Representación al ministro de marina sobre las nuevas obras del puerto de Gijón

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Excelentísimo señor:
Muy señor mío: Cuando vuecelencia estaba para partir a San Ildefonso, tuve el honor de hablarle dos palabras acerca del expediente del puerto de Gijón. Mi deseo no era entonces otro que prevenir su ánimo contra las impresiones de los muchos enemigos que este puerto tiene en el Principado; y ciertamente que me abstendría de causar a vuecelencia ulterior molestia, si no creyese que comunicándole las noticias que tengo en la materia hacía un obsequio a su justificación, siempre propensa a conocer la verdad para abrazarla.
Esto sólo me mueve a escribir a vuecelencia la presente carta. Sé que me juzgará interesado en el asunto, y seguramente lo soy. Pero como mi objeto se reduce a exponer sencillamente algunos hechos que constan del expediente de estas obras pendiente en el Consejo, espero que su verdad me pondrá a cubierto de cualquiera sospecha de parcialidad.
Además de que se trata un punto en que no sólo es interesado Gijón, sino todo el Principado de Asturias. La villa no fue parte en la dirección de estas obras hasta que, desatada la envidia contra ellas, se vio forzada a sostenerlas. Ahora se interesa en lo mismo el bien general de la nación y éste es otro título que me autoriza a molestar la atención de vuecelencia.
Para hablar de las obras del puerto de Gijón con algún orden, referiré mis reflexiones a los puntos en que sus enemigos las atacan, que son los siguientes: 1. º que nunca fueron necesarias; 2. ° que son del todo inútiles; 3. ° que debieron acabarse en 1772. A todo procuraré satisfacer separadamente.
1. ° Antes de 1750 el muelle de Gijón se hallaba en el más deplorable estado. Su construcción había sido originalmente débil y defectuosa. La cabeza de mar cubría de tal manera la de tierra, que las embarcaciones sólo podían entrar remolcadas y con evidente riesgo. La dársena era tan estrecha que sólo podía admitir de treinta a cuarenta embarcaciones; tan baja que, cubierta con las aguas en tiempos de mareas vivas, se vieron nadar sobre su barbacana los buques que contenía; y tan abierta que, sobre inundar frecuentemente la población, obligaba a sacar al seco los barcos menores para guarecerlos contra los temporales. Finalmente, los paredones del muelle, hechos de malos sillares, corroídos del tiempo y la broma, desembetunados y sólo rellenos con cajones de tierra que habían disipado las aguas filtradas, se habían quedado enteramente canos y huecos y estaban expuestos a próxima ruina.
Verificose con efecto en 1750. Un temporal deshecho levantó tanta mar, que derribó la mitad del paredón de tierra, dejando destruido el muelle, abierta la dársena, e inutilizando casi enteramente el puerto.
Entonces fue cuando la villa comisionó a mi padre para que viniese a la Corte a solicitar no sólo su reedificación, sino también en restitución a mejor y más segura forma. El favor que debió al buen marqués de la Ensenada, sus buenos talentos, sus activas solicitudes, y más que todo la justicia de su causa, le aseguraron el logro de esta empresa, resuelta felizmente en 1752. En este año pasó comisionado por su majestad a Gijón el ingeniero don Tomás Odali, y bajo de sus planos y dirección empezaron y continuaron las obras principales hasta 1759, en que su majestad le destinó a Puerto Rico.
Esto me parece bastante para justificar la necesidad de las nuevas obras. Oiga vuecelencia ahora lo que justifica su utilidad.
2. º Combátenla los enemigos de Gijón, tanto por la mala calidad del puerto, como por la inutilidad de las mismas obras, pero vuecelencia va a ver con cuán poca razón.
Ciertamente que Gijón no se puede comparar a los mejores puertos de España, que tiene sus defectos debidos a la naturaleza de la situación, y que ni el arte ni el poder son capaces a hacer de él un puerto completamente perfecto. Pero con todo, no sólo se puede asegurar que es un buen puerto, sino también que es el mejor de toda la costa de Asturias, y acaso de Cantabria. Esta aserción está comprobada con el expediente del Consejo, con los respetables testimonios del excelentísimo señor don Jorge Juan, don José Beanes y don Diego Guiral, con los de los ingenieros don Tomás Odali y don Gregorio Espinosa de los Monteros, con los de los arquitectos don Marcos Bierna, don José Pérez de Hoyos y don Ventura Rodríguez, y en fin, con las instancias del mismo Principado, que siempre los expuso así cuando el espíritu de partido no había corrompido todavía los dictámenes de sus representantes.
Pero no pretendo que vuecelencia ceda a la autoridad; dejo sólo que triunfe la razón. Por eso diré brevemente cuáles son las circunstancias de este puerto:
Tiene primeramente una rada o concha de las más extendidas, pues se dilata por espacio de una legua de levante a poniente entre las puntas de Torres y Santa Catalina, y de dos millas desde el norte hasta la orilla meridional; de las más acomodadas, pues cala desde ocho hasta diez y seis brazas de agua; de las más limpias, pues está libre de bancos, bajíos, rocas y rabiones, y es apta para dar fondo por toda ella; y, finalmente, de las más seguras, pues está defendida de la mayor parte de los vientos y no sufre rompezón alguna fuera de la barra. De forma que no sólo pueden arribar y abrigarse en esta concha los buques sueltos que surcan aquellos bravos mares, sino también escuadras enteras, de que dio un buen ejemplo el célebre general de Marina Pedro Menéndez de Avilés con la formidable y desgraciada escuadra que pereció sobre las costas de Inglaterra en tiempo de Felipe II.
La barra de este puerto, por su estabilidad, por su limpieza, por su anchura y por su fondo, es ciertamente de las más capaces y menos peligrosas. Tiene, según el sondeo hecho por don Diego Guiral en 1772, once pies de agua en baja mar y de veinte y seis a veinte y siete en pleamar de mareas muertas, y en las vivas sube desde treinta hasta treinta y seis pies. Además de esto, es susceptible de la perfección y mejoramientos que propone el mismo oficial y de que vuecelencia podrá informarse de su declaración.
La entrada del muelle se ha perfeccionado notablemente con las obras nuevas, y el respeto debido al dictamen del excelentísimo señor don Jorge Juan, que aprobó altamente la obra de un contramartillo en la cabeza de mar, me hace creer que podría recibir aún mayor perfección si se adoptasen sus proposiciones. Los buques entran a la vela sin necesidad de remolque.
No se citará ejemplar de ningún descalabro padecido en la entrada que se deba atribuir a su construcción. La nimia confianza, la impericia o la codicia de algún patrón inexperto y privado voluntariamente del auxilio del práctico, pudo dar ocasión a alguno; y a estas causas solas se debe atribuir un ejemplar acaecido pocos años ha, que fue grandemente cacareado por los enemigos de este puerto.
Su nueva dársena, que tiene en el día una mitad más de ancho y un tercio más de largo que la antigua; que con la limpia que se va ejecutando en las mareas vivas ha ganado de cuatro a cinco pies, y ganará hasta siete de más fondo; que con el derribo de la traviesa y corte de los tetones puede contener con seguridad doscientos buques de trescientas toneladas, y aun de seiscientas si fuesen de construcción plana; y en que hay un buen astillero para construcción, buenos y seguros acostaderos y amarraderos para el uso de la pesca, descarga y acarreo, es sin duda de las obras más recomendables que pueden imaginarse.
Agregue vuecelencia a todo esto las ventajas de una población de mil vecinos, de las más bellas y mejor situadas del mundo, proveída de aguas y víveres abundantemente, colocada en medio de la costa de Asturias, a cinco leguas de la capital y en línea recta de León, donde debe terminar la nueva carretera de Castilla. Agregue el ser el único puerto de comercio y arribada de Asturias, el único habilitado para el comercio de Indias en Asturias, y concluirá seguramente que ninguna de las obras hechas y que se pudieren hacer en Gijón deben parecer inútiles.
En efecto, vuecelencia conoce que, bueno o malo, Asturias debe tener un puerto o renunciar a su felicidad. Pues, ¿cuál otro le podrá disputar este derecho? ¿Cuál otro podrá presentar iguales ventajas?
Ribadesella es el único que se ha presentado a la palestra para disputar a Gijón la gloria de ser el mejor puerto de Asturias. Aun este sueño no había ocurrido jamás a sus naturales. Ciertos vecinos de un pueblo cercano a aquella villa, aficionados a brillar con la defensa de paradojas y a llevar tras de sí la inquietud por todas partes, han querido despertar esta competencia y han logrado arrastrar a su partido a algunos de aquellos a quienes el amor natural al suelo en que nacieron interesaba en favor de Ribadesella. Yo no quisiera hacer aquí la invectiva de este puerto, porque sólo trato de defender el de Gijón. Pero ¿cómo podré evitar una comparación en que se han empeñado sus mismos protectores?
Ribadesella no tiene rada, concha ni fondeadero fuera del puerto; su ría, notablemente escasa de agua, sólo tiene un pozo capaz de cinco o seis embarcaciones, que a veces quedan en seco; su entrada, sobre muy estrecha, está ceñida de una parte con un peñedo muy peligroso que penetra hasta el centro de la ría; es sólo accesible con viento largo y tiempo bonancible, teniendo por contrarios todos los vientos, a excepción de tres; y finalmente, está expuesta a los aguaduchos en tiempos de lluvias, que aquí son frecuentes en todas estaciones, y no sólo hacen arriesgada la entrada, sino que arrastran infaliblemente contra las peñas a cualquiera buque que la intenta en medio de ellos. Me parece haber oído al general Gil que, estando sobre Ribadesella en tiempo de aguaduchos, le habían llevado las corrientes once millas por hora, según su corredera; de cuyo hecho será fácil que se asegure vuecelencia porque no quisiera equivocarme.
Sea como fuere, estas circunstancias, a la vista de las del puerto de Gijón, aseguran la decisión de controversia en su favor, aun sin contar la escasez, pobreza y mala forma de la población de Ribadesella, la suma escasez de agua que padece para el consumo y aguadas, el ningún crédito y comercio que tiene su puerto, y finalmente, su situación al extremo oriental de Asturias y en un suelo de los menos fecundos y provistos.
Bien sé que varias importunas instancias de sus vecinos, hechas subrepticiamente ante los dos excelentísimos antecesores de vuecelencia en 1772 y 1777, lograron que se mandasen ejecutar las obras proyectadas en aquel puerto; que en su favor estuvo altamente declarado el ingeniero en segundo don Miguel Puente, nombrado ahora para juzgar (de) las obras de Gijón; que éste, según se me ha asegurado, levantó el plano de ellas y, finalmente, que aún insisten aquellos naturales en querer arrebatar a Gijón sus arbitrios para hacerlas. Pero los expedientes que penden desde antiguo en el Consejo acerca de estas obras y las del puerto de Lastres, y lo que llevo expuesto a vuecelencia, bastarán para hacerle conocer el espíritu que ha dado impulso a todos estos pasos y que inspira todavía tan extrañas y perjudiciales pretensiones.
En suma, señor excelentísimo, ni este puerto ni el de Cudillero, que no le cederá en ventajas, ni el de Lastres que se las disputa tenazmente, ni algún otro puerto de Asturias, sea de la calidad que quisiere, puede compararse al de Gijón con todos sus defectos, y mucho menos pretender con justicia que se abandonen sus obras, unas obras tan importantes y tan útiles, quitándole los fondos necesarios para concluirlas. ¡Ojalá que los demás puertos del Principado sean capaces de igual mejoramiento y perfección! Yo lo celebraría por el bien de mi país y de mi nación. Pero si así fuese, digo más, si algún otro puerto se juzgare tal vez de preferibles circunstancias al de Gijón, la prudencia exige que éste se acabe y perfeccione, y que luego se trate de perfeccionar los demás. De otro modo se destruirá de un golpe lo meditado, resuelto y trabajado en treinta años, y se perderán los caudales invertidos con tan maduro acuerdo en un objeto tan saludable y provechoso.
Demostrada la necesidad y la utilidad de las obras del puerto de Gijón, resta hacer ver a vuecelencia que no debieron estar concluidas desde 1772. Ésta es una de las especies sugeridas por los de Ribadesella en el Ministerio de Marina, y con tanta fortuna, que en la orden de su majestad que vuecelencia comunicó al Consejo y a la villa de Gijón en 11 de febrero anterior, se sienta como cierta esta enunciativa, cuya equivocación está demostrada en el expediente del Consejo.
En efecto, en 1772 se formó expediente en aquel Supremo Tribunal sobre dos puntos: 1. ° sobre si eran o no necesarias ciertas obras que para la perfección de las del puerto de Gijón se trataba de hacer de nuevo en él; 2. ° sobre si una de ellas, esto es, la limpia de la dársena, estaba comprendida en cierta contrata celebrada con el arquitecto don Pedro Menéndez que las dirigía.
Para decidir estos puntos se practicaron millares de diligencias y reconocimientos, cuya relación sería demasiado molesta. Bastaría decir a vuecelencia que, entre ellas, fue una pedir informe, en razón de las obras propuestas, al excelentísimo señor don Jorge Juan, y de su dictamen dirijo a vuecelencia una copia con el número 1.º.
Otra diligencia fue encargar al teniente de navío don Diego Guiral, que comandaba una urca de su majestad sobre aquel puerto, que hiciese un reconocimiento de él y de su concha y barra, e informase de sus circunstancias, estado de las obras y necesidad de otras para su perfección. De la declaración que hizo judicialmente, envío también a vuecelencia copia con el número 2. °.
Había hecho antes otra exposición igualmente favorable al puerto de Gijón, de que no tengo copia, pero podría suplir su falta la de la carta de oficio que dirigió al ilustrísimo señor conde de Campomanes, entonces fiscal del Consejo, que va con el número 3. °.
Tuvo muy varios trámites este expediente, en el cual informaron también los arquitectos Bierna y Hoyos, el ingeniero Espinosa de los Monteros, el capitán de navío Beanes, el práctico de aquel puerto, don Diego Noble, y varios ministros de la Audiencia de Oviedo; pero el resultado de tantas diligencias fue que en 1773 mandase el Consejo hacer todas las obras propuestas por el señor don Jorge Juan y Bierna, a excepción del contramartillo, que se suspendió hasta ver el efecto de las demás, cuya providencia ratificó el Consejo por sus decretos de 11 de enero y 27 de abril de 1777, habiendo acordado algunas otras obras en 1779 y, lo que es más, aprobado las cuentas que sucesivamente se fueron presentando de la inversión de los arbitrios en ellas. Vea ahora vuecelencia si los que dijeron que estas obras debieron estar acabadas en 1772 informaron a la superioridad con la verdad y buena fe que su respeto y la importancia de la materia requerían.
En efecto, estas obras se han continuado desde entonces sin intermisión según los fondos destinados a ellas y están ya casi enteramente acabadas, a excepción de los paredones en que actualmente se trabaja y de la limpia de la dársena, en la cual sólo se puede adelantar paulatinamente, aprovechando la baja mar de las mareas vivas para dar los barrenos, sacar los escombros y perfeccionar una idea tan ventajosa.
Estos son, señor excelentísimo, los hechos que justifican la causa y los deseos del puerto de Gijón. Yo los expongo a vuecelencia con tanta mayor confianza, cuanto supongo que no constarán en el Ministerio de vuecelencia, porque estas obras han ido hasta ahora bajo la mano del Consejo. Acaso por esto se ha buscado un nuevo camino para sorprender la justificación de vuecelencia con especies supuestas, y vuecelencia no debe rehusar por lo mismo una ilustración que le puede asegurar el acierto que tanto desea.
Y ¿por qué no se pudo también sorprender con siniestras sugestiones el dictamen del ingeniero comisionado? Crea vuecelencia que de todo son capaces los envidiosos de las glorias de Gijón. Yo nada diré contra la imparcialidad de don Miguel Puente, por más que la voz común le suponga partidario de Ribadesella, donde ha residido con su familia y cuyos vecinos le miran como a su protector. Pero creo que este oficial pudo ignorar los antecedentes del expediente del Consejo; creo que con buena fe pudo ceder a las sugestiones de los rivales de Gijón; y creo, en fin, que pudo alucinarse con ciertos argumentos especiosos a que se ha querido dar valor de poco acá y tener por malo lo que no ha encontrado excelente y perfecto.
En suma, si por suerte el dictamen de este comisionado no fuere favorable al puerto de Gijón, ruego a vuecelencia que considere que no será justo que su voto solo prevalezca contra los de tantos, tan peritos y tan autorizados sujetos, contra tantos, tan repetidos y tan bien meditados acuerdos del Consejo, y finalmente, contra tantas y tan concluyentes razones como persuaden que el puerto de Gijón, atendidas sus circunstancias, el estado actual de las obras y la necesidad del Principado, es en el día el más acreedor a la protección de su majestad, a los desvelos del Gobierno y al favor y benigna inclinación de vuecelencia, cuya vida conserve el cielo dilatados años.
Excelentísimo señor:
Mi venerado favorecedor: Dice el refrán que quien tenga enemigos no duerma. El puerto de Gijón los tiene en todo el país, y los tiene solamente porque prospera y sobresale entre todas sus poblaciones. Si sus émulos no lograsen entibiar la protección con que le ha mirado hasta ahora el Gobierno, crea usted que será un día el Cádiz de Asturias, y yo espero que no ha de ser usted a quien toque menor parte de esta gloria.
Tenga usted, pues, la bondad de leer esta apología adjunta que acabo de escribir a la ligera, y sin más auxilio que el de mis apuntamientos. Yo no puedo prescindir del interés que tengo en la materia. Mi familia está mirada como la protectora de aquel pueblo; mi padre ha sido el promotor de este grande expediente; yo he cuidado con mis débiles fuerzas de promoverle en cuanto he podido y sería insensible a todos los estímulos de la naturaleza, si no procurase asegurar el acierto en todas las resoluciones relativas a este punto.
Cuanto expongo consta de los expedientes del Consejo. Sé que este tribunal trata de reunirlos todos con los demás de puertos para remitirlos a su Secretaría. Si usted dudase de mis aserciones, tenga la bondad de esperarlos, y quedaré tranquilo.
No quisiera que de mi carta se hiciese otro uso que el necesario para la instrucción de usted, porque la pluma corre libremente cuando no sólo dicta el espíritu, sino también el corazón. Mas no por eso ha de creer usted que no estoy pronto a afirmar de oficio lo mismo que digo en confianza; pero ahora no tengo representación alguna en el expediente, y no deseo pasar por entrometido.
Perdone usted tanta molestia, y mande a su mayor apasionado y que se interesa más de veras en su salud y reputación. Madrid, 23 de septiembre de 1785. Excelentísimo señor. Besa la mano de usted su afectísimo. Gaspar de Jovellanos.
Excelentísimo señor frey don Antonio Valdés.

Referencia: 10-005-01
Página inicio: 5
Datación: 23/09/1785
Página fin: 12
Lugar: Madrid
Destinatario: Don Antonio Valdés y Bazán, ministro de Marina.
Ediciones: La Verdad, Gijón, 29-III-1855 Obras publicadas e inéditas de don Gaspar Melchor de Jovellanos, edición de Cándido Nocedal, vol. II, Madrid, M. Rivadeneyra, 1858-1
Bibliografia: ADARO RUIZ-FALCó, L.: El puerto de Gijón y otros puertos asturianos, vol. I, Gijón, 1986, págs. 223-240. ADÚRIZ, P.; FARO, B.: El puerto de Gijón, Gijón, 1981.&lt
Observaciones: Incluye carta confidencial al ministro sobre la misma materia.
Estado: publicado