Romance segundo. Segunda parte de la historia y proezas del valiente caballero Antioro de Arcadia, en que se cuenta cómo venció y destruyó en singular batalla al descomunal gigante Polifemo el Brujo

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Comienzo de texto: Por los balcones de oriente rayaba la blanca amiga de Titón, regando aljófar sobre las verdes colinas,

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Por los balcones de oriente
rayaba la blanca amiga
de Titón, regando aljófar
sobre las verdes colinas,
5 cuando el valiente Antioro
de su castillo salía,
armado de punta en blanco,
lanza en mano, espada en cinta,
lleno el cuajo de alacranes,
10 y de venablos la vista.
De un largo alazán candongo
La aguda espalda ceñía
Tan seguro en los estribos,
Cuanto brioso en la silla.
15 No vieron tan bizarrote
Las guadianesas orillas
al paladín de la Mancha
allá, cuando peregrinas
aventuras demandando
20 de Rocinante oprimía
el flaco armazón, al peso
de espaldar, casco y loriga,
como vosotras, oh vegas
que el claro Alfeo ameniza,
25 al triunfador pirenaico
visteis con pasmo este día.
Por todas partes las aves
salvas a su nombre hacían;
sahumábanle las flores,
30 le abanicaban las brisas.
Hubiera salido en busca
de un gigantón que en el día
de la pasada refriega
logró escapar de sus iras;
35 mas no bien diera de Arcadia
por las campañas floridas
su alazán treinta corcovos,
cuando hétele que a su vista
se apareció Polifemo
40 (que así al gigante apellida
la fama, pródiga siempre
en elogios y mentiras).
Dime tú, chuscante musa,
tú, que la pasada riza
45 cantando, supiste el cuerno
henchir de flatos y chispas;
tú, que en la parte primera,
con tan pomposa armonía,
de los gálicos pendones
50 pintaste la triste ruina,
y de mi campeón el triunfo
a las celestes guardillas
encaramaste ingeniosa;
dime ahora, por tu vida,
55 ¿quién era, o de dónde vino
a nuestra tierra esta hidra
infernal, este vestiglo,
este monstruo y esta arpía,
que del invencible Antioro
60 pudo despreciar las iras?
¿No es éste aquél a quien juntos
Guadiana y Turia prohíjan,
y a cuyo ingenio oficiosas
de uno y otro las orillas
65 dieron sales de secano
con liviandad regadía?
¿No es aquél que con Proteo
puede apostar a engañifas,
pues sabe cascar las liendres
70 bajo mil formas distintas?
¿No es el que osó dar asalto
a los muros de la China,
y hacer en sus mandarines
horrenda carnicería?
75 ¡Oh malhadada victoria,
por el tiempo osurecida!
Desluciéronte los brujos,
pifiáronte las jorquinas.
¿No es aquél que allá del Betis
80 en las desmandadas linfas
zabulló qué sé yo a cuántas
deidades hechas de priesa,
ya de recia carne humana,
y ya de estraza y de tinta?
85 ¡Épico divinizante!,
tú lo dirás, o lo digan
las prensas, que ya en tu abono,
sino resudan, rechinan.
¿No es, en fin, quien nuevas armas
90 fundiendo está a la sordina
contra el Theatro Hespañol,
allá en las forjas sanchinas?
El mismo es pintiparado,
que con el albor del día
95 al encuentro de Antioro
se salió medio en camisa,
solo, y sin más armadura
que su astucia serpentina.
Va caballero en un asno,
100 ducho ya en cruentas rizas.
Apenas le ve Antioro,
cuando clavando en las tripas
de su hipogrifo tres palmos
de acicate, a suelta brida
105 corre a él, y puesto en jarras,
de esta suerte le exorciza:
«Ven acá, desacordado
gigante, a quien apellidan
azote de altos ingenios
110 las gálicas sabandijas;
ven acá, follón cobarde,
tú que nunca abierta liza
otorgaste en campo raso,
sino que con ruin perfidia
115 parapetado y cubierto
detrás de cien celosías,
contra la flor del Parnaso
tu munición encaminas;
en mala hora a mis manos
120 te cabestró tu desdicha,
que has de perecer en ellas
sin más ni más, como hay viñas».
Dijo, y blandiendo el lanzón,
con tal aire a la tetilla
125 le apuntó, que ya le enviara
a almorzar a la otra vida,
a no ser porque en un punto
(¡ésta sí que es maravilla!)
se le convirtió en barbero
130 con guitarra y con bacía.
¿Quién podrá contar la rabia,
la furia, el livor, la tirria
con que el bueno de Antioro
tragó la burla maldita?
135 Pero, por fin, reparado
de su vergüenza, a la liza
vuelve, diciendo al endriago
estas dulces palabritas:
«Ya, ya conozco, espantajo,
140 tus mágicas arterías,
y estoy bien seguro de ellas
por la estafeta mambrina;
mas no te valdrán por cierto,
pues juro a la charca estigia
145 de no rizarme los tufos
en más de cuarenta días,
hasta poner fin y postre
a tu duendesca estantigua».
Dijo, y ya iba el lanzón
150 a alzar, cuando una neblina,
que no sé de dónde diablos
bajó, robó de su vista
el burro, el flebotomiano,
la guitarra y la bacía,
155 y en su lugar ¡oh portento!
quedó un ciego romancista
con su garrote, su perro,
lazarillo y sinfonía.
¡Válame Dios, y qué burla
160 tan pesada y tan rolliza!
¿Viste alguna vez chasqueado
por la astucia peregrina
de Pepeíllo un torazo
de Gijón, cuál las sortijas
165 del negro testuz encrespa,
brama, bufa, y con la vista
torva al débil enemigo
impropera y desafía?
Pues así, ni más ni menos,
170 Antioro, ardiendo en ira
y echando trinos y tacos,
por la estrada corre y brinca
como un sandio, y al trasgüelo
quiere engullir con la vista.
175 Impertérrito entre tanto
el ciego a la sinfonía
cantaba la horrenda rota
de las huestes cisalpinas,
y el lazarillo hacía el son
180 con su vara y sortijillas.
De tan desigual combate
bien quisiera la indecisa
suerte evitar Antioro,
o que una bruja maldita
185 súbito le trastrocase
en Bereber de Numidia,
en Hebrea toledana
o en Orate de Chinchilla;
mas reparóse, y membrando
190 de corazón la alta estima
de su nombre, el juramento
que jurara, y la rechifla
de todo el género humano:
«Pues nada, dijo, me auxilian
195 ni el valor, ni tan tremendas
armas contra una estantigua
mágicamente endiablada,
venza otro encanto sus iras,
que industrias contra finezas,
200 dijo una pluma erudita».
Y al punto arrojó la lanza
tan veloz, que por la limpia
región del aire crujiendo,
fue a dar en la puerta misma
205 de la tienda de Copín,
donde hasta hoy se divisa
profundamente clavada,
y aun hay quien diz que se cimbra.
«Ahora las habrás conmigo»,
210 dijo entonce el sinfonista.
¿Y qué hace? ¡Quién lo creyera!
Toma y coge… ¡oh maravilla!
el prólogo del Teatro
con toda su ortografía,
215 preñada de HH y XX,
de tal temple y con tan finas
puntas armadas, que un muro
de diamante herir podrían;
añadióle por contera
220 la Advertencia de Jarra,
las Obras sueltas, El pedo
dispersador, y una ristra
de romanzones heroicos
y jácaras, embutidas
225 con desvergüenzas tamañas
como el puño. A tan dañina
metralla, ¡qué hombre, qué ángel,
qué dios resistir podría!
Y porque a ningún ensalmo
230 se doblase, la exorciza,
leyendo en alto el romance
de las playas de Numidia,
con sus horrendos conjuros
y sus nombres de paulina.
235 Conoció el riesgo el gigante,
y la mortal batería
temiendo, vuelve a su forma,
y se presenta a la liza.
Empero, viendo la rabia
240 con que hacia él se movía
su fiero rival, turbóse,
y con voz interrumpida,
puesto en cuclillas el burro
y él de hinojos encima:
245 «Bravo campeón, le dijo,
en vano la industria mía
contra tu invencible diestra
se movió, cuando aturdidas
no quieren venir las hadas
250 a darle ayuda; en tal cuita,
duélete por Dios, y triunfa
de mí y mis hechicerías,
que yo juro de no ser
a tu pesar ni helenista,
255 ni volterista, ni brujo
en los días de mi vida».
¡Qué corazón tan guijarro,
qué alma tan diamantina
a tan modesta plegaria
260 no envainara su ojeriza!
Pero al contrario, Antioro,
regoldando nuevas iras,
y con voz aún más tremenda
que la del trueno, decía:
265 «No, juro a Dios, no me duelo
de tu susto ni tus cuitas,
follón, y haz cuenta que ya
te cayó la lotería».
Viendo, por fin, que al combate,
270 se preparaba, su ruina
temió Polifemo, y para
evitarla, con gran prisa
dio de varazos al burro,
y acá y acullá la brida
275 moviendo, pensó burlarse
de la cólera antiorina;
mas el héroe, echando rayos
por la boca y por la vista,
le enderezó su metralla
280 con tal tino y tanta dicha,
Conoció el riesgo el gigante,
enclavó una octava rima,
enredada entre dos HH
y la X de Xaira,
285 con que le estrelló, y dejóle
tuerto por toda su vida.
Desconcertado, sin pulsos,
sin voz, y al golpe rendidas
su fuerza y las de sus magos,
290 sobre la arena batida
cayó de su burro el triste
Polifemo, y con su ruina
acreditó al orbe entero
que no hay ni en las hondas simas
295 del Averno, ni en la tierra
ni en el cielo tan divina
pujanza, que a la pujanza
de Antioro no se rinda.

Referencia: 01-210-01
Página inicio: 210
Datación: 1786
Página fin: 213
Estado: publicado