente; las pérdidas y desperdicios, ya en los costados del Escurridero y ya en las orillas del río, que yo he visto por mis ojos, fácil es de juzgar que la economía de los carbones ha desaparecido al mismo tiempo que la esperanza de su provisión por este medio.
Así lo conoció y así lo dijo con su acostumbrada buena fe el comandante don José de Valdés en el informe que hizo sobre este punto. Su dictamen fue que el proyecto era problemático entonces y que dejaría de serlo cuando la distancia de las cortas dificultase y encareciese la conducción de las leñas al Portillo. Éste es el mío y añado que el caso anunciado por Valdés ha llegado ya.
Parece, pues, conveniente abandonar también esta empresa, y volver toda la atención a la provisión de los carbones por los medios comunes. Es ciertamente doloroso sacrificar de un golpe tantas obras acabadas, tantos fondos consumidos, tantos desvelos y tantas esperanzas malogradas; mas, pues a lo hecho no hay remedio, trátese sólo de evitar mayores males y de asegurar el mayor bien posible.
Así cesarán también tantas quejas y clamores de los pueblos, que, por más que sean exagerados, no pueden creerse injustos. El expediente ofrece en este punto un admirable contraste de celo y amor a los pueblos de parte del gobierno, bien acreditado en las providencias del antecesor de V.E., y de crueldad y obstinación de parte de sus ejecutores, pues que Musa, mirando sólo a verificar sus promesas, no perdonó ningún medio de coacción y violencia para llevarlas al cabo. Sobre este punto conviene correr un velo. Distribución de pilas, precios de conducción, providencias de apremio, todo fue regulado por aquella dureza inflexible que, contra las piadosas intenciones del Gobierno y aun contra sus positivas órdenes, descubrió Musa en la dirección de esta empresa, ora naciese de su carácter, ora del solo empeño de coronarla a todo trance.
Réstame decir lo que pienso acerca de la providencia de los carbones, que es lo más importante en el día, pues que sin ella no pueden correr las fundiciones. No se cuente por ahora con el carbón de piedra, de que hablaré al fin. Trátese sólo de aprovechar el de leña.
Grande es sin duda el apuro de los montes de la dotación de La Cavada. Los de Azana y Bustarejo están desolados; los de Soba y Sotoscueva, en grande extenuación, y no hablo de los de la Montaña, que van también corriendo a su ruina. Mas no por eso se puede decir que faltan carbones, porque la naturaleza ha sido más pródiga en la producción de árboles por aquellas inmediaciones que destructora la mano descuidada y codiciosa del hombre. Los informes del comandante Valdés y el ingeniero Müller acreditan que aún hay provisión para muchos años, y yo, que he extendido mis observaciones a los montes inmediatos, sé que no la falta de leñas, sino la conducción de los carbones, es lo que merece la presente atención del gobierno.
Por de pronto, se debe seguir para esta conducción el medio que ha dictado la necesidad y que parece el más natural y fácil. Yo he visto a los pasiegos conduciendo al hombro los carbones, y ellos continuarán constantemente en este ejercicio, pues que les tiene cuenta. Este medio no es tan débil como puede parecer a primera vista. La tierra de Pas encierra por lo menos 15.000 habitantes, y el carácter de este pueblo, duro y laborioso, le inclina naturalmente a estas ocupaciones, compatibles con su escasa y ordinaria subsistencia, toda librada sobre la cría de pocos y ruines ganados. Hombres, mujeres, niños, todos se ocupan indistintamente en esta conducción, llevando el carbón en sus cuévanos, con tal afán que la carga de un hombre robusto equivale a la de una caballería menor o la excede. Extiéndase, pues, la dotación de La Cavada a los términos de Soncillo, Villarcayo y Losa; ábrase la mano a recibir cuanto carbón puedan traer los pasiegos, y yo aseguro que no será ni poco ni caro. Actualmente cobran de diez a doce reales carga, según la situación de los montes, y cuando mayor distancia exigiere mayor precio, el costo nunca será tan exorbitante como el de la conducción de las leñas al Escurridero y La Cavada.
Fuera de que este medio no debe ser exclusivo. Deben ser admitidos a conducir carbones los vecinos de aquellos términos, ya sea en carros, ya en caballerías, y esto sin embargos ni coacciones, sino por ajustes y avenencias libres. La concurrencia con los pasiegos alejará el temor de que den la ley en los precios, pues que la conducción en caballerías llegará a ser más económica que a hombro. La experiencia perfeccionará esta economía, y al fin la utilidad convidará a algunos absentistas y el Gobierno podrá establecer la provisión sobre datos menos aventurados y costosos.
En la presente penuria de unos montes y distancia de otros, este objeto pide gran celo y grande inteligencia, y me parece que se hallará uno y otro en don Santiago Moro de Elgueta, ministro de gran juicio y conocimientos debidos a la observación y a la experiencia de muchos años.
Pero no basta atender a la provisión actual. Es preciso mirar más adelante y asegurarlas para lo sucesivo. Dos son los medios: 1.º, aprovechar los montes intactos que están a mayor distancia; 2.º, repoblar los cercanos.
Para lograr el primero no hay otro medio que el de construir un buen camino. Éste abrirá una comunicación cómoda entre La Cavada y Espinosa y entre Espinosa, Villarcayo y merindades adyacentes, y con sólo abrir algunas hijuelas a una y otra mano, los ricos montes de estos términos proveerán de carbones por muchos años.
Por fortuna, este camino está propuesto y en gran manera deseado por el consulado de Santander, de una parte, y de otra, por la provincia de Rioja. Por fortuna, esta comunicación promete grandes ventajas, no sólo a entrambos territorios, sino también a Castilla la Vieja, si se diese comunicación a este camino con el nuevo de Burgos para facilitar así la exportación de sus granos, vinos y lanas, como la importación de los géneros ultramarinos de su consumo. Por fortuna, en fin, el consulado, que clama por este camino, se ofrece a costearle, y para ello ha propuesto arbitrios a V.M. por la vía de Estado. No falta, pues, otra cosa que aprobarlos y dar principio a las obras, en lo cual V.M., al mismo tiempo que haga un gran bien a muchas provincias, asegurará uno de los más importantes establecimientos de su corona.
Este camino deberá empezar no en Santander, sino en Liérgánes, y continuar por El Portillo hasta Bárcena de Espinosa, porque, siendo libre el paso de los carros desde Tijero a Liérganes y desde Bárcena a los demás puntos, este solo ramo daría un socorro pronto y efectivo así a La Cavada como a los demás puntos de tráfico y comercio, y esto sin el menor inconveniente de unos y otros. Sólo añadiré que entre los proyectos formados por los ingenieros Solinís y Musa, juzgo preferible el primero, pues el segundo, como combinado con las obras del río Miera, que tengo por inútiles, y con el desvío del río Cubas (que es el mismo) y tengo por peligroso, está expuesto a muchas contingencias.
Pero la repoblación de los montes exige mayor atención de parte del Gobierno. El gran consumo de carbones amenaza a los distantes con la misma suerte que han sufrido los cercanos si una policía bien regulada no asegura su renovación. Es preciso abrir los ojos en este punto y huir de los vicios que han arruinado nuestros montes: reglamentos, de una parte; desperdicio y miserable abandono, de la otra.
La repoblación de los montes fuera menos difícil si no se hubiese vacilado tanto sobre los medios. Se han dividido las opiniones entre la siembra y la plantación, y fuera de desear que en vez de disputas se hubiese abrazado cualquiera de los dos medios y más que fuese el peor. El último podrá ser más costoso, pero parece el más seguro, porque la siembra será siempre muy difícil y aventurada en montes bravos, pedregosos, pendientes y faltos de tierra, cuales son los de aquel país. El de plantar es más cierto y conocido, y mientras la experiencia habla en su favor en los montes de Guipúzcoa, Vizcaya, Montaña, Asturias y Galicia, y casi en todos los de propiedad particular en lo restante del reino, repoblados por este medio, vemos en las cercanías del Portillo los cercados y sementeras hechos por dirección de Musa, sin que haya brotado en ellos una docena de hayas.
Adóptese, pues, el método de plantar sin que por eso se excluya el de siembra, y fíese este encargo no a hombres especulativos, sino a prácticos y experimentados. Desde Guipúzcoa a La Cavada hallé por todas partes la opinión desfavorable; en la materia, lo era en sumo grado don Miguel Velandia. Esto me hizo buscarle en Marrón, y en nuestra ligera entrevista conocí que tenía tanto celo como conocimiento y experiencia en el ramo de plantíos. Creo, por tanto, que convendría comisionar a este sujeto para que, reconociendo los montes de la dotación de La Cavada y procediendo de acuerdo con el actual ministro de ella, cuidase de su conservación y reparación.
Si V.M. lo resolviere así, no habrá que sujetar a Belandia a métodos ni reglamentos. Siembre, plante, cerque, haga lo que mejor le pareciere, con tal que camine a su fin. Establézcase, sí, el orden conveniente en los gastos de la operación y en su cuenta y razón, sin lo cual ninguna empresa será bien dirigida. En ésta se deberá empezar por las inmediaciones de La Cavada, donde, y en las cercanías de Tixero, he visto excelentes terrenos comunes que están clamando por árboles. Y es por cierto cosa dolorosa que tan grande abandono se advierta en medio de tan extrema necesidad.
Mas, ora sea plantando o sembrando, el cerramiento de los montes parece indispensable. Sin esta precaución, el voraz diente de los ganados nada dejará crecer ni prosperar. Ella sola excusará en muchas partes las sementeras y plantíos, porque los montes se reproducen por sí mismos. No se puede dudar el derecho que tiene V.M. a hacer estos cerramientos. Bastará, pues, conciliarle con la necesidad de pastos, en unos pueblos que no conocen otra granjería que la de ganados. Conviene, por tanto, hacer los cerramientos por tercias, cuartas o quintas partes de los montes, dejando las restantes libres y en abertal para el pasto. Entonces ningún pueblo tendrá derecho ni razón para quejarse.
Acabaré diciendo lo que pienso acerca del proyecto de fundir con carbón de piedra. A ser asequible, ninguno promete mayores ventajas ni será más digno de la atención de V.M. Pero no puedo callar que miraré siempre como un gran mal arrojarse a tan grandes y nuevas empresas antes de examinarlas bien. Las que forman el objeto de este expediente presentan un saludable escarmiento que es necesario aprovechar.
En la Real Orden de […] se habla de la fundición con carbón de piedra como de cosa llana y conocida, y se supone que con él funden su artillería otras naciones, y aunque lo segundo pueda ser cierto, en lo primero tengo mucha duda. Sobre el mismo supuesto se acaba de establecer en Trubia, de Asturias, una fábrica de municiones gruesas, propuesta por don Fernando Casado de Torres. A mi partida eran ya 22 las experiencias repetidas para fundir con carbón de piedra, sin que se hubiese podido lograr una sola bala. Y si esto sucede en municiones en que la fragilidad es una cualidad preferente, ¿qué sucedería en cañones y morteros, en que la firmeza y dulzura del metal deben estar tan perfectamente combinadas?
Acaso don Fernando Casado de Torres podrá perfeccionar aquel establecimiento; pero ello es que, hasta ahora, ni él ni los oficiales de Artillería encargados de la empresa, y que son harto hábiles y activos, ni el sabio profesor don Luis Proust, consultado sobre ella, han podido atinar con esta fundición. Hasta ahora no está determinado si el mal resultado consiste en el tamaño o forma de los hornos, en la cantidad o calidad de las venas, en la esencia o preparación de los carbones, en las trompas o barquines, en las mezclas o fundentes, o en el método mismo de la operación. Y en esta oscuridad, ¿nos arrojaremos a fundir con carbón de piedra?
Nada, pues, se debe pensar por ahora sino en hacer experiencias acerca de esta fundición. Los hornos de Liérganes pudieran habilitarse para ellas si acaso no exigiesen otros de diferente forma. Yo pregunté a don Fernando Casado si había hecho algunas y me respondió abiertamente que no. Oigo que debe pasar a Trubia para perfeccionar aquella fundición, y si así fuese, allí es donde podrá repetirlas y perfeccionar conocimientos teóricos. Es preciso pasar de la fundición de municiones a la de artillería, reiterar los ensayos con publicidad y asistencia de inteligentes, examinar los resultados, acumular las pruebas, y cuando todo fuere favorable a las esperanzas y a los deseos, entonces se podrá emprender la fundición con carbón de piedra.
Y entonces también se deberá tratar de fijar el establecimiento en La Cavada, si allí se hallare carbón de piedra bueno y abundante, o en Asturias si no. Si en Asturias, entonces se examinarán las circunstancias que deben determinar su situación, esto es, el punto que reúna en su favor la mayor cercanía de las venas, de los carbones y del puerto de extracción de la artillería, que son los elementos invariables de su baratura y permanencia. Todo debe ser cierto y probado acerca de esto antes de dar un paso adelante. Por no hacerlo así en el establecimiento de Trubia, la fundición no se ha logrado, y, aun lograda, las municiones costarán a S.M. el décuplo de lo que se supuso.
De todo lo que va expuesto resulta una consecuencia bien triste y una lección harto saludable para el Gobierno. Los hechos prueban que el amor a la novedad ha sido la primera y única causa de tantos desperdicios. Parece que los sabios deberían estar libres de ilusiones, pero ello es que las hay en las ciencias como en la poesía. Concebir una grande empresa, dar con una teoría que demuestre su posibilidad y arrojarse a ponerla en ejecución, todo suele ser uno. El Gobierno, que sigue la opinión pública y emplea los hombres que ella califica, abraza de buena fe sus ideas, les da los medios de realizarlas y, lleno de celo y de confianza, espera los grandes bienes que se le prometen: pero tarde o nunca los recoge.
Sobre todo, sufre en esta materia la buena economía. Los proponentes de nuevas empresas, convencidos al principio de su importancia, cuentan con ella en sus cálculos, pero luego la olvidan en sus obras. Ansiosos de verificar sus promesas, se irritan con las dificultades y no perdonan gasto ni fatiga a trueque de vencerlas. ¿Qué sucede? Que aunque la empresa tenga su efecto, la utilidad compensa pocas veces el gasto. Jarrezuela, Lunada, Trubia, el Nalón, presentan testimonios bien ciertos de esta verdad. ¿Qué remedio? ¿Cerrar los oídos a toda nueva proposición? No, por cierto. Abrir a un mismo tiempo sobre ellas los oídos y los ojos.
Éstas son, señor, las reflexiones que me ha sugerido el examen de los objetos que V.M. me manda observar. Ellos son de tanta importancia que bien merecen su suprema atención, porque sin Artillería V.M. no puede tener Marina, ni tampoco Artillería sin venas y carbones. La escasez de éstos es tan constante como su carestía, y los medios tomados para evitarla la han aumentado más que socorrido. La división de los jefes de La Cavada y sus disputas han agravado estos males. Insta, pues, el remedio, que sólo puede venir de la justa y poderosa mano de V. M.
Resumiendo, por tanto, lo dicho hasta aquí, reduciré mi dictamen a los siguientes artículos:
Primero: Que para cortar de raíz las discordias de La Cavada y sus consecuencias, se separe de allí a don Fernando Casado de Torres, a don Wolfango Musa y se sustituyan en su lugar el comandante y segundo que antes estaban, u otros que sean del agrado de V.M., a quienes se encargue que, restableciendo la paz en aquel departamento, vuelvan toda su atención a los graves cuidados que presenta su actual estado.
Segundo: Que si fuese cierto que don Fernando Casado de Torres debe pasar a Trubia, se le encargue que, logrado que haya la fundición de municiones con carbón de piedra, extienda sus ensayos a la de artillería, dando cuenta de sus resultados por la vía de Marina, a cuyo fin se acuerde este Ministerio con el de Guerra, por quien corren aquellas fábricas.
Tercero: Que pues pende un recurso de don Fernando Casado de Torres acerca del arresto que impuso a Musa, y en el cual parecen comprometidos el honor y conducta del primero, se digne V.M. resolver previamente este recurso, haciendo en favor de Casado las declaraciones que estimare correspondientes para que, libre de este cuidado, atienda únicamente al que se le encarga de nuevo.
Cuarto: Que haciendo a Musa la animadversión que pudiere haber merecido sobre este solo punto, se le destine al departamento del Ferrol u otro que fuere del agrado de V.M., donde se empleen sus talentos a las órdenes del comandante de Artillería de Marina.
Quinto: Que pues Villanueva puede sufrir algún perjuicio en el paso a La Cavada, se le subsane haciéndole comisario ordenador o, por lo menos, graduándole de tal, y para que la separación de don Santiago Moro de Elgueta no le cause algún desdoro, a que ciertamente no es acreedor, se le pase al Ministerio de Santander y se le gradúe de comisario de Guerra.
Sexto: Que sin continuar por ahora las obras de Jarrezuela, se encargue la provisión de las venas, y señaladamente de la negra, al interventor don Juan Adam Pensel u otro que fuere de la real confianza, cuidándose entre tanto de asegurar esta provisión por asiento, ya sea con el Señorío de Vizcaya, ya con algún particular de la misma provincia.
Séptimo: Que suspendiéndose por ahora las obras del río Miera, se encargue la provisión de carbones al referido don Pedro Villanueva, previniéndole que active su conducción por medio de avenencias libres con las gentes del país y cuide de asegurarla por los justos y prudentes arbitrios que su celo le dictare.
Octavo: Que a este fin se extienda la dotación de La Cavada a los montes de los términos de Soncillo, Villarcayo y Losa, como ya está propuesto.
Noveno: Que para aprovechar los carbones de todos los montes que están de la otra parte del Portillo de Lunada y abaratar su conducción, se emprenda cuanto antes el camino proyectado entre Santander y La Rioja, empezando las obras en Liérganes y llevándolas sucesivamente hasta Espinosa, y que pues este camino está pedido por el consulado de Santander y propuestos los arbitrios para costear, se acuerden acerca de este punto los Ministerios de Estado y de Marina para conciliar los intereses de S.M. con los del público.
Décimo: Que para asegurar más y más la ulterior provisión de carbones, se encargue la repoblación de los montes de La Cavada a don Miguel Velandía, director de las fábricas de Marrón, dejando en su libertad la elección del método, ya sea de siembras, ya de plantíos o ya de simples cerramientos, y procediendo en este encargo con acuerdo del nuevo ministro de La Cavada.
Undécimo: Que los cerramientos que se hicieren para la repoblación de los montes se concilien con la necesidad de los pastos para los ganados del país, cerrando los montes por quintos, cuartos o tercios, según su extensión y lo que se acordare amigablemente con las justicias ordinarias de los mismos pueblos.
Undécimo (bis): Que se haga entender a las justicias de los pueblos de la dotación de La Cavada que S.M. prevendrá a los encargados en la provisión de carbones que se abstengan en cuanto fuere posible de embargos y demás medios coactivos para la conducción de ellos, y que espera S.M. de su amor y fidelidad que concurrirán a hacer las que fueren necesarias por medio de ajustes con los referidos encargados, para conciliar así los intereses de la Real Hacienda con el bien de sus amados vasallos.
Duodécimo: Y últimamente, señor, que se den por fenecidos y acabados todos los procesos y expedientes relativos a quejas y denuncias sobre estas materias, para que de una vez vuelvan a aquel importante establecimiento la paz, el orden y la buena economía, que son tan necesarios para su prosperidad.
Por conclusión, debo recomendar a V.M. el mérito de mi secretario don José Acevedo Villarroel, hoy mi paje de bolsa, que me acompañó, ayudó y fue el único depositario de mi secreto en esta penosa y delicada comisión, y al que además tiene V.M. ofrecido colocar por Reales órdenes de 1794 y 1797 en destino correspondiente al mérito contraído a mi lado en mis comisiones de Asturias desde 1790 hasta el día.
Nuestro Señor guarde la augusta persona de V.M. dilatados años.

Referencia: 10-244-01
Página inicio: 244
Datación: 12/12/1797
Página fin: 255
Lugar: San Lorenzo (Madrid)
Destinatario: Secretaría de Marina
Bibliografia: ADARO RUIZ-FALCó, L., Datos y documentos para una historia minera e industrial de Asturias, vol. I, Gijón, 1981, págs. 221-235. ALCALÁ-ZAMORA QUEIPO DE LLANO, J., Historia d
Observaciones: Ref. en: SOMOZA, J., Manuscritos inéditos, raros o dispersos, dispuestos para la impresión por… Nueva serie, Madrid, 1913, pág. 177.
Estado: publicado