Tuna Universitatis Ovetensis
HISTORIA Y ORÍGENES DE LA TUNA

HISTORIA Y ORÍGENES DE LA TUNA

HISTORIA Y ORÍGENES DE LA TUNA

Rafael Asencio González “Chencho”

Tuna de Medicina de Córdoba

Todo el mundo sabe hoy en día qué es la Tuna. Una definición simplificada la describiría como aquel grupo de jóvenes estudiantes que, vistiendo unos trajes de corte antiguo y pintoresco, se dedican a cantar y tañer instrumentos para divertirse y allegar algo de dinero a sus bolsas, llevando un estilo de vida guasón y apicarado.

Pocas personas sin embargo, a pesar de intuir que se trata de una costumbre remota, conocen la extraordinaria longevidad de la misma, sus orígenes y las continuas transformaciones que ha experimentado con el correr de los tiempos pues, aunque la definición con que comencé puede casar a la Tuna de cualquier época al tocar aspectos que, por decirlo de alguna manera aparecen ad extra, otros no tan evidentes relativos a su organización interna y motivos fundamentales de existencia, establecen diferencias insoslayables que aconsejan el estudio separado de cada unas de las etapas en las que puede dividirse su devenir histórico:

En una primera fase que abarcaría el periodo comprendido entre los siglos XIII a primera mitad del XIX, y que podríamos motejar de «Picaresca», la Tuna no existe como colectivo individualizado y perfectamente identificable por el común de las gentes, apareciendo tan sólo como costumbre de un determinado grupo profesional, el estudiantil. Llanamente, no existe la Tuna y sí la costumbre estudiantina de correr la tuna.

En su errar bribiático los escolares primigenios carecían también de la estabilidad y organización de las actuales Tunas Universitarias, fraternidades conformadas por un número constante de miembros que viven en su seno durante un segmento temporal más o menos duradero, que se renuevan periódicamente con la incorporación de elementos nuevos, y que ejercen su magisterio en cualquier estación del año, representando a su Universidad, Facultad, Escuela o Colegio Mayor.

Pero es que ni siquiera coinciden en la esencia: el motivo básico por el que los estudiantes presentes se animan a formar Tunas, o se integran en las ya preexistentes, es la diversión. Mientras que los tunos de antaño, aunque a veces montaban Bigornias con el exclusivo objeto de disfrutar de las fiestas de los pueblos vecinos, corrían la tuna por necesidad, no siendo la tuna sino respuesta ideada por el siempre agudo ingenio estudiantil que intenta dar solución a una situación que se repite inexorablemente año tras año: la vuelta al hogar cuando los estudios cierran sus puertas por vacaciones, el regreso a la Universidad una vez finalizadas las mismas, o la cruda subsistencia sin más en este periodo, al no tener casa a la que volver o de la que partir. La mendicidad, la música, la rapiña y, si son más de uno, la unión entre los que juntos hacen el camino, serán los métodos utilizados por los tunos para cubrir sus necesidades. Así, por mayor abundar, en esta primera etapa, advirtiendo en todo caso que si en un principio [las tunas] fueron más bien juntas de estudiantes, más tarde se convirtieron en concurso de truhanes, medio expedito de holganza y camino abierto para engaños, hurtos y trapacerías.

Resumiendo, en sus orígenes la Tuna no existe como institución; sólo acaece la costumbre de correr la tuna, trasunto de la vida que normalmente hacían los estudiantes humildes, acomodada a un periodo determinado de tiempo, generalmente las vacaciones, no siendo obstáculo para este concepto el que, como dicen los historiadores de la Universidad de Zaragoza Jiménez Catalán y Sinués y Urbiola, a estas comparsas de tunos muchas veces se unieran escolares hijos de familias ricas que preferían esta vida alegre, pícara y de sobresalto continuo.

Correr la tuna.

La tuna se define, [como] una vida vagamunda y holgazana; pero en lenguaje estudiantil significa más, pues equivale á divertirse, y comer sin estudiar.
Se divide en solitaria y simultánea.

La primera es cuando un estudiante se halla declarado en trueno; pero á pesar de eso continua durante el curso sus estudios, sin agregarse á ninguna pandilla, frecuentando la sopa de los conventos (esta definición es de illo tempore).
La segunda es, cuando un estudiante se agrega con otros para vivir á patio, bajo las reglas de buena sociedad, y especular con su buen humor y sus instrumentos pro pane lucrando.

Con estas palabras comienza el Manuscrito del Bachiller Sotanillas, citado por Vicente de la Fuente en su artículo «Costumbres Estudiantinas. La Tuna «, publicado en el Semanario Pintoresco Español de 8 de mayo de 1842.

Gran conocedor de las más antiguas tradiciones universitarias, de la Fuente retrata en sus cuadros de costumbres el modus vivendi de los estudiantes antediluvianos, a cuya clase, como él mismo reconoce tuvo el honor de pertenecer, y entre ellos destaca al estudiante de la tuna, de los que dice que:

Entre los estudiantes de la tuna, los hay unos por necesidad y otros por vagancia: aquellos sólo tunan cuando no hay curso, para éstos siempre son vacaciones.

Pero no es sólo este autor el que, a través de sus escritos, desvela el ser de la tunantesca; el Costumbrismo en si, lleva implícito un gen científico de análisis de lo que fue, (tipos desaparecidos o en peligro de extinción) y lo que a ser empieza (nuevos tipos), al objeto de «poner frente á frente la civilización antigua con la moderna», como piedra de toque para la ulterior autocrítica.

Sea como fuere, debemos a este género, si exceptuamos las noticias contenidas en la comedia y novela picaresca, teatro menor en todas sus formas, y literatura de cordel de los siglos XVIII y XIX, lo poco o lo mucho que sobre la tuna y los tunos protohistóricos conocemos, que en esta materia nada es seguro, pues por dudar, se duda hasta del origen etimológico de la palabra misma que sirve para nominar la tradición.

Origen etimológico del término Tuna.

Es en La Vida de Estebadillo González, cuya primera impresión data del año 1646, donde por vez primera se recoge la palabra «tunante», pues su protagonista se confiesa de la siguiente manera:

Yo, Estebadillo González,
Que fui niño de la escuela,
Gorrón de nominativos
Y rapador de molleras,
Romero medio tunante,
Fullero de todas tretas,
Aprendiz de guisar panzas,
Sota alférez de banderas,…

 

La voz «tunar», aparecería en menos de treinta años, en el Entremés para el auto ¿Quién hallará mujer fuerte?, estrenado por Calderón en el año 1672, donde además se indica que estamos ante una expresión escolar:

Si de verdad le cuento,
Aunque siempre vengo y voy,
No sé dónde voy ni vengo,
Que es lo que en frase escolar
Se llama tunar.

No sería hasta bastante después cuando se incluyen las palabras «tuna», «tunar» y «tunante» en un diccionario, el de Autoridades, elaborado entre 1726 y 1729.

Pues bien, la explicación clásica de Corominas hace derivar la palabra «Tuna» del francés «Tune», hospicio de los mendigos, limosna, propiamente la mendicidad; tomado del nombre «Roi de Thunes» o jefe de los vagabundos franceses, a quien se dio este apelativo de Rey de Túnez en memoria del Duque del Bajo Egipto, modo en que era conocido el jefe de los gitanos cuando sus bandas llegaron a París en el año1427.

Emilio de la Cruz sostiene por su parte, que la voz en cuestión procede del latín Tonus-Tonare, sonar estrepitosamente. El paso de Tonare por Tunare, según de la Cruz , habría ocurrido de forma natural, pues tales oscilaciones eran frecuentes, citando como por ejemplo entre Tundo y Tondeo formas que llegarían a convivir.

Esta tesis se encontraba ya recogida con anterioridad en García de Diego (Diccionario Etimológico Español e Hispánico, Ed. S.A.E.T.A. Madrid 1954), quien también deriva «Tuna» del latín Tonus-Tonare, pues la idea de hacer algo ruidoso, alocado da verosimilitud a la etimología para tunar y tunante, ya que un pensamiento parecido han asumido los castellanos tronera (hombre alocado) y trueno (joven alborotador). José Luis Pensado desestima la explicación de García de Diego y Emilio de la Cruz , porque del latín tonare se esperarían unos derivados verbales con la vocal breve diptongada en -ue-, un tueno o tuene con el sentido de tuno y la tuna.

Por su parte Julián de Zugasti (El bandolerismo, 1877) opina que el término en cuestión derivaría de un supuestamente existente «Reino de Tunia», y es que a decir de este autor la Tunia y la Germanía serían las dos entidades en las cuales se dividiría el hampa española, siendo la Tunia la hermana menor de la Germanía , en cuanto que englobaría pícaros de menor calado delictivo, aun cuando compartiría con ésta la normatividad y el lenguaje jergal propio de los bajos fondos. La Tunia contaría entre sus adeptos a muchos estudiantes que, atraídos por esta forma de vida libre y antojadiza tomaron el nombre de tunos. Lo cierto es que, a pesar de lo atractivo de esta hipótesis, resulta difícil aceptarla como cierta, dada la inexistencia absoluta de fuentes y bibliografía que confirmen la existencia de este pretendido reino. Tal cosa debió pensar el propio Zugasti, pues, parece dudar de su propia tesis.

La cuarta y más antigua hipótesis corresponde a Fray Martín Sarmiento quien en su De los Atunes y de sus Transmigraciones y sobre el Modo de Aliviar la Miseria de los de los Pueblos (siglo XVIII) expone que:

Los atunes no tienen patria ni domicilio constante, todo el mar es patria para ellos. Son unos peces errantes y unos tunantes vagabundos, que a tiempos están aquí y a tiempos están allí. Y si por imitación de los atunes no se formaron las voces tuno, tunante y tunar de la voz atún o del thunnus latino, no se puede negar que los vagabundos y tunantes son unos atunes de tierra, sin patria fija, sin domicilio constante y conocido, sin oficio ni beneficio público, y tal vez sin religión y sin alma.

Tesis que considero la acertada, puesto que opino que el origen del actual vocablo «Tuna» que nos interesa, esto es, el que nuestro Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define como «Estudiantina» puede encontrarse en el primero de los significados que el mismo tesauro atribuye a la palabra: Vida holgazana, alegre y vagabunda; y éste a su vez podría derivar tanto del famoso Roi de Thunes, como de las expresiones La Conquista de Túnez o Ir a Túnez, que nos trasladan a las almadrabas de las costas gaditanas.

Durante los siglos XVI y XVII las tunaras del Duque de Medina Sidonia ejercían una especial atracción sobre las legiones de vagabundos y perdularios que en aquellos tiempos poblaban España llegando a concentrarse durante la temporada de pesca entre mil o dos mil de éstos, lo que hizo de las mismas un importante centro picaril que adquirió fama junto a otros de antigua tradición como el Zocodóver de Toledo, Plaza del Potro de Córdoba, Lavapiés o Puerta del Sol en Madrid, Rondilla en Granada, etc, e incluso sobresaliendo de entre todos ellos, como expresara Cervantes en La Ilustre Fregona:

Pasó por todos los grados de pícaro hasta que se graduó de maestro en las almadrabas de Zahara, donde es el finibusterrae de la Picaresca.

Venían estos pícaros a La conquista de Túnez, esto es, a la pesca y a la sisa del atún, entregándose a una vida licenciosa; la expresión Ir a Túnez, en si, ir a los atunes, tenía también su lado irónico y de doble sentido, pues no era difícil ir a Zahara y aparecer en Túnez raptado por los piratas berberiscos.

El tipo de vida de estos vagabundos comenzó a llamarse tuna, y sus protagonistas tunos. El nexo de unión se formó de una forma muy sencilla, por pura y simple comparación: la picaresca acoge una filosofía que exalta la movilidad territorial – correr por la plaza del mundo -; el pícaro cambia constantemente de lugar por diferentes motivos, ya sea por abandonar su antiguo oficio por otro que mejore su condición, bien por encontrar nuevas vías de ingresos cuando las posibilidades en su lugar de origen se han extinguido. En tal punto son parecidos a los atunes, especie migratoria por excelencia, de la que Claudio Eliano dice en su Historia de los Animales ( I.40) que:

El llamado atún es un pez monstruoso que conoce bien todo lo que es más provechoso para él, don éste que posee porque lo recibió de la naturaleza, y no por haberlo aprendido.

Luego, tunos y atunes son viajeros y buscavidas, pero mientras en atún lo es por naturaleza, el tuno lo es por necesidad.

La palabra atún proviene del árabe Al-tun, ésta del latín Thunnus, y ésta a su vez del griego Thýnnos, lo que explicaría que el Padre Sarmiento, usara el vocablo «Tino» como sinónimo de tuno.

Resumiendo, tuno sería aquel que lleva una vida parecida a los atunes, vagamunda y holgazana, como los antiguos estudiantes, pues éstos también se incluían entre la caterva de pícaros a los que se dirigían las Instrucciones contra Vagos y Maleantes.

Entiende Pensado que vale la pena examinar de cerca la sugerencia de Sarmiento y comienza advirtiendo que no carece de verosimilitud, si tenemos en cuenta que, desde La Segunda Parte del Lazarillo de Tormes (Amberes 1555) de autor anónimo e incluso en la continuación de Juan de Luna (1620), pícaros y atunes andan asociados y revueltos con la conquista de Túnez. En la jerga de las almadrabas, en donde se leía de picaresca, a decir de Cervantes, la pesca o mejor el robo de los atunes se llamaba burlescamente la conquista de Túnez. La variante en su plural tunes facilitaba la asociación paranomástica con la ciudad de Túnez o, con el seseo andaluz Túnes. Y consecuentemente el ocupado en ese pícaro oficio de ir a la conquista de tunes se llamaría un tunante. Por eso no es casualidad que esta forma sea la más antigua de toda la familia. Pues hay que advertir que su cronología en castellano, que parece nacer en la Vida tunante o en el Autor de los tunantes (del Estebanillo González, Amberes 1646) y por tanto posterior al francés tune (1628), es bastante más antigua, pues ya se usa en la germanía de comienzos del siglo XVI, aunque fragmentada humorísticamente, bajo la forma tu nante, sobre la cual se inventó su nante (Ambos aparecen en un pliego suelto gótico de Coplas de Rodrigo de Reinosa). Por eso no es arriesgado suponer que en el habla jergal de las almadrabas, y a partir de la forma morisca tun `atún´, nació el tunante quizás significando ya `ladrón de atunes´o `pícaro de almadraba´, puesto que juega con él, fragmentándolo y expandiéndolo, Rodrigo de Reinosa en sus Coplas. Sobre tunante se crearía el verbo tunar y a partir de él tuna y tuno. Así se justificaría que tuna y tuno aparezcan tan tardíamente en castellano, cuando debería esperarse lo contrario si procediesen del francés tune la forma más antigua en el dominio francés. Por la misma razón el castellano tunar se adelanta en más de un siglo al francés tuner.

El círculo no tardaría en completarse, y la palabra «Tuna», además de definir al tipo de vida que llevaban los estudiantes tunos, sirvió para designar al conjunto de los mismos que vivían la Tuna , esto es, a los que su pobreza obligaba a alimentarse de la sopa de los conventos y a andar a la bribia y tuna durante las vacaciones o en cualquier tiempo pues «este parasitismo flotante, que vivía a costa de las prodigalidades del rumboso, en época de vacaciones y aún en tiempo de estudio, se daba `al parasitismo emigrante y bribiático de la tuna».

Un camino paralelo recorrió la voz «Bigornia», del latín bicornius, de dos cuernos, en referencia al sombrero propio de los estudiantes, llamado indistintamente bicornio o tricornio, con la que primitivamente se nominaba a las Tunas. A la bigornia la define el Diccionario de Autoridades de 1726 con estas palabras: «Los de la bigornia methaphoricamente se llaman así algunos guapos que andan en cuadrilla yagavillados para hacerse temer», en clara alusión a lo que sin duda era un grupo de tunantes, quedando posteriormente aplicada sólo a los estudiantes de la tuna.

También la palabra «Estudiantina», última y más moderna de las empleadas para nombrar a la realidad Tuna, se formó por asociación. En un principio «Estudiantina» designaba a la globalidad de las gentes que cursaban estudios, pasando posteriormente a definir al grupo de escolares que corrían la tuna, aunque conservando también su antiguo significado atenuado como adjetivo (hambre estudiantina: aquella propia de los estudiantes) o adverbio (a la estudiantina: al uso de los estudiantes).

La Tradición.

Visto lo referente al génesis de la tradición y de la palabra que sirve para nombrarla, quedaría examinar en que consistía propiamente ésta, o lo que es lo mismo: ¿cuáles eran las reglas por las que el grupo que iba a la tuna se regía?, y ¿cómo satisfacían los estudiantes la necesidad que les había empujado al camino?.

Reglas de buena sociedad.

Son pocos los datos que pueden ilustrarnos sobre la organización interna de estas fraternidades de estudiantes. Sí aparece recogida en los escritos la figura de un jefe de la expedición, que accedía al honorífico cargo por su mayor experiencia o mejores cualidades; y sin lugar a dudas también debió existir una normatividad mínima que permitiera la convivencia entre sus miembros, máxime cuando no sólo integraban la cofradía verdaderos escolares, pues sabido es que, desde antiguo, otras gentes como tahúres, vagos, mendigos y pícaros de profesión tomaban matrícula en las Universidades para disfrutar de las preeminencias que el fuero académico proporcionaba, recalando en estas peregrinas formaciones como mejor medio de conseguir una casi absoluta impunidad para sus fechorías, de cuya comisión, por otra parte, no estaban libres, como veremos, los estudiantes auténticos.

Las bigornias se organizaban, según el Manuscrito del Bachiller Sotanillas, conforme a las «reglas de buena sociedad»; igual calificativo, «leyes de la razón y de la buena y justa sociedad», merecen para Braulio Foz en su Vida de Pedro Saputo, donde además aparecen citadas tres de estas ordenanzas: «ser honrado», «hacer común lealmente el trabajo y el provecho» y «guardar sobriedad para no deshonrar el hábito o caer en mengua.»

Nada podría objetarse a la veracidad de la segunda de las leyes, es mas, se repite constantemente en el resto de los escritos de la época: así por ejemplo, en el de Vicente de la Fuente » La Tuna «, Pero las otras dos (ser honrado y sobrio para no deshonrar el hábito o caer en mengua), aunque seguramente exigidas hoy en día por los estatutos de nuestras Tunas Universitarias, tanto han cambiado los tiempos, no casan con el carácter y la fama que las mismas fuentes de esta primera etapa atribuyen al estudiante de la tuna. La respuesta a este problema podría encontrase en la visión especialmente romántica con que el autor de la Vida de Pedro Saputo retrata a la tuna en esta obra, no olvidemos que fue publicada a mediados del siglo XIX. Decimos esto porque opinamos que la expresión «buena sociedad» del Manuscrito del Bachiller Sotanillas es un ejemplo típico del tan propio doble sentido de la tropa estudiantil, que en realidad haría referencia a la clase conformada por la gente de gandaya, para nada bondadosa, puesto que el estudiante de la tuna es ante todo tuno, siendo por tanto sus costumbres y ordenanzas lógicamente de tunos.

Arte Tunantesca.

Comenzamos este apartado con dos interrogantes, intentaremos ahora dar respuesta a la segunda: ¿cómo satisfacían los estudiantes la necesidad que les había empujado al camino?.

El primer remedio lo constituye la mendicidad , sin desaprovechar el entendimiento que ésta da para el hurto, que ya en la Segunda parte de la vida de Guzmán de Alfarache atalaya de la vida humana, de Mateo Alemán, se dice que «recorríamos los portillos de todo el pueblo y cuanto había dentro, con achaque de ir pidiendo, no tanto por lo que nos habían de dar cuanto por lo que les habíamos de quitar, dando vista por los gallineros, para trazar cómo mejor poderlos despoblar».

En la Segunda parte de la vida del pícaro Guzmán de Alfarache, de Mateo Luján de Sayavedra, el rufo «micer Morcón» descubre al protagonista de la obra su perfeccionada técnica petitoria:

Estos advertimientos me han valido en muchas ocasiones, y en particular he usado cuando voy de camino de paso, en llegando al lugar preguntar qué gente de letras hay en él: a estos y al cura y vicario me voy a sus casas, y pregunto por ellos, y hago que les digan que está allí un licenciado que les quiere hablar; propóngales una oracioncilla que tengo estudiada en latín, pidiendo mi limosna, como pobre estudiante que va de paso a la universidad, y que profeso la facultad de leyes y cánones y que voy con grande necesidad. No hay ninguno que, en viendo mi presencia y sosiego y humanidad con que le propongo mi petición, calificada con el lenguaje, que no me dé de un real arriba. Hecho esto, no dejo casa en donde no pida, usando de un término para los hombres y de otros a las mujeres, y señaladamente viudas y casadas. A los hombres digo con voz baja y vergonzosa que den a un pobre licenciado que pasa a la universidad y le ha faltado el dinero. A las mujeres: Señora, por aquella Virgen que parió sin dolor, que favorezca a este pobre ordenado para pasar a sus estudios, que Dios nuestro señor le ampare sus hijos y les vea bien logrados y enseñados y con descanso. Con estas peticiones que parecen simples y sin doblez junto con el donaire que les doy, saco siempre mucha limosna».

Como se conoce ya por estas letras, visitaban los estudiantes, junto a otros mendigos, las porterías de los conventos para dar satisfacción a sus estómagos, así se declara respecto a escolares gorrones de Los sopones de Salamanca, texto del año 1734 de don Diego de Torres Villaroel, inmersos en un errar bribiático camino de Lisboa, donde pretenden pasar un año de asueto confiados en el bodrio de las porterías frailescas, que son la mesada y letra abierta de los perdularios y tunantes.

Este método de mendigar algunas monedas o solicitar algo de comida de puerta en puerta recibía el nombre de Ostiatim, y así se declara en la Academia de Autoridades de 1737. .

Pero el bachiller Sotanillas argumenta en su manuscrito que los escolares, en su errar bribiático, especulaban además «con su buen humor y sus instrumentos», y es que la picaresca con mayúsculas, domina todo lo concerniente a la tuna de estos primeros tiempos. El diabólico ingenio de los estudiantes provee a sus propietarios de todo lo necesario, librándolos por ende de la pavorosa hambre que les azota y de los múltiples problemas que su carácter hampón les proporciona, pues las «honestas» Tunas que hoy conocemos, poco tienen que ver con estos grupos padres». Sus fechorías, quintaesencia de una vida cuasi delictiva, adquirieron fama.

Aunque en ocasiones, el modo de allegar recursos resulte ruin y puramente canallesco ( En la Relación El Estudiante Tunante, los tunos dan una paliza a un chico para robarle el gran pan que lleva), desprovisto por demás de ingenio alguno, lo normal, atendiendo a los textos literarios, es hallarnos con un estudiante urdidor y chispeante. En el Arte Tunantesca de Ignacio Farinelo, podemos encontrar todo un completo catálogo de ardides utilizados por los tunos para llenar de monedas su tricornio cuando van a tunar por las aldeas: divierten con sus latines, suspenden al oratorio con inventadas gacetas o falsos conocimientos en medicina, física, matemáticas, astrología, teología, jurisprudencia e historia, cantan coplas en romance para pedir limosna a las señoras, utilizando la lengua francesa para hacer lo propio en los tornos de monjas… basando todo su sistema en la arenga, esto es, la lisonja.

Resulta habitual hallarlos en el mercado, engañando a los mercaderes, sea haciendo dudar a los mismos incluso sobre la mercancía que venden, para sacarla más barata, incluso llegan a hacer pasar a un cerdo por un compañero difunto en el Chiste dels estudiants y el porc, donde tras comprarle el animal, por supuesto sin pagarle, lo cubren con sus manteos al venir la justicia, quien los deja en paz por estar de velatorio, aprovechando los escolares para sacar a tales golillas una limosna con que pagar el entierro.

Pero las argucias que son capaces de inventar llegan a mayores extremos de imaginación, como en Los trabajos de Persiles y Sigismunda de Miguel de Cervantes, donde dos estudiantes se hacen pasar por cautivos huidos de Argel:

Como la más ingeniosa entre todas, a mi juicio, sobresale la de fingirse mágico o nigromántico, esto es brujo instruido en la cueva salmantina o en cualesquiera otra academia diabólica o de hechicería.

Desde antiguo se documenta en Salamanca la existencia de la famosa cueva donde, a decir de unos el diablo y de otros un sacristán de la parroquia de San Cebrián, llamado Clemente Potosí, enseñaba ciencias ocultas a siete estudiantes durante siete años, transcurridos los cuales se licenciaban seis de ellos, quedándose el séptimo en la cueva, en pago de las enseñanzas recibidas. La leyenda afirmaba que, con todo, el marqués de Villena consiguió engañar al diablo dejándole su sombra en vez de su persona.

Muchos son los autores que nos dan noticia de esta cueva. Así Ruiz de Alarcón en su comedia » La Cueva de Salamanca», Don Francisco de Rojas en su comedia «Lo que Quería Ver el Marqués de Villena, e incluso Cervantes ensalza las ventajas que el estudio en dicha cueva proporciona en su «Entremés de la Cueva de Salamanca». Lo cierto es que la fama de esta cueva pervivió muchísimo tiempo y aun siglos después se la temía teniéndola por verdadera, así Washington Irving, bien entrado el siglo XIX, da detalles de la misma en su Leyenda del soldado encantado.

Empero la leyenda de las cuevas salmantinas evoluciona a través de los tiempos, resultando revisión constante de una tradición ocultista de la ciudad que procede del final del medievo, y que alcanza su cenit en la ilustración. De hecho, como se señala en el texto del Recueil des Histories de Troye, de 1464, estuvo ya en Salamanca el mismísimo Hércules, y allí fundó un estudio para el conocimiento de las artes liberales, entre las que se encuentra la magia, en una caverna.

La fama de Salamanca como escuela de artes herméticas se consolida a través de los tiempos. En 1561, aparece en el epistolario del humanista alemán Conrad Gestner la siguiente afirmación:

Por mi parte sospecho que ellos son, de entre los restantes de los druidas, los que entre los antiguos celtas eran instruidos en lugares subterráneos por espíritus malignos durante algunos años, lo cual en nuestro tiempo consta que se ha solido hacer en España en Salamanca.

Varias son las circunstancias que polarizan en Salamanca esta fama de ciudad mágica. En primer lugar la propia orografía de la villa, otrosí el impulso que a la leyenda da la propia literatura, destacando la sanción que La Celestina de Rojas otorga a su trayectoria, y el hecho de ser Salamanca refugio de círculos heterodoxos de judíos, alquimistas, masones, cabalistas, etc, que acuden a la urbe atraídos por la fama de sus estudios.

Hasta ese momento no existe una ubicación concreta de la cueva, es más, los textos insinúan la existencia de varias cuevas o quizá de una sola cuyo trazado subterráneo y laberíntico ocupa toda la ciudad. Es a comienzos del siglo XVII cuando se habla de cueva (ya no las cuevas) posicionada en la cripta de la Iglesia de San Ciprián, lugar en el que confluyen varios signos de la tradición hermética: es uno de los asentamientos primitivos de la ciudad, la llamada que supone la iglesia y su subterráneo (la caverna se constituye como el opuesto a la práctica social, política y religiosa que transcurre en la superficie dentro de la cultura urbana de la tradición medieval), el hecho de que en la plaza donde se sitúa la iglesia se encuentre la conocida por la tradición oral como «torre del Marqués de Villena».

La advocación de la propia iglesia, a San Ciprián, tenía también su relación hermética, y es que aludiría a San Cipriano de Antioquia, nigromante convertido y mártir que fue personaje central del drama calderoniano El Mágico Prodigioso (por cierto que Calderón presenta al comienzo de la obra a Cipriano vestido de estudiante, y a Clarín y Moscón, sus sirvientes, de gorrones). Con posterioridad la cueva de San Ciprián terminaría por ser conocida como San Cebrián.

Los estudiantes, conocedores de algunas nociones de astrología, física, química y otras ciencias que la ignorancia de la época elevaba al grado de artes mágicas, engañaban a las gentes haciendo pequeños trucos, como era el de utilizar un imán para hacer mover algunos clavos… la leyenda de la cueva de Salamanca contribuyó a alimentar la creencia en esta clase de farsas y se convirtió en fuente de inspiración para estudiantes pícaros… esta fábula se extendió entre el vulgo y los escolares alardeaban de haber cursado uno o varios años en tan pintoresca escuela», siendo poseedores de grandes poderes, así, por ejemplo tenían fama los estudiantes de levantar nubes y ordenar lluvia, por tales razones se les conoció por «Espantanublados», «Llovistas», «Nuberos» o «Tempestarios». A decir de la Academia de Autoridades de 1732 es Espantanublados «el que anda vestido de hábitos largos, mal trageado a manera de estudiantón o clerizonte, pidiendo limosna de puerta en puerta, y de lugar en lugar: el qual entre la gente rústica está reputado como nigromántico, y que levanta tempestades y nublados; es voz jocosa».

Los estudiantes usan también como argucia que les permite comer a costa ajena los relatos de sus fantásticas aventuras por mundos desconocidos donde conocieron criaturas igualmente maravillosas. Apunta el padre Feijoo que:

Con una mediana capa, y algo de aparente modestia, tiene un tunante cuanto ha menester, para que en los corrillos le escuchen con respeto cuanto quiera mentir de sus viajes. Por tales conductos se introdujeron en Europa, tanto tiempo ha, las fabulosas noticias de haber muchas gentes variamente monstruosas en las Regiones muy distantes de nosotros. No tuvieron otro origen los Pigmeos, los Arimáspos (Hombre que no tiene más que un ojo), Cynocéfalos (Hombres con cabeza de perro), Acéfalos (Hombres sin cabeza), Ástomos (Hombres sin boca), y otros muchos monstruos de este jaéz, que por siglos enteros se creyeron existentes; hasta que los repetidos viajes por mar y tierra de estos últimos tiempos, descubrieron ser todos ellos entes de razón, aun después que el mundo empezó a peregrinarse con alguna libertad, y no hubo tanta para mentir, nos han traído de lo último del Oriente fábulas de inmenso bulto, que se han autorizado en innumerables libros, como son las dos populosísimas Ciudades Quinzai, y Cambalú, gigantes entre todos los Pueblos del Orbe; el opulentísimo Reino del Catai, al Norte de la China ; los Carbunclos de la India ; los Gigantes del Estrecho de Magallanes; y otras cosas, de que poco ha nos hemos desengañado.

Por supuesto, son los estudiantes hábiles también en el arte de hacer hechizos y encantamientos, habiéndolos muy variados, descolla entre los presentes en nuestra literatura el recogido por Feijóo en su Teatro Crítico Universal como sucedido años pasados en Zaragoza:

Llegó á aquella Ciudad un Tunante, publicando que sabía raros arcanos de Medicina; entre otros, el de remozar las viejas. La prosa del bribón era tan persuasiva, que las mas del Pueblo le creyeron. Llegaron, pues, muchísimas á pedirle, que les hiciese tan precioso beneficio. Él les dixo, que cada una pusiese en una cedulilla su nombre, y la edad que tenía, como circunstancia precisa para la execución del arcano. Havia entre ellas septuagenarias, octogenarias, nonagenarias. Hicieronlo assi puntualmente, sin disimular alguna ni un dia de edad, por no perder la dicha de remozarse, y fueron citadas por el Tunante para venir á su posada el día siguiente: vinieron: y él al verlas empezó á lamentarse, de que una bruja le havia robado todas las celulillas aquella noche, enbidiosa del bien que las esperaba; assi, que era preciso volver á escribir cada una su nombre, y edad de nuevo; y por no retardarlas mas el conocimiento, porque era precisa aquella circunstancia, les declaró, que toda la operación se reducia, á que á la que fuesse mas vieja, entre todas, havian de quemar viva, y tomando las demás por la boca una porción de sus cenizas, todas se remozarían. Pasmaron al oir esto las viejas; pero crédulas siempre á la promessa tratan de hacer nuevas cédulas. Hicieronlas en efecto, pero no con la legalidad que la vez primera, porque medrosa cada una de que á ella por mas vieja le tocasse ser sacrificada á las llamas, ninguna huvo que no se quitasse muchos años. La que tenia noventa, pongo por ejemplo, se ponia cincuenta; la que sesenta, treinta y cinco, etc. Recibió el picaron las nuevas cedulas, y sacando entonces las que le havian dado el dia antecedente, hecho el cotejo de unas con otras, les dixo: Ahora bien, señoras mias; ya vuessas mercedes lograron lo que les prometí; yá todas se remozaron. V.md . tenía ayer noventa años, ahora yá no tiene mas de cincuenta. V. md. Ayer sesenta, oy treinta, y cinco; y discurriendo assi por todas, las despachó tan corridas, como se dexa conocer.

Puede hoy resultarnos excesivo que tales patrañas fueren creídas por las gentes pero, basta hoy con encender la caja tonta para convencerse de lo contrario, siendo constante en ella el proliferar de magos cuyos servicios, a juicio de jurista, permítaseme, bien pudieran encuadrarse en el tipo penal de la estafa. Si esto es hoy así, que no sería en una sociedad escasamente instruida y sin acceso apenas a información alguna, y es que el estudio y el conocimiento fueron durante siglos patrimonio de unos pocos, así que el mundo era un inmenso jardín lleno de gentes supersticiosas y temerosas de lo desconocido [donde] brujas, hechiceros, encantadores, adivinadores, visionarios y toda una fauna de iluminados campaban a sus anchas.

La música.

Pero en sus correrías los estudiantes no sólo especulaban con su ingenio, también lo hacían con sus instrumentos. Representa ésta la cara amable de la tradición.

Sentados los reales de la tuna en el centro de la vecindad, el moscón, moscardón o postulante, estudiante que «afectando ignorancia y simplicidad, consigue lo que quiere», tomaba la palabra. Acabado el discurso la destartalada orquesta comienzaba a sonar. Formaban el cuadro los instrumentos más dispares, desde guitarras, vihuelas, violines, salterios, bandurrias y laudes, hasta pitos, clarinetes, flautas, flautines y bajos de viento, quedando representada la percusión por triángulos, castañuelas y panderos. El modo de tocar este último instrumento constituye en si todo un espectáculo, el tuno que con posterioridad sería llamado panderetólogo, por ser su ciencia todo un arte,

No contento con hacer sonar el parche con los dedos, imprimiéndole un movimiento de rotación muy rápido, también lo toca con el codo, con la cabeza, con sus rodillas y con la punta del pie. Después de haberlo hecho pasar alternativamente bajo cada una de sus piernas, tan pronto lanza al aire su instrumento y lo recibe en la punta del dedo, como lo hace resonar golpeando una tras otra las cabezas de los pilluelos que los contemplan, y todo esto, por supuesto, sin perder jamás el compás.

Reanudado el pasacalles, el moscón recobra protagonismo, no habiendo «astucia ni adulación que no imagine […] para hacer llegar el dinero a su tricornio.

Entre tanto, sobre las músicas de los instrumentos, el resto de los escolares cantan a coro canciones de una temática muy variada, casi todas compuestas por ellos mismos, siendo quizás las más antiguas aquellas en las que los estudiantes demandan por Dios, como las que hizo el Arcipreste para escolares que andan nocherniegos:

Señores, dad al escolar
que vos viene a demandar.

Dad limosna y ración:
Haré por vos oración,
Que Dios vos dé salvación:
Quered por Dios a mí dar.

Señores, dad al escolar…

Otras veces los cantos anuncian su llegada a la aldea, o describen las alegrías y miserias de la vida estudiantina. También el humor ocupa un hueco importante dentro del conjunto temático de las canciones estudiantiles. Como no había de ser de otra forma, el ánimo siempre burlón, alegre y chispeante del estudiante tunante, se expresa a través de su rico y variado repertorio, donde tienen cabida sin dejar títere con cabeza la jerigonza más despreocupada, la sátira y la aguda crítica, que actúan como válvula de escape del inconformismo militante de la clase escolar, presente ya en los cantos de sus antepasados los goliardos.

Mejor es que te entretengas
oyendo nuestros cantares,
que esas coplas que te soplan
en los partes oficiales,
oyendo nuestros cantares
mejor es que te entretengas.

Además de las actuaciones callejeras los estudiantes daban músicas en bodas, bautizos y todo tipo de celebraciones divirtiendo a los comensales que luego correspondían con unas cuantas monedas; lo que hoy conocemos como «parche», y hasta cantaban en entierros y misas de ritual si para ello eran reclamados.

También a veces, si la fortuna acompañaba, algún acaudalado prohombre de la villa visitada, concertaba con la bandada de cuervos sus servicios en la fiesta que, para solaz y regocijo de amigos y familiares, había de celebrar en su rica mansión. En estos casos los escolares daban rienda suelta a sus habilidades. Además de las habituales músicas, sacaban los estudiantes a bailar a las damas, y divertían a los invitados con acrobacias, imitaciones y chanzas, mereciendo entre éstas últimas especial atención los sermones, en los que uno de los tunos, tomando una posición elevada, disertaba rodeado por la concurrencia sobre los temas más absurdos para provocar la risa de los oyentes. Se sermoneaba sobre estos gravísimos puntos: si una mujer coja puede ser graciosa, si puede parecer bien una tuerta, y si una jibosa puede tener buen genio; y cúal de las tres, siendo iguales en lo demás, puede envidiar su suerte a las otras, […] los pensamientos de la mujer en los estados de cuñada, de nuera y suegra… . La sátira y la crítica formaban también parte de los argumentos de los sermones, en los que los escolares censuraban acciones o conductas de determinadas colectividades o personas; tal es el caso del Sermó contra´ls apotecaris (banqueros), predicado ante la Universidad de Cervera por el estudiante de filosofía parda Simplici Xarau, natural de Cantallops, en el mes de Junio del año 1777.

El Final de una época.

Todas las manifestaciones de las que acabo de hablar, fruto del singular modus vivendi de los estudiantes de estos primeros tiempos, perduraron hasta aproximadamente la segunda mitad del siglo XIX, momento en que la transformación de las circunstancias económicas, sociales y políticas que habían hecho posible su nacimiento, a punto estuvieron de hacerlas desaparecer.

La vigencia del Fuero Académico había desaparecido por completo legalmente en el año 1837, aunque ya desde antes se hallaba vacío de contenido.

El despotismo ilustrado, en su afán racionalizador de la vida universitaria, destruyó las libertades que hasta entonces le eran inherentes: la Universidad dejó de ser una sociedad democrática en la que los estudiantes proponían al Claustro los candidatos a los diferentes cargos con poder de gobierno.

La desamortización de Mendizábal trajo como consecuencia la disolución de algunas órdenes religiosas y el cierre de los conventos donde los estudiantes recibían el pote, principal sustento en sus correrías.

Desapareció también la obligatoriedad en el uso del traje académico en el año 1835, viéndose constreñidos los estudiantes a colgar manteos y tricornios y a utilizar ropas de gentes. Y las ciencias, que adelantan que es una barbaridad, tornaron las peregrinaciones de vuelta a casa o a la Universidad con motivo de las vacaciones, excusa y razón de ser de la alegre costumbre de correr la tuna, en cómodas travesías ferroviarias.

Algunas de estas circunstancias fueron confesadas en el año 1838 por un tuno al viajero francés Gustave D´Alaux. Tras toparse éste en el Altoaragón con cuatro estudiantes que corren la tuna, uno de los mismos, llamado Nicomedes, declara que

Los tiempos en que nos servían dos o tres mil escudillas de sopa en la puerta de tal convento de Salamanca, Valencia o Valladolid, ya no existen. Aquellos sí eran buenos tiempos para el escolar… Si la cocina del convento era monótona, el escolar no tenía más que coger la guitarra, juntarse con varios compañeros, y recorrer los caminos… Cuando aparecía nuestro bicornio, el alcalde más feroz se retiraba entre divertido y humillado. Después de viajar de Zaragoza a Gibraltar, de Salamanca a Barcelona, volvíamos repletos de monedas… sin el hábito, ya no hay privilegios.

En este contexto ilustres viajeros como el Barón Charles de Davillier, predijeron la muerte de la tradición. Mas la tradición se encontraba tan arraigada entre los estudiantes que, a pesar de estas visionarias proclamas, y de las transformaciones antes citadas, lejos de ser enterrada por la natural evolución que marcan los tiempos, resurgió de sus cenizas con igual o mayor fuerza, variando, eso sí, algunas de sus antiguas bases, si bien para algunos como Julio Monreal , el producto difería tanto del original que no podía siquiera considerarse de la misma especie:

Una de estas cosas es la vida estudiantil, aquella que en tiempos pasados constituía lo que se llamaba la Tuna , merced a la maleante y apicarada condición que, por regla general, acompañaba a los alumnos de Minerva, que por tradición y costumbre era tal, que en las aulas, más que a estudiar las ciencias, parece que se congregaban a cursar todo linaje de travesura y a idear el medio de tener carta blanca para cuantos desaguisados, embelecos y tracamundanas llevaban a término, más que por su provecho, para dejar sentada las más veces su fama de gente resuelta y emprendedora.
Hoy… han sufrido tal mudanza las costumbres, que es preciso refrescar el recuerdo de los pasados tiempos para conocer lo que fueron los estudiantes, con su aspecto y usos especiales… La tuna moderna es una débil sombra de la antigua… Los manteos, sotanas y tricornios concluyeron, y con ellos acabó también para siempre lo que se llamaba correr la tuna».

El siglo XIX.

El siglo XIX trajo consigo una serie de acontecimientos que acabaron por mermar la identidad que, durante siglos, había sido propia de la clase estudiantil española, lo que, a todas luces, tuvo repercusiones directas en las tradiciones que, hasta ese momento, ésta había guardado celosamente.

La antigua costumbre de correr la tuna también se vio afectada; los estudiantes o ya no tenían necesidad de arrojarse a los caminos en el período vacacional para buscar su sustento en tanto llegaban a sus casas, o el cambio de circunstancias dificultó estas correrías, por lo que la tradición simplemente desapareció, al menos en esta vertiente.
Pero los estudiantes también corrían la tuna por diversión, siendo frecuente que un grupo reducido formara Bigornia para acudir a la romería de alguno de los pueblos cercanos a la Universidad , o para dar matraca a la ciudad entera con motivo de las fiestas de Baco, Momo y Terpsícore. Pues bien, esta modalidad, tras un intervalo de silencio, volvió a resurgir al legalizarse, a mediados del diecinueve, la celebración pública de las fiestas carnavalescas.

A la par que estas auténticas Estudiantinas (apelativo neutro que en esta época desbancó al clásico «Tuna» que sólo reaparece esporádicamente) se formaron otras que, aun careciendo de sello escolástico, tomaron su mismo nombre:

En primer lugar se conocían como «Estudiantinas» a ciertas orquestas profesionales de pulso y púa en las que sus componentes vestían el traje escolar en todas sus actuaciones. Como ejemplo de estas «Estudiantinas» merece destacarse a la «Estudiantina Española Fígaro», fundada en Madrid en 1878, por iniciativa del señalado músico y compositor Dionisio Granados, autor de una famosa tanda de valses titulada «El Turia», y formada por trece músicos (un violín, siete bandurrias, cuatro guitarras y un violonchelo). Tras una exitosa trayectoria artística en Europa, dando conciertos en los teatros de las principales ciudades de España y Europa, emprendió rumbo a América en 1879, presentando su espectáculo en Canadá, Cuba (114 conciertos), E.E.U.U. (574 conciertos), Puerto Rico, México (133 conciertos), Guatemala, El Salvador, Costa Rica, Ecuador y Perú. En 1884 la «Fígaro» volvió a hacer las Américas bajo la dirección, esta vez, del guitarrista Carlos García, pues Granados había quedado en Madrid empeñado en la formación de una Estudiantina mujeril; visitaron en esta ocasión Cuba, Chile y Bolivia regresando a España a finales de 1886. A su imagen se crearon en el continente hermano una gran cantidad de «Estudiantinas» que han perdurado hasta nuestros tiempos. La polinización de la «Fígaro» llegó incluso hasta los EE.UU, según se desprende de un artículo de William Shewall Marsh publicado en la Revista Ritmo de marzo de 1935: Observando esta explosión de entusiasmo que los Estudiantes Fígaro despertaron, diversos italianos en Nueva York organizaron una imitación de estudiantes, bajo la dirección de un famoso violinista. Esta agrupación tomó el título de los estudiantes verdaderos, adaptaron un traje semejante, y ¡aun apropiaron los nombres de los ejecutantes españoles!.

También se conocían como Estudiantinas a las comparsas de carnaval que imitaban en sus trajes al de los antiguos estudiantes. Aunque pudiera pensarse que éstas no fueron muy numerosas y que ejercerían su influencia sólo en las ciudades de escasa o nula tradición universitaria, la realidad demostró todo lo contrario. En primer lugar, debe señalarse que fueron, sin duda, anteriores a las Estudiantinas formadas por estudiantes verdaderos y quizá, la broma carnavalesca que intentaba como premisa resucitar una tradición perdida, fue el acicate que condujo a los escolares a organizarse de nuevo en Estudiantinas y a recorrer las calles con motivo de las fiestas de febrero. En este sentido Eduardo Bustillo, colaborador habitual de la revista Blanco y Negro, publicó en el número correspondiente al 28 de febrero de 1895, una poesía titulada «Estudiantinas» en la que se hacía eco de la proliferación de falsas «Estudiantinas» y de la falta de las auténticas formadas por estudiantes:

…No forman ya estudiantinas
estudiantes verdaderos,
á Justiniano rendidos
ó engolfados con Galeno.
De la antigua Salamanca
los figurines vinieron;
San Carlos y el Noviciado
los tomaron por modelos.
Y entre aforismos de Hipócrates
é indigesto de Digesto,
mal templados en la ciencia
los que templan instrumentos.

En segundo lugar, aunque hacían lo mismo, existían, aparte de no tener nada que ver con la Universidad , otras diferencias con las Estudiantinas escolares: así, aunque los repertorios y motivos temáticos eran parejos, las «Estudiantinas» sumaron a la clásica orquestación de las Bigornias (guitarras, bandurrias, laudes, flautas y panderetas) instrumentos de viento, y algunas no llevaban mas que éstos; también se constituyeron «Estudiantinas Femeninas», «Estudiantinas Infantiles» y «Estudiantinas Mixtas». Con posterioridad, y para diferenciar a ambas realidades, las Estudiantinas recuperaron el nombre de Tuna, quedando el término «Estudiantina» para designar a toda agrupación no universitaria.

Con todo, queda hablar con mayor profusión de las Estudiantinas de esta etapa, que duraría hasta pocos años antes de nuestra Guerra Civil. Su aparición, posterior a la de las comparsas que imitaban estudiantes, no estuvo libre de polémica, y es que, los diarios y revistas de la época se empeñaron en comparar a las antiguas Tunas con estas modernas Estudiantinas, alcanzando la crítica a los cambios que las constantes reformas habían provocado en el seno mismo de la casta estudiantil. Para una mejor comprensión de este extremo merece, la pena reproducir parte de un artículo titulado «El Carnaval» de La Ilustración Española y Americana del año 1870:

En tiempos ya pasados, las estudiantinas se componían, en efecto, de estudiantes, que con su traje habitual recorrían las calles cantando las coplas más donosas y haciendo prodigios en la pandereta, la vihuela y el violín. El producto de sus paseos por las calles se lo repartían equitativamente como buenos amigos, que á fe no estaban sobrados de recursos, y en el carnaval hallaban medios de renovar las medias, que ya se reían por todas partes, llenas de puntos y comas, que nada tenían de gramaticales, y aun podían echar algún remiendo al manteo, comprar algún libro y escotar para la merienda en la pradera del Corregidor, si hacía buen tiempo, ó en la pastelería de Botín, si estaba metido en agua. Todavía salen en estos días de Carnaval las estudiantinas, pero contadas son las que se componen de estudiantes. Los estudiantes de hoy, sobre no tener necesidad como los de otros tiempos de reunir unos cuartos para alguna urgencia, tienen otros gastos y otras aficiones, y gustan más de un meeting contra algún funcionario que les parece poco liberal, ó a favor de algún catedrático cuyas ideas políticas les sean simpáticas, ó de una manifestación en este ó el otro sentido para hacer ver que, aunque están estudiando, ya saben ellos todo lo que hay que saber…Líbreme Dios de censurar la precocidad política, si se me permite la frase, que se advierte en la nueva generación; pero bueno sería que á la política no fuera sacrificada la ciencia, y que los años dichosos de la juventud, tan propios para el estudio, al estudio se consagraran preferentemente, que esto es lo que interesa á la patria, tan sobrada de hombres políticos que la hagan sufrir todo linaje de vicisitudes y peligros, y tan escasa de útil y verdadero progreso en las ciencias, en las letras y en todos los ramos del saber […] Aun hay algún digno postulante de estudiantina, rival en travesura é ingenio de aquellos estudiantes endiablados que conocieron nuestros padres, y se luce diciendo á las muchachas bonitas, y aun á las feas, donaires y chistes decorosos, que hacen sonreir á las más formales y que dan por resultado un notable aumento en la cuestación. Sería muy feo que la mamá de una niña bonita, á quien un joven apuesto y bizarro ha ido diciendo galanterías cultas é ingeniosas durante cinco ó seis minutos, le dejase marchar sin darle siquiera… dos cuartos; pero estas estudiantinas elegantes y de buen género son las menos, como ya he indicado.

Evidentemente los escolares habían cambiado, como también lo habían hecho las motivaciones que los inducían a correr la tuna, antes fundamentalmente por necesidad y en menor medida, aunque también, por diversión, y ahora exclusivamente para divertirse. Pero la mutación que los nuevos tiempos había producido, no era suficiente para deducir la existencia de dos realidades diversas, en primer lugar porque los estudiantes, a pesar del inevitable devenir de los años, seguían en esencia siendo doctores en galanteos, licenciados en picardías y bachilleres en endiabladas artes como demuestra la anécdota recogida en el artículo «Estudiantina Española» de Eduardo de Palacio, publicada en el número VIII de La Ilustración Española y Americana del año 1886, en la que un postulante de Estudiantina Universitaria responde con sorna a la estéril controversia de la comparación con las Tunas inveteradas:

-¿Osté ser de Salamanca? –preguntaba un extranjero á uno de los postulantes de estudiantina que se le acercó para pedirle dinero. Y el mozo, que era de buena raza escolar, le contestó: -Oui, monsieur, y de fines del siglo XVII.

Son pocos los textos literarios que nos dan noticia sobre las Bigornias que antiguamente acudían a las fiestas de carnestolendas y sobre sus actividades, pero de los existentes queda claro que predominaba en ellas la picardía, método a través del que los estudiantes llenaban la bolsa; además estaban las músicas y pasacalles que ya describimos en el capítulo anterior.

Las Estudiantinas decimonónicas también eran postulantes pero, de ordinario, el dinero que así recaudaban no era empleado, como en tiempos pretéritos, en pagar la matricula, comprar algunos libros, o en prolongar la duración de los estudios todo lo posible, sino en comilonas y demás vicios propios de la juventud, que en esto, por semejante razón, también lo gastaban los escolares de antaño, razón por la cual comenzaron ya en este tiempo a arreciar las críticas contra la antiquísima costumbre de postular, así por ejemplo, en el aleluya Peligros y Costumbres de Madrid de José Pérez, impreso en 1867, donde puede leerse bajo la ilustración de una Estudiantina el siguiente recitado:

Dios te libre, en carnaval,
De encontrar la estudiantina,
Porque dejará, ladina,
Tu bolsillo sin un real.

No obstante lo anterior tampoco faltaron los defensores: «Los estudiantes son los hijos predilectos del Carnaval de Madrid. Sin ellos el Carnaval carece de ruido, de animación y de encanto. Los niños les contemplan con embeleso; á los hombres les recuerdan tiempos más felices; las mujeres reciben de ellos, á cambio de una sonrisa, un capacho de las flores del Amor… Su voz es la música; sus canciones, los ecos de otros siglos; su aturdimiento y alegría, espontánea respiración de la juventud… Piden dinero, es verdad; pero no son mendigos. Sólo deshonra la limosna que se ruega para satisfacer el hambre. Sed generosos con ellos; ¡son los pordioseros del vicio!» ( La Ilustración Española y Americana, Nº VII, año 1879).

Pero conjuntamente con estas cuestaciones, las Estudiantinas postulaban también para beneficencia social, entregando el producto de lo recaudado a la caridad, lo que nunca hubieran hecho los sopistas, de por sí pobres de solemnidad.

Por lo demás, sólo pueden encontrarse diferencias con las Tunas en el traje, en los repertorios (que en las Estudiantinas incluían estilos musicales nunca explorados por las Tunas), en la utilización de nuevos marcos para las actuaciones (teatros), en el papel que las Estudiantinas representaban en el carnaval y, sobre todo en su mayor estabilidad, continuidad y organización, y en el carácter romántico con el que ahora se recubren, el cual dista tremendamente con la imagen casi delictiva u hampona de los antiguos escolares que corrían la tuna.

Los componentes de las Estudiantinas vestían jubón negro abotonado y sin faroles (en una de las mangas los estudiantes prendían un lazo cuyo color identificaba la Facultad de procedencia como las actuales becas: amarillo para Medicina, rojo para Derecho, verde para Veterinaria…), con golilla y puños rizados, cinturón también negro, pantalones bombachos de igual color hasta las rodillas o gregüescos, medias, zapatos con adorno de hebilla o escarapela en el empeine, manteo (en el que prácticamente se envolvían, pasando uno de los extremos que caía suelto por bajo de la axila y lanzándolo, mediado el hombro contrario, dejándolo caer por la espalda) y bicornio quebrado con la tradicional cuchara de los sopistas y, para el carnaval, solían ocultar su rostro con un antifaz. Para Julio Monreal («Correr la tuna», op. cit., p.) el traje, «si bien ostentaba el tricornio, presentábalo reformado y embellecido, no siendo ya aquel sombrero mugriento y de grandes picos del siglo XVIII, uniendo en flagrante anacronismo, el cuello de abanillo del siglo XVI, con las medias, calzas y valones negros del XVII, y los zapatos de hebilla y el tricornio del XVIII, suprimiendo además la característica sotana». El modelo había sido popularizado por la Estudiantina Española que en el mes de marzo de 1878 había viajado, con gran publicidad por parte de los medios de comunicación, a París para participar en las fiestas de carnaval de la capital del Sena; así se infiere del comentario comprendido en el enunciado «El Albergue de los Estudiantes en la Antigua Universidad Española» de Eduardo Ibarra, divulgado en el número seis de la Revista Nacional de Educación (1941), que dice: «El traje que actualmente, en carnaval, visten nuestras estudiantinas, con la cuchara de madera en el sombrero y con calzas, trusa y ferreruelo, es un desdichado patrón sin sentido histórico, discurrido en 1878 para la estudiantina que fue a la Exposición Universal de París. Así me lo dijo un amigo que iba en ella».

También debe subrayarse la aparición en esta época de la figura del abanderado. Las Estudiantinas comenzaban los pasacalles encabezadas por un estudiante que sostenía un pendón donde aparecía escrito el nombre y procedencia de la Estudiantina que en ese momento alegraba las calles.

En lo referente al repertorio, las Bigornias se limitaban a la interpretación de aires nacionales como las jotas, seguidillas, folías, fandangos, zorzicos, malagueñas, fandangos, zarambeques, corridos, pasodobles, pollos… etc. Las Estudiantinas sumaron a estos cantares piezas de música clásica de interpretación solamente instrumental, como sinfonías y oberturas, y aires extranjeros como el alemán schottisch o la barcarola italiana; pero la dificultad de las nuevas piezas, y aquí se haya otra de las diferencias, hizo que se formaran dentro de las Estudiantinas dos secciones, una coral y otra instrumental.
En las mascaradas del siglo XIX la Estudiantina era utilizada como pretexto para fortalecer las posiciones de quienes consideraban que el Carnaval tenía que ser higienizado de tanto mamollo y tanto mascarón grosero, que convendría sustituir por estas agrupaciones más cultas y artísticas, y en consecuencia menos conflictivas (Montesinos González, A., Literatura Satírico-Burlesca del Carnaval Santanderino 1875-1899, Ed. Tantín, Santander 1986, p. 38). Insiste en este parecer el artículo » La Estudiantina » publicado en la sección «Cosas del Día» del Diario Liberal cordobés del martes cuatro de marzo de 1919: «La estudiantina es hoy, en el desprestigio carnavalesco, la sola nota de cordialidad, de juventud, y de alegría sincera. El manteo, el sombrero picaresco y la blanca gola sobre los tonos negros de la ropilla; todo ese aire audaz y aventurero del antiguo estudiante español, es en la tarde carnavalesca, algo que vuelve el espíritu hacia las evocaciones románticas y hacia los recuerdos amables. Y es la nota musical de la estudiantina, por su sinceridad alegre, lo más grato que vemos en esta decadencia absoluta de la fiesta de Momo. En las cuerdas de los violines, va danzando el alma loca y hechicera de la juventud. Es como una primavera musical que se abra paso entre los grupos, que se muestra triunfal y arrolladora, y que aúlla al hombre del cencerro, y a la máscara de la escoba y al tío de la lata de petróleo. Estos personajes inciviles y absolutamente quincenarios, se sienten avergonzados ante la estudiantina, anulados, sometidos a una justa humillación. Y mientras la canción pasa, derramando ilusiones sobre los espíritus, en un doble rasgo de generosidad, indulta del mal gusto reinante a los ciudadanos. Saludemos a la estudiantina, como una esperanza siempre viva y sonriente, entre las amarguras de la jornada, en la lucha tenaz de la humanidad, siempre hostil, siempre preparada al ataque, siempre recelosa en su éxodo impreciso, todo vértigo e inquietud».

Los estudiantes, si eran de la ciudad, se reunían antes de actuar en su sede social, en caso de tenerla, ó en alguna taberna o círculo cuando no era así. Pero si venían de fuera eran recibidos en los andenes de la estación de ferrocarril por un numeroso público, avisado con antelación de su llegada por la prensa local, y deseoso de recibir al conjunto musical visitante y acompañarle por las calles de la villa.

Era costumbre también en las Estudiantinas el reparto de versos impresos entre la muchedumbre que les acompañaba, así se confirma en el Diario de Córdoba del 23-02-1901, cuando afirma respecto a los sucedidos del carnaval granadino que: «El elemento escolar ha contribuido en gran manera a la animación del Carnaval. Se han organizado tres estudiantinas: la de Derecho, la de Medicina y la de Farmacia, todas ellas muy afinadas, numerosas y elegantemente vestidas con el antiguo traje de los estudiantes… la de Medicina ha repartido unos folletos con poesías de Jiménez Campaña, Afán de Ribera, Francisco L. Hidalgo y otros distinguidos escritores granadinos».

Como hemos visto, aunque pudiera pensarse que este uso comenzó a prosperar en el siglo XIX, lo cierto es que venía de antiguo, pues ya los estudiantes de la Bigornia de La Pícara Justina lo practicaban.

De la estación las Estudiantinas se dirigían al Ayuntamiento donde, tras ser recibidos por el Alcalde, eran invitados a un refresco, luego partían hacia el Gobierno Civil donde le esperaban el Gobernador y un nuevo aperitivo, en ambos lugares se solicitaba autorización para desfilar por las calles de la ciudad, y de ambos señores, Alcalde y Gobernador, solían recibir los escolares donativos.

Tras las visitas oficiales reanudaban el pasacalles de camino a la fonda que había de hospedarles durante las fechas en que duraba su expedición y, por la tarde, actuaban en los círculos de recreo, casinos, periódicos locales, casas de personalidades y en el teatro de la ciudad, ya fuera en los entreactos de la obra que en ese momento se estuviera representando, o en un concierto donde la Estudiantina llenaba el cartel, siendo frecuente en este último supuesto que, en el interludio de la actuación, un grupo de componentes de la propia agrupación, generalmente los postulantes, escenificara pequeñas comedias teatrales en un solo acto. Una de estas representaciones aparece escenificada en la recordada novela de Alejandro Pérez Lugín La Casa de la Troya. Estudiantina (Librería Galí, Santiago de Compostela, 1957, p. 236): «Viérais el brillante concierto de despedida que dio la Estudiantina en el teatro, completamente lleno, como en las mejores noches de Repolo; el alborotar de los tunos en los larguísimos entreactos; el tirar los tricornios a las muchachas de los palcos para que los adornasen prendiendo una flor o un lacito junto a la clásica cuchara de marfil de ocasión y las tempestades de aplausos y bravos que levantó el elocuente, florido, rebuscado y perisológico discurso que Barcala dedicó a la presidenta de la Tuna , la lindísima Josefina Rubiales, quien le oía colorada hasta la raíz de sus cabellos de oro, presidiendo en el palco central, una estupenda corte de amor capaz de revolucionar las diez Universidades del reino y las extranjeras que quisieran agregarse».

En las poblaciones importantes se celebraban asimismo, con motivo del carnaval, concursos de carrozas y coches adornados, de disfraces, de comparsas y de Estudiantinas, reuniéndose para el evento varias de éstas, ya fueran universitarias o no. Por ejemplo, en el concurso de Estudiantinas de la villa de Madrid del año 1907, optaron a premio las Estudiantinas «Alfonso y Victoria», «Reina Victoria», » La Tuna Filarmónica » y » La Unión Escolar Universitaria». De sus títulos puede colegirse que sólo la última era académica (aunque también lo era la primera, de Medicina, tomando el nombre del hospital), y ésta fue la que ganó el concurso, quedando segunda La Filarmónica y tercera Alfonso y Victoria.

El éxito clamoroso obtenido por las Estudiantinas las animó a frecuentar las salidas. Comenzaron a dar serenatas, a acudir a actos culturales, académicos, y benéficos, a realizar giras por varias ciudades, e incluso por tierras extranjeras (como ejemplo de tuna viajera cabe citar a la Tuna Salmantina que, en febrero de 1890 realizó una gira por tierras portuguesas visitando Oporto y Coimbra. También marcharon a Roma en mayo de 1894), aventura esta última que acrecentó su fama despertando zalameras adulaciones, como las recogidas en el artículo » La Estudiantina » publicado en el n.° VII de La Ilustración Española y Americana del año 1879, Nº VII:

Entresacamos de una revista del Imparcial estos párrafos: […] Eran, al partir, unos cuantos españoles de buen humor, gente alborotada como los pensamientos de juventud, dichosos disipadores de la vida. Ellos planeaban llegar y desaparecer en París como la gota en el mar […] Pero al pasar la frontera los españoles se convirtieron en España misma […]¿Qué es esto?…los estudiantes franceses les abrazan; los príncipes les obsequian; los mariscales les honoran; las multitudes les rodean y les siguen […] Por muy bien que toquen los estudiantes la guitarra, la bandurria y la pandereta, ¿puede atribuirse tan grande entusiasmo a mera filarmonía?. No: esas músicas han recreado los oídos de los franceses, pero han conmovido más su corazón… Los estudiantes han asumido la representación de España, y el Marqués de Molins ha quedado reducido a embajador de los estudiantes. Las Cortes de Europa se preocupan seriamente de esta broma de carnaval como las recogidas en el artículo » La Estudiantina » publicado en el n.° VII de La Ilustración Española y Americana del año 1879, Nº VII:
Entresacamos de una revista del Imparcial estos párrafos: […] Eran, al partir, unos cuantos españoles de buen humor, gente alborotada como los pensamientos de juventud, dichosos disipadores de la vida. Ellos planeaban llegar y desaparecer en París como la gota en el mar […] Pero al pasar la frontera los españoles se convirtieron en España misma […]¿Qué es esto?…los estudiantes franceses les abrazan; los príncipes les obsequian; los mariscales les honoran; las multitudes les rodean y les siguen […] Por muy bien que toquen los estudiantes la guitarra, la bandurria y la pandereta, ¿puede atribuirse tan grande entusiasmo a mera filarmonía?. No: esas músicas han recreado los oídos de los franceses, pero han conmovido más su corazón… Los estudiantes han asumido la representación de España, y el Marqués de Molins ha quedado reducido a embajador de los estudiantes. Las Cortes de Europa se preocupan seriamente de esta broma de carnaval, y Bismark se pregunta qué es lo que puede haber en el hueco de las bandurrias de los sopistas. Y es que la casualidad es grande diplomático a veces, y se complace en dar a una estudiantina los honores de una embajada.

Pero para hacer frente con garantías a tanto acontecimiento lúdico se necesitaba una mejor organización, siendo ésta la mayor diferencia entre las Estudiantinas y los grupos que antiguamente corrían la tuna.

En las Estudiantinas del siglo XIX sus miembros eran estables, permanecían en su seno durante cierta cantidad de años. Los numerosos conciertos y la dificultad de algunas de las piezas de los repertorios habituales obligaba a esta nueva estructura hasta entonces desconocida, se hacían precisos los ensayos, y con ellos la figura de un director musical y de solistas oficiales, vocales o instrumentales que fueran capaces de ejecutarlos. Así lo demuestra el programa del concierto de la Tuna Salmantina en el Teatro Príncipe Real de Oporto el diecisiete de febrero de 1890, del que resulta ésta contaba con los siguientes solistas: Sr.Eloy Andrés (violinista), Sr. Sto. Eustaquio (pianista) y Sres. Ugaste y Arrupe (vocalistas).

Hasta ese momento las Estudiantinas universitarias sólo relacionaban su título con su Universidad, como por ejemplo la Tuna Escolar Gaditana que visitó Córdoba en marzo de 1930, de la que sólo leyendo la crónica completa de su estancia en la capital podemos conocer que estaba compuesta por alumnos de la Facultad de Medicina. Esta misma Estudiantina repitió visita a la ciudad en diciembre de 1933, presentándose en esta ocasión como Estudiantina de la Facultad de Medicina de Cádiz.
Las continuas giras artísticas hacían necesario el nombramiento de una persona que se encargara de su planificación y de la representación de la Estudiantina a todos los niveles, el jefe o presidente, y de otra que lo ayudara en su labor o lo sustituyera en su ausencia, el subjefe o vicepresidente; como los gastos de viaje comenzaban también a ser cuantiosos, las Estudiantinas comenzaron un acercamiento hacia la Universidad que las patrocinó en sus tournées, a cambio, los estudiantes imprimieron en sus estandartes y banderas el nombre de su Universidad de procedencia, y con posterioridad, por la misma razón, la Facultad en la que cursaban sus estudios. Para el siglo XIX sólo hemos, de hecho, conseguido encontrar una tuna que tomara el nombre de su Facultad, la Estudiantina de la Facultad de Derecho de la Universidad de Granada (en el Diario de Córdoba del 21-02-1897, donde se dice: La compañía de los ferrocarriles andaluces ha concedido una gran rebaja en los precios de los billetes a la estudiantina de la facultad de derecho de la universidad de Granada que se propone recorrer el próximo carnaval las provincias andaluzas, pidiendo para los soldados enfermos y heridos). En los primeros años del siglo XX el nuevo fenómeno comenzó a generalizarse.
Las subvenciones representaban un patrimonio nunca amasado por las Bigornias, carentes de organización, y que había que administrar, por lo que hubo de nombrarse un tesorero…
En suma, para crear todos estos nuevos cargos, delimitar sus funciones y competencias, y armonizar la Estudiantina en sí, fijando su identidad, sus objetivos y sus intereses se redactaron códigos y estatutos, de los que alguna referencia puede reunirse acercándonos a la prensa de la época, así en La Ilustración española y americana del año 1878, respecto a la Estudiantina Española que viajó a París, se dice: «Si en los dos números anteriores hemos reproducido, por medio de grabado, algunos episodios relativos á la estudiantina La Española , que ha sido objeto de no interrumpida ovación en la capital de Francia durante la primera quincena del mes de la fecha, en la pág. 213 del presente damos los retratos (dibujo del natural, por el Sr. Badillo) de los Sres. D. Ildefonso Zabaleta y don Joaquín de Castañeda, presidente y vicepresidente de aquella alegre asociación. Este último, verdadero iniciador de la Estudiantina y autor del juicioso reglamento á que los escolares se han sometido incondicionalmente desde la formación de la comparsa […] Zabaleta y Castañeda, amigos cariñosos, fueron aclamados presidente y vicepresidente de La Española por los escolares que se afiliaron desde el primer momento en la misma, y se comprometieron á observar y hacer observar el indicado reglamento, sin mezclarse para nada en asuntos políticos, y han cumplido lealmente su compromiso en París, en Poitiers, en Valladolid y en Madrid».

Lo tangible es que, como indica Labajo Valdés (Pianos, voces y panderetas.apuntes para una historia social de la música en España, Ed. Endimión Textos Universitarios, Madrid, 1988, pp. 59 y ss), bajo capa de aparente oficialidad estas «instituciones» promueven más allá de los muros académicos cierta proyección social de la Universidad entre los ciudadanos y asumen funciones de representación «hermanadora» con otras ciudades y centros docentes.

En resumen, las Tunas, con todo lo que de delictivo conlleva este nombre, dejaron de serlo trocándose en Estudiantinas, y éstas aclamadas por las multitudes (en vez de perseguidas), organizadas, relacionadas con su Universidad, y ejerciendo su magisterio en cualquier época del año y en cualquier país.