Plan General de mejoras propuesto al Ayuntamiento de Gijón

Comienzo de texto

Comienzo de texto: D. Gaspar Melchor de Jovellanos, del Consejo de Su Majestad en el Real de las órdenes, caballero de la de Alcántara, natural de

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D. Gaspar Melchor de Jovellanos, del Consejo de Su Majestad en el Real de las órdenes, caballero de la de Alcántara, natural de esta villa y actual residente en ella, con la debida atención a ustedes, representa que habiendo venido con real permiso a residir por algún tiempo en su casa paterna, tuvo la satisfacción de que por Su Majestad y señores del Real Consejo de Castilla se le encargase concurrir a la Junta formada de su orden para el arreglo de las providencias previas a la apertura de la nueva carretera de comunicación desde esta villa a la capital de Oviedo, y que se previniese a la misma Junta que todas las que tomase fuesen con acuerdo mío.
Este encargo dio desde luego al que representa una oportuna ocasión de manifestar a esta villa el ardor con que se interesa en su bien y felicidad, porque siendo el objeto de su comisión uno de los que más pueden contribuir a uno y otro era preciso que sus desvelos, dirigidos al mejor desempeño de aquel encargo cediesen en beneficio y utilidad de su patria. Por esto, desde su llegada a este país hasta el día, no cesó un instante de promover la apertura de la citada carretera con el mayor calor y sin perdonar molestia ni fatiga, pudiendo ofrecer una prueba de su misma actividad en la presteza con que se ha empezado a trabajar en las dos primeras medias leguas desde Gijón y Oviedo, la mayor parte de las cuales estará acabada para el próximo San Martín.
Se hubiera contentado el que representa con manifestar por este medio su amor a esta villa, si el ardiente deseo que tiene de concurrir a su felicidad, no le hubiese inclinado a promover otros objetos en que no estriba menos la esperanza de conseguirla.
Por esto, tampoco ha dejado desde su arribo de discurrir y proponer diferentes medios de aumentar la población, la industria y el comercio de esta villa, ni de mover y persuadir a sus vecinos y naturales a que los abrazasen y emprendiesen, pudiendo lisonjearse de que la mayor parte de ellos han merecido la aprobación y aun el aplauso de muchas personas igualmente interesadas que el suplicante en las ventajas y utilidad de Gijón.
Sin embargo, como la residencia del que representa en esta villa debe ser muy corta, y faltando de ella sería difícil que pudiese influir eficazmente en la ejecución de sus designios, le ha parecido proponerlos a ustedes con toda claridad y distinción para que tomándolos en consideración resuelvan lo que fuere más conforme a sus prudentes máximas y al celo con que siempre han promovido el bien de esta villa.
Cuando un país cualquiera piensa en su mejoramiento, exigen la razón y el buen orden que antes trate de remover los estorbos que se oponen a él, que de promover los medios que puedan asegurarlo. Nuestra villa, conducida por esta sabia máxima, trató primero de separar los inconvenientes que se oponían a la franqueza y seguridad del puerto y después de librar la parte oriental de la población de las ruinas que frecuentemente causaban las arenas traídas por el Nordeste. El primer objeto se ha conseguido casi enteramente con la construcción del nuevo muelle y limpia de su dársena, en que se está trabajando y en el segundo se ha logrado una considerable ventaja con el paredón de San Lorenzo, que acaba de construirse. Con todo, la experiencia ha manifestado ya que para el logro de este objeto son aún necesarias otras mayores y más seguras precauciones.
En efecto, ni la villa está enteramente libre de las arenas, pues entran todavía por el boquete que forma el extremo del paredón, ni la inmensa porción de ellas que se halla amontonada dentro de la línea del mismo paredón y se mueve frecuentemente de una a otra parte, llevada ya por el vendaval y ya por el nordeste, deja de amenazar mucha ruina a las casas y edificios inmediatos. Es, pues, indispensable buscar algún medio más seguro de librar esta hermosa población de tan próximo y temible enemigo.
No lo es menos el mar por la misma parte oriental de la villa, que todavía no está bien defendida de él especialmente en el paso indispensable y frecuente que va a la iglesia, por lo cual parece necesario pensar también en algún medio de librar esta parte de la población de los riesgos que la amenazan.
Por lo que toca a este último no aparece otro remedio que el de reparar el antiguo paredón desde la Peña de Santa Ana hasta donde hace frente a la capilla de los Valdeses, y construir otro nuevo que arranque de este sitio hasta unir con el que acaba de hacerse cercando enteramente el mar por toda la parte oriental de la actual población.
Pero para librar enteramente nuestro pueblo de las arenas hay otro medio que sobre ser más sencillo, seguro y menos costoso, ofrece a la villa otras ventajas que bastarían por sí solas para hacerlo adoptar.
Redúcele primeramente este medio a cercar la villa con una simple tapia o pared seca que corra desde el extremo del nuevo paredón de San Lorenzo, por delante de la capilla de Begoña, hasta unir con la puerta que se va a colocaren el extremo de la calle Corrida, cuya defensa, aunque no fuese de grande elevación, libraría para siempre la mayor parte de la villa de las arenas del nordeste.
Hecha ya la cerca, quedaría dentro de ella un considerable espacio, lleno por la mayor parte de arenas sueltas amontonadas, de que sería preciso librar a la villa por otros medios, y aunque para esto hay dos, a saber, que los carros del concejo saquen precisamente estas arenas y los peones destinados a la limpia de la dársena hagan la misma faena en las horas en que cesasu trabajo, como estos medios son demasiado lentos y no del todo seguros, parece preciso recurrir a otro que no esté expuesto a iguales inconvenientes.
El que parece más acertado sería repartir todo este terreno en diferentes suertes y porciones, y adjudicarlo a las personas que quieran tomarlo bajo de un canon moderado en favor de los propios de la villa y sin más pensión que la de cerrarlo desde luego de piedra seca, con facultad de destinarlo a huertas, prados, edificios o lo que tuvieren por más conveniente, con tal que guardasen siempre la forma y orden de las líneas, que deberían tirarse y estacarse antes del repartimiento.
Aunque habría mucha diferencia en la calidad de las suertes repartidas por este método, pues las unas estarían libres de arena y las otras contendrían grandes montones de ella, no por eso debería ser diverso el canon señalado a sus poseedores, sino que, para compensar el mayor dispendio de los que tomasen las últimas, se los podría dispensar de toda contribución por seis, diez o quince años, de forma que pasados estos plazos el canon fuese igual en todos, sin más diferencia que la que fuese respectiva a la extensión de las suertes.
Este repartimiento de suertes y delineación del terreno debería hacerse de manera que no sólo contribuyese a conservar, sino también a mejorar la forma actual del pueblo. A este fin, la primera línea deberá seguir rectamente desde el frente de la casa de Rectoría y huerta de D. Antonio Rocandio, hasta tocar en la cerca proyectada; la segunda y tercera, desde la esquina de las casas que viven D. Juan García Jovellanos y D. Juan Bautista González hasta la misma cerca; y las restantes, en continuación de las calles que median entre la de San Bernardo y la Corrida, de forma que todas se extendiesen hasta la cerca, sin desvío alguno de la debida rectitud.
Puede ser que nos engañen las esperanzas que hemos concebido de los aumentos de esta villa, pero si por casualidad se verificasen, su población no podría extenderse por otra parte que por la de que estamos hablando. Entonces, qué magnificencia no resultaría a la villa de esta porción de largas y derechas calles, llenas de buenos edificios. Y mientras llega o no este dichoso día, ¿cuánto se ganaría en ver todo este espacio lleno de prados y huertas y libre ya de la molestia y riesgos que causaban las arenas? Pero volvamos a nuestra idea.
Hecha esta división quedaría aún una gran porción de terreno descubierto desde la primera línea que señalamos a la orilla del paredón, y parece que convendría formar en ella otra buena calle, colocando una acera de casas frente a las huertas o edificios que corriesen desde la espalda de la de D. Antonio Rocandio hasta la nueva cerca. Pero esta calle, a diferencia de las demás, debería ser enteramente cerrada y sin salida a la parte del paredón, para que las arenas no tuviesen entrada alguna en ella y los edificios de aquella parte abrigasen el resto de la población de los nordestes.
Todas las demás nuevas calles deberían cortarse por otras que corriesen de Oriente a Poniente en debidas distancias, y en el centro de ellas se podría señalar una nueva plaza, respecto de que la actual, sobre ser muy reducida para tanta población, quedaría a mucha distancia de los extremos de ella. Para este fin, ningún sitio sería más oportuno que el medio de la gran calle que debe señalarse en continuación de la de San Bernardo, de forma que, pasados los dos últimos edificios que hoy existen en ella, se encontrase luego la plaza, cuya situación quedaría entonces a igual distancia de los extremos de la villa.
No es posible pensar en una buena plaza para Gijón sin que se ofrezca a la imaginación el deseo de poner en ella uno de aquellos adornos que al mismo tiempo que contribuye sea hermosearla, perpetuaría la memoria de un héroe a cuyas virtudes deben la mayor veneración, y un eterno reconocimiento, no sólo esta villa, sino también toda la monarquía de España. Hablo de una estatua de don Pelayo, monumento que todavía no debió aquel rey a la nación que redimió de la esclavitud y que acaso no tendrá jamás si la gratitud de los asturianos no se lo consagra.
Lo que dejo expuesto hasta aquí es respectivo a seguridad, extensión y adorno interior de la población, pero todavía resta que proponer por lo que toca a su adorno exterior.
En este adorno será muy conveniente conciliar en cuanto sea posible la utilidad con la hermosura. Con esta idea debería pensar la villa, ante todas cosas, en plantar de pinos todo el arenal que se extiende desde el extremo del nuevo paredón, y fuera de la cerca proyectada, hasta San Nicolás, y desde la orilla del mar hasta las caserías de Ciares. Este pensamiento es de más fácil ejecución que parece a primera vista y, una vez logrado, produciría a la villa ventajas increíbles. Lo primero, porque en este espacio podrían criarse un millón de pinos que harían un excelente propio para la villa. Lo segundo, porque estorbarían el curso libre de las arenas, librando del riesgo que amenaza a todas las tierras y posesiones de los particulares que están sobre el mar. Lo tercero, porque fijarían y agramarían el suelo, proporcionando en los claros algún pasto para los ganados comuneros. Y lo cuarto, porque hermosearían las avenidas y caminos que vienen por aquella parte a la villa, y darían a los que transitan por ellos un abrigo contra las inclemencias del sol y de los vientos.
Este pensamiento podría extenderse también al otro extremo de la villa que se halla combatido del vendaval, pues aunque allí los arenales son más reducidos, todavía podrían admitir un número considerable de pinos desde el extremo del paredón de Poniente hasta Natahoyo, y contribuid el mismo modo a la hermosura y seguridad de la villa.
El costo del plantío de estos pinares no podrá ser muy grande, respecto a que deben ponerse de semilla, sembrándolos a granel en sus debidas estaciones. Al principio sólo se debe aspirar a formar un bosque de ellos, pero una vez presos sería fácil entresacarlos, dejando sólo las plantas más robustas, tanto para que éstas pudiesen crecer libremente, cuanto para que su misma espesura no perjudicase al pasto ni al adorno y seguridad de la población.
Estos plantíos serían de gran utilidad a la villa, pero hay otros que, aunque sólo servirían a su adorno, merecerían también ser promovidos con especial cuidado. Hablo de los árboles de puro recreo, que deben ponerse a la orilla de los paseos y caminos para hermosearlos.
En esta parte lleva Gijón muchas ventajas a otros pueblos por la buena proporción que tiene para lograr fácilmente estos plantíos. El terreno es de los más oportunos, especialmente para tales y tales árboles, y su misma profundidad, extendida del uno al otro mar y desde la villa a Contrueces, ofrece una situación la más ventajosa para hacer inmensos plantíos, que serían para la villa de una hermosura y aun de una utilidad imponderable.
Me parece que por ahora sólo se deberá pensar en poner álamos blancos, por ser preferibles a otros por muchas razones. La primera, porque es árbol que se pone de vara y sirve al mismo tiempo de vivero. La segunda, porque prende fácilmente y viene más pronto que otros árboles, y la tercera, porque se logra plantado en los arenales lo mismo que en los sitios húmedos y pantanosos.
Los sitios en que deberían ponerse estos árboles son bien conocidos; sin embargo, los señalaré, al menos para indicar el orden con que deberán adornarse. La plazuela que se está construyendo fuera de la nueva puerta de la villa merece ser coronada de dos filas de álamos y una de ellas deberá continuar por una y otra orilla de la nueva carretera hasta la torre de Roces. Otras dos filas deberían ponerse en el paseo del Humedal, empezando desde las Figares y continuando hasta Contrueces. También deberán coronarse de árboles las dos zanjas principales que atraviesan el Humedal desde el monte hasta el mar, no tanto para adornarlas cuanto para esconderlas, pues suelen ser poco agradables a la vista y aun al olfato. Las orillas de los prados y heredades del público y particulares también podrían adornarse con árboles, y la villa debería dar el primer ejemplo plantando las de los suyos y animando a los demás propietarios a que hagan otro tanto.
A la parte del paredón de San Lorenzo pudieran también ponerse diferentes líneas de árboles; pero principalmente una que loguarneciese por toda su orilla y continuase desde su extremo hasta la iglesia. Las demás podrían repartirse a cordel en el espacio que quedaría desde la orilla del paredón hasta la nueva calle que debe formarse a espaldas de la de San Lorenzo.
Ni deberá contentarse la villa con estos plantíos, puesto que tiene otros muchos sitios donde pudiera poner también gran cantidad de árboles. Uno de ellos es el monte de Santa Catalina, que pudiera coronarse con dos filas dobles que empezasen desde la rampa que sube del muelle a la Casa de las Piezas, y, corriendo por toda la cuesta del norte, bajasen hasta la iglesia parroquial, abrazando todo el pueblo; y, además, pudieran ponerse otras dos filas, formando un paseo desde la espalda de convento de las monjas hasta la misma capilla de Santa Catalina, y formando delante de ella una ancha y hermosa plazuela.
Los que no están acostumbrados a semejantes adornos tendrán acaso por extravagantes mis ideas; pero yo les ruego que consideren que los árboles no sólo contribuyen a la hermosura, sino también a la riqueza de los pueblos; que hacen abundar en ellos la leña y madera de construcción; que los libran de las inclemencias del sol y de los vientos; que purifican, templan y refrescan los aires destemplados del invierno y verano; y, finalmente, que dan una idea a quien los ve de que el orden y la buena policía reinan en los pueblos donde abundan. Este es el modo de pensar de todas las personas de buen gusto, y cuando no estuviese confirmado con el ejemplo de todos los pueblos cultos de Europa, bastaría para autorizarlo la inclinación del rey nuestro señor a los plantíos, pues puede asegurarse que desde que entró al gobierno de esta monarquía se han plantado de su orden muchísimos millones de árboles para adorno de su Corte y Sitios Reales.
Otra especie de adorno está olvidada en nuestra villa, que debe ser también objeto de su celo. Ningún pueblo del Principado ha logrado ver acabado en su recinto tantos ni tan considerables edificios, y sin embargo no se ve en todos ellos una sola inscripción que pueda testificar a la posteridad el tiempo en que se ejecutaron. Los monumentos que nos restan de la antigüedad prueban cuán cuidadosos fueron los romanos, los griegos y aun nuestros primeros reyes de Asturias en conservar por este medio la memoria de los sucesos y de las obras dignos de ella, y cuando esto no bastase para movernos a su imitación, debería bastar la Real Orden expedida en el año pasado de 1778, por la cual se manda que en cualquier obra pública que se ejecutare se levante una pirámide y ponga en ella una inscripción que exprese el tiempo en que fue construida y el fondo de que fue costeada. Seríamos, pues, culpados de omisión si en nuestras obras públicas no se colocasen semejantes monumentos; con este objeto tengo el honor de presentar a ustedes las adjuntas cuatro inscripciones. La primera para la obra del muelle, que se podrá colocar en la traviesa de la nueva dársena. La segunda para la nueva puerta. La tercera para la fuente principal de la villa. Y la última para que esté reservada por si algún día logra Gijón tener una estatua del ilustre héroe de la nación, el buen rey don Pelayo.
Estas son las ideas que me ha sugerido el amor que profeso a mi amada patria y las que deseo depositar en ustedes, que están destinados por la Providencia al gobierno de ella. Gijón se halla hoy día en proporción de aumentar considerablemente su comercio y su industria y, por consiguiente, su población. Ningún medio será más seguro para conseguir uno y otro que el de atraer a sí las personas de caudal para que fijen aquí su residencia, como harán seguramente cuando a las proporciones que le da su puerto, que sobre ser el único habilitado para el comercio de América, es sin disputa el mejor del Principado, se junten los atractivos que le añadirán las obras que dejo propuestas y otras que aún pueden ejecutarse. Por fortuna, no he formado yo unos proyectos aéreos de difícil ejecución ni de un inmenso costo. Cuantos van indicados pueden verificarse en pocos años si hay algo de celo y constancia en la ejecución de ellos. Estas dos prendas las espero yo de V. SS., porque, habiéndolas acreditado hasta ahora en otros objetos de menos importancia, no podrán faltarles para los que dejo propuestos, que tanto pueden contribuir a la pública felicidad. Sobre todo, yo tendré siempre el consuelo de haberlos manifestado a ustedes dando en esto a mi patria un testimonio de cuánto me intereso en sus aumentos y de que no dejaré de contribuir a ellos, según mis facultades, desde cualquiera destino en que me colocare la Providencia.
Nuestro Señor guarde a ustedes muchos años, como deseo Gijón y agosto, 30, de 1782.
Gaspar Melchor de Jovellanos.
INSCRIPCIONES
Para la traviesa de la dársena
Regnante Ferdinando VI. Optimo Pricipe
Provincia Asturiensis œre propio
demolito vetere, novum portum extruxit
Fœliciter imperante Carolo III P. P. ampliavit
perfectumque reddidit,
Anno D. M. DCCLXXXII.
[Bajo el reinado de Fernando VI, excelente príncipe, la provincia de Asturias, derribando el viejo, levantó con su dinero un nuevo puerto, lo amplió felizmente bajo el gobierno de Carlos III P. P. y lo concluyó en el año 1782].
Para la puerta nueva
Annuente Carolo III P. P.
Provincia Asturiensis, tributo sibi imposita
viam hanc, á mari ad ovetum aperuit
comercio, ac utilitati incolarom consulens.
A. D. M. DCCLXXXII.
[Con el asentimiento de Carlos III P.P., la provincia de Asturias, con un impuesto que estableció para sí, abrió este camino del mar hacia Oviedo para el comercio, mirando por el provecho de sus vecinos, en el año 1782].
Para la fuente principal
Senatus Gegionensis,
Populum inopia aqua laboreantem
gravatis sicera, vinoque
patrio, celo
duplici fonte dittavit.
A. D. M. DCCLXX.
[El consejo de Gijón, al pueblo que trabaja con escasez de agua, saciados de sidra y de vino patrio, enriqueció con una fuente doble en el año 1770].
Para la estatua de don Pelayo
Infans Pelagius
è gothorum samguine regum
Hispanicæ libertatis, religionisque restaurator.
S. P. Q. G.
Regali civi donum dedit.
[El infante Pelayo, de sangre de los reyes Godos, libertador de España y restaurador de la religión. El consejo y el pueblo de Gijón, a su ciudadano real, conceden esta ofrenda].

Referencia: 09-213-01
Página inicio: 213
Datación: 30/08/1782
Página fin: 224
Lugar: Gijón
Estado: publicado