Juicio analítico de las memorias de Francisco Gallego, Francisco Rodríguez y Andrés Saturnino Duarte, concurrentes al premio de la Socieda

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Señores:
He examinado muy detenidamente las tres memorias que me ha repartido esta junta y voy a enterarla de su contenido no por el orden de sus números, sino por el que seguí casualmente en su lectura.
La primera, señalada con el número 22, está escrita en 36 hojas y en forma de carta: tiene por lema Otia si tollas periere cupidinis arcus y viene según las condiciones del problema. El autor la divide en tres partes y destina la primera a la indicación de las causas de la ociosidad, la segunda a la de los daños que causa, y la tercera a la de los remedios. La primera parte se subdivide en tres puntos: una escasa cosecha de autoridades favorables al trabajo y contrarias al ocio, una fría y poco justa invectiva contra la ociosidad de los nobles y un largo apóstrofe dirigido a los mayorazgos que huelgan y se divierten, llena el primero. El segundo contiene algunos lamentos sobre la falta de ocupación que tienen muchas manos ociosas y sobre la necesidad de restaurar nuestras antiguas fábricas para emplearlas. A este fin alega una larga autoridad de don Bernardo Ward en su Obra pía y se queja de que las justicias no estén autorizadas para gastar los sobrantes de los propios y aun los de otros pueblos en obras que den ocupación a los ociosos. En el tercero supone que es una causa general de la ociosidad la falta de hospicios, que los ociosos huyen de ellos y que el remedio sería multiplicarlos para que, huyendo de unos, cayesen en otros. Entonces el horror con que miran estos establecimientos empeñaría a todos en el trabajo y acabaría con la ociosidad.
En la segunda parte, pretende el autor que los ociosos no honran a Dios porque lo ofenden, ni al rey porque no le obedecen, ni a las leyes porque las quebrantan, ni a la sociedad porque la turban; y para todo alega algunas autoridades y ejemplos trivialísimos.
La tercera propone tres remedios contra la ociosidad. Primero, el influjo de los reyes y sus ministros, y aquí habla ligeramente de las providencias dadas y las que se pueden dar sobre este punto. Segundo, el influjo de los nobles, de quienes dice que pueden hacer la guerra a la holgazanería, como amigos del país, alistándose en las sociedades y, como vecinos, exhortando a los ociosos, proporcionándoles con sus fondos medios de trabajar y enseñándoles con su ejemplo. Tercero, el influjo de los prelados y el clero, reducido a práctica, no sólo por los medios indicados, sino también declamando continuamente contra la ociosidad, como tan reprobada en la Escritura y Padres de la Iglesia y contra la mala distribución de las limosnas que, en lugar de remediar la ociosidad, la fomenta y autoriza. Por este extracto se conocerá que el autor no entra en el fondo de la materia, ni la trata como político. Su doctrina es escasa, trivial y poco concluyente. Agréguese a esto una mala lógica, un estilo desaliñado y un orden mal propuesto y peor seguido, y se concluirá que su memoria no merece entrar en concurrencia para el premio.
La memoria número 26 viene también según las condiciones del problema, escrita en siete pliegos, y tiene por divisa esta bella sentencia: Otium corpus, mentem necat socordia; exercitatio utrumque pulcherrimum facit. Esta memoria se reduce a un solo discurso, sin división alguna, bien que no por eso carece de orden en materia. Refiere primero con brevedad la policía de los antiguos acerca de los vagos y ociosos, y en particular la de los egipcios, griegos y romanos, y luego, más a la larga, la de nuestro gobierno, citando diferentes leyes, determinaciones de Cortes, bandos y decretos, en lo que manifiesta bastantes conocimientos de esta parte de nuestra legislación. Después, divide la ociosidad en necesaria y voluntaria. Deriva la primera de la desigualdad de las fortunas y de la reunión de las propiedades en pocas manos, que deja las demás atenidas a un jornal y expuestas a carecer de subsistencia en cualquiera calamidad. A esta causa atribuye no sólo la ociosidad sino también la despoblación de España. Deseoso de remediar este mal por medio de la legislación, expone la de los hebreos en cuanto se dirigía a igualar las fortunas, propone como útiles las vinculaciones si tuviesen un límite y aconseja el repartimiento de todos los terrenos incultos y baldíos para empleo de estos ociosos necesarios, para los cuales dice también que deberían servir únicamente las limosnas. De la ociosidad voluntaria dice que es la plaga de las ciudades, así como la necesaria lo es de las aldeas. Describe esta especie de ociosos con una muy oportuna autoridad del Crisóstomo que los pinta y reprende; exagera los vicios que nacen de esta especie de ociosidad y, tratando de su remedio, le libra ya sobre las sociedades que pueden hacerles la guerra descubriéndolos, ya sobre los magistrados que deben forzarlos al trabajo o castigarlos. Propone también como saludable medicina el mejoramiento de la educación y recomienda con buena doctrina su importancia. Tacha a los que reprueban en la educación el uso del castigo y alega buenas autoridades sobre el cuidado que merece la de las mujeres. Encarece por una parte la importancia de elegir para la enseñanza de la juventud maestros hábiles y virtuosos y por otra recomienda el ministerio de catequista como digno de las personas más sabias y virtuosas del clero, probándolo con la autoridad y el ejemplo del célebre canciller de París, Juan Garson. Implora el celo de los magistrados sobre la ejecución de las leyes contra la ociosidad, entre las cuales cree que debería haber una que obligase a los padres a enseñar su arte a uno de los hijos, para hacer hereditarios los oficios. Por último medio propone la propagación de esta buena doctrina, no por medio de escritos y memorias que no se leen, sino por el de la predicación, sobre lo cual recomienda a los prelados, párrocos y predicadores, la necesidad de declamar en el púlpito contra los daños de la holgazanería y en favor de la buena distribución de las limosnas.
Este análisis demuestra que la presente memoria es obra de un hombre juicioso y de buenas ideas y muy recomendable, si no por la elegancia de su estilo y singularidad de su doctrina, a lo menos por la claridad y celo con que la expone. Pero se conoce que ha tratado la materia más como moralista que como político, y que su obra sería mejor para carta pastoral que para memoria económica. No la creo, por lo mismo, digna de entrar en concurrencia para el premio.
La memoria número 19 tiene por título Discursos políticos sobre las causas de la ociosidad y sus remedios, y por lema
Magnus ab integro saeclorum nascitur ordo
jam redit et virgo, redeunt Saturnia regna,
Virgil[io].
Viene según las leyes del problema, y consta de 267 páginas en cuarto, de letra no muy holgada. Esta grande obra se divide en cuatro discursos, en el primero de los cuales se trata de la causas de la ociosidad, en el segundo de sus efectos, en el tercero de las providencias tomadas para su remedio en varios tiempos y países, y el cuarto de la necesidad de un remedio más eficaz y su proposición.
Después de un prefacio en que expone el autor la dificultad de la materia, la necesidad de ilustrarla y las causas que le mueven a intentarlo, entra en faena y divide su obra en las partes ya explicadas. En el discurso primero, que se subdivide en diez capítulos, define el autor el ocio como una cesación del trabajo y bajo de este concepto general dice ser indiferente. Después divide el ocio en sus especies, fija el sentido de la palabra ociosidad con relación a su causa, sienta que ninguna dignidad, ninguna condición exime al hombre social de la obligación de trabajar, y discurriendo por todas las clases de un Estado, lo prueba con varias autoridades, ejemplos y raciocinios. Todo esto ocupa el capítulo primero.
En el segundo y siguientes entra a descubrir las causas de la ociosidad y, señalando como las más generales la falta de ocupación, la mala distribución de las limosnas y la pobreza, indica después como causas particulares la mala educación, los juegos, regocijos, fiestas, romerías y peregrinaciones autorizadas o permitidas, el desprecio de los oficios, las malas ordenanzas gremiales y el dispendio de tiempo y dinero en que empeñan las cofradías, las leyes que fomentan el contrabando y la muchedumbre de ministros de rentas, el lujo, la negligencia de los jueces, la decadencia del comercio y fábricas, y el excesivo número de criados y ministros de justicia.
El discurso segundo se divide en igual número de capítulos y, después de probar en el primero con abundante doctrina de la Escritura y Santos Padres los daños y peligros de la ociosidad en general, desciende a repasar los más señalados, y en el capítulo segundo cuenta entre ellos la pobreza, sentando los principios por que se debe distinguir la buena y necesaria, digno objeto de la caridad cristiana, de la voluntaria y viciosa, que debe serlo de la severidad de las leyes, sobre lo cual habla más particularmente en el capítulo tercero y cuarto. El quinto trata de los vicios que andan unidos a la ociosidad de los que no son pobres, sino vagos y mal entretenidos; en el sexto, de los que produce la ociosidad de los nobles y su influencia en las costumbres públicas; en el séptimo y octavo, de la ociosidad de los labradores y artesanos, y sus malas consecuencias; en el noveno, de los simples jornaleros, regatones, buhoneros y otros que se entretienen en ocupaciones y comercios perniciosos; y en el décimo, de los malos efectos del ocio en las mujeres.
En el discurso tercero, que consta de trece capítulos, habla el autor primero de la policía de los antiguos contra los ociosos y, después de repasar la de los egipcios, chinos y griegos, recae en la de los romanos, de cuyo derecho alega algunas decisiones del tiempo de los césares. En el capítulo segundo, con abundante doctrina del derecho eclesiástico, expone los sentimientos de la Iglesia en este punto. En el tercero, cuarto y quinto indica los medios de que se valieron los holandeses, ingleses y franceses para animar el trabajo y fomentar la industria y el comercio. En el sexto y séptimo se expone nuestra antigua policía en dos épocas, tomadas desde los tiempos más remotos hasta Carlos V y desde este monarca hasta el primero de los Borbones. En el octavo se indica lo dispuesto en las Coronas de Aragón y Navarra acerca de este objeto. En el noveno y décimo, las providencias dadas desde Felipe V hasta la muerte de Fernando el VI. Y en el 11, 12 y 13, las que dio el monarca reinante para desterrar la ociosidad, fomentar la agricultura, animar las fábricas y aumentar el comercio.
En el discurso cuarto, dividido en nueve capítulos, se indagan desde el primero hasta el sexto las causas por que tantas providencias no han bastado a desterrar la ociosidad, y entre las más principales señala las siguientes: que, aunque se han fomentado las fábricas, no han sido las bastas como debían el primer objeto de este fomento; que, aunque se han multiplicado las sociedades y se trabaja en ellas con mucho celo, es muy común que cuiden sólo de promover el bien de las capitales donde residen, y no el de los pueblos cortos; no se aplican al conocimiento de las provincias, su estado y necesidades, y gastan el tiempo en especulaciones inútiles o en objetos de corta importancia; que aunque se escriben y publican buenas obras económicas, no se leen ni propagan estos conocimientos; que el celo de muchos jueces no es atendido de los pueblos ni recompensado; que otros son desidiosos y faltos de celo público; que los ayuntamientos no les ayudan ni trabajan por el común; y que por la falta de concurrencia de estas causas a la ejecución de las recientes providencias resultan éstas ineficaces. En el capítulo sexto propone como único medio para su ejecución y el logro de su objeto la creación de sociedades económico-caritativas, compuestas de personas del estado secular y eclesiástico y situadas en las capitales y pueblos pequeños, con la debida correspondencia y subordinación de unas a otras, para entender solamente en el grande objeto de desterrar la ociosidad y animar el trabajo. En el séptimo se ponen las constituciones o instituto de estas sociedades. En el octavo, una instrucción para el ejercicio de sus funciones. Y en el noveno y último se recomienda su utilidad y la necesidad de establecerlas.
Scriptus et in tergo necdum finitus Orestes.
La Junta conocerá, por este brevísimo análisis, que nos ha tocado en suerte el examen de una obra de largo aliento y muy difícil trabajo. Yo no puedo negar al autor las alabanzas de que se ha hecho digno por el celo que descubre en su obra, por el orden con que propone y trata su materia, por la abundancia y variedad de su doctrina, y en fin, por el afán con que se ha aplicado a recogerla y explanarla. Ciertamente que si estas calidades bastan por sí solas para adquirir un premio, como el que tratamos de adjudicar, no se podrá negar a esta memoria el derecho de entrar en concurrencia.
Pero la Junta deberá tener presente, lo primero, que el estilo de la obra, aunque fácil y perceptible, no es elegante ni enérgico. El autor, como otros muchos, protesta al principio que dejará correr libremente la pluma, sin buscar retóricas expresiones ni hacer recomendable su obra por la elevación del estilo. La Junta sabe cuán sospechosas son semejantes protestas. Es verdad que en las obras didácticas no deben abundar los tropos ni las travesuras de la elocuencia, pero a un estilo en que brillasen la claridad, el orden, la precisión y la buena lógica ¿quién le negaría el título de elegante y enérgico? La filosofía, que ha enseñado a hacer agradables las materias sublimes y abstractas, nada puede aprobar que no esté adornado de estas dotes.
Lo segundo, que el orden seguido por el autor no es siempre lo que parece, pues confunde muchas veces las causas con los efectos: la falta de trabajo con la holgazanería, los desocupados con los mal entretenidos y las ocupaciones inútiles, perjudiciales o reprensibles, con la falta de toda ocupación; y esta confusión, que se advierte también en el uso de la erudición, hace más vaga la autoridad y menos concluyente el raciocinio.
Lo tercero, que aunque el autor derrama por todas partes un diluvio de máximas morales y políticas, rara vez sube a buscar aquellos altos y sublimes principios de la economía civil, sin los cuales es imposible tratar dignamente las materias de su resorte.
Y lo último, que el único medio que nos propone para desterrar la ociosidad y el único que pudiera disculpar sus defectos y hacer recomendable su obra a nuestros ojos es de difícil ejecución y, aun verificado, sería del todo ineficaz, pues, derivándose la ociosidad de tantas y tan diversas causas y siendo la existencia o cesación de la mayor parte de ellas del todo independiente de las sociedades económico-caritativas, la ociosidad, si Dios no lo remediaba, subsistiría aunque estas Juntas se multiplicasen al infinito.
Por esto juzgo que la memoria no puede entrar en concurrencia para el premio.
La Junta resolverá lo que fuere de su agrado.
Jovellanos

Referencia: 12-382-01
Página inicio: 382
Datación: 1785
Página fin: 388
Lugar: Madrid
Destinatario: Sociedad Económica Matritense
Manuscritos: SEM, legajo 72/1. Copia de Junquera Huergo: BMP, Papeles de Jovellanos, 1.14.
Ediciones: Domergue, Lucienne, Jovellanos a la Société économique des amis du pays de Madrid, Toulouse, Université de Toulouse Le Mirail, 1971, apéndice VIII, págs. 326-3
Bibliografia: Distribución de premios hechos por la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Madrid en su Junta Pública General de 24 de diciembre de 1784
Observaciones: Se conservan dos versiones manuscritas de este texto, con dos redacciones considerablemente distintas. El «Juicio analítico de las memorias nºs. 19, 22 y 26 concurrentes al premio propuesto por la Sociedad de Madrid.
Estado: publicado