La primera fuente de prosperidad es la instrucción (Apuntamientos). Segunda Parte.

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Comienzo de texto: El estudio de la religión, necesario, debe ser general. Sus dos objetos, el dogma y la moral. Primero: la historia raciocinada de

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El estudio de la religión, necesario, debe ser general. Sus dos objetos, el dogma y la moral. Primero: la historia raciocinada de la autoridad que estableció el dogma. Segundo: el dogma mismo, sin discusiones. Tercero: las fuentes de la moral y sus artículos
Pero las ciencias eclesiásticas no pertenecen a la educación del hombre, sino a la del eclesiástico. Todas se deben reducir a los mismos artículos, pues que tienen el mismo objeto, y pues este es uno, la religión, no debe haber más que una ciencia. Es cosa ridícula haber hecho una ciencia separada del derecho canónico. ¿Cuáles son sus objetos? Las personas, las cosas, los juicios pertenecientes a la religión. Y bien, ¿no están todos comprendidos en el objeto general del estudio eclesiástico? ¿Quién se podrá llamar teólogo que los ignore? ¿Quién llamarse canonista sin conocer los objetos del estudio teológico? Dirase que el foro que ocupa gran parte del estudio canónico es un objeto bastante separado para no interesar al simple teólogo y bastante extendido para formar una ciencia; pero, comoquiera que se consideren estos juicios, o pertenecen al orden civil y entonces no son del resorte del estudio eclesiástico, que solo por abuso se extendió a ellos o al orden, jerarquía y disciplina de la Iglesia, y entonces son del estudio de la religión.
Es de aquí que no pertenecen a nuestro plan estos estudios sino a una clase separada que los debe dar y recibir separadamente, arreglar su extensión, fijar sus límites y determinar sus métodos. No lo haría yo aun cuando tuviese las luces necesarias para ello porque no se tuviese a temeridad dictar leyes o dar consejos a una clase tan respetable y a una profesión tan distante de la mía… acaso hallará aplicable a este estudio el que se encargare de perfeccionar los de la Iglesia en los principios que estableciéramos acerca de la Instrucción general.
Este estudio se distingue de todos los demás esencialmente… sus ciencias, si así pueden llamarse, ciencias de autoridad, cuando todas las demás, lo son de razón. El espíritu de investigación, que anima y cría las demás daña y pervierte a estas. Jesucristo dejó consignado en el Evangelio los dogmas y la moral que dio a su Iglesia. ¿Cuál otra fue la fuente de las herejías y los errores que pervirtieron uno y otro, sino el prurito de investigar y discutir y sutilizar sobre uno y otro? El dogma es, sin disputa, revelado, pues la mayor parte de sus artículos son misterios: el cristiano debe creerlos y someterse a ellos. En el momento en que ose someterlos al criterio de su razón, ofenderá la santidad de su carácter.
La moral tiene, sin duda, su fuente en la razón. Ella contiene, por decirlo así, los acuerdos de la razón universal de todos los pueblos cultos. Los ignorantes y los sabios, los filósofos y los políticos, los han reconocido igualmente, y este común acuerdo prueba el origen de la moral, está en aquella luz divina con que el Criador alumbró la razón humana. He aquí la ley natural intimada al mundo. Jesucristo no vino a derogarla sino a cumplirla y confirmarla. No la aumentó, no la alteró, pero la sublimó, la santificó. Y como el no uso y el abuso de la razón pudieran alguna vez desconocer u ofuscar esta luz, Jesucristo la fijó en el Evangelio, esta obra sublime que, aun considerada como meramente humana, es la flor de la razón más ilustrada y el compendio de la más pura y santa filosofía.
Los preceptos de esta ley, sencillos para el indocto, sublimes para el sabio, son pocos, breves y claros, y fáciles a la comprensión, y provechosos en la ejecución para todos. ¿Qué es, pues, lo que pudo alterar y corromper esta moral? El mismo espíritu de investigación que quiso someterle a su criterio. Filósofos, políticos, heresiarcas, casuistas… quisieron someter la razón universal al juicio de sus abstracciones y la moral vaciló entre la impiedad y la relajación.

Referencia: 13-388-01
Página inicio: 388
Datación: 1796-1797
Página fin: 390
Lugar: Gijón
Estado: publicado