Romance primero. Nueva relación y curioso romance, en que se cuenta muy a la larga cómo el valiente caballero Antioro de Arcadia venció por sí y ante sí a un ejército de follones transpirenaicos

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Comienzo de texto: Primera parte Cese ya el clarín sonoro de la Fama vocinglera, mientras que mi cuerno entona de Antioro las proezas

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Primera parte
Cese ya el clarín sonoro
de la Fama vocinglera,
mientras que mi cuerno entona
de Antioro las proezas;
5 monstruo de ingenio y pujanza,
a cuya voz se esperezan
de las pirenaicas cumbres
las erguidas eminencias.
Cese, y vague el ronco estruendo
10 de mi retumbante vena
por el anchuroso espacio
de las cerúleas esferas;
y ya que justa la Fama
supo encaramar sobre ellas
15 el rumor de sus victorias,
tan grandes como estupendas,
lleven ahora del mundo
por las partes descubiertas
sus nuevos heroicos triunfos
20 los ecos de mi corneta.
Llévenlos, y vuele el nombre
de este fénix de la escena
desde la tórrida Angola
hasta la helada Noruega,
25 que no al magnilocuo vate
han de dar siempre materia
los fieros botes de lanza
con que el numen de la guerra
bate de las altas torres
30 las titubantes almenas;
ni siempre del ciego niño
las mal seguras ternezas
se han de publicar en breves
y almibaradas endechas.
35 Venga, pues, el estro hinchado
del dios rubicundo, venga
a ahuecar mi voz y henchirla
del nombre y timbres de Huerta;
y dime tú, musa mía,
40 cuál grata deidad horrenda
dio a su vencedora pluma
tan descomunales fuerzas,
fuerzas que abatir lograron
las arrogancias tifeas
45 de los necios botarates
cimbrios, lombardos y celtas;
di cómo la heroica fama
de este paladín poeta,
desde la Puerta del Sol
50 (a cuya chorreante alberca
pudo agotar los raudales)
fue llevada en diligencia
de las regiones de Arcadia
hasta las ignotas tierras;
55 y cómo arrancó a los vates
que las ilustran y pueblan
los altisonantes nombres,
que impresos en gordas letras,
antioran y aletofilan
60 se furibunda cabeza;
di la destemplada trompa
con que cantó las proezas
de aquel rayo de Neptuno,
de aquel capitán Tempesta,
65 a cuya vista temblaron,
con más miedo que vergüenza,
las inhospitales playas
de la Numidia altanera,
y hasta los viejos escombros
70 de las ruinas tagasteas;
di la horrenda tiritona
de Alecto, Cronos y aquella
peste de sacres nadantes,
los rayos, Vesubios, Etnas,
75 los tremendos estallidos,
y el humo, el polvo y la gresca
de demonios coronados
que ennegrecieron la esfera;
di tú…; pero nada digas,
80 que para tamaña empresa
no basta ¿qué digo un cuerno?,
mas ni cuatro mil trompetas.
Pero si en cantar insistes,
pídele prestado a Huerta
85 el ronco fagot con que
sus jácaras pedorrea,
y con él a fuego y sangre
guerra, inexorable guerra
puedes declarar a cuantos
90 malandrines y badeas
del antihortense partido
siguen las rotas banderas;
declárala a aquel pobrete
que en discordantes corcheas
95 solfeó las maravillas
del arte de las cadencias;
al que en cien metros, medidos
sin cartabón y sin regla,
fue por más de cinco días
100 Mimi-Esopo de las letras,
hasta que un tunante, envuelto
en jironadas bayetas,
le hizo fábula del Prado
con rebuzno y con orejas;
105 ni te arredre el tal sopista,
que calada otra visera,
quiso desfacer, Quijote,
los entuertos de Minerva,
y echando por estos trigos,
110 se desnucó en la Academia;
declárala al andaluz,
que con su porraza enhiesta,
para disfrazar la suya
va magullando molleras;
115 ni a aquel gavilán Garnacha,
archibufón de la legua,
perdones que ande adobando
las navajas y lancetas;
aquél que en lánguidos versos,
120 zurcidos a la violeta,
quitó el crédito a Celinda
y el buen nombre al mal profeta;
ni al otro culto prosista,
lagrimaníaco en melena,
125 que autorizó el desafío
contra las Musas y Astrea.
Pero sobre todo acosa
hasta las hondas cavernas
del Báratro a aquel follón
130 que con su azote y palmeta
fabulizó una doctrina
digna de niños de escuela;
a aquel momo vascongado,
que al compás de su vihuela,
135 calado el yelmo y cubierto
con máscara aragonesa,
supo epistolar sus pullas
y encartar sus cuchufletas;
y en fin, después que tendido
140 hubieres en la palestra
a tanto ruin endriago,
y que con sus calaveras
alfombrada y deslucida
dejares la ilustre arena,
145 haz que en volandas te lleven
hasta la orilla del Sena,
y allí las gálicas huestes
reta a más cruda pelea.
Rétalas, y no te asusten
150 en tan peligrosa guerra
ni la borlada Sorbona,
ni los temidos Cuarenta,
ni los Doce de la Fama,
ni toda la vil caterva
155 de futres ni de gabachos
que con nevadas cabezas
ya en los Tejares cabriolan,
y ya en Luxemburg gallean.
Querrán, ya se ve, asustarte
160 con las sombras lastimeras
de aquellos que, maridando
consonantes machos y hembras,
dieron a luz no sé cuántas
trivialísimas tragedias;
165 y querrán que humilde inclines
la inhumillable cabeza
al catequista de Jaira
y al adúltero de Fedra;
pero tú, tiesa y finchada
170 cual matrona portuguesa,
ni al uno ni otro espantajo
rendirás la erguida cresta.
Antes, por broquel tomando
el cartón de taracea
175 (que salpicado y repleto
por toda su vara y media
de diámetro, de rimbombos,
de azafrán y unciales letras,
fue en la Imprenta Real blasón
180 digno del valle de Ruesga),
embrázale, y denodado
brincando por la palestra,
para los soberbios botes
con que las picas francesas
185 para herirte en la tetilla
se enristrarán a docenas;
y si por suerte flaqueare
tan tremebunda rodela,
para más fortificarla,
190 pon el retrato de Huerta,
a guisa de ombligo, en medio,
y por debajo esta letra:
«Diome cuna Zafra, abuelos
me dio Castilla la Vieja,
195 «diome fama Orán, y diome
«Carnicero vida eterna,
«quam mihi et vobis, amén».
Verás cuál la vil caterva
estupefacta a la vista
200 de su frente medusea,
huye de tanto conjuro
con el rabo entre las piernas.
Entonces sí que triunfante,
con más de veinte carretas,
205 ¿qué es veinte?, más de cien mil,
de entremeses, de comedias,
tragedias, sainetes, follas,
autos, loas y zarzuelas,
podrás entrar sin embargo
210 por las calles de Lutecia,
donde si acaso topares
con aquel joven badea,
que prestó su bolsa a un loco,
como un tieso, y con afrenta
215 de la razón y el buen seso,
se hizo aprendiz de Mecenas,
empobreciendo su fama
por enriquecer a Huerta,
dile… Pero, musa, ¿qué
220 le dirás que bien le venga?
Dile: Salve, oh patroncito
de las musas jacareras;
salve, limosnero andante
de las Piérides iberas,
225 por quien España con H
alcanzó tan estupendas
victorias como hoy publican
los eruditos horteras,
parientes de Mariblanca,
230 por el lado de las tiendas;
salve, nata; salve, espuma;
salve, flor, y salve, estrella
del Parnaso, a quien, repletos
de entusiasmo, los poetas
235 hambrientos, vida y dulzura
llaman y esperanza nuestra;
salve, y plegue a Dios que llegue
hasta tus tataranietas
la inmortal dedicatoria
240 que al ver la bolsaza abierta
contra ti y toda tu casta
lanzó la musa de Huerta.
Salve, salve, y plegue al cielo
que algún día el mundo sepa,
245 cuando el Theatro Hespañol
tu nombre por él extienda,
que no pudo haber en toda
la redondez de la tierra,
desde Augusto acá, tal hombre,
250 tal autor ni tal Mecenas.
Dile… Pero, musa, basta.
Toma aliento, y menos fiera,
para la segunda parte
ve limpiando la corneta.

Referencia: 01-202-01
Página inicio: 202
Datación: 1785
Página fin: 205
Estado: publicado