Proposición presentada por Jovellanos a la Real Sociedad Patriótica de Sevilla y su reinado, sobre la fundación de una Sociedad Económica en la ciudad de Cádiz

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Señores directores y socios de la Real Sociedad de Sevilla: Convencido de la grande utilidad que podrá resultar al público de que se verifique el establecimiento de Sociedades Económicas en las principales ciudades de este reinado, según lo dispuesto en el título catorce y diez y seis de nuestros estatutos, me ha parecido muy conforme a mi obligación y al deseo que me anima de procurar el mayor bien de nuestro cuerpo, hacerle presente que nada será más conforme a aquella idea, ni de más notoria importancia, que solicitar por todos los medios posibles, que un establecimiento tan benéfico tenga efecto en la ciudad de Cádiz. Las actuales proporciones de aquella ciudad para el comercio y la opulencia que ha debido al mismo en este siglo, la hacen digna, por una parte, de la primera atención del Gobierno, y, por otra, del primer objeto de nuestros desvelos, porque estándonos encargado examinar el estado de nuestro comercio y los medios de aumentarle, facilitarle y promoverle en todo este reinado, y debiendo extender nuestras especulaciones a todos los ramos que comprende, y a todos los pueblos de donde y a donde se hace, ¿cómo podremos olvidar a una ciudad en que reside tan gran parte de nuestro tráfico? Ora consideremos a Cádiz como el canal por donde fluyen todos los efectos que enviamos a las Indias, y a donde vuelven necesariamente el oro y la plata de nuestras minas, que han de circular después por toda la nación; ora le miremos solamente como un pueblo a quien el arte, la naturaleza, el tiempo y la fortuna han dado tantas proporciones para hacer con ventajas el comercio de todo el mundo, es siempre constante que Cádiz deberá ser uno de los primeros asuntos de nuestras especulaciones, so pena de que estas sean estériles y vanas, a lo menos en cuanto a comercio.
Pero ¿cómo podrá ser Cádiz objeto fijo de nuestro estudio y de nuestros desvelos si no se erige allí un cuerpo que íntimamente unido con el nuestro y animado del mismo espíritu, del mismo celo público y de las mismas ideas, nos ayude eficazmente en la penosa tarea que nos está encargada? ¿Por qué otro conducto lograremos las noticias ciertas, las relaciones puntuales y los exactos documentos que deben asegurar nuestros cálculos? ¿Quién se encargará allí de adoptar las verdades que produzcan nuestras especulaciones, de asegurarlas con experiencias, de demostrar al público su utilidad y de inclinarle a que las abrace sin repugnancia?
Es, pues, indispensable que se trate de erigir en Cádiz un cuerpo que en uno con nosotros, se consagre al examen de los objetos que merecen su primera atención, cuales son el comercio y la navegación mercantil.
El estudio de la agricultura sería inútil en una ciudad situada sobre el mar y rodeada de rocas y arenales. Las artes y la industria no pueden tampoco prosperar en un pueblo donde abunda tanto el dinero y donde el alto precio de las cosas necesarias para la vida hace casi imposible la subsistencia de las fábricas y de los artistas; pero podrá subrogarse a estos objetos el fomento de las pesquerías, que pueden hacer un ramo no despreciable de industria, acomodada a la situación y proporciones de aquella ciudad, de forma que, según esta idea, la Sociedad de Cádiz pudiera componerse de tres clases o comisiones: una, que entendiese solamente en el comercio; otra, en la navegación, y la tercera, en las pesquerías. Bien que si el número de las personas que se agregasen a este nuevo cuerpo fuere muy escaso, entonces convendría reducirle a una sola comisión que abrazase con generalidad el examen de todos tres objetos.
Nadie ignora que el primero de ellos es el que deberá ocupar principalmente a la nueva Sociedad. Cuando este cuerpo patriótico fije la vista sobre el vastísimo comercio que se hace desde Cádiz a todas las partes del globo, y cuando examine los varios rumbos por donde los particulares comerciantes giran sus empresas, es forzoso que tropiece con algunos inconvenientes que la misma utilidad de los individuos produce a la nación. El remedio de estos inconvenientes o de los abusos que los causan, ni se debe exigir, ni se puede esperar de los particulares. Cada uno de estos tratará solamente de hacer con más ventajas sus negociaciones, y el bien general del Estado no entrará jamás en los cálculos que forme para determinarlas o para dirigirlas.
Si este remedio puede venir de alguna parte, será, sin duda, de una asociación de hombres celosos que tengan siempre abiertos sus ojos sobre el bien general, y esta es la gloriosa tarea que deberá ocupar continuamente a la Sociedad gaditana.
Sea lo que fuere del comercio de los particulares, ello es constante que el comercio de una nación no puede prosperar si no se hace sobre un sistema constante y bien ordenado. Este sistema se debe arreglar por el Gobierno, porque las especulaciones del particular comerciante, lejos de conspirar a mantenerle, sólo se dirigen, como dice el sabio Condillac, a destruirle poco a poco. Por esto, la nueva Sociedad deberá velar continuamente sobre la conservación de este sistema, tratar en hacerle compatible con la utilidad de los particulares, observar los abusos que pueden destruirle, investigar la causa y la raíz de los males y descubrir los remedios más eficaces y oportunos. Lo demás toca al Gobierno, en quien reside la plenitud de autoridad y de poder, necesarios para consumar la curación.
Erigida en Cádiz la nueva Sociedad, podrá establecer una correspondencia activa y pasiva con la nuestra, comunicándole sus observaciones y adelantamientos y adoptando los que acá se le dirijan. Unidas las dos por un mismo vínculo de celo y patriotismo, conspiren de acuerdo a solicitar con ardor y constancia el bien general y utilidad de la nación.
En cuanto a la forma del cuerpo, previene el título 16 de nuestros estatutos lo que deba observarse. Otras muchas prevenciones pudieran hacerse para dar al nuevo cuerpo su existencia; pero todas se podrán arreglar en mejor tiempo, de acuerdo de ambos cuerpos, si la idea que va propuesta tuviese el efecto deseado.
Entre tanto, puedo anticipar a nuestra Sociedad la gustosa noticia de que esta proposición no será mal admitida de los ilustres gaditanos. Yo he conferido en mi último viaje a aquella ciudad con algunas personas celosas e instruidas, cuyos ánimos hallé muy inclinados a abrazar este utilísimo pensamiento. Pudiera nombrarlos aquí, y aun hacer el elogio de sus talentos y buenas calidades, si su propia modestia no me impusiese silencio. El curso ordinario de los sucesos descubrirá sus nombres y les dará toda la gloria a que son tanto más acreedores cuanto menos la buscan.
Lo que no podría callar sin ofensa del amor que profeso a nuestra Sociedad es que estoy asegurado de la protección del excelentísimo señor conde de Gerena en favor de esta idea. En mi último viaje tuve el honor de proponérsela a boca, y no sólo la oyó con extrema complacencia, sino que la honró también con su distingida aprobación, ofreciéndose a interesar su poderosa y autorizada intercesión para verificar una idea tan útil a entrambos pueblos. Pero aun sin estas seguridades, ¿qué no pudiéramos esperar de su generoso corazón? Igualmente en el bien de esta ciudad a quien debió su cuna, y en el de aquélla, fiada por el soberano a sus desvelos, obligado como buen patriota por el ejemplo de los ilustres individuos de su familia, y, lo que es más, inclinado naturalmente a hacer bien y acostumbrado a sacrificar todos los instantes de su vida al bien y a la felicidad de nuestra patria, ¿cómo pudiéramos dudar un solo instante de sus buenas disposiciones en este punto?
Concluyo, pues, suplicando a la sociedad se digne acordar sobre esta proposición lo que tuviere por más oportuno, que en mi dictamen será lo siguiente:
Que se escriba carta al excelentísimo señor conde de Gerena con remisión de la antecedente proposición y del acuerdo que la Sociedad se sirviere hacer sobre ella, por certificado, y asimismo de un ejemplar impreso de los estatutos, suplicando rendidamente a S.E. se digne convocar a todos los señores socios honorarios, de número y correspondientes que se hallaren residentes en Cádiz, como también a las demás personas que S.E. tuviere por conveniente, y, convocados, se servirá S.E. por sí, o por medio de la persona que fuere de su mayor satisfacción, hacerles presente los deseos de nuestra Sociedad, relativos al establecimiento de otra en aquella ciudad y contribuyendo con su celo, influjo y poderosa intercesión al logro de este objeto; que al mismo tiempo se escriban cartas a la muy noble ciudad de Cádiz y al señor presidente del Tribunal de la Contratación, suplicándoles igualmente que, en continuación de su celo por el bien público, se dignen proteger el establecimiento de una idea en que tanto se interesa la gloria y la utilidad de ambas ciudades.
Sevilla y mayo, 21 de 1778.
Don Gaspar de Jovellanos.

Referencia: 10-431-01
Página inicio: 431
Datación: 1778
Página fin: 434
Lugar: Sevilla
Destinatario: Real Sociedad Patriótica de Amigos del País de Sevilla
Manuscritos: Archivo de la Sociedad Patriótica de Amigos del País de Sevilla, caja 7 Archivo Municipal de Sevilla, Sección Conde de Águila, libros en cuarto 21-22.
Ediciones: ANES, G., «La fundación de las Sociedades Económicas de Amigos del País: un testimonio de Jovellanos», Moneda y Crédito, n.º 114, 1970, págs. 65-73.
Bibliografia: AGUILAR PIñAL, F., «La Sociedad Económica de Sevilla en el siglo XVIII», en Las Reales Sociedad de Amigos del País y su obra, San Sebastián, 1972, págs. 317-339.
Estado: publicado