La primera fuente de prosperidad es la instrucción (apuntamientos)

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(Primera parte)
No hay navegación sin comercio activo, no hay comercio activo sin industria; no hay industria sin primeras materias, no hay éstas sin agricultura, no hay nada sin capitales, no hay capitales sin todas estas cosas, y no hay navegación, comercio, industria, agricultura, población, capitales, sin instrucción.
Pero analícese este principio y se verá cómo la primera fuente de prosperidad es la instrucción. Supóngase un país donde existe todo lo necesario para promover una de estas fuentes menos la instrucción: y otro a quien todo falta, salvo ella, y tomemos, por ejemplo, la agricultura. En el primero, no conociendo bien la proporción de las semillas con los diferentes terrenos, las calidades de las tierras, los métodos y tiempos de las preparaciones, el influjo y las mezclas de abonos, los tiempos de sementera y cosecha, los medios de conservar los frutos, ¿no es claro que el producto de su cultivo será el menor posible? Y que si a esto se agrega la escasez e imperfección de los instrumentos y edificios, de los arados, trillos, sembraderas, guañadas, carros, graneros, bodegas, prensas, lagares, molinos…
Y no se responda que todos estos recursos existen sin las ciencias porque es seguro que sin ellas no se pueden suponer sino imperfectos y que cualquier perfección que se les suponga será debida a la instrucción.
Ni se diga que esta instrucción se puede poseer y derivar tradicionalmente, lo primero porque esta especie de instrucción es estacionaria así para las ventajas como para los errores: lo segundo, porque aun así habrá debido su origen a la instrucción, esto es, a la observación y a la experiencia; esto es, a las ciencias, puesto que en último sentido las ciencias no son otra cosa que el resultado de la experiencia o, por mejor decir, una colección de principios inducidos de la observación y la experiencia.
Y si no, ¿dígase, si fuera (aparte de la teología o ciencia de la revelación) hay otra que no tenga este origen aún en las ciencias experimentales? La naturaleza del espíritu humano, sus varias facultades, los medios de emplearlas, sus derechos, sus deberes, en una palabra, todos los principios de la filosofía racional y moral, ¿son debidos a otro principio que a la atenta meditación del hombre sobre sí mismo, al examen de sus operaciones internas, a la observación de los fenómenos que presentan los varios seres que le rodean?
Pero supóngase un país a quien todo falte menos la instrucción. Por lo menos, los hombres que le pueblen emplearán bien su trabajo y, cualesquiera que sean sus instrumentos, sus capitales, sacarán de él el mayor producto posible. De este modo aumentarán los medios de subsistir, y por consecuencia su número. A mayor número, mayor suma de trabajo y de riqueza. El empleo de ésta, dirigido por la instrucción, perfeccionará los instrumentos y los métodos, y el cultivo, al paso que se extienda, se perfeccionará y crecerá su producto en una progresión prodigiosa. He aquí ya un principio fecundo de una gran población y una agricultura floreciente. Con brazos, con primeras materias, con la baratura de subsistencias consiguiente a uno y otro y con la instrucción supuesta, al punto creará la industria. El producto de ésta crecerá en razón de la bondad de sus instrumentos y máquinas y de la exactitud de sus métodos, y aumentando la riqueza no sólo influirá en su prosperidad, sino también en la de la agricultura, cuyos productos consumirá. De una y otra resultarán materias, manufacturas y artefactos sobrantes, y se pensará en comerciar con ellos; la instrucción perfeccionará las especulaciones; se echará de menos la navegación, pero ciencias de una parte y materias y proporciones de otra llamarán hacia este objeto una porción de los capitales sobrantes, y la instrucción supuesta, dirigiendo al interés, llenará de naves los puertos y de diestros pilotos y marineros las naves. ¿Qué riquezas no producirá entonces una agricultura vigorosa, una industria activa, un comercio floreciente, una marina mercante atrevida? Y ¿qué empleo no dará a esta riqueza una instrucción que conozca los recursos, los medios y los objetos de su empleo?
(Segunda parte)
El estudio de la religión, necesario, debe ser general. Sus dos objetos, el dogma y la moral. Primero: la historia raciocinada de la autoridad que estableció el dogma. Segundo: el dogma mismo, sin discusiones. Tercero: las fuentes de la moral y sus artículos.
Pero las ciencias eclesiásticas no pertenecen a la educación del hombre, sino a la del eclesiástico. Todas se deben reducir a los mismos artículos, pues que tienen el mismo objeto, y pues éste es uno, la religión, no debe haber más que una ciencia. Es cosa ridícula haber hecho una ciencia separada del derecho canónico. ¿Cuáles son sus objetos? Las personas, las cosas, los juicios pertenecientes a la religión. Y bien, ¿no están todos comprendidos en el objeto general del estudio eclesiástico?
¿Quién se podrá llamar teólogo que los ignore? ¿Quién llamarse canonista sin conocer los objetos del estudio teológico? Dirase que el foro que ocupa gran parte del estudio canónico es un objeto bastante separado para no interesar al simple teólogo y bastante extendido para formar una ciencia; pero, como quiera que se consideren estos juicios, o pertenecen al orden civil y entonces no son del resorte del estudio eclesiástico, que sólo por abuso se extendió a ellos o al orden, jerarquía y disciplina de la Iglesia, y entonces son del estudio de la religión.
Es de aquí que no pertenecen a nuestro plan estos estudios sino a una clase separada que los debe dar y recibir separadamente, arreglar su extensión, fijar sus límites y determinar sus métodos. No lo haría yo aun cuando tuviese las luces necesarias para ello porque no se tuviese a temeridad dictar leyes o dar consejos a una clase tan respetable y a una profesión tan distante de la mía… acaso hallará aplicable a este estudio el que se encargare de perfeccionar los de la Iglesia en los principios que estableciéramos acerca de la instrucción general.
Este estudio se distingue de todos los demás esencialmente… sus ciencias, si así pueden llamarse, ciencias de autoridad, cuando todas las demás, lo son de razón. El espíritu de investigación, que anima y cría las demás daña y pervierte a éstas. Jesucristo dejó consignado en el Evangelio los dogmas y la moral que dio a su Iglesia. ¿Cuál otra fue la fuente de las herejías y los errores que pervirtieron uno y otro, sino el prurito de investigar y discutir y sutilizar sobre uno y otro? El dogma es, sin disputa, revelado, pues la mayor parte de sus artículos son misterios: el cristiano debe creerlos y someterse a ellos. En el momento en que ose someterlos al criterio de su razón, ofenderá la santidad de su carácter.
La moral tiene, sin duda, su fuente en la razón. Ella contiene, por decirlo así, los acuerdos de la razón universal de todos los pueblos cultos. Los ignorantes y los sabios, los filósofos y los políticos, los han reconocido igualmente, y este común acuerdo prueba el origen de la moral, está en aquella luz divina con que el Criador alumbró la razón humana. He aquí la ley natural intimada al mundo. Jesucristo no vino a derogarla sino a cumplirla y confirmarla. No la aumentó, no la alteró, pero la sublimó, la santificó. Y como el no uso y el abuso de la razón pudieran alguna vez desconocer u ofuscar esta luz, Jesucristo la fijó en el Evangelio, esta obra sublime que, aun considerada como meramente humana, es la flor de la razón más ilustrada y el compendio de la más pura y santa filosofía.
Los preceptos de esta ley, sencillos para el indocto, sublimes para el sabio, son pocos, breves y claros, y fáciles a la comprensión, y provechosos en la ejecución para todos. ¿Qué es, pues, lo que pudo alterar y corromper esta moral? El mismo espíritu de investigación que quiso someterle a su criterio. Filósofos, políticos, heresiarcas, casuistas… quisieron someter la razón universal al juicio de sus abstracciones y la moral vaciló entre la impiedad y la relajación.

Referencia: 10-904-01
Página inicio: 904
Datación: 1796-1797
Página fin: 907
Lugar: Gijón
Ediciones: HUICI MIRANDA, V., Miscelánea de trabajos inéditos, varios o dispersos, Barcelona, 1931, págs. 273-278.
Bibliografia: FUENTES QUINTANA, E., «Una aproximación al pensamiento económico de Jovellanos a través de las funciones del Estado», en Economía y economistas españoles. 3. La Ilustración, dir. por
Estado: publicado