Paráfrasis al salmo «Judica me, Deus»

Comienzo de texto

Comienzo de texto: ¡Gran Dios, a cuya voz se inclinan los ángeles del cielo, y obedecen los elementos en la tierra!: tu santa ley es obedecida por todas las criaturas que colocaste en ella, salvo que, siendo el hombre la más favor

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¡Gran Dios, a cuya voz se inclinan los ángeles del cielo, y obedecen los elementos en la tierra!: tu santa ley es obedecida por todas las criaturas que colocaste en ella, salvo que, siendo el hombre la más favorecida, es la única que, ingrata y rebelde a ti, la desobedece y quebranta. Tú, Señor, que la estableciste para su bien y su dicha, eres también el único que puede juzgar las culpas que contra ella se cometen. Ven, pues, Dios mío, y desde el trono de luz inmarcesible que tienes sobre el firmamento, vuelve hacia mí tus ojos, y mira el desamparo en que estoy, y la oscuridad y los horrores de que me han rodeado mis enemigos. Tú solo conoces, Señor, quiénes son, y cuánto son ensañados y poderosos, y cuánto soy yo débil y solo, y sin ánimo ni defensa para evitar su cólera. ¿A quién, pues, acudiré sino a ti, y a dónde buscaré apoyo sino en ti, Señor, que eres escudo y protección de los inocentes, y amparo y consuelo de los oprimidos?
Bien conozco, Dios mío, que nada se hace sobre la tierra sin el concurso de tu adorable Providencia, y por eso rendido a tus santos decretos, sufro con resignación y paciencia el peso de humillación y amargura que oprime mi alma. ¡Ah! ¡Cómo no le sufriré cuando recuerdo tantas y tan graves ofensas como he cometido contra ti, mi Criador, mi Redentor y Salvador misericordioso, las cuales, alejándome de ti, me hacen indigno de tu protección, y digno de más acerbas y durables penas! ¡Cómo no le sufriré, cuando en esta misma tribulación veo brillar tu misericordia, pues que me ofrece la dichosa ocasión de humillarme y padecer por ti, y de purgar alguna parte de mis culpas, y de purificar mi alma para que pueda un día parecer menos manchada ante tu divina presencia, y ser menos indigna de tu misericordia!
Pero, ¡oh buen Dios!, tú sabes que no son las culpas contra ti cometidas, y de las cuales tú solo eres el juez supremo, las que pretenden los hombres castigar en mí, que ni de ella hacen cuenta, ni por ellas fuera yo desagradable a sus ojos, antes bien me persiguen por culpas que ellos mismos han inventado, y que no he cometido ni conozco, y en que han buscado un pretexto para saciar su cólera. No pudiendo arrastrarme a sus consejos de iniquidad, han conspirado contra mí, y a falta de motivos, por oprimirme y perderme, su maldad los ha fraguado, buscando en la calumnia los que no hallaban en la verdad.
Judica me, Deus, et discerne causam meam.
Y en esta violación de todas las leyes divinas y humanas, ¿no podré yo, Dios mío, volverme a ti, Autor de toda ley y fuente de toda justicia y elegirte por Juez de mi causa? Ven, pues, Señor, y júzgala; y pues que nada se esconde a tu infinita sabiduría, cuya penetración conoce y ve hasta los más ocultos escondrijos de los corazones; ven, Señor, y registra y escudriña, así el mío como el de mis perseguidores, y júzgalos, y juzga esta causa con aquella imparcialidad con que has prometido juzgar a las justicias de la tierra.
De gente non sancta, ab homine iniquo et doloso erue me.
Pero entretanto, Señor, apiádate de mí, y no permitas que yo viva entre unas gentes que ni obedecen tu ley ni respetan tu santo nombre. Sácame de sus manos, adonde pueda yo adorarte y servirte en compañía de los que te reconocen y adoran; y sobre todo, sácame de las garras del hombre falso y malvado, que, sordo a la voz de la compasión y la humanidad, oye sólo la de mis perseguidores, para agravar noche y día la amargura de la situación en que me han puesto.
Quia tu es, Deus, fortitudo mea.
Así lo harás, Señor, porque tú eres mi único apoyo. Tú lo eras aun cuando mi alma andaba extraviada de los senderos de la virtud. Entonces, aunque agobiada con el peso de tantas culpas como contra ti cometía, todavía acostumbraba a volverse a ti, y te miraba como a su Dios y misericordioso salvador. Tú lo eres ahora más que nunca: ahora, que solo y abandonado de toda la tierra, y cercado de horror y de tinieblas, me sostienes y me haces hallar consuelo y reposo en el seno de la tribulación.
Quare me repulisti, et quare tristis incedo, dum affligit me inimicus?
¡Pero, Dios mío! yo veo que cuanto más sufro, tanto más crece la saña de mis perseguidores. Mi angustia se prolonga más y más cada día; y no viendo término ni salida a tanto padecer, mi alma desfallece, y está cerca de rendirse y ceder al peso de su tribulación. ¿Por qué, pues, Señor, me abandonas? ¿Por qué me has desechado y privado de tu santa protección? ¿Por qué permites que yo esté triste y abatido, cuando mis enemigos se ensañan y esfuerzan más y más en abatirme y afligirme?
Emitte lucem tuam, et veritatem tuam: ipsa me deduxerunt, et adduxerunt in
montem sanctum tuum, et in tebernacula tua.
¡Oh Dios mío! acude a mi socorro. Ven, y envía sobre mí aquella santa luz que me alumbró y fortificó desde el principio de mi tribulación. Haz que yo no la pierda jamás de mi vista, ni olvide aquellas santas verdades que me han sostenido en ella, haciéndome conocer que no hay otro mal en la tierra que el de ser desagradable a tus ojos, y que aquel a quien tú alumbras y a quien tú defiendes y proteges, no debe temblar, y nada tiene que temblar sobre ella. Esta luz y esta verdad son las que siempre me han conducido a ti. Tú sabes, Señor, que en medio de los errores y devaneos que me rodearon en mi juventud, y de la ciega docilidad con que los seguí en los senderos del placer y la disipación, ellas me guiaban continuamente hacia ti; me hacían acudir a tu santo templo a lavar mis culpas en las santas aguas de la penitencia, y acercarme, aunque indigno, a aquella mesa inefable, donde tu bondad divina distribuye el pan purísimo de los ángeles a los hombres frágiles y pecadores.
Introibo ad altare Dei, ad Deum qui laetificat juventutem meam.
Ahora, pues, Señor, que mi alma está necesitada de este pan celestial para fortificarse y unirse a ti, yo me acercaré, Dios mío, con más frecuencia a tu altar para recibir en él tan soberano alimento. ¡Oh Señor, y cuánta es tu bondad, pues que en medio de la tribulación me has dejado tan inefable consuelo! Tú no has permitido que mis enemigos me lo robasen. Ellos me han separado de la compañía de los hombres, porque sólo a los hombres temen…; pero no se han atrevido a privarme, Dios mío, de la tuya. Entrando en tu Santuario, allí te adoraré como a Dios de bondad y justicia; allí imploraré tu misericordia, y te pediré arrepentido y humillado el perdón de mis culpas; allí desnudaré el hombre viejo, afeado con las manchas del vicio; y adornado con las vestiduras de tu santa gracia, allí ¡oh mi Dios! rejuveneceré, y alegre y tranquilo emplearé el resto de mis días en bendecirte y adorarte.
Confitebor tibi in cithara, Deus, Deus meus; quare tristis es, anima mea, et quare
conturbas me?
Entonces, ¡oh Dios bueno! cantando tus misericordias, entonaré día y noche tus alabanzas, y en frecuentes himnos de gratitud y adoración, ensalzaré tu nombre santísimo, y recordaré tantos y tan grandes beneficios como he recibido de tu mano. ¡Oh alma mía!, he aquí la dicha que no pueden robarte los hombres. ¿Por qué, pues, te entristecen sus persecuciones? ¿Por qué te turba y aflige la cólera que desahogan sobre ti, cuando sabes que Dios es tu salvador, y que contra los que cubre el manto de su divina protección nada pueden los grandes y poderosos de la tierra?
Spera in Deo, quoniam adhuc confitebor illi, salutare vultus mei, et Deus meus.
Espera, pues, alma mía, y confía en tu Dios, que se dolerá de tu aflicción, y te librará de las garras de tus enemigos. Espera en tu Dios, que él te dará tiempo para que reconozcas y experimentes sus misericordias, y para que le confieses, y adores su santo nombre; y restituyendo a tu corazón la paz, y la alegría a tu semblante, creas que él será siempre para ti, como hasta ahora fue, tu Dios bueno y misericordioso.

Referencia: 01-306-01
Página inicio: 306
Datación: 1805
Página fin: 309
Estado: publicado