Juicio crítico de la historia antigua de gija, que escribió Don Gregorio Menéndez Valdés Cornellana

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Comienzo de texto: Capítulo I. Todo lo que se dice respectivo a la fundación de Gijón se reprobará por la sana crítica, por falta de autoridad en

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Capítulo I. Todo lo que se dice respectivo a la fundación de Gijón se reprobará por la sana crítica, por falta de autoridad en que apoyarlo. La de Melafón es de ningún peso, por no ser obra reconocida por legítima; la de Tarif Aventaric, sobre muy reciente respecto de aquellos tiempos tan remotos, es generalmente tenida por apócrifa. Las demás, o son modernas y nada prueban en hechos antiguos, o no son terminantes para el caso.
Capítulo II. El ara sextiana de Carrióno está bien copiada: en la primera palabra falta la primera I, pues dice IMP. y no MP.; y además la F, primera letra del segundo renglón, debe ser la última del primero. En el mismo renglón falta una letra en la penúltima palabra, y sobra en la última, pues la piedra dice PON. MAX.; en el tercer renglón hay un yerro notable, pues no dice TRIB.POT. XXX. sino XXXII.; en el cuarto renglón hay otro, pues debe estar todo en blanco y picado, y luego al fin del quinto, cuya mitad está también picada, poner el SACRUM. Éstas, que parecen menudencias, son reparos esenciales cuando se trata de monumentos de esta clase.
En la otra inscripciónes preciso que sobre la Q del primer renglón, porque sobre no ser buen lenguaje (porque la conjunción que siempre se pospone al segundo adjetivo), no tiene ejemplar semejante en Grutero ni otros compiladores de tales monumentos.
Es también de notar que se dice que el ara de casa de Bartilomo era del mismo largo, ancho y grueso que la de Carrió, sin haber señalado la medida de ésta. Lo cierto es que siendo de igual tamaño, no podía servir de hogar en casa de un pescador, puesto que la primera tiene ocho palmos de ancho y más de cinco de alto, con otro tanto de grueso.
Capítulo III. La introducción del capítulo III es muy inoportuna. Cuanto se dice en él por lo respectivo a los templos gentílicos, no tiene prueba alguna. Lo que se dice en los números 9 y 10 toca a la historia moderna del pueblo. En el 11 se dice que los gentiles dedicaron un templo a sus dioses en un prado de don Pedro Valdés, expresión muy equivoca. La inscripción de Trajano no prueba que hubiese templo; y, si lo hubo, fue consagrado al mismo emperador, cosa que no carece de ejemplos. Lo mismo digo del hallazgo de las monedas, que no prueban de modo alguno la existencia de los templos.
En cuanto a las monedas, es menester notar que no están bien copiadas, y hay notables yerros en los rótulos: lámina 1.ª, número 2.º, en lugar de Mer Traiano, debe leerse Nervæ Trajano,o Nerv., y donde se lee Aug. erdac. leerse Aug. Ger. Dac., esto es, augusto, germanico, dacico, por el triunfo de Dacia, que fue el más señalado de este príncipe. Este segundo yerro está repetido en la moneda número 3.°, y acaso habrá alguno también en los números, porque es muy extraño que haya dos monedas de diferente cuño de un mismo consulado. Las cucharas y tenedores de los números 4, 5 y 7 son a mi ver de uso moderno, que no puede subir del siglo XV, y lo mismo se puede decir del vaso, pues sería muy ridícula cosa pensar que en un tenedor se ponía la inscripción de Tiberios o Trajanos, óptimos máximos (Tiberius o Traianos Optimus Maximus). Las otras medallas de la lámina 2.ª pueden probar algo más por el reverso que tienen, unido al nombre de la Gran Diva o Gran Diosa, que se dice tener el prado de la parroquia de San Andrés.
La columna dibujada en la lámina 1.ª, número 1.º, era sin duda un monumento preciosísimo, pues suponiendo que ya no existe ni puede restablecerse, exigía la buena crítica que se formase un certificado en que depusiesen las personas fidedignas, que la vieron y observaron sus letras, de la certeza de la inscripción. De otro modo, el público dudará siempre de la verdad del hallazgo. Lo mismo se puede decir del ara de casa de Bartilomo.
Toda la doctrina histórica del capítulo IV carece igualmente de prueba, especialmente lo que se dice respecto de san Hermenegildo, que habiendo residido en Sevilla (donde tuvo título de rey), no es verosímil que los asturianos abrazasen su causa, especialmente siendo, como se supone, pueblos independientes, y a quienes importaba poco la buena o mala conducta de su padre Leovigildo.
Lo mismo se puede decir en cuanto a lo que se supone acerca de la venida de Santiago a Gijón y conversión de san Torcuato, de que se habla sin apoyo en el capítulo V. Lo de haber abrazado los asturianos la ley de Cristo antes de la venida del santo Apóstol, por medio de las noticias que dieron los comerciantes Cabrera y Quiñones que oyeron predicar a Nuestro Señor Jesucristo, es una fábula ridícula que no se puede apoyar con la aserción del licenciado Bolde, que no sería muy gran jurisconsulto cuando daba crédito a semejantes patrañas. Lo mismo se puede decir en cuanto a la predicación de san Pedro y san Pablo en España.
De la cuestión de los votos debo yo prescindir como de un punto litigioso que hoy está esperando la decisión del primer tribunal del reino; pero es preciso notar dos cosas: primera, que nada conduce este punto a la historia de Gijón, por donde quiera que se tome; segunda, que siendo muchas y muy autorizadas las personas que impugnan el privilegio de concesión de los votos, no es prudencia denigrarlos con el nombre de críticos impíos y otros de igual estofa de que usa el cronista de Gijón. Ni puede disculparse esto con el nombre de digresión, porque sería muy larga en cincuenta y cuatro números que comprenden cerca de cuatro fojas. Otro tanto ocurre acerca de los mártires gijienses.
La doctrina del capítulo VI no corresponde con su inscripción, y todo lo que se dice en él es importuno para la historia de Gijón, y lo mismo se puede decir por lo tocante al capítulo V, libro 2.º. Porque, en efecto, si los moros no estuvieron en Gijón, ¿a qué viene una relación tan larga de los sucesos de la irrupción? En el número 2.° del capítulo II, libro 2.°, se levanta a Mondéjar el testimonio de haber dicho que no hubo tal don Pelayo. Supónese que algún otro autor ha negado su existencia; y tampoco es esto cierto pues nadie la ha negado por escrito hasta ahora; supónese que Morales leyó en un privilegio regis Gijonis por regis Silonis, y es tan al contrario, que Morales en un privilegio que dice filius Silonis regis Gijonis, lee filius Silonis regis Legionis.
En este capítulo se habla con mucha equivocación del cronicón de Dulcidio. Aunque no tengo libros a la mano tengo presente que el reverendísimo Flórez ha demostrado que no hay tal cronicón; que con este nombre se ha conocido el cronicón de Sebastiano, obispo de Salamanca, que otros llaman de don Alfonso por haber sido escrito a nombre o de orden de don Alfonso III, llamado el Magno, a los fines del siglo IX, y por esto no se pueden formar con él los argumentos que hace el autor.
Parece que esta equivocación se deshace al capítulo XXI y XXII, pero se habla confusamente.
El testamento o donación de don Alfonso II el Casto parece que tendría mejor lugar después de la materia del capítulo IV y antes de la del V, porque de otro modo se interrumpe el hilo de la narración.
El empeño de probar que los moros no sólo no dominaron, sino que ni estuvieron en Gijón, es bien raro, puesto que su dominación en este pueblo y otras partes de Asturias, aunque por poco tiempo, se apoya en el testimonio del Cronicón de Albelda o San Millán, en el de Sebastiano o don Alfonso, del obispo don Pelayo, del Tudense, del arzobispo don Rodrigo y otros autores tan respetables por su antigüedad como por su autoridad extrínseca. Y es bien digno de reparo que cuando el autor quiere dar tanta fuerza a las puras tradiciones, desnudas de toda autoridad escrita, se separe en este punto de los autores de más nota.
Tampoco creo yo en los amores de Munuza con la hermana de don Pelayo. Sin embargo, tienen en su favor el testimonio del arzobispo don Rodrigo, y esto bastaba para que el autor, según sus principios, no los negase, especialmente cuando da tanto crédito a los de don Rodrigo con la Cava, que son igualmente fabulosos.
La doctrina del capítulo V es muy oportuna, nueva, apreciable; pero entre ella y la del capítulo VI hay un vacío de tres siglos, que es muy notable en la historia. Yo diré después con qué se pudo llenar este vacío.
El citado capítulo VI se inscribe con la continuación de una guerra civil de que no se ha dado noticia antes. Se parece a la crónica de los clérigos menores, que empieza por estas palabras: «Estando las cosas en este estado».
La materia de los capítulos VI y VII es también apreciable, pero no deja de padecer sus dudas que Gijón hubiese estado por el partido del rey don Pedro como se supone en el primero. La carta de hermandad prueba todo lo contrario, pues no hay en ella memoria de Gijón, y esto prueba que estaba por don Enrique. Y siendo así, ¿a qué conduce esta hermandad para la historia de Gijón? Fuera de que estoy en haber leído que Gijón siguió siempre el partido del conde de Trastámara, y todos los sucesos posteriores lo prueban así. En cuanto al testimonio de Rodrigo Fernández de Salcedo, que se dice contemporáneo y que presenció estos hechos, y el de su nieto Diego Fernández de Salcedo, siendo tomados de una obra manuscrita que el público no conoce, parecía regular dar de ella una noticia más exacta, poner las señas del manuscrito, indicar su paradero y actual poseedor, pues de otro modo nadie dará asenso a semejantes testimonios, especialmente cuando en ellos se apoyan cosas improbables; pues, estando a lo que dicen las demás historias del tiempo, Gijón estuvo siempre por don Enrique y por su hijo el conde don Alfonso, y nuestra historia asegura lo contrario.
El estilo es por lo común levantado y lleno de flores y figuras, poco conformes con la sencillez que pide la narración histórica. Su principal defecto es estar lleno de reflexiones que, aun cuando son distribuidas escasamente, suelen reprobarse por muchos metodistas, pero nunca son dignas de aprobarse cuando se reparten tan pródigamente, interrumpiendo a cada paso la narración histórica. Hay muchas voces también que no admitiría la Academia de la Lengua, como «catoliquizar», «gotiquizar». El ejemplo del padre Isla que usó de la voz «romanizar» (y eso con su protesta), es muy débil para autorizar semejante voluntaria introducción.
En suma, el defecto general de esta historia es referir cosas que no tocan ni atañen a la historia de Gijón, y dar crédito, no sólo al testimonio de obras apócrifas, sino a meras fábulas y tradiciones vulgares. Todo lo que se dice de cierto y seguro acerca de la historia antigua de Gijón, se pudiera comprender en un solo capítulo.
Pero aun es mayor el defecto general de omisión, pues en toda esta historia nada se halla respectivo al gobierno, leyes, costumbres, genio y ocupaciones de los antiguos gigurjios; esto es, se omitió precisamente lo que era más importante a la historia, pues es la parte civil de ella la única que instruye y aprovecha, que es a lo que debe aspirar principalmente todo escritor. Con esto se podía muy bien llenar el vacío de tres siglos, de que hemos hablado arriba.
Si estuviéramos en nuestro estudio y rodeado de nuestros libros, podríamos especificar más estos reparos, que tampoco se deben mirar como un juicio exacto de la obra, pues la hemos leído en el espacio de día y medio y muy de prisa. Más despacio, con la pluma en la mano y buenos libros a la vista, se podría escribir un libro de reparos tan abultado como la primera parte de la nueva historia de Gijón. En él, a 9 de agosto de 1782.

Referencia: 09-201-01
Página inicio: 201
Datación: 09/08/1782
Página fin: 210
Estado: publicado